Revista Estudios Socio-Jurídicos
ISSN:0124-0579 | eISSN:2145-4531

Narcotráfico, pandilleros y capital cultural positivo en Nicaragua

Drug trafficking, gang members and positive cultural capital in Nicaragua

Narcotráfico, bandos e capital cultural positivo na Nicarágua

Dennis Rodgers

Narcotráfico, pandilleros y capital cultural positivo en Nicaragua

Revista Estudios Socio-Jurídicos, vol. 22, núm. 2, 2020

Universidad del Rosario

Dennis Rodgers *

Instituto de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo (Ginebra, Suiza)., Suiza


Recibido: 10 febrero 2020

Aceptado: 20 febrero 2020

Información adicional

Para citar: Rodgers, D. (2020). Narcotráfico, pandilleros y capital cultural positivo en Nicaragua. Estudios Socio-jurídicos, 22(2), 1-21. Doi: https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/sociojuridicos/a.9147

Introducción

Como lo resaltan Steven Levitt y Stephen Dubner (2005, p. 103) en su famoso libro Freakonomics, existen numerosos mitos e ideas equivocadas sobre los beneficios del tráfico de drogas. En su capítulo jocosamente intitulado “¿Por qué los expendedores de drogas viven todavía con sus mamás?”, por ejemplo, describen cómo, contrariamente a lo que suele pensarse, la gran mayoría de los involucrados en el tráfico de drogas en Estados Unidos ganan “menos del salario mínimo”, y únicamente los jefes de las bandas obtienen ganancias significativas. Si bien este no es necesariamente el caso en todo el mundo —ver Rodgers (2017a)—, no hay duda de que los beneficios del tráfico de drogas se distribuyen de manera muy desigual, y que son altamente contingentes y volátiles, lo cual puede generar economías políticas muy particulares. Al mismo tiempo, este tema ha sido tratado principalmente en el contexto de políticas públicas generales y los regímenes institucionales dentro de los cuales se mueve el tráfico de drogas, o en el contexto de los beneficios más tangibles y materiales del transporte y la venta de drogas, es decir, las ganancias financieras que generan (o no generan) las drogas, y la forma en que dichas ganancias son (conspicuamente) gastadas o invertidas (o no invertidas). Se ha prestado menos atención a los beneficios menos tangibles asociados al tráfico de drogas, específicamente a cómo el expendio y el tráfico de drogas pueden generar formas no materiales de valor económico. En particular, el negocio de las drogas imparte ciertos conocimientos y habilidades a sus participantes que podrían tener impactos económicos de mucho mayor alcance que las ganancias tangibles y materiales del narcotráfico, en parte porque son menos susceptibles al deterioro y la disipación debido a su naturaleza intangible, pero también porque claramente tienen el potencial de influenciar formas de acumulación e intercambio que no están relacionadas con las drogas. Esto obviamente origina preguntas críticas acerca tanto de la sostenibilidad del expendio y tráfico de drogas como de sus beneficios de largo plazo, los cuales generalmente no se toman en cuenta, en parte debido a las connotaciones con frecuencia negativas asociadas con el narcotráfico. De hecho, la mayoría de los análisis sobre las consecuencias a largo plazo del expendio y tráfico de drogas se han enfocado en preguntas normativas de poder —ver, por ejemplo, Varese (2001), Volkov (2002) y Glenny (2009)— o de moralidad —ver, por ejemplo, Karandinos et al. (2014) y Rodgers (2015)— en vez de explorar cómo podrían conformar otras formas de intercambio económico o determinar regímenes de acumulación no relacionados con el narcotráfico. Con base en la deconstrucción del concepto de capital que hace Pierre Bourdieu (1986), con el fin de caracterizar sus formas más allá de lo material, el presente artículo explora la manera en que los beneficios intangibles del narcotráfico impactan los intercambios y la acumulación en campos no relacionados con el narcotráfico de un modo potencialmente más significativa que sus equivalentes más tangibles. Específicamente, retomamos la distinción que hace Bourdieu entre el capital “incorporado” y el “objetivado” para explicar las trayectorias contrastantes de Bismarck y Milton,1 dos extraficantes del barrio Luis Fanor Hernández, un barrio pobre de Managua, la ciudad capital de Nicaragua, donde he venido realizando un estudio etnográfico longitudinal desde el año 1996. Mientras que Bismarck inicialmente parecía haber logrado construir un exitoso negocio inmobiliario a partir del capital material que acumuló como narcotraficante, su naturaleza objetivada implicó que sus actividades económicas posteriores al narcotráfico fuesen altamente vulnerables a circunstancias cambiantes. En contraste, la utilización por parte de Milton de un capital incorporado para desarrollar un negocio de tortillas significó que su estrategia de acumulación postráfico de droga fuese mucho más sostenible. Al mismo tiempo, sin embargo, las trayectorias de Bismarck y Milton resaltan que es importante tener en cuenta no solamente la diferencia entre la naturaleza subyacente de los beneficios del narcotráfico, sino también la naturaleza del campo de actividad al cual se ‘transfieren’.

