Violencia sexual derivada del conflicto*

Conflict-Related Sexual

Violence Violência sexual derivada do conflito

RAGNHIlD NORDÅS **
Universidad de Michigan, Estados Unidos de América
DARA KAY COHeN
Harvard University, Estados Unidos de América

Violencia sexual derivada del conflicto*

Revista Estudios Socio-Jurídicos, vol. 24, núm. 1, 2022

Universidad del Rosario

Recibido: 23 mayo 2021

Aceptado: 03 septiembre 2021

Información adicional

Para citar este artículo: Nordås, R., & Cohen, D. K. (2022). Violencia sexual derivada del conflicto. Estudios SocioJurídicos, 24(1), 163-200. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/sociojuridicos/a.11116

Resumen: Este artículo examina el notorio crecimiento de la literatura empírica en las ciencias políticas sobre la violencia sexual contra civiles en tiempos de guerra, incluyendo la violación, la esclavitud sexual y el matrimonio forzado, entre otros. Los trabajos anteriores, motivados por conflictos en curso en la antigua Yugoslavia y Ruanda, tendían a presentar estas formas de violencia como inevitables, omnipresentes y oportunistas o estratégicas. Sin embargo, la literatura reciente y las nuevas fuentes de datos han documentado variaciones sustanciales en la violencia sexual entre países, conflictos, perpetradores y víctimas y sobrevivientes. Con base en estas variaciones observadas, los académicos han desarrollado y propuesto numerosas teorías acerca de cuándo, dónde, por qué y bajo qué condiciones ocurre la violencia sexual, así como sus consecuencias. En este documento resaltamos los hallazgos principales desde la literatura, explicamos los debates más importantes entre expertos y exploramos varias posibilidades para investigaciones futuras. Para finalizar, describimos el aporte que ofrece el estudio de la violencia sexual en tiempos de guerra —tanto los hallazgos como el proceso de investigación— a un grupo más amplio de investigadores de las ciencias políticas.

Palabras clave: violencia sexual en tiempos de guerra, violación en tiempos de guerra, género y guerra, victimización de civiles, violencia política.

Abstract: This article reviews the remarkable growth in empirical literature in political science on wartime sexual violence against civilians, including rape, sexual slavery, forced marriage, and other forms. Early work, motivated by ongoing conflicts in the former Yugoslavia and Rwanda, tended to portray these forms of violence as inevitable, ubiquitous, and either opportunistic or strategic. However, recent literature and new data sources have documented substantial variation in sexual violence across countries, conflicts, perpetrators, and victims and survivors. Building on this observed variation, scholars have developed and tested a wealth of theories about when, where, why, and under what conditions sexual violence occurs as well as its consequences. We highlight the core findings from the literature, explain the key debates among experts, and explore several avenues for future research. We conclude by detailing what the study of wartime sexual violence —both the findings and the research process— offers to a broader set of political science scholars.

Keywords: Wartime sexual violence, wartime rape, gender and war, civilian victimization, political violence.

Resumo: Este artigo examina o notável crescimento da literatura empírica em ciência política sobre violência sexual contra civis em tempos de guerra, incluindo o estupro, a escravidão sexual e o casamento forçado, entre outros. Trabalhos anteriores, motivados por conflitos que aconteceram na ex-Iugoslávia e em Ruanda, tendiam a apresentar essas formas de violência como inevitáveis, generalizadas e oportunistas ou estratégicas. No entanto, a literatura recente e novas fontes de dados têm documentado variações substanciais na violência sexual entre diferentes países, conflitos, criminosos e vítimas e sobreviventes. Com base nas variações observadas, estudiosos vêm desenvolvendo e propondo inúmeras teorias sobre quando, onde, por que e em que circunstâncias a violência sexual ocorre, bem como suas consequências. Neste documento, destacamos as principais descobertas da literatura, explicamos os debates mais importantes entre especialistas e exploramos várias possibilidades para pesquisas futuras. Finalmente, descrevemos a contribuição que o estudo da violência sexual em tempos de guerra oferece —tanto as descobertas quanto o processo de pesquisa— para um grupo mais amplo de pesquisadores de ciências políticas.

Palavras-chave: violência sexual em tempos de guerra, estupro em tempos de guerra, gênero e guerra, vitimização de civis, violência política.

Introducción

Si bien la violación en tiempos de guerra ha sido durante mucho tiempo tema de estudio para los académicos feministas, pensadores legales y periodistas (como Brownmiller, 1975; MacKinnon, 1994), es solo en los últimos quince años que los científicos políticos han comenzado a tratar la violencia sexual derivada del conflicto como un tema de estudio en sí. Durante este tiempo, ha habido un marcado incremento en la cantidad de estudios realizados. Se han publicado investigaciones sobre violencia sexual derivada del conflicto en las más importantes revistas de la disciplina y especialidades de las ciencias políticas. Dichas investigaciones presentan matizados enfoques teóricos y empíricos para el análisis de sus causas, dinámicas y consecuencias. La creciente atención a la investigación sobre la violencia sexual derivada del conflicto hace eco del llamado a una perspectiva más integral sobre la violencia política (Davenport et al., 2019). También forma parte de una tendencia en los estudios sobre conflictos de ampliar nuestro análisis para incluir un mayor número de formas de violencia, al igual que un rango más amplio de actores armados, y de entender las complejidades de las dinámicas en tiempos de guerra para las personas, sociedades y Estados en el corto y largo plazo.

La introducción de la violencia sexual como un fenómeno que merece ser objeto de un serio estudio teórico y empírico desde las ciencias políticas ha contribuido a superar la desatención histórica a los temas de género en los estudios sobre conflictos (McDermott, 2020). La violencia sexual es un componente central de la floreciente literatura sobre la victimización de civiles en el conflicto (Balcells & Stanton, 2021) y de estudios, tanto positivistas como interpretivistas/ pospositivistas, de género y relaciones internacionales (p. ej., Reiter, 2015; Sjoberg et al., 2018).

En esta revisión de la literatura, nuestro principal enfoque es la investigación empírica y sistemática sobre la violencia sexual derivada del conflicto, basada en datos y métodos cuantitativos y cualitativos. Comenzamos analizando la forma en que los expertos definen y conceptualizan la violencia sexual derivada del conflicto y hacemos un recuento sobre el desarrollo de este campo de estudio de las ciencias políticas. Luego, describimos los principales hallazgos que surgen de la literatura, para posteriormente abordar una serie de preguntas abiertas relacionadas con la metodología y temas de fondo, resaltando las áreas en donde se requiere más investigación. Planteamos que esta literatura tiene importantes implicaciones para diversos temas relacionados con el conflicto y la violencia política, tales como el funcionamiento interno de las organizaciones armadas, la preservación de la paz y la justicia transicional, y la cohesión social en el posconflicto. En resumen, el estudio de la violencia sexual derivada del conflicto ofrece valiosas perspectivas sobre preguntas esenciales de la guerra y la paz, la dinámica de la guerra y el proceso de investigación, incluyendo temas de ética y de datos.

¿Qué es la violencia sexual derivada del conflicto? Deflniciones y complejidades

En la literatura no existe una definición consensuada de la violencia sexual derivada del conflicto. Las definiciones existentes tienden a posicionarse en torno a dos dimensiones: qué tipos de actos deben ser considerados violencia sexual y cuáles formas de violencia deben ser consideradas derivadas del conflicto. La mayoría de las definiciones incluyen la violación y consideran que la violencia sexual incluye una amplia gama de formas de violencia. Wood (2006, p. 308), por ejemplo, define la violencia sexual como “una categoría que incluye la violación, el desnudamiento obligado y el ataque sexual sin penetración”. Algunos expertos también incluyen formas no violentas, como la humillación y “comentarios sexuales inadecuados” (p. ej., Hynes et al., 2004, p. 301).

Recientes estudios cuantitativos a nivel transnacional con frecuencia se valen del conjunto de datos de la violencia sexual en el conflicto armado (Sexual Violence and Armed Conflict, SVAC) (Cohen & Nordås, 2014) y adoptan su definición. Utilizando la definición provista por la Corte Penal Internacional (CPI), la definición de la SVAC incluye fuerza directa o violencia física, o la amenaza de fuerza o coerción. Esta definición cubre siete formas distintas de violencia: a) violación, b) esclavitud sexual, c) prostitución forzada, d) embarazo forzado, e) esterilización/ aborto forzado, f) mutilación sexual y g) tortura sexual (Cohen & Nordås, 2014). Cada una de estas formas, a su vez, tienen su propia definición. Por ejemplo, según Wood (2006, p. 308), la violación está definida en el conjunto de datos de la SVAC como “la penetración forzada (bajo fuerza física o amenaza de fuerza física contra la víctima o contra un tercero) del ano o vagina por parte del pene u otro objeto, o de la boca por parte del pene”. Es importante anotar que esto no impide la existencia de mujeres perpetradoras u hombres víctimas y sobrevivientes.1 El conjunto de datos de la SVAC delimita la descripción “derivada del conflicto” a los actos de violencia perpetrados por actores armados (específicamente fuerzas armadas del Estado, grupos rebeldes y milicias progubernamentales) durante períodos de conflicto o de posconflicto inmediato. Excluye la violencia por parte de actores civiles, como la violencia sexual o delitos sexuales por parte de compañeros sentimentales. Adicionalmente, la definición no excluye la violencia sexual contra combatientes, aunque la recolección de datos está limitada a la victimización de civiles.