Formas de capital y de acumulación

En su artículo sobre “Las formas de capital”, Bourdieu (1986) hace una distinción entre tres clases de capital —económico, social y cultural—, pero también entre las tres modalidades que estas pueden tomar: “incorporado”, “objetivado” e “institucionalizado”. El concepto de capital económico hace referencia a recursos materiales (es decir, dinero, activos físicos o propiedades); mientras que el capital social tiene que ver con recursos tales como las relaciones sociales del individuo; y el capital cultural, con los conocimientos y habilidades adquiridos por medio de la educación y el estatus social del individuo. Los agentes sociales acumulan diferentes clases de capital en los diversos ‘campos sociales’, pero Bourdieu argumenta que la forma de capital es la que determina el impacto y las consecuencias de su acumulación, especialmente en el largo plazo. Las formas de capital incorporadas son habilidades y conocimientos adquiridos por medio de la socialización, el capital objetivado hace referencia a los bienes materiales y las propiedades, mientras que el capital institucionalizado consiste en el reconocimiento formal otorgado de manera generalizada. Una forma más simple de entender las diferencias entre el capital incorporado, objetivado e institucionalizado es en términos de su materialidad, donde el capital incorporado es intangible, el capital objetivado es tangible y el capital institucionalizado consiste en su reconocimiento contextual. En el caso del capital económico —que es el tipo más relevante para esta discusión sobre los beneficios del narcotráfico—, Bourdieu (1986, p. 47) argumenta que puede tomar la forma ya sea de capital incorporado, es decir, prácticas y formas de ser que permiten o facilitan la acumulación de capital, o de capital objetivado, esto es, las ganancias económicas o los bienes que se adquieren con ellas, o, por último, capital institucionalizado, “en la forma de derechos de propiedad”. Aunque los economistas con frecuencia consideran que las diferentes formas de capital son intercambiables, Bourdieu sostiene que este no es el caso, resaltando que las diversas formas de capital tienen distintos efectos sobre su acumulación. En particular, argumenta que la acumulación a largo plazo se basa en la institucionalización del capital. Este aparentemente es el caso, como bien lo señalan los trabajos de otros investigadores de las ciencias sociales, tales como North y Weingast (1989), Acemoglu et al. (2001) o Angeles (2011), aunque esto no quiere decir que las diferentes naturalezas del capital incorporado y objetivado no tengan consecuencias potencialmente importantes sobre la sostenibilidad de la acumulación económica. De hecho, este es un tema que sale a relucir implícitamente en algunas de las críticas a la obra magistral de Thomas Piketty (2014), Capital in the Twenty-First Century, en particular en las observaciones de Friedman et al. (2015) y Savage (2014). Estos últimos señalan que al enfocarse casi exclusivamente en el papel que juega la acumulación de capital económico en la generación de la desigualdad persistente, Piketty no solo ignora la importancia crítica del capital cultural, por ejemplo, sino que también se limita a considerar únicamente las formas de capital objetivado (en particular, igualando el capital con la riqueza). En consecuencia, el análisis de Piketty sobre las tendencias globales e históricas de la desigualdad se podría considerar un tanto determinista, basado en un modelo limitado y unilateral de las dinámicas del capitalismo (Pettifor & Tily, 2014). Este problema se hace evidente cuando consideramos las diferentes trayectorias de antiguos traficantes de drogas en el barrio Luis Fanor Hernández de Managua. Como he argumentado en mayor detalle en otros trabajos (Rodgers, 2017a, 2018), el expendio de drogas es una de las pocas actividades económicas que posibilitaron una significativa acumulación de capital en el barrio, y si bien había grandes diferencias entre las distintas categorías de narcotraficantes —por ejemplo, entre los expendedores de calle y los mayoristas—, los individuos tendían a acumular niveles comparables de ingresos. Sin embargo, sus trayectorias después de dejar atrás el narcotráfico varían significativamente, aun en el interior de las categorías. En cierta medida esto se debió a las opciones que escogieron los individuos, pero las variaciones también se pueden vincular a la forma en que desplegaron su capital económico acumulado en diferentes actividades económicas posteriores al narcotráfico, y más específicamente si se basaron en un capital incorporado o en un capital objetivado, como lo demuestran las contrastantes trayectorias de Bismarck y Milton. Antes de describir estos casos en detalle, la siguiente sección presenta un breve resumen del surgimiento y la caída del narcotráfico en el barrio Luis Fanor Hernández, con el fin de ofrecer mayor contexto sobre las vidas de estos dos individuos.

El surgimiento y la caída de la economía de las drogas en el barrio Luis Fanor Hernández, 1999-20162

Aunque las drogas no eran para nada desconocidas en el barrio Luis Fanor Hernández antes de 1999, la cocaína era muy escasa, y quienes consumían drogas principalmente fumaban marihuana, huevia pega, o tomaban floripón hervido (el floripón es una flor nativa de Nicaragua que tiene efectos alucinógenos cuando se consume).3 Todas ellas se producían localmente a un nivel muy artesanal. El tráfico de cocaína en el barrio también se desarrolló inicialmente de manera artesanal e informal, centrada en un solo individuo, a quien llamaban el Indio Viejo. Este había sido miembro de la primera pandilla local de la posguerra a comienzos de la década de 1990, y después de salir de la pandilla comenzó a sembrar marihuana con su hermano en un terreno comunal cerca de su casa en el barrio. Vendía la cosecha principalmente a una clientela regular de pandilleros locales, pero también a unos cuantos individuos que no eran del barrio. Aunque había vivido en el barrio Luis Fanor Hernández toda su vida, la familia del Indio Viejo era originalmente de la costa Caribe nicaragüense, y en 1999, un primo pescador de Bluefields, conocedor de su participación en el negocio de la marihuana, le envió un paquete de cocaína que había recogido en el mar —adonde había sido arrojado por narcotraficantes para evitar ser arrestados al ser interceptados por las autoridades— y le pidió que se lo vendiera. Por intermedio de uno de sus clientes de fuera del barrio, el Indio Viejo vendió la cocaína a un expendedor de drogas de otro barrio,4 y al hacerlo se dio cuenta de que los márgenes de ganancia de la cocaína eran mucho mayores que los de la marihuana. En consecuencia, inmediatamente se puso a organizar sus redes de familiares y amigos en el Caribe para que le enviaran cualquier paquete de cocaína que encontraran, al comienzo ofreciéndoles vender a comisión, pero después simplemente comprándoles directamente. Pronto descubrió que debía vender la mayor parte de la cocaína en forma de crack —que se conoce en Nicaragua como ‘la piedra’— debido a las condiciones locales del mercado. El crack se produce hirviendo la cocaína (clorhidrato de cocaína) con bicarbonato de sodio en agua, y es mucho menos costoso que la cocaína, puesto que se encuentra diluido con un menor nivel de pureza, tanto así que se le conoce como la ‘cocaína del pobre’, lo que quiere decir que era más asequible en el contexto general de pobreza del barrio Luis Fanor Hernández. No obstante, la fabricación del crack requiere de mucha mano de obra, así que el Indio Viejo decidió reclutar a colaboradores para hacer el trabajo, con lo que la economía narcotraficante del barrio Luis Fanor Hernández se constituyó en una pirámide de tres niveles. En el ápice estaba el Indio Viejo —llamado el ‘narco’—, quien introducía la cocaína al barrio y la vendía al por mayor, principal pero no exclusivamente a una media docena de ‘púsheres’ en el barrio. Los púsheres ‘cocinaban’ la cocaína que le compraban al narco para convertirla en crack, el que luego vendían desde sus casas —‘los expendios’— a una clientela regular que incluía a los ‘muleros’, que representan el escalafón más bajo de la pirámide del narcotráfico. Los muleros vendían el crack en pequeñas dosis a todo el que quisiera comprarlas en las esquinas del barrio, generalmente en forma de ‘paquetes’ que contenían dos dosis, llamadas ‘tuquitos’. De manera que, para el año 2002, la economía narcotraficante del barrio Luis Fanor Hernández involucraba directamente a 29 individuos: 1 narco, 9 púsheres y 19 muleros. El narco, los púsheres y muleros eran todos del barrio, y además todos eran pandilleros o expandilleros. Sin embargo, el narco y los púsheres también contrataban con frecuencia a no pandilleros —generalmente familiares cercanos— para ayudarles, y muchos habitantes del barrio también participaban más indirectamente en la economía narco en calidad de ‘bodegueros’, guardando drogas en sus casas para el narco o los púsheres a cambio de un pago, generalmente entre US$15-70 por mes, dependiendo de la cantidad y el tiempo de almacenamiento. Esto representaba una cantidad importante de dinero en un contexto donde el sueldo mensual promedio era de unos US$100, pero palidecía en comparación con lo que ganaban quienes estaban directamente involucrados en el negocio del narcotráfico, el cual surgió como la forma más significativa de acumulación de capital económico en el barrio Luis Fanor Hernández. Tal y como he narrado en mayor detalle en otros trabajos (Rodgers, 2006, 2007a, 2007b, 2016, 2017a, 2018), en el año 2002, los muleros del barrio ganaban entre US$350 y US$600 al mes por medio del expendio de drogas, mientras que los púsheres ganaban entre US$1,050 y US$2,400 al mes, dependiendo de si compraban uno o dos kilos de cocaína del narco. No cuento con información directa sobre las ganancias de este último, aunque claramente eran mucho mayores. Era dueño de dos casas en el barrio Luis Fanor Hernández —una con dos plantas, lo que era relativamente exótico y una señal de opulencia económica en el contexto de Managua, donde ocurren frecuentes terremotos—, además de por lo menos dos más en otros barrios. También poseía dos motocicletas y una flotilla de diez automóviles, ocho de los cuales eran taxis. Los beneficios financieros del narcotráfico también permeaban a otros sectores más allá de la ‘narcoburguesía’ directamente involucrada en el negocio, dado que compartían su botín con sus familias extendidas, a tal grado que se podía observar que cerca del 40 % más de los hogares del barrio Luis Fanor Hernández había mejorado notablemente su condición económica gracias al narcotráfico, comparado con barrios aledaños que no participaban en el negocio. Pero al mismo tiempo, como lo han señalado numerosos estudios, en el caso del narcotráfico, la generación de estatus es igual de importante que la generación de ingresos (ver, por ejemplo, Baird, 2015; Bourgois, 1995; Contreras, 2013), y todos los involucrados en el negocio del narcotráfico en el barrio Luis Fanor Hernández también realizaban actos de ‘consumo ostentoso’, tales como usar joyería gruesa y ropa de marca, consumir alcohol importado o hacer compras en los supermercados en vez de en los mercados locales. Esta acumulación de capital objetivado era particularmente notoria al nivel de infraestructura, puesto que los traficantes remodelaban completamente sus casas, transformando las chozas de madera características del barrio en ostentosas casas de ladrillo pintadas con colores estridentes y accesorios extravagantes —en un caso, ¡con lámparas de araña en cristal!— y las llenaban de muebles exóticos, como espejos rococó estilo Luis XIV, sillas y sofás de madera fina hechas a mano, así como lujosos electrodomésticos, tales como televisores de pantalla ancha, sistemas de sonido de gran vataje y consolas de videojuegos Nintendo.