Esta definición académica contrasta con las definiciones frecuentemente usadas por los responsables de políticas públicas y por los grupos defensores de derechos. Las Naciones Unidas, por ejemplo, incluyen en su definición toda violencia sexual que está directa o indirectamente asociada con un conflicto, incluyendo la violencia sexual vinculada con un entorno de impunidad para los perpetradores (Naciones Unidas, 2019, p. 3). Las Naciones Unidas también tratan la explotación y el abuso sexual (EAS) por parte de las fuerzas de paz como un fenómeno distinto al de la violencia sexual infligida por los actores armados. Sin embargo, los vínculos entre la EAS por parte de las fuerzas de paz y otras formas de violencia sexual derivadas del conflicto han recibido creciente atención por parte de los investigadores (p. ej., Nordås & Rustad, 2013; Karim & Beardsley, 2017; Olsson et al., 2020).

Si bien la amplitud de la definición de la ONU reconoce las múltiples formas de violencia sexual relacionadas con el conflicto, puede ser difícil operacionalizar una definición tan amplia en un trabajo académico. No obstante, restringir “derivada del conflicto” para que signifique “perpetrada por soldados en guerra” no representa toda la violencia sexual que podría ser considerada derivada del conflicto. Aunque es obvio que la violación por parte de soldados armados durante períodos de guerra debe ser incluida, existen numerosos actores y contextos que hacen menos clara dicha categorización. Por ejemplo, un combatiente rebelde que viola a su esposa o un exsoldado que viola a una vecina después de que la guerra ha terminado oficialmente no están típicamente incluidos en las definiciones académicas de violencia sexual derivada del conflicto. Es probable que esta área de investigación deba seguir buscando un equilibrio entre la claridad conceptual en la recolección de datos, lo cual puede facilitar el conocimiento académico acumulativo, y una conceptualización más incluyente sobre lo que puede ser plausiblemente considerado como derivado del conflicto.

Recuento del explosivo crecimiento del campo de estudio

Aunque anteriormente era un tema de análisis periférico y marginado, la violencia sexual derivada del conflicto es cada vez más estudiada por un gran número de investigadores que usan múltiples epistemologías, metodologías y tipos y fuentes de información. El desarrollo del área de investigación desde la fase temprana hasta la contemporánea se caracteriza por saltos significativos en la forma en que los académicos conceptualizan el fenómeno y los métodos que usan para estudiarlo. En cuanto a las publicaciones arbitradas, el tema ha dejado de ser exclusivamente del dominio de las publicaciones especializadas en mujeres y género y estudios feministas legales, y actualmente la mayoría de los artículos académicos que tratan el tema se encuentran en el ámbito de las ciencias políticas. De acuerdo con Web of Science, el primer artículo publicado en el área de las ciencias políticas o relaciones internacionales sobre los temas de “violencia sexual” y “guerra” fue en 2001 (Skjelsbæk, 2001). De menos de cinco publicaciones arbitradas cada año entre 2001 y 2006, el número anual de publicaciones sobre estos temas en las ciencias políticas y relaciones internacionales aumentó diez veces a 58 en 2018. En 2019, las publicaciones sobre violación o violencia sexual en tiempos de guerra dieron lugar a 755 citas, un incremento superior al 40 % con respecto al año anterior (536 citas). Si se amplía el alcance para incluir todas las disciplinas, hubo más de cien publicaciones y se hicieron casi 2300 citas sobre el tema solamente en 2019. El estudio académico de la violencia sexual en tiempos de guerra tiene sus raíces en la política global, y está inextricablemente ligado a los procesos que convirtieron la violencia sexual en crimen de guerra. En este sentido, el análisis de la violencia sexual debe situarse en el momento en que esta se hizo histórica y políticamente visible a un público global. La historia de esta área de estudio está íntimamente ligada a la política y al activismo, en particular de los movimientos feministas. Se puede decir que la chispa que dio inicio a este campo de estudio fue el conflicto bosnio, el cual sirvió —a los ojos de los académicos occidentales y de las comunidades que promulgan políticas públicas— para ponerle un rostro europeo y familiar (y, por lo tanto, impactante) al problemade la violación en tiempos de guerra (Crawford, 2017).

La atención académica a la violencia sexual también puede atribuirse a una mayor aceptación de la diversidad sexual y de género en la academia. La creciente participación de mujeres en la disciplina ha incrementado la visibilidad y el impacto del trabajo académico de las mujeres, quienes han introducido diferentes temas de investigación y han formulado preguntas novedosas. Al mismo tiempo, sin embargo, el estudio sobre la violencia sexual derivada del conflicto ha sido dominado por investigadores de Estados Unidos, Europa y Australia. Los trabajos futuros posiblemente aborden cómo esto ha dado forma al estudio de la violencia sexual y qué voces han sido marginadas e ignoradas en el desarrollo de la agenda de investigación.

La línea de tiempo de la investigación sobre violencia sexual derivada del conflicto está dividida en dos períodos de crecimiento diferentes. El primero ocurrió después de que la guerra en la antigua Yugoslavia estallara en 1992-1995 y luego del genocidio de 1994 en Ruanda, ambos de los cuales estuvieron marcados por episodios generalizados y horríficos de violaciones en masa. Profundamente afectados por los conflictos existentes y sus desgarradoras consecuencias, los expertos del momento, liderados por juristas estudiosos en materia feminista, ofrecieron fuertes argumentos normativos acerca de por qué la violencia sexual debía ser tomada en serio, tanto en estudios como en procesos de justicia. Estos trabajos tempranos a menudo incluían detalles explícitos de la violencia para demostrar la realidad del problema y conectarlo con el conflicto étnico (MacKinnon, 1994; Seifert, 1996). Inspirados por activistas y defensores feministas en su momento, así como por los conflictos del día, los investigadores argumentaban que la violación era un “arma de guerra” (Card, 1996; Farwell, 2004) y promovían que la violación se entendiera (aun en ausencia de violencia letal) como un crimen de genocidio (Sharlach, 2000).

Un hilo común en la literatura de este período inicial es que la violencia sexual derivada del conflicto fue considerada una característica ubicua de la guerra perpetrada por hombres contra mujeres. Los académicos buscaron hallarle sentido a la brutalidad y magnitud de la violencia sexual preguntándose por qué las mujeres eran el blanco de la violencia sexual. Estos trabajos tempranos representaron importantes fundamentos conceptuales para diferentes maneras de entender la violencia sexual: como parte del análisis de géneros (Brownmiller, 1975; Enloe, 2000), como un elemento central de la política de identidad (Weitsman, 2008) y como una forma de violencia llena de significados simbólicos sociales y políticos (Milillo, 2006). Diferentes líneas de análisis de género enfatizaron por qué las mujeres en general eran el blanco de los actos de violencia (para confirmar masculinidades militarizadas) y por qué se escogen grupos específicos de mujeres (para atacar a los miembros que soportan la identidad étnica, religiosa o política de un grupo, o para feminizar y humillar a un grupo étnico, religioso o político) (Skjelsbæk, 2001, p. 215). Algunos expertos vieron la violencia sexual como un efecto colateral natural e inevitable de la guerra, debido a los instintos sexuales masculinos (p. ej., Farwell, 2004), si bien contribuciones posteriores a la conceptualización de la violencia sexual en tiempos de guerra también consideraron la violación como una transgresión al “honor familiar” más que un daño individual (Mackenzie, 2010). En esta fase temprana del estudio sobre la violencia sexual en guerra, la evidencia empírica funcionó básicamente para ilustrar, más que para poner a prueba teorías, sobre dinámicas, causas y consecuencias.