No obstante, la economía política del narcotráfico del barrio Luis Fanor Hernández comenzó a cambiar a partir del año 2003, cuando el Indio Viejo empezó a profesionalizar sus operaciones. Por una parte, esto se debió a que la mayoría de los pandilleros que había reclutado como expendedores de calle —y quienes de paso proporcionaban una red de seguridad para la economía narcotraficante— se habían convertido en adictos al crack, y, por lo tanto, eran cada vez menos confiables. Por otra parte, la naturaleza artesanal de sus suministros implicaba que no siempre hubiese disponibilidad, lo que evidentemente tenía un impacto negativo sobre el tráfico. Por medio de sus contactos en la costa Caribe, logró establecer vínculos con un cartel de drogas colombiano —el Cartel del Norte del Valle, según dos púsheres a quienes entrevisté en el año 2007— que venía transportando regularmente drogas desde Colombia a Nicaragua, con el fin de lograr un suministro de cocaína más regular y menos contingente, y consecuentemente también se hizo más selectivo en su escogencia de socios. Para el final del año 2005, el Indio Viejo lideraba un grupo cerrado, algo tenebroso, al que localmente llamaban el cartelito, el cual era muy temido, en parte porque no se sabía su tamaño, dado que involucraba a personal de fuera del barrio, aunque el barrio Luis Fanor Hernández continuaba siendo su principal territorio de ventas. Aunque el Indio Viejo continuó suministrando a algunos púsheres locales —que efectivamente se convirtieron en miembros del cartelito—, excluyó a otros, y activamente disuadió a estos últimos de intentar realizar cualquier actividad de tráfico de drogas al asesinar dramáticamente a un púsher que intentó buscar una fuente alterna de cocaína por su propia cuenta. Durante este período, los miembros del cartelito también tuvieron enfrentamientos cada vez más frecuentes con la pandilla local del barrio Luis Fanor Hernández, expulsándolos del expendio callejero por medio de la intimidación. Después de algunos meses de sufrir estos ataques, la pandilla del barrio Luis Fanor Hernández decidió vengarse, atacando la casa del Indio Viejo una tarde a mediados de 2006, lo que provocó una balacera entre los pandilleros y los miembros del cartelito, durante la cual un pandillero llamado Charola sufrió heridas graves. Los otros miembros de la pandilla huyeron y lo dejaron atrás, y un miembro del cartelito llamado Mayuyu se acercó a Charola y lo mató, con un disparo a la cabeza, tipo ejecución, “como advertencia a los demás”, según narró durante una entrevista algunos años después —ver Rodgers (2015) para mayores detalles—. Luego de este suceso, la pandilla del barrio Luis Fanor Hernández efectivamente dejó de existir, y el narcotráfico local quedó controlado únicamente y exclusivamente por el cartelito. El número de personas del barrio Luis Fanor Hernández involucradas en el negocio era claramente menor, y, en consecuencia, los beneficios del negocio dejaron de permear a la población no traficante tanto como antes, aunque el período 2006-2007 fue claramente el de mayor volumen de tráfico de drogas en el barrio. A partir de finales del año 2007, sin embargo, el cartelito del barrio Luis Fanor Hernández comenzó a reducir su participación en el expendio local de drogas para dedicarse en cambio al tráfico de drogas —es decir, al transporte de las drogas a través de Nicaragua—. Esto ocurrió inicialmente porque habían arrestado al Indio Viejo, quien consideró que este evento se debía a la alta visibilidad del negocio del expendio de drogas.5 Al mismo tiempo, no obstante, el Indio Viejo se había dado cuenta de que el margen de rentabilidad del tráfico de drogas era mucho más alto que el del expendio. Así que, mientras estaba en prisión, institucionalizó sus vínculos existentes con el cartel colombiano, y negoció un acuerdo para convertirse en su ‘hombre exclusivo en Nicaragua’. Entonces, el cartelito del barrio Luis Fanor Hernández comenzó a hacerse cargo de transportar cargamentos regulares de cocaína desde la costa Caribe del país hasta la frontera con Honduras. Debido a eso, se redujo aún más el número de personas que se beneficiaban del narcotráfico en el barrio Luis Fanor Hernández, en la medida en que las operaciones del cartelito crecían en el resto del país, y requerían menos servicios por parte de los bodegueros y otros trabajadores indirectos locales. Rara vez se veía a los miembros, aun después de que el Indio Viejo saliera de prisión en el año 2009, aunque el barrio Luis Fanor Hernández fue muchas veces el escenario de impredecibles actos de violencia extrema, en general relacionados con la mayor monopolización de las actividades del narcotráfico en Nicaragua que tuvo lugar en este período, donde cartelitos rivales se disputaban el control sobre las rutas y derechos de embarque de los cargamentos de droga. A pesar de que en el punto más alto de su éxito el cartelito del barrio Luis Fanor Hernández era a todas luces una de las cuatro organizaciones narcotraficantes más importantes de Nicaragua, en el año 2011 el Indio Viejo fue arrestado nuevamente junto con la mayoría de los miembros del cartelito, y se rumoreó a instancias de un cartelito rival que había desarrollado fuertes vínculos con ciertos miembros del gobierno nicaragüense.6 Lo que quedó del cartelito del barrio Luis Fanor Hernández posteriormente se reorganizó en forma muy disminuida alrededor del anterior subjefe del Indio Viejo, otro expandillero de la primera generación de la posguerra conocido como ‘Pac-Man’ (debido a su voraz apetito). Por contraste con el cartelito del Indio Viejo, este se constituyó en un grupo de expendedores locales sin mucha cohesión que solamente compartían algunos beneficios de las economías de escala, y para el año 2014 se había efectivamente disipado como organización. Entre 2014 y 2016, cuatro individuos continuaban operando en el barrio Luis Fanor Hernández como expendedores callejeros de bajo nivel, quienes se surtían de drogas de expendedores mayores de otros barrios. Entre ellos se encontraba la hija de Pac-Man y otros dos que habían sido muleros a inicios de la década de 2000. Todos vendían principalmente crack, aunque se debe tener en cuenta que para esta época el mercado de drogas se había reducido sustancialmente en comparación con los años anteriores. Esto se debió en parte a que cuando el cartelito del barrio Luis Fanor Hernández se salió del negocio del expendio para dedicarse al tráfico de drogas a finales de la década de 2000, no solo redujeron dramáticamente la oferta local de crack, sino que también reprimieron en cierta medida a los adictos locales para evitar llamar la atención de la Policía en el barrio. Para noviembre de 2016, la marihuana había en efecto sobrepasado al crack como la principal droga vendida en el barrio Luis Fanor Hernández, y solo quedaban dos expendedores locales —uno de los antiguos muleros murió, la hija de Pac-Man se mudó del barrio—, pero un número creciente de jóvenes delincuentes vendían drogas de manera amateur (ver Kessler, 2004), es decir, vendían esporádica y ocasionalmente, generalmente motivados por antojos financieros inmediatos, aunque generalmente modestos (es decir, para comprar un nuevo par de zapatos o una camisa formal para un cumpleaños, por ejemplo).

Los beneficios del narcotráfico: dos perspectivas contrastantes

Muchos individuos del barrio Luis Fanor Hernández se han beneficiado materialmente del negocio de las drogas en las últimas dos décadas, ya sea directamente, como expendedores; o indirectamente, como ayudantes o bodegueros, o como familiares que se beneficiaron de la generosidad de los traficantes. Dado el particular ciclo evolutivo del narcotráfico en el barrio Luis Fanor Hernández, cabe preguntarse qué ocurre cuando termina un boom de la droga, cuando el narcotráfico cambia de patrón o se traslada. Dicho de otra forma, ¿qué hacen los expendedores de drogas cuando quedan desempleados? ¿Se benefician por haber sido expendedores de drogas, o representa más bien una desventaja? En un artículo reciente, exploré las diferentes trayectorias económicas de los antiguos expendedores de drogas, identificando tres trayectorias típicas: el ‘cambio de actividad’, la ‘indigencia’ y la ‘diversificación’ (Rodgers, 2018). La primera involucraba pasar a realizar una actividad no relacionada con el narcotráfico, y en general aceptar un estilo de vida más modesto. Lo anterior lo resumió bien un antiguo expendedor llamado Espinaca durante una entrevista en noviembre de 2016, cuando indagué sobre su visible empobrecimiento comparado con los años anteriores, a lo que respondió un tanto filosóficamente: “Cuando hay, hay, y se tiene que disfrutar, y cuando no hay, no hay, y se tiene que aguantar…”. Esto generalmente era la trayectoria de los miembros del escalafón más bajo del narcotráfico, los muleros, dado que la mayoría no acumuló un capital económico significativo. Sin embargo, este no era el caso de los púsheres, quienes tuvieron en general dos trayectorias: la ‘indigencia’ y la ‘diversificación’, representando las dos formas en que utilizaron los beneficios materiales que obtuvieron del narcotráfico, es decir, lo que hicieron con el capital monetario que generaron con el narcotráfico. Quienes terminaron en la indigencia fue porque intentaron mantener insosteniblemente los hábitos de consumo ostentoso que habían adquirido cuando eran narcotraficantes en un contexto donde ya no tenían el mismo flujo de ingresos. Se les acababa el dinero rápidamente, y luego empeñaban los muebles lujosos, electrodomésticos y motocicletas que habían adquirido cuando vendían drogas, irónicamente con frecuencia para comprar y consumir las drogas a las cuales se habían hecho adictos. En cambio, quienes se diversificaron invirtieron el capital económico que habían acumulado durante sus actividades de narcotráfico en otros negocios, especialmente en bienes raíces. Un caso en particular en este sentido fue Bismarck, quien fue un púsher de drogas en el barrio Luis Fanor Hernández entre 2000 y 2006. Bismarck regularmente ahorraba una parte importante de sus ganancias del narcotráfico, y cuando dejó de traficar drogas en el año 2006 —en parte por sugerencia mía—, invirtió su capital económico acumulado en propiedades inmobiliarias, convirtiéndose en rentista para personas de bajos ingresos en el barrio Luis Fanor Hernández. Comenzó comprando una tienda en el mercado local en el año 2006 (el cual luego vendió en 2010), y luego amplió rápidamente su portafolio de propiedades comprando una pulpería (tienda de esquina) en el barrio Luis Fanor Hernández en 2007, estableciendo un taller mecánico para motocicletas en 2008 y comprando tres casas colindantes en el barrio, las cuales conectó para convertirlas en un inquilinato de bajo costo en el año 2009. Adicionalmente, con base en las ganancias producidas por su imperio de finca raíz, compró cuatro casas adicionales en el barrio entre 2010 y 2014, las cuales arrendó. Las inversiones inmobiliarias de Bismarck le aseguraban ingresos mensuales de alrededor de US$600, equivalente a algo más del 50 % de lo que ganaba mensualmente como traficante, pero como cuatro veces más del salario promedio en la economía formal nicaragüense, según estadísticas oficinales del Banco Central de Nicaragua.7 Pero para noviembre de 2016, sin embargo, Bismarck había perdido todas sus propiedades con excepción de su propia casa. Esta caída se produjo cuando el cartelito del barrio Luis Fanor Hernández se apoderó de una de sus casas en el año 2011, y luego la casa fue confiscada por la Policía cuando cayó el cartelito. Posteriormente, dos familias interrelacionadas se tomaron otras dos de sus casas, y dieron una paliza a Bismarck cuando intentó cobrarles el arriendo, y desde entonces ha dado las dos casas como “perdidas”. Bismarck también vendió una de sus casas en 2014 para pagar deudas relacionadas con una operación de bypass gástrico, y su taller para motocicletas fue cerrado por la Policía cuando dejó de pagarles a los oficiales locales un soborno que les había estado pagando regularmente desde la época en que era traficante, pensando que ya había pasado suficiente tiempo y que no podrían hacerle nada. El inquilinato de Bismarck fue incendiado por unos exmilitares que se hospedaban ahí, quienes se enfadaron cuando Bismarck los amenazó por no pagar el arriendo, y, por último, cerró la pulpería debido a insuficiente flujo de caja, lo que implicó que no podía surtirlo adecuadamente, y, como consecuencia, su clientela regular lo abandonó. Desde mediados de 2016, Bismarck trabaja como chofer personal del director de una empresa de confecciones taiwanesa que opera en una de las zonas francas de Managua, ganando US$180 al mes, equivalente al 15 % de lo que ganaba mensualmente como traficante. Perdió este puesto en marzo de 2020 y ahora está construyendo con su propia labor unos cuartos para alquilar en el patio de su casa. La trayectoria de Bismarck resalta la naturaleza altamente volátil e impredecible de la acumulación económica basada en los beneficios tangibles del capital objetivado del narcotráfico, es decir, de los beneficios materiales que dicha actividad ofrece, ya sea en forma de acumulación de recursos financieros o de inversiones en bienes raíces. Aunque inicialmente fue muy exitoso, las inversiones de Bismarck eran vulnerables a los cambios en el entorno que no podía controlar, ya que debido a su forma objetivada podían ser confiscados, destruidos o vendidos con el fin de satisfacer necesidades no económicas (en este caso, una operación de bypass gástrico). Debido a que se fundamentaba en la inversión del capital objetivado representado en ahorros en una forma alternativa de capital objetivado (bienes raíces), la pérdida de sus propiedades minó fundamentalmente su negocio inmobiliario, y no tuvo la capacidad para restablecerla. Al mismo tiempo, sin embargo, el narcotráfico también puede propiciar una serie de beneficios intangibles en la forma de capital incorporado, el cual podría ser menos susceptible a la volatilidad de las formas tangibles de capital objetivado. Esto es algo que se resalta claramente en la experiencia de Milton, quien también era un expendedor de drogas en el barrio Luis Fanor Hernández, pero entre 2010 y 2011. A diferencia de Bismarck, Milton no ahorró mucho cuando traficaba en drogas, prefiriendo gastar ostentosamente. Una vez dejó de participar en el negocio del narcotráfico, no obstante, aprovechó las ventajas más intangibles de su experiencia en la venta de drogas para establecer lo que se convertiría en un altamente exitoso negocio de fabricación de tortillas. A continuación, se presentan una serie de extractos de dos entrevistas, una realizada en 2012 y la otra en 2016, donde explica lo siguiente:

Estuve siete años en Costa Rica, primero en Alajuela, y luego en San José, y, por último, en Liberia. Me fui de mojado (ilegalmente), por San Carlos. Es fácil porque ahí son puros coyotes, es como un mercado. Hay un lugar donde podés conversar con diferentes coyotes para preguntarles y negociar el precio. Es barato, no como ir a Estados Unidos. Solo se pagan 200, 300, 500 córdobas por persona, dependiendo de si uno le cae bien al coyote o no. Cuando se consigue un grupo de buen tamaño, entonces se cruza el río y lo lleva a uno por medio de la selva a una carretera donde pasan los buses, y uno simplemente se sube… Costa Rica es “pura vida”, como dicen allá. Están más avanzados que aquí y hay mucho empleo, así que uno puede trabajar, no como aquí, donde no hay nada. Trabajé en toda clase de oficios, construcción, una fábrica de empaques, ¡hasta recolecté café! Me ganaba buena plata, US$120 a la semana, y pude ahorrar más de US$5000 en los siete años que estuve allá […] Hubiera podido ahorrar más, pero en esa época bebía mucho, y tomar te chupa […] Pero ya lo dejé —¡no he tomado desde noviembre!— y US$5000 es de todas formas mucho dinero, y ¡es mucho lo que se puede hacer con esa cantidad de plata aquí en Nicaragua! Cuando regresé en 2004, primero usé parte de la plata para comprar un terreno en otro barrio, y construí una casa para luego alquilarla, pero había muchas complicaciones, así que la vendí después de solo unos meses.

Por suerte no perdí nada, y usé los mangos (la plata) para poner una pulpería en mi casa aquí en el barrio. Pero el problema es que una pulpería es un negocio mortal, no hay cómo expandirse, ya que hay muchas pulperías aquí en el barrio, y la gente sigue yendo a la misma todo el tiempo, y no le gusta cambiar. Si sos nuevo, no te haces ninguna ganancia, así que después de unos años me metí en el narcotráfico. Como yo era miembro de la primera pandilla del barrio, ya sabes, uno de los dos más jóvenes, con Bismarck, me fui a ver al Indio Viejo, ya sabes, el narco, quien también había sido miembro de la primera pandilla, y le pregunté si me dejaba vender. Aunque para ese entonces el cartelito ya había acabado con la pandilla, porque siempre fumaban y no eran confiables, y el cartelito quería parar las ventas en el barrio, el Indio Viejo era mi amigo, y confiaba en mí, así que le pareció bien venderme un poco de cocaína cada mes para cocinarla y convertirla en crack para vender, siempre y cuando no lo hiciera muy descaradamente, porque no quería que llamara la atención. Le dije que yo no vendería en las calles y que solo les vendería a clientes regulares y que les entregaría la droga directamente, cuando quisieran, en vez de que estuvieran viniendo al barrio. Me dijo que estaba bien, así que vendí drogas durante un año, lo que me dio buena plata. Tenía un buen número de clientes, que me enviaban un mensaje (de texto) cada vez que querían crack, y yo se las entregaba en mi bicicleta. Pero entonces sacaron al cartelito, y metieron preso al Indio Viejo, así que ya no tenía proveedor, y decidí en cambio poner un negocio de hacer tortillas.