Finalmente, muchos expertos en este primer período argumentaron que la violación en tiempos de guerra representa una continuación del espectro de las formas de violencia contra las mujeres perpetradas desde los tiempos de paz. El argumento del espectro continuo comenzó con los académicos feministas que sostuvieron que la violencia sexual en tiempos de guerra tiene estrechos lazos con el estatus político, social y económico de las mujeres en el período de la preguerra. Desde esta perspectiva, los tipos de violencia que sufrieron las mujeres antes de la guerra se originaron en el patriarcado y están relacionadas causalmente con los que las mujeres experimentan durante la guerra (Card, 1996; Enloe, 2000). Como lo analizamos más adelante, el argumento del espectro continuo aún resuena en los debates académicos contemporáneos y círculos de políticas públicas.

Una segunda fase de la investigación sobre violencia sexual derivada del conflicto fue impulsada por el reconocimiento crítico de que, más que ser ubicua, la violencia sexual en tiempos de guerra presenta variaciones importantes (Wood, 2006) entre conflictos y actores, formas de violencia, identidades de los grupos objetivo (incluyendo víctimas y sobrevivientes masculinos) y lugares. Wood (2009) argumentó de forma explícita que algunas organizaciones armadas no practican la violencia sexual. Esta observación tuvo profundas implicaciones en la trayectoria de los estudios, desafiando dos ideas fundamentales (algunas veces implícitas) en la literatura inicial: a) que la violencia sexual es un constante e inevitable aspecto de la guerra y b) que todos los grupos armados/soldados practican la violencia sexual si tienen la oportunidad de hacerlo. Aun dentro del mismo país o entorno del conflicto, algunos grupos armados cometen violencia sexual mientras que otros no (Wood, 2006). Las explicaciones iniciales de la violencia sexual, como aquellas enfocadas en las tensiones étnicas y factores casi constantes como el patriarcado, no logran explicar estas diferencias.

El trascendental trabajo de Wood (2006, 2009) sobre las variaciones y el autocontrol forjó el camino para los investigadores que trabajan tanto en análisis estadísticos como en trabajo empírico a nivel micro con base en tamaño de muestra pequeño. Los estudios de Wood también pusieron el enfoque directamente en las organizaciones armadas, en lugar de en culturas, Estados o, incluso, conflictos, como la unidad principal de análisis para entender las variaciones de la violencia sexual en tiempos de guerra. La segunda ola de estudios estuvo marcada por una cantidad de teorías nuevas que explicaban por qué varía la violencia sexual. Las más prominentes entre estas permitieron el desarrollo de una tercera categoría de motivación de la violencia sexual como práctica, situada entre la violencia como estrategia y como acto oportunista (este punto se discutirá en más detalle en la siguiente sección). De acuerdo con Wood, los expertos también comenzaron a documentar las variaciones, y el área de estudio adquirió una naturaleza más comparativa y global. Por ejemplo, el estudio comparativo de Leiby (2009b) sobre violencia sexual en Guatemala y Perú usó datos estadísticos codificados de una muestra de testimonios entregados a la comisión de la verdad de cada país. Otros emplearon el método de casos comparativos para buscar aspectos en común en los incidentes en términos de prevalencia, perpetradores, objetivos y lugares (p. ej., Farr, 2009).

Los expertos igualmente empezaron a examinar casos ‘negativos’, en los que no se reportó la violencia sexual, o se reportó de forma limitada. La reducción del análisis únicamente de casos bien documentados de violación en masa (de hecho, seleccionando la variable dependiente) y la tendencia a estudiar el universo de casos permitió probar mejor y con más rigurosidad ciertas explicaciones sobre la violencia sexual susceptibles de generalización.

Dos conjuntos de datos globales con tamaño de población grande permitieron el rápido crecimiento de los estudios estadísticos de violación y violencia sexual en tiempos de guerra (McDermott, 2020). El primer conjunto de datos cubre la violación durante las guerras civiles por parte de fuerzas armadas del Estado y los rebeldes (Cohen, 2013a, 2016). El segundo, el conjunto de datos SVAC, fue desarrollado como un bien público e incluye numerosas formas de violencia sexual en todos los tipos de conflictos armados y actores del conflicto (Estados, grupos rebeldes, milicias progubernamentales) (Cohen & Nordås, 2014). Ambos incluyen estimativos de la prevalencia de la violencia sexual (es decir, nivel de gravedad) para los actores del conflicto a través del tiempo. El conjunto de datos de la SVAC, en parte debido a que es completamente compatible con los conjuntos de datos ampliamente usados del

Uppsala Conflict Data Program (UCDP), se ha convertido en la fuente predominante de datos cuantitativos sobre violencia sexual derivada del conflicto, y ha hecho de la violencia sexual una característica del conflicto fácilmente tenida en cuenta por los académicos en los análisis estadísticos de la guerra y sus consecuencias.

Teorías y hallazgos centrales

Como resultado del rápido crecimiento en la literatura se ha producido un conjunto central de hallazgos sobre la violencia sexual derivada del conflicto, entre los cuales resaltamos cuatro de los más importantes con implicaciones relevantes para la teoría, la evidencia empírica y la política pública. Estos hallazgos tienen que ver con a) las variaciones que se presentan en términos de perpetradores, víctimas y sobrevivientes, conflictos y países, y las implicaciones de esta variación sobre la tesis inicial del espectro continuo; b) las motivaciones de la violencia sexual, incluyendo argumentos sobre oportunidad, estrategia y violencia sexual como una práctica; c) los grupos rebeldes y sus procesos organizacionales internos con respecto a la violencia sexual; y d) las consecuencias a largo plazo de la violencia sexual para las personas, comunidades y Estados.

Las variaciones (y sus implicaciones para el argumento del espectro continuo)

Una falsa concepción desde el primer período de la investigación es que la violencia sexual es ubicua en la guerra. Extensas investigaciones han documentado claramente que no es así. Tanto el trabajo teórico como el empírico se concentran actualmente en explorar estas variaciones y estudiar a los perpetradores para entender las motivaciones de la violencia sexual derivada del conflicto. El estudio de los grupos armados arroja luces sobre los patrones de perpetración y autocontrol—y permite una mejor comprensión de las causas de violencia sexual que los análisis que extrapolan las motivaciones de los perpetradores desde las experiencias de los sobrevivientes y testigos (Eriksson Baaz & Stern, 2009; Haer et al., 2015; Cohen, 2016)—. Ahora sabemos que existe una variación significativa en la violencia sexual entre los conflictos, los diferentes actores y el tiempo (p. ej., Cohen, 2013a, 2016), aun dentro del mismo conflicto (Wood, 2009; Cohen, 2016). Adicionalmente, mientras el discurso público ha enfatizado que la violencia sexual es perpetrada por amenazantes grupos rebeldes, con mucha frecuencia se reporta que ella es infligida por los Estados (Cohen & Nordås, 2014). No obstante, hay una proporción sustancial de grupos armados que no son reportados como perpetradores. Los datos de la SVAC muestran que la mayor proporción de grupos rebeldes reportados como perpetradores en el período 1989-2015 fue del 40 % (en 2002), mientras que la mayor proporción observada para los Estados fue cerca del 60 % (en 2002 y 2012). Pese a que las variaciones han sido ampliamente aceptadas por los académicos, lo han sido menos por algunas comunidades profesionales y los responsables de políticas públicas. Por ejemplo, es un principio rector del Comité Internacional de la Cruz Roja usar lo que llama “carga de la prueba inversa,” por la cual se requiere que el personal opere bajo la presunción de que, a menos que se pruebe lo contrario, la violación es endémica en cualquier contexto dado (ICRC, 2020). A pesar de que esta presunción es un intento bien intencionado por abordar la falta de denuncias, una desafortunada consecuencia puede ser que los escasos recursos se estiren demasiado, limitando el acceso a los más afectados por la violencia sexual.

Pese a que no hay datos transnacionales confiables sobre el conteo de víctimas, claramente hay importantes variaciones en quiénes son las víctimas y sobrevivientes de la violencia sexual. La evidencia muestra que la violencia sexual es perpetrada no solamente por los hombres contra las mujeres. Los hombres son víctimas y sobrevivientes de muchos tipos de violencia sexual. La prevalencia exacta permanece desconocida; sin embargo, la victimización masculina parece ser mucho más frecuente que la asumida previamente, y el silencio acerca de la victimización masculina es ahora menor (Carpenter, 2006; Sivakumaran, 2007; Edström & Dolan, 2019; Traunmüller et al., 2019). Además, hay creciente evidencia sobre mujeres perpetradoras en casos particulares (Johnson et al., 2008; Cohen, 2013b; Sjoberg, 2016), así como reconocimiento de que las minorías sexuales y de género son blancos frecuentes, aunque los datos continúan siendo escasos (Tschantret, 2018).