Me imagino que estás preguntándote ¿por qué un negocio de hacer tortillas? Pues mi mamá era tortillera, pero estaba poniéndose vieja y quería salirse, así que le dije: “¿Por qué no me dejas a mí retomar tu negocio?”. Es que tenía una idea de cómo hacer tortillas de una forma diferente. Las tortillas son tuanis (excelentes), a todos les gustan las tortillas, pero solo son buenas si están frescas y calientes. Así que pensaba que sería un buen negocio hacerlas y distribuirlas recién hechas… Normalmente las tortilleras hacen un montón de tortillas temprano por la mañana y luego las distribuyen, así que le llegan a uno frías o, a lo mejor, tibias. A veces preparan otro lote en la tarde, pero igual, a menos que uno viva al lado de la tortillera, siempre recibes tortillas frías. Entonces, pensé, ¿por qué no las hago como hacía las drogas? Le digo a la gente que me envíen un mensaje cuando quieran tortillas, y yo se las mando enseguida. Entonces lo que hice fue salir por el barrio y al mercado de Huembes con algunas muestras, y le dije a la gente que si querían tortillas calientes y frescas que simplemente me enviaran un mensaje por WhatsApp y se las hacía llegar bien rápido. Al comienzo solo unos cuantos lo hicieron, pero la gente habla, y ¡de pronto me estaban llegando más pedidos de los que podía atender! Al comienzo solo éramos mi esposa y yo los que hacíamos todo, pero tuve que contratar ayudantes, y ahora tengo a cinco personas haciéndome tortillas. La cosa es hacerlas rápido, y luego entregarlas rápido. Al comienzo las entregaba por bicicleta, pero ahora compré una moto, y estoy entregando más de 3000 tortillas diarias.

El novedoso negocio de entregas de tortillas ‘justo a tiempo’ de Milton ha sido altamente exitoso, y en el año 2016 su utilidad semanal era de casi US$200, una suma inmensa en el contexto nicaragüense. Este éxito claramente se debe a que Milton aprovechó su experiencia en el narcotráfico para estructurar su nuevo negocio. En particular, el uso de la tecnología móvil y las entregas ‘justo a tiempo’ lo hicieron más competitivo comparado con los vendedores de tortillas existentes, y representó la base para un modelo excepcionalmente rentable de acumulación de capital financiero en un campo que normalmente tiene márgenes muy bajos y una forma muy tradicional de operar. Como resultado, Milton domina totalmente el mercado local de tortillas en el barrio Luis Fanor Hernández y sus alrededores, incluyendo un mercado cercano. Su éxito le ha permitido a Milton revivir el estilo de vida que tenía cuando era narcotraficante, incluyendo particularmente el ‘consumo ostentoso infraestructural’ característico de los narcotraficantes del barrio Luis Fanor Hernández durante la década de 2010 de construir una segunda planta en su casa, algo que anteriormente solo realizaban los narcotraficantes más exitosos del barrio (ver Rodgers, 2017b). Aunque Milton ha sido víctima de varios atracos desde que montó su negocio, ninguno ha implicado el cierre de su negocio de tortillas, principalmente porque su principal inversión es el capital incorporado —las habilidades y conocimientos— que acumuló como narcotraficante, en vez de alguna forma de capital objetivado. Aunque los atracadores le quitaron a Milton su efectivo, así como ocasionalmente también algunos de sus artículos de consumo, no le han podido quitar la inversión fija que tiene en su negocio, por ejemplo, los hornos, ni le han impedido a Milton volver a retomar su exitoso modelo de negocios, porque se basa en un bien intangible derivado de sus actividades de narcotraficante, en vez de en bienes tangibles.

Conclusión

Las contrastantes trayectorias de Bismarck y Milton ilustran, respectivamente, las consecuencias potencialmente diferentes facilitadas por el capital económico basado en los beneficios tangibles e intangibles del narcotráfico. Se considera que esto en general corresponde a la acumulación basada en formas de capital económico objetivado versus incorporado. Milton aprovechó ciertas prácticas que había aprendido como expendedor de drogas para estructurar su negocio de fabricación de tortillas, mientras que Bismarck invirtió las ganancias financieras obtenidas del narcotráfico en bienes raíces. La acumulación económica de Milton claramente ha sido menos volátil e incierta que la de Bismarck, lo cual se podría interpretar como que la acumulación basada en el capital objetivado es más incierta que la acumulación basada en el capital incorporado, precisamente debido a su naturaleza material o tangible. Al mismo tiempo, sin embargo, no todos los tipos de capital incorporado son equivalentes. En muchos sentidos, Bismarck también aprovechó el capital incorporado acumulado durante sus actividades como narcotraficante con el fin de administrar su imperio inmobiliario, inicialmente en una forma altamente efectiva, al menos por un tiempo. En particular, recurría regularmente a la violencia con el fin de administrar sus propiedades, con frecuencia propinando palizas a quienes incumplían con sus alquiles, por ejemplo, algo que no hacían los demás propietarios del barrio Luis Fanor Hernández, en parte porque es formalmente ilegal, pero también porque la mayoría de los alquilantes de habitaciones individuales en el barrio Luis Fanor Hernández eran mujeres, y no tenían la misma capacidad para ejercer violencia como Bismarck. El recurrir a la violencia extrema de manera altamente selectiva con el fin de asegurar el pago oportuno de alquiles es muy similar a la forma en que los expendedores de droga del barrio Luis Fanor Hernández impedían que sus clientes acumularan deudas, por medio de las palizas y la intimidación a los clientes recalcitrantes de modo contextualmente hiperviolento (ver Rodgers, 2006, 2015). Dicho esto, ello también fue la causa del fracaso de Bismarck, en particular por el incendio de su inquilinato, lo que seguramente no hubiese ocurrido si no hubiese apaleado y humillado públicamente a algunos de sus inquilinos exmilitares, quienes de otra forma probablemente se habrían salido sigilosamente una noche, y Bismarck simplemente hubiera tenido que buscar nuevos inquilinos. En esta medida, se podría argumentar que los beneficios intangibles de Bismarck le fueron de menor utilidad que sus beneficios materiales, y por fin las contrastantes trayectorias de Bismarck y Milton sugieren que no solamente existen diferencias intrínsecas entre la sostenibilidad de largo plazo del capital económico acumulado con base en el capital incorporado versus el objetivado, sino que también depende de la manera en que el capital incorporado es ‘transferido’ de un tipo de actividad económica a otra. Bourdieu (1986, p. 54) arguye que “la lógica real del funcionamiento de capital, las conversiones de un tipo a otro”, se rige “de acuerdo con un principio que es equivalente al principio de la conservación de la energía: las ganancias de un lado se pagan necesariamente con costos por otro lado”. Esta observación, hecha en referencia a la conversión entre tipos de capital, podría también aplicar a las formas de capital, y, visto desde este perspectiva, lo que también resaltan las trayectorias de Bismarck y Milton es que no solo es importante tener en cuenta la diferencia entre la naturaleza subyacente de los beneficios tangibles e intangibles, sino igualmente la manera en que las formas particulares de capital incorporado son ‘transferidas’ de un tipo de actividad económica a otra, donde algunos de los beneficios intangibles del narcotráfico son claramente menos transferibles que otros. Bajo otra óptica, queda claro que si bien se debe desagregar el capital económico y debemos entender los diferentes efectos que tienen sus distintas formas, también se deben considerar estas cuestiones con relación a los diversos contextos sociales, políticos y culturales en los cuales existen. Con relación al narcotráfico, los capitales que generan con frecuencia se mueven dentro de ciertos marcos normativos que implican que no siempre son fácilmente transferibles a otras actividades económicas. Al mismo tiempo, el narcotráfico también tiene el potencial de alterar fundamentalmente las relaciones sociales, modificar las economías políticas y generar mercados secundarios, por lo que la pregunta clave para las investigaciones futuras es cómo, por qué y dónde ocurre, de manera que permita el surgimiento de formas de capital incorporado y objetivado que promuevan nuevos y más complejos modos de acumulación de capital más allá del narcotráfico —sea económico o de otro tipo—, y bajo qué condiciones las drogas originan actividades económicas mucho más segmentadas y localizadas.

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Notas

1 Estos nombres son seudónimos, al igual que todos los nombres de los individuos que se mencionan en el presente artículo.

2 Esta sección se basa en Rodgers (2018).

3 Debido a su proximidad a la isla colombiana de San Andrés, geográficamente Nicaragua es un lugar natural para el transbordo de drogas transportadas desde Suramérica a Norteamérica. Esta ruta era subutilizada hasta comienzos del nuevo siglo debido a las malas condiciones de la infraestructura de transporte en Nicaragua, en particular la falta de conectividad entre las costas del Caribe y del Pacífico del país. Sin embargo, a finales de 1998, Nicaragua fue arrasada por el huracán Mitch, causando daños significativos a la infraestructura y consumiendo muchos recursos. Esto tuvo un impacto negativo sobre la capacidad (ya limitada) de los organismos de seguridad locales, lo que facilitó la importación de drogas. Pero, al mismo tiempo, las actividades de reconstrucción pos-Mitch se enfocaron principalmente en reconstruir las vías de transporte, incluyendo la construcción de una carretera entre las costas del Caribe y del Pacífico, lo cual mejoró toda la red vial, y también tuvo el efecto de aumentar el volumen del tráfico en el país, lo que facilitó el transporte de drogas. Como consecuencia, una proporción significativa del tráfico de drogas de sur a norte en el hemisferio occidental ha transitado por medio de Nicaragua a partir de los primeros años de la década de 2000.

4 Este expendedor estaba interesado en la cocaína porque, a diferencia de los demás expendedores de drogas en Managua en esa época, que principalmente vendían marihuana, él tenía una clientela regular de extranjeros, principalmente trabajadores de ong, quienes tenían suficiente dinero para comprar cocaína.

5 De hecho, parece haber sido mala suerte —fue arrestado por oficiales de policía que lo habían detenido debido a una violación de tránsito, pero luego descubrieron una cantidad significativa de drogas en su vehículo (…)—.

6 Esto último posteriormente consolidó su monopolio sobre el narcotráfico en el país, a tal punto de que no sería descabellado decir que hoy día Nicaragua es un ‘narcoestado’ —ver Rodgers y Rocha (en proceso)—.

7 Ver http://www.bcn.gob.ni/estadisticas/sector_real/mercado_laboral/3-3B06.htm

Notas de autor

* Profesor de Investigación de Antropología y Sociología del Instituto de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo (Ginebra, Suiza). Correo electrónico: dennis.rodgers@graduateinstitute.ch. Una versión preliminar de este artículo fue presentada en el seminario de investigación del proyecto erc “Dinámicas sociales de la guerra civil” en París (Francia), el 25 de octubre de 2017. Mis agradecimientos a Gilles Dorronsoro y a los participantes del seminario por sus constructivos comentarios. Artículo traducido del inglés por Marco Danies.

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