Otra presunción problemática, a menudo implícita, de los estudios iniciales era la noción de que la violencia sexual guarda íntima correlación con otras formas de violencia en tiempos de guerra, como los asesinatos y el saqueo. Si se puede modelar la violencia sexual como una función de otros tipos de violencia en tiempos de guerra, se disminuye la necesidad de estudios que documenten y teoricen la violencia sexual como una categoría importante y diferente. Sin embargo, si bien la violencia sexual puede algunas veces estar correlacionada con otras formas de violencia, la evidencia a nivel micro de los estudios de casos ha mostrado que la correlación no es universal; por ejemplo, los años con los mayores niveles de violación reportada no son necesariamente los años con los más altos niveles de asesinatos reportados (Cohen, 2016). Hay, por lo tanto, un aumento en la consciencia de que la “violencia sexual es distinta a otros aspectos de victimización de civiles en las guerras civiles” (Benson & Gizelis, 2020, p. 167). También hay importantes variaciones en términos de las formas de violencia sexual, a las que regresaremos en la sección de discusión de preguntas abiertas y pasos al futuro

El hecho de que existen variaciones tiene importantes implicaciones sobre el argumento del espectro continuo —es decir, la idea de que el estado de las mujeres en sociedad en la preguerra es predictivo de la violencia sexual en tiempos de guerra—. Con origen en debates anteriores, el argumento del espectro continuo sigue siendo parte relevante de la literatura sobre la violencia sexual derivada del conflicto. El tema de si es útil ver la violencia sexual durante la guerra como una continuación de los patrones de violencia en tiempos de paz es uno de los más refutados entre expertos de la violencia sexual. Por ejemplo, al explicar la violencia sexual en el conflicto de Guatemala, Boesten (2017, p. 507) argumenta que “una buena parte de la escala y crueldad de estas experiencias fue ciertamente excepcional y directamente derivada del conflicto, [pero] el libreto de estos actos —inmersos en racismo y sexismo— precedieron el conflicto”. Algunos académicos son también críticos de lo que ven como una tendencia a tratar la violencia sexual como un fenómeno “excepcional —si no aberrante— en guerra” (Meger, 2016, p. 149), y se oponen a la proposición de que la violencia sexual en tiempos de guerra puede o debe ser estudiada en forma separada de las formas de violencia más comunes en tiempos de paz, como la violencia por parte del compañero sentimental. Un tema menos refutado pero el cual tal vez también incide menos en el argumento del espectro continuo es si los patrones de violencia sexual durante la guerra dan forma a los patrones de violencia de género de la posguerra, y cómo lo hacen. Estas conexiones son exploradas en trabajos recientes en Perú (Østby et al., 2019) y la República Democrática del Congo (DRC) (Lindsey, 2019).

Otros sostienen que el argumento del espectro continuo no ofrece ventajas analíticas. Si bien la violencia sexual ocurre durante tiempos de paz, en períodos de guerra y en el posconflicto, las formas, la severidad y los perpetradores de la violencia sexual varían dramáticamente en dichos períodos. Se afirma que algunas formas son comunes para todos los períodos; por ejemplo, la violación por parte del compañero sentimental es la forma más común de violencia sexual, aun en áreas con los mayores niveles de violación en tiempos de guerra (Peterman et al., 2011). Sin embargo, otras formas —como los embarazos forzados en los llamados campos de violación (Bosnia), los matrimonios forzados con combatientes (Liberia), los actos públicos de violación por parte de bandas (Sierra Leona) y la mutilación sexual de prisioneros (El Salvador)— son poco frecuentes afuera del contexto de la guerra, siendo más brutales y más organizadas que la violencia en tiempos de paz (Wood, 2014; Cohen, 2016).

Además del reclutamiento forzado, los académicos han resaltado varias otras condiciones bajo las cuales una organización armada adoptará alguna forma de violencia sexual como una estrategia, o bajo las cuales los comandantes tolerarán la violación como una práctica. Estas incluyen los tipos de recursos de los que depende el grupo armado (Whitaker et al., 2019) y la ideología e instrucción del grupo (puntos que trataremos más adelante). Si bien otros factores son parte de la lógica estratégica de ciertos casos —por ejemplo, el papel de la etnicidad como un factor impulsor de la violación en el conflicto de Bosnia—, a pocos de estos impulsores se les ha comprobado tener una naturaleza ampliamente general cuando han sido probados en diferentes países (p. ej., Cohen, 2016).

No obstante, la elección de violación y otras formas de violencia sexual es ciertamente más basada en el género y está moldeada por formas estructurales de desigualdad de sexo y género, incluyendo el patriarcado. Los expertos han sostenido persuasivamente que la violación puede tener un papel en la “feminización” del enemigo (p. ej., Sivakumaran, 2007). El patriarcado en sus miles de manifestaciones es necesario para la violación y la violencia sexual en tiempos de guerra; sin embargo, no es suficiente, y no explica las variaciones en cuanto a dónde, cuándo, cómo, por quién y contra quién ocurre la violencia sexual en tiempos de guerra (Cohen et al., 2013). En otras palabras, la desigualdad estructural de género es bastante común a través del espacio y tiempo para explicar la incidencia de la violencia sexual derivada del conflicto. Puede suceder que las variaciones en la desigualdad estructural de género no sean lo suficientemente sustanciales como para explicar diferencias en violencia sexual derivada del conflicto, o que las mejores mediciones actuales no sean lo suficientemente detalladas para registrarla. De igual manera, existe poca evidencia de la desigualdad estructural de género como la mayor “explicación causal” de la violencia sexual durante la guerra (Davies & True, 2015, p. 495).

Entendiendo las motivaciones: oportunismo, violencia estratégica y violencia como práctica

La literatura inicial a menudo entendió la violencia sexual como algo oportunista, básicamente motivada por razones particulares y necesidades individuales (Gottschall, 2004; Wood, 2009). Esta visión fue respondida con argumentos que afirmaban que la violencia sexual en tiempos de guerra es un arma o una herramienta de guerra, perpetrada por comandantes para perseguir objetivos militares (p. ej., Skjelsbæk, 2001). Rotular la violencia sexual como un arma o herramienta de guerra fue una estrategia exitosa adoptada por defensores y activistas, lo que permitió que fuese aceptada como un tema crítico de seguridad y como una prioridad en las políticas públicas a los altos niveles políticos (Crawford, 2017). Los académicos y activistas también resaltaban que la violación era un arma barata, altamente efectiva y siempre a la mano. De acuerdo con estos argumentos, los beneficios estratégicos de la violencia sexual incluyen producir temor en la población civil para inducir a la colaboración u obediencia, humillar y quebrar la moral del enemigo, y expulsar a las poblaciones de los territorios disputados, cuyo control desea obtener un grupo armado. Otros sostenían que los comandantes adoptan la violencia sexual como un instrumento de guerra usando la violación para coaccionar a las mujeres a que se prestaran para ser terroristas suicidas, mitigando así la vergüenza de ser víctimas de violación (Bloom, 2011). La violencia sexual también puede ser estratégica cuando funciona como una recompensa institucional o como una forma de compensación para los combatientes, parte de lo que llaman “botín de guerra” (Wood, 2014). Entre otros, Eriksson Baaz & Stern (2013) son críticos del discurso de “arma de guerra”, previniendo contra mezclar las consecuencias de la violencia sexual generalizada con las intenciones de los comandantes.

El lente teórico que han usado los expertos para estructurar los debates consiste en considerar la violencia sexual como el resultado de la dinámica entre el “mandante” y su “representante”, y varios estudios enfatizan el papel de la supervisión, la disciplina y la educación continua como un prerrequisito del autocontrol (Butler et al., 2007; Hoover Green, 2018; Whitaker et al., 2019). La presunción subyacente en estos estudios refleja un entendimiento de la violencia sexual como oportunista; el argumento sugiere que los representantes prefieren cometer violencia sexual y darán señas de controlarse solo si están suficientemente vigilados por el ‘mandante’ o ampliamente incentivados para contenerse de cometer violaciones. La dinámica ‘mandante-representante’ así mismo da cuenta de debates de características organizacionales, las cuales trataremos en la próxima sección.

Entre estos extremos de oportunidad y estrategia, Wood (2018) desarrolla una comprensión más matizada de la violencia sexual como una práctica. La violencia sexual como una práctica no es directamente ordenada o autorizada desde arriba como parte de una estrategia militar claramente definida; en su lugar, los líderes lo toleran o simplemente no lo castigan. La violencia sexual como una práctica sugiere que cuando los comandantes son permisivos, esta puede ocurrir aun con mucha frecuencia debido a la socialización horizontal entre pares y combatientes sobre preferencias particulares de violación (Wood, 2018, p. 522). Una implicación importante es que una alta frecuencia de atrocidades no indica necesariamente una lógica estratégica: la violencia sexual puede ocurrir, aun a escala masiva, sin órdenes directas.

Las diferentes modalidades de la violencia sexual como oportunista, estratégica o una práctica pueden ser todas posibles, incluso dentro del mismo escenario de conflicto, y no son mutuamente exclusivas. Por ejemplo, la violencia sexual como una práctica también puede ocurrir debido al oportunismo, al tiempo que la tolerancia de la violencia sexual por parte de los comandantes puede ser estratégicamente beneficiosa para la organización, incluso si no es ordenada u orquestada.

En línea con la noción de que la violencia sexual emerge como una práctica, Cohen (2013a, 2013b, 2016) explora por qué, dónde y por quiénes la violación —y particularmente la violación por parte de pandillas, la forma de violación más comúnmente reportada en tiempos de guerra— ocurre durante la guerra. Cohen se enfoca en la dinámica que hace que la violación de pandillas sea útil para construir la cohesión intergrupal entre los combatientes dentro de los grupos armados; el hallazgo central es que los grupos armados que reclutan combatientes a la fuerza tienen más probabilidad de cometer violaciones. Cohen argumenta que la violación no es oportunista ni estratégica; el argumento no asume que los perpetradores deseen independientemente cometer violación por razones privadas, ni que la violación sea el resultado de órdenes directas de los comandantes. Combinando el análisis estadístico con tamaños de población grandes sobre patrones globales y trabajo de campo en tres países con posconflicto, Cohen (2013, 2016) encuentra que la socialización de los combatientes ayuda a explicar la violación de pandillas por parte de fuerzas del Estado y grupos rebeldes; con base en este trabajo, Cohen & Nordås (2015) afirman que el argumento también se extiende a milicias progubernamentales.

Además del reclutamiento forzado, los académicos han resaltado varias otras condiciones bajo las cuales una organización armada adoptará alguna forma de violencia sexual como una estrategia, o bajo las cuales los comandantes tolerarán la violación como una práctica. Estas incluyen los tipos de recursos de los que depende el grupo armado (Whitaker et al., 2019) y la ideología e instrucción del grupo (puntos que trataremos más adelante). Si bien otros factores son parte de la lógica estratégica de ciertos casos —por ejemplo, el papel de la etnicidad como un factor impulsor de la violación en el conflicto de Bosnia—, a pocos de estos impulsores se les ha comprobado tener una naturaleza ampliamente general cuando han sido probados en diferentes países (p. ej., Cohen, 2016).

Algunos estudios actuales desafían la percepción diseminada de que la violencia sexual es un arma de guerra barata, una piedra angular del oportunismo y de argumentos de estrategia. Si la violencia sexual (y la violación en particular) fuera tan baja en costo, fácil y efectiva como lo sugiere el discurso, se esperaría que muchos más grupos armados la practicaran; la noción de violencia sin costo sobreestima la violencia sexual en relación con la evidencia empírica. En su lugar, la violencia sexual a menudo trae altos costos para el grupo armado y los perpetradores individuales (Wood, 2009), incluyendo el riesgo de poner a la población civil en contra del grupo, socavar sus objetivos políticos, factores como la carga emocional sobre los perpetradores, el tiempo que toma cometer el acto y los riesgos de enfermedad (específicamente las infecciones transmitidas sexualmente), los cuales pueden perjudicar la capacidad de combate de un grupo (Cohen, 2016).

Factores organizacionales: cohesión, ideología, gobernanza e instrucción

Posteriormente al énfasis en los grupos armados como la unidad clave de análisis, importantes estudios sobre el funcionamiento interno de grupos no estatales han aclarado el papel de la violencia sexual en las organizaciones rebeldes en guerras recientes (p. ej., Baines, 2014; Cohen, 2016; Muvumba Sellström, 2019; Whitaker et al., 2019; Sawyer et al., 2021).

Basados en entrevistas con combatientes actuales y excombatientes, los expertos han investigado cómo la violencia sexual es percibida por combatientes dentro de organizaciones armadas, con lo cual se ha llenado un vacío en la literatura (p. ej., Eriksson Baaz & Stern, 2009; Cohen, 2016). Por ejemplo, la valoración de Cohen (2013a, 2013b, 2016) del conflicto de Sierra Leona se concentra en el papel de la violencia sexual para la cohesión del grupo, demostrando cómo las prácticas de reclutamiento forzado (y su consecuente débil cohesión intergrupal) ayudan a explicar cómo el Frente Revolucionario Unido (RUF, por su siglas en inglés) fue responsable de muchas más violaciones que otros grupos. El RUF inculcaba que la violación era una ofensa seria, pero que, debido a que su cumplimiento era selectivo, dichas normas se perdían en la práctica (Marks, 2013). Grupos de sondeo con las esposas de comandantes de rango superior en el Ejército de Resistencia del Señor en Uganda revelan cómo el grupo institucionalizaba el matrimonio forzado dentro de la organización, mientras que castigaba severamente la violencia sexual por fuera de las relaciones sexuales reguladas; esto esfuerzos conjuntos sirvieron como un proyecto político para “construir una ‘nueva nación acholi’” y para reforzar jerarquías dentro del grupo (Baines, 2014, p. 405).

El énfasis en las variaciones en la literatura de violencia sexual dio lugar a la investigación de las causas del autocontrol por parte de organizaciones armadas. En lugar de solo intentar explicar por qué se comete violencia sexual, es igualmente importante desde una perspectiva académica y de política pública entender por qué algunos actores pocas veces cometen actos de violencia sexual. Los expertos han señalado la ideología como un factor crítico en la explicación del autocontrol. Para algunas organizaciones, tales como grupos armados de izquierda, el uso de la violencia sexual choca con ideales por los cuales la organización anuncia que combate, como, por ejemplo, un orden social con igualdad de género. Algunas organizaciones insurgentes pueden reclutar miembros comprometidos con la ideología de la organización. Como opción, las organizaciones conocidas por no involucrarse en violencia sexual pueden reclutar más mujeres —por ejemplo, como un medio para las mujeres de protegerse contra la violencia sexual de las fuerzas armadas del Estado, como en El Salvador—. En estos casos, la violencia sexual sería perjudicial para la legitimación interna y externa de la organización, y minaría los esfuerzos de construir confianza entre la población civil. Entre las organizaciones conocidas por suprimir de manera efectiva el uso de la violencia sexual (no obstante el uso de otras formas de violencia) por parte de sus tropas está el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMlN) en El Salvador, los Tigres de Liberación de Eelam Tamil (lTTe, por su sigla en inglés) en Sri Lanka y Sendero Luminoso en Perú (Wood, 2006, 2018; Leiby, 2009b; Cohen, 2016; Hoover Green, 2018). En contraste con el autocontrol, también se ha resaltado el rol de la ideología como motivación para la violencia sexual, por ejemplo, con respecto al uso sistemático de la violencia sexual por parte de grupos extremistas islámicos. Para el Estado Islámico, la ideología llevó a políticas de la organización que ordenaban o autorizaban la violencia sexual contra grupos sociales específicos, y sirvió para crear instituciones que regulaban las condiciones bajo las cuales ocurría la violencia (Revkin & Wood, 2021).

Este estudio igualmente tiene vínculos con la literatura sobre gobernanza de los rebeldes, la cual asocia la autoridad de los líderes rebeldes, el reclutamiento y donaciones de recursos con su tratamiento de civiles en tiempos de guerra (p. ej., Weinstein, 2007; Mampilly, 2012). En cuanto a la violencia sexual, los tipos de donaciones de recursos son relevantes: en un análisis estadístico transnacional, Whitaker et al. (2019) muestran que a los grupos rebeldes que dependen del apoyo civil para ocultar sus redes se les incentiva a ejercer autocontrol en el uso de la violencia sexual. El liderazgo y la dinámica ‘mandante-representante’ son señalados con frecuencia como importantes para entender las variaciones en la violencia sexual por parte de diferentes organizaciones. El grado de inversión de los líderes en educación política para los combatientes rasos puede ayudar a explicar el autocontrol de los grupos con respecto a la violencia sexual (Hoover Green, 2018). Por el contrario, el horizonte a corto plazo y las presiones sobre la supervivencia de un grupo pueden aumentar la violencia sexual al elevar la tolerancia de los comandantes hacia ella, a pesar de los presuntos costos a largo plazo (Johansson & Sarwari, 2019). Finalmente, las organizaciones rebeldes que eligen a sus líderes son menos propensas a practicar la violencia sexual, posiblemente porque los líderes no desean alejar a sus seguidores o abusar de miembros potenciales, y porque las elecciones mitigan los problemas de ‘mandante-representante’ (Sawyer et al., 2021).

Consecuencias de la violencia sexual

Uno de los desarrollos más recientes en la investigación de la violencia sexual es el número creciente de estudios, muchos basados en los datos de la SVAC, que consideran las consecuencias de la violencia sexual en tiempos de guerra sobre los procesos y los resultados del conflicto. A nivel internacional, los informes de violencia sexual están asociados con un mayor número y un nivel más alto de acciones diplomáticas requeridas por el Consejo de Seguridad de la ONU (Benson & Gizelis, 2020), lo cual refuerza el reconocimiento de la violencia sexual en tiempos de guerra como un problema crítico de seguridad internacional. Nagel y Doctor (2020) asocian la violencia sexual a la fragmentación de los grupos rebeldes; los comandantes que han construido cohesión de grupo mediante la violencia sexual son más propensos a separarse de la organización principal al estar confiados en que sus soldados los seguirán. Adicionalmente, un análisis estadístico transnacional sugiere que la probabilidad de esfuerzos de mediación de conflictos crece cuando la violencia sexual de los grupos rebeldes es de conocimiento público, según se define en los informes de ONG y del Departamento de Estado de Estados Unidos (Nagel, 2019). Si se trata de actores estatales, entre más alta sea la prevalencia de violencia sexual por parte de las fuerzas del Estado, mayor es la probabilidad de que los Estados alcancen resultados negociados; Chu y Braithwaite (2018, p. 233) manifiestan que la violencia sexual es un indicador de debilidad, y los actores que la cometen “están inclinados a rescatar algo del conflicto mediante un acuerdo”.

Los estudios también han documentado un aumento en la movilización de las mujeres como respuesta a la violencia sexual derivada del conflicto (Berry, 2018; Kreft, 2019), conectando con literatura más amplia sobre el crecimiento postraumático resultante de la violencia derivada del conflicto (Bauer et al., 2016). Para Kreft (2019, p. 220), las mujeres afectadas entienden “la violencia sexual como la manifestación violenta de una cultura patriarcal y de desigualdades de género”, lo cual inspira la movilización alrededor de una amplia variedad de temas femeninos “con el objetivo de transformar las condiciones sociopolíticas”. Entre sobrevivientes de violencia sexual y sus familias, los estudios han encontrado evidencia inspiradora de resiliencia y crecimiento. En Sierra Leona, sobrevivientes y familias tomaron medidas activas para contrarrestar el estigma y las consecuencias sociales negativas asociadas al hecho de ser víctimas (Koos, 2018). Si bien el estigma aún persiste, el estudio de Koos sostiene que no es insuperable ni inevitable, un correctivo esperanzador para un enfoque dominante en investigaciones previas que sugiere un estigma indeleble y exclusión social a largo plazo para los sobrevivientes. Los programas de empoderamiento para sobrevivientes de violencia sexual también pueden contrarrestar algunas de las consecuencias negativas de la violencia sexual (Amisi et al., 2018). No obstante, el estigma generado en la comunidad sigue siendo motivo de gran preocupación. A diferencia de la movilización documentada por algunos estudios, hay víctimas y sobrevivientes de violencia sexual que sufren de vergüenza, miedo, ostracismo y desconfianza, y pueden llegar a apartarse de toda interacción social (Wood, 2008). Las percepciones negativas y las objeciones a la inclusión social de las sobrevivientes de violencia sexual siguen siendo fuertes incluso en el este de la RDC, lugar en que se han implementado decenas de programas para cambiar el estigma (p. ej., Finnbakk & Nordås, 2019). Los efectos negativos a largo plazo de la violencia sexual relacionada con conflictos también son evidentes en un estudio estadístico de cómo la violencia en tiempos de guerra afecta a la violencia de posguerra en la esfera privada. En Perú, las áreas con mayores tasas de violencia sexual en tiempos de guerra se convirtieron en focos de abuso de la pareja íntima en los años que siguieron al final de la guerra (Østby et al., 2019). Estas consecuencias conllevan implicaciones significativas para los esfuerzos que se hagan para mitigar los efectos de la guerra y los esfuerzos de recuperación, y están vinculadas a los debates sobre si las guerras aumentan o disminuyen la igualdad de género (Lindsey, 2019; Webster et al., 2019).

Preguntas abiertas y curso futuro en métodos y temas

En esta sección abordamos rutas para futuras investigaciones, tanto metodológicas como sustantivas. Desde una perspectiva metodológica, nos aproximamos a los desafíos que plantea la documentación y los temas de agregación y desagregación. Desde el punto de vista sustancial, destacamos dos áreas de estudio prometedoras para futuras investigaciones: un enfoque en actores armados estatales como perpetradores y una evaluación de la evidencia para cerrar la brecha de la impunidad, la cual ha surgido como la solución principal para gestores de políticas públicas que buscan disuadir futuros actos de violencia sexual.

Desafíos y oportunidades en materia de documentación

La recopilación de datos sobre violencia sexual conlleva importantes desafíos metodológicos y consideraciones éticas complejas y estrechamente relacionadas. Además de las preocupaciones sobre los riesgos de revictimización y privacidad, el programa de investigación está plagado de problemas de sesgo de deseabilidad social, vergüenza y temor a represalias para los sobrevivientes y sus familias. Los sobrevivientes deambulan por entornos sociales difíciles durante y después de la guerra, y optan por informar u ocultar su experiencia por razones estratégicas (Utas, 2005). Los estudiosos de la violencia sexual, en particular aquellos que se adentran en el trabajo de campo y tienen interacciones directas con víctimas y sobrevivientes, han estado a la vanguardia de lo que se escribe sobre las cuestiones éticas en juego cuando se investiga sobre temas sensibles y con poblaciones vulnerables (p. ej., Aroussi, 2020).

Un argumento común es que la violencia sexual es objeto de una crónica falta de denuncias. Esto es cierto en lo relacionado con fuentes oficiales e incluye denuncias a las autoridades policiales y judiciales, aun en tiempos de paz, y es probable que en tiempos de guerra no se haga una abrumadora mayoría de denuncias de violencia sexual. Métodos de investigación creativos pueden mitigar esta escasa cantidad de denuncias y revelar sesgos previamente ocultos para hacer las denuncias. Por ejemplo, un experimento de lista en una encuesta en Sri Lanka reveló una prevalencia de violencia sexual diez veces mayor que la encontrada cuando se hicieron preguntas directas, así como una población previamente oculta de sobrevivientes varones (Traunmüller et al., 2019). Así mismo, se ha utilizado el modelado de variables latentes para analizar problemas de observabilidad, que pueden llevar a que se denuncien patrones de algunos casos de violencia sexual y se pasen por alto otros (Krüger & Nordås, 2020).

La baja incidencia de denuncias puede surgir porque el lenguaje utilizado para describir la violencia sexual es opaco comparado con el lenguaje utilizado para describir asesinatos y otros tipos de violencia (Leiby, 2009a). Víctimas, sobrevivientes y testigos pueden autocensurarse, usando eufemismos difíciles de descifrar y descripciones indirectas. Esto hace que la extracción de datos a través de la automatización y el aprendizaje automático, que es muy promisoria en el campo de la violencia política, sea mucho más compleja cuando se estudia la violencia sexual. Los académicos también han argumentado que la violencia sexual puede ser denunciada de manera exagerada si los beneficios y la ayuda están directamente vinculados con el estado de sobreviviente de violencia sexual (Utas, 2005), o si los grupos de defensa resaltan selectivamente la violencia sexual para atraer la atención pública hacia una crisis (Cohen & Hoover Green, 2012).

Igualmente, hay sesgos de género para hacer este tipo de denuncias. Históricamente, tanto hombres como niños víctimas y sobrevivientes de violencia sexual han sido pasados por alto (Carpenter, 2006). Cuando se trata de hombres víctimas y sobrevivientes, los problemas de vergüenza y estigma pueden intensificarse (Sivakumaran, 2007). Aunque la literatura sobre sobrevivientes masculinos es cada vez mayor (p. ej., Schulz, 2018; Edström & Dolan, 2019; Traunmüller et al., 2019), la acumulación de conocimiento se ve obstaculizada por la falta de datos confiables. Este es también el caso de las investigaciones sobre violencia sexual contra minorías sexuales y de género, aunque existen estudios de casos detallados de, por ejemplo, violencia sexual contra combatientes lgBT en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) (Thylin, 2020). Por último, no hay datos suficientes sobre combatientes víctimas y supervivientes que son objeto de violencia sexual dentro de las organizaciones armadas; una excepción es la investigación sobre agresión sexual dentro de las fuerzas armadas de Estados Unidos (p. ej., Wood & Toppelberg, 2017).

La rápida expansión de los estudios cuantitativos sobre violencia sexual ha suscitado preocupaciones sobre el sesgo y las limitaciones de los datos (p. ej., Davies & True, 2015; Krüger & Nordås, 2020). Aunque estos expertos presentan críticas importantes, los datos cualitativos se ven afectados por muchos de los mismos sesgos, como el bajo número de denuncias y los estigmas. Los estudios más exitosos sobre violencia sexual relacionada con conflictos combinan múltiples métodos, utilizando análisis estadísticos de grandes conjuntos de datos con tamaño de muestra grande y entrevistas intensivas sobre el terreno, encuestas y grupos de sondeo. La investigación futura debe analizar sistemáticamente las variaciones en la observabilidad bajo diferentes condiciones e invertir en evaluaciones más sofisticadas de la incertidumbre de los datos para calibrar mejor los análisis y las conclusiones (Krüger & Nordås, 2020). Esto se podría combinar con estudios de casos comparativos o nuevos métodos de recopilación de datos, incluyendo el uso de tabletas y la autoentrevista asistida por computadora (ACASI), que eliminan la necesidad de que los participantes comuniquen verbalmente información confidencial a los encuestadores. Esa inversión en innovación de métodos y prácticas de recopilación de datos en múltiples niveles de análisis debería ser una futura prioridad, y podría mejorar enormemente la base de evidencias y nuestra capacidad para predecir y prevenir la violencia sexual en el futuro.

(Des)agregación y contexto

En el estudio general sobre la violencia derivada del conflicto existen corrientes contrapuestas en cuanto a la agregación y desagregación, que también son relevantes para el estudio de la violencia sexual. Los académicos han comenzado a desagregar el concepto de violencia sexual en sus formas específicas, argumentando que la lógica detrás de sus diversas formas probablemente difiere. Por ejemplo, Donnelly (2019) se centra en el matrimonio forzado para develar su lógica y dinámica distintivas, paso necesario para comprender las condiciones particulares en que se produce esta forma de violencia sexual. Los datos espaciotemporales, como los del Proyecto de Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados (ACLED, por su sigla en inglés), son otro medio para desagregar información a fin de comprender las variaciones en los datos de conflictos basados en eventos. El ACLED también comenzó recientemente a recopilar información basada en eventos sobre violencia contra las mujeres, incluyendo la violencia sexual (Kishi et al., 2019), un aporte útil a los datos transnacionales.

No obstante sus beneficios, la desagregación corre el riesgo de introducir una precisión falsa (Hoover Green & Cohen, 2021), o una especificidad que la información subyacente no pueda respaldar de manera creíble. Los problemas de observabilidad no necesariamente se eliminan, e incluso se podrían exacerbar, a causa de estructuras de datos más desagregadas, ya que mayores cantidades de información corren el riesgo de quedar inutilizables por no ser suficientemente específicas. Por ejemplo, una descripción de la violencia sexual perpetrada por ‘algunos grupos rebeldes’ no se puede codificar en una estructura de datos que requiera información sobre formas específicas de violencia y grupos determinados de perpetradores. La desagregación también conlleva el riesgo de violar la privacidad de los encuestados mediante la divulgación deductiva, revelando inadvertidamente las identidades de los encuestados, lo cual es un riesgo particularmente agudo con una violencia estigmatizada como lo es la violación. Además, la desagregación puede pasar por alto dinámicas contextuales más amplias, como, por ejemplo, si la violencia sexual conllevó un complemento o sustituto de otras formas de violencia; o si, por ejemplo, el saqueo y la violación (actos violentos que a menudo se supone que van juntos) están de hecho estrechamente correlacionados. El estudio de la violencia sexual, junto con otros tipos de violencia, arroja luz sobre los procesos de conflicto y la historia política, como se demuestra en el estudio de Inal (2013) sobre el enigma de por qué el saqueo estaba prohibido por leyes establecidas en tratados, como las convenciones de La Haya de 1899 y 1907, un siglo antes de que la violación fuera prohibida por el Estatuto de Roma de 1998.

Centrarse en repertorios más amplios de violencia es ciertamente una alternativa a un enfoque singular de la violencia sexual. Cuando los académicos estudian múltiples formas de manera conjunta, intentan comprender los tipos de violencia que utilizan los grupos armados y el grado en que se emplean. Hoover Green (2018) teoriza explícitamente la noción del repertorio y estudia la violencia sexual, el saqueo y el asesinato en la guerra civil salvadoreña. De la misma manera, Gutiérrez Sanín y Wood (2017) abogan por una mayor claridad conceptual en la comprensión de los patrones de violencia, incluyendo repertorio, focalización, frecuencia y técnica. Es probable que las causas de la violencia sexual varíen con su forma específica (por ejemplo, la tortura sexual, la violación en grupo y la esclavitud sexual pueden estar impulsadas por diferentes procesos). Los datos que documentan el repertorio de las formas de violencia sexual, es decir, cuáles combinaciones de formas específicas son perpetradas y en qué nivel de prevalencia por organizaciones particulares, pueden facilitar mayores análisis de esas pautas. Además, la inclusión de la violencia sexual en su contexto más amplio puede mitigar la crítica de académicos feministas (p. ej., Meger, 2016) sobre la tendencia a catalogar la violencia sexual como el peor daño posible (para las mujeres especialmente), materializando las nociones patriarcales de la pureza sexual de las mujeres.

Actores estatales como perpetradores

Un mito poderoso es que la violencia sexual en tiempos de guerra es perpetrada principalmente por rebeldes indisciplinados (Cohen et al., 2013; Wood, 2013). Sin embargo, la evidencia muestra claramente que los Estados son mucho más propensos a ser denunciados como autores de violencia sexual (Cohen & Nordås, 2014). Incluso en casos en que los rebeldes muestran autocontrol, los Estados pueden perpetrar actos de violencia sexual contra sus ciudadanos. Por ejemplo, el Estado fue responsable de una abrumadora mayoría de los actos de violencia sexual en las guerras civiles en Perú (Leiby, 2009b) y en El Salvador (Hoover Green, 2018).

Dada la frecuencia con la que tanto Estados como actores vinculados con los Estados son denunciados como autores de actos de violencia sexual contra civiles, sería necesario estudiar de manera más sistemática las causas, la dinámica y las consecuencias de estos hechos de violencia por parte de los Estados. Los actos de violencia sexual, cuyas evidencias son anecdóticas, son comunes en los repertorios represivos de los Estados, en situaciones de asesinatos en masa y en Estados autoritarios en los que el aparato coercitivo está involucrado en otras formas de represión. Es necesario contar con datos sistemáticos sobre violencia estatal por parte de una serie de actores, tanto durante el conflicto como en tiempos de paz, para poder analizar rigurosamente los patrones de este tipo de violencia en el tiempo y el espacio.

Hasta la fecha, los argumentos existentes que explican por qué actores estatales perpetran actos de violencia sexual se centran en la dinámica ‘mandante-representante’ y en la suposición de que es más probable que la violencia sexual esté asociada con un “exceso de trabajo” de los representantes debido a motivos privados o deseos personales (p. ej., Mitchell, 2004). Un análisis estadístico global apoya este argumento, pero se limita a datos de un solo año (Butler et al., 2007). Puesto que el argumento enfatiza que la falta de control y disciplina de las fuerzas de seguridad son los principales impulsores de la violencia sexual, contrasta marcadamente con otros trabajos de la literatura de derechos humanos que recalcan que la represión estatal proviene de motivos estratégicos y de coordinación por parte de los líderes (Davenport, 2007). Por consiguiente, en el futuro se deben tener en cuenta diferentes modelos teóricos.

Si bien es posible que los representantes estén cometiendo actos de violencia sexual que el ‘mandante’ desconoce, esta ignorancia parece inverosímil en muchos casos. Por ejemplo, Leiby (2009b, p. 459) encuentra que, en Guatemala y Perú, un tercio y aproximadamente la mitad de los incidentes reportados, respectivamente, “se produjeron en circunstancias que niegan la posibilidad de que los líderes estatales no tuvieran conocimiento de la violencia”. Esto se refleja en una investigación sobre violaciones en guerra civil que encontró que una gran parte de la violencia sexual perpetrada por el Estado tuvo lugar en condiciones de detención (Cohen, 2016). Además de la conclusión de que los Estados no parecen delegar la violencia sexual en las milicias progubernamentales para lograr una negación plausible (Cohen & Nordås, 2015), estos resultados juntos arrojan serias dudas sobre la idea de que los líderes del Estado desconocen y no pueden detener los actos de violencia sexual cometidos por sus representantes.

Más allá de las fuerzas armadas estatales y las milicias progubernamentales, el trabajo futuro debería basarse en investigaciones que consideren el conjunto más amplio de actores que forman parte del aparato coercitivo del Estado, tanto en el país como en el extranjero. Esto incluye investigaciones sobre actos de violencia sexual por parte de personal de mantenimiento de la paz de la ONU (Nordås & Rustad, 2013; Karim & Beardsley, 2017; Westendorf, 2020) y sobre patrones de violencia sexual por parte de otros actores estatales vinculados al conflicto, como contratistas militares privados (Snell, 2011). Tanto en tiempos de paz como durante períodos de conflicto armado la violencia sexual por parte de la policía puede ser fundamental para comprender el uso que el Estado hace de la violencia sexual, pero esto aún no está bien documentado. Tanto los elementos estratégicos y oportunistas de los aparatos coercitivos de los Estados y su uso de la violencia sexual, como su comparación con otras violencias y repertorios represivos perpetrados por los Estados son temas críticos para futuras investigaciones. Un estudio renovado de los actores estatales que están activos a lo largo de todo el espectro, desde tiempos de paz hasta la guerra, hace que la investigación centrada en los actores estatales sea particularmente valiosa para abordar los debates sobre el espectro continuo de la violencia sexual en investigaciones futuras.

La brecha de la impunidad: cómo poner fin a la violencia sexual en tiempos de guerra

En lo referente a políticas públicas, la idea fundamental de que la violencia sexual relacionada con conflictos varía implica que los grupos armados pueden mitigarla e incluso prevenirla por completo. Sin embargo, no queda claro cuáles intervenciones pueden reducir o prevenir las atrocidades de la violencia sexual. Aunque las tendencias temporales en la prevalencia de la violencia sexual sobre el terreno son difíciles de establecer debido a la “paradoja de la información” (Clark & Sikkink, 2013), la incidencia reportada de violencia sexual no está disminuyendo con el tiempo, y en algunos conflictos está ocurriendo a niveles muy altos. En el futuro, la comunidad académica tendrá que seguir teorizando y evaluando qué tipos de intervenciones pueden mitigar la violencia sexual relacionada con conflictos.

En muchos círculos de activistas y profesionales, el llamado a poner fin a la impunidad de quienes perpetraron actos de violencia sexual en el pasado se anuncia como la solución definitiva al problema de la violencia sexual (y especialmente la violación) en la guerra. Esto supone que el enjuiciamiento es un poderoso elemento de disuasión; sin embargo, hay poca evidencia empírica que apoye esta suposición, al menos a nivel de la CPI (Cronin-Furman, 2013). Bajo qué condiciones las acciones judiciales pueden disuadir a los autores de actos de violencia sexual y cuáles tipos de perpetradores pueden ser disuadidos son temas importantes para la investigación futura.

Investigaciones en esferas conexas sugieren que los enjuiciamientos logran disuadir algunos tipos de violaciones de los derechos humanos (Dancy et al., 2019). Las investigaciones futuras podrían considerar el impacto de los esfuerzos para poner fin a la impunidad, cotejando al mismo tiempo los inmensos costos (tanto monetarios como temporales) de los procesos judiciales con otros posibles mecanismos para reducir la violencia sexual relacionada con conflictos, basándose en la literatura sobre derechos humanos y represión estatal. Una preocupación es que los Estados pueden usar los enjuiciamientos como una hoja de parra que cubra una agenda explícitamente política, en la que el enjuiciamiento selectivo sirve a los objetivos de los líderes “para obtener legitimidad política entre audiencias nacionales clave” (Loken et al., 2018, p. 751). Medie (2020) se centra en el papel de las Naciones Unidas y los movimientos locales de mujeres en la presión que se hace por justicia posterior a conflictos para las sobrevivientes de violencia sexual, y en el papel clave de las organizaciones de mujeres en la institucionalización e implementación de mecanismos especializados para abordar la violencia contra las mujeres. Lake (2018) argumenta que la fragilidad del Estado crea oportunidades para que las ONg de derechos humanos inicien procesos legales en formas que son imposibles en Estados más fuertes. El que las intervenciones funcionen de manera efectiva para detener o prevenir la violencia sexual probablemente dependerá de si dicha violencia es estratégica, oportunista o se ha desarrollado como práctica a nivel de grupos armados (Wood, 2014). Además, los raros casos en los que hay pruebas claras de que los líderes ordenaron o llevaron a cabo la violación con una intención estratégica, como en Ruanda, Bosnia y en la actual crisis rohinyá, pueden requerir un conjunto de herramientas diferente al de las situaciones en las que los perpetradores fueron representantes deshonestos.

Conclusiones

La literatura empírica cuantitativa y cualitativa de las ciencias políticas sobre la violencia sexual contra civiles en tiempos de guerra se ha expandido de manera importante. Este crecimiento ha sido particularmente fuerte a raíz de haberse reconocido que la incidencia de estos hechos de violencia varía según los países, los conflictos, los actores y el tiempo, ya que ahora se cuenta con datos cuantitativos más sistemáticos. Si bien es cierto que aún es una literatura relativamente reducida, la investigación ha hecho contribuciones importantes a la disciplina más amplia y lo sigue haciendo. El estudio de la violencia sexual ha llevado el área de estudio a poner de relieve la importancia de los factores organizativos e institucionales internos de los grupos armados estatales y no estatales para comprender los patrones de violencia. Estos estudios han aportado claridad sobre de qué manera la cohesión, la ideología, la gobernanza y la instrucción son fundamentales para analizar el comportamiento de los actores armados. Además, el concepto de violencia como práctica (a diferencia de estrategia u oportunismo) tiene una utilidad que va mucho más allá de la violencia sexual y podría usarse para explicar “todas las formas de violencia política” (Wood, 2018, p. 513), así como otros comportamientos de los grupos armados.

El estudio de la violencia sexual tiene el potencial de aportar ideas importantes en un conjunto más amplio de procesos políticos, que incluye elecciones, protestas y represión (p. ej., Kreft, 2019; Krause, 2020). Además, el estudio de la violencia sexual relacionada con conflictos ha hecho que se preste más atención al sexo y al género en los estudios sobre conflictos y en las relaciones internacionales en general, y esto ha sido posible gracias al creciente número de mujeres en el mundo académico. Los llamados que los académicos hacen sobre la violencia sexual, quizá más en talleres y reuniones que en investigaciones publicadas, ponen de presente un enfoque más inclusivo para la investigación de conflictos, expresando su preocupación de que los académicos de las regiones afectadas por conflictos deberían participar más en la recopilación de datos, análisis y debates académicos.

El estudio de la violencia sexual derivada del conflicto entraña retos metodológicos espinosos e instructivos en cuanto a la forma de reunir datos sobre fenómenos difíciles de medir. Se necesitan urgentemente más y mejores datos, y esta área de estudio presenta una oportunidad para desarrollar nuevas metodologías para recopilación de datos que reflejen las mejores prácticas éticas y métodos de vanguardia para investigar temas sensibles. Dada la naturaleza interdisciplinaria del tema de investigación, que abarca campos tan dispares como salud pública, medicina, derecho, estudios sobre mujer y género, economía e informática, esta área de estudio puede y debe fomentar colaboraciones productivas y creativas en una amplia gama de académicos.

Declaración de divulgación

Las autoras no tienen conocimiento alguno de afiliaciones, membresías, financiación o participaciones financieras que pudiesen afectar la objetividad de esta revisión.

Agradecimientos

Queremos expresar nuestros agradecimientos a Regina Bateson, Christian Davenport, Amelia Hoover Green, Danielle Jung, Zoe Marks, Robert Nagel, Radha Sarkar, Jessica Stanton, Elisabeth Jean Wood y un revisor anónimo.

Referencias

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Notas

* Traducido con el permiso de la Annual Review of Political Science, 24(2021), https://www.annualreviews.org. Nordas, R., & Cohen, D. K. (2021). Conflict-related sexual violence. Annual Review of Political Science, 24, 193-211. https://doi.org/10.1146/annurev-polisci-041719-102620. Traducción hecha por Marco Danies.

1 En este artículo usamos los términos ‘víctima’ y ‘perpetrador’, puesto que son términos estándar dentro del sistema de justicia penal y en buena parte de la literatura sobre violencia. Sabemos que algunas personas que han sido atacadas prefieren el término ‘sobreviviente’ en señal de su resiliencia y fuerza, y también porque no todas las víctimas de violencia sexual sobreviven. Por ello, en todo el documento nos referimos a ‘víctimas y sobrevivientes’.

Notas de autor

** Peace Research Institute Oslo (PRIO)