Revista Estudios Socio-Jurídicos
ISSN:0124-0579 | eISSN:2145-4531

Lars-Erik Cederman, Kristian Skrede Gleditsch & Halvard Buhaug. (2013). Inequalities, Grievances and Civil War. Nueva York: Cambridge University Press

Luisa Fernanda Uribe L.

Lars-Erik Cederman, Kristian Skrede Gleditsch & Halvard Buhaug. (2013). Inequalities, Grievances and Civil War. Nueva York: Cambridge University Press

Revista Estudios Socio-Jurídicos, vol. 20, núm. 1, 2018

Universidad del Rosario

Luisa Fernanda Uribe L. *




Inequality, grievances and civil war es un libro publicado en 2013 por la Universidad de Cambridge como parte de la Colección de Conflictos Políticos de esta misma universidad. Allí, Cederman, Gleditsch y Buhaug 1 se centran en la validez teórica y metodológica del concepto grievances 2 para abordar los impactos de las demandas políticas insatisfechas en diversos países y mejorar las estrategias de análisis a nivel grupal/nacional de las guerras civiles; además, los problemas de medición de las desigualdades políticas y económicas actuales exigen nuevos datos (p. 3).

En esta publicación, los autores proponen que las desigualdades políticas y económicas pueden motivar la guerra civil, y llevan a cabo una serie de aportes metodológicos para el análisis de esta tesis. Destacan categorías como el etnonacionalismo y la identidad cultural y cómo los vínculos entre identidades grupales y desigualdad estimulan la movilización, además de convertirse en un recurso para la violencia.

El libro se divide en cuatro secciones: en la primera, se hace una presentación del diseño metodológico y los aportes teóricos de la investigación. Se contextualizan los argumentos sobre conflictos y guerras civiles por medio de una revisión de literatura que incluye aportes sobre los aspectos étnicos y culturales de los problemas políticos y la revisión de autores clásicos en la literatura sobre guerras civiles como Gurr y Collier. En la segunda, los autores exponen un análisis de las causas que originan la guerra civil investigando el vínculo empírico entre la desigualdad horizontal y el surgimiento de conflictos políticos/sociales. En la tercera, Cederman, Gleditsch y Buhaug se distancian de los enfoques tradicionales sobre los orígenes de las guerras civiles. Finalmente, presentan los resultados y exploran tendencias globales relacionadas con la desigualdad y/o continuidad de guerras civiles.

Así, la obra ofrece cuatro mejoras centrales con respecto a la literatura convencional sobre conflictos violentos en las últimas décadas, a saber:

Primera, una desagregación intermedia en lugar de un análisis meramente individual o nacional; esto distancia al libro de los estudios que tienden a ser excesivamente generales y que carecen de precisión empírica alguna o viceversa. La desagregación consiste en un análisis detallado de los datos a nivel grupal (inclusión o exclusión en las instancias políticas nacionales) y de un cambio en los indicadores para pasar a niveles nacionales o regionales.

Segunda, mecanismos motivacionales en vez de puramente cognitivos; esto es, la postulación de mecanismos causales explícitos sobre cómo los resentimientos colectivos son producto de las desigualdades estructurales y pueden producir conflictos violentos bajo circunstancias específicas. Tercera, etnonacionalismo en lugar de la etnicidad (per se) como causa del conflicto; en la literatura convencional el debate sobre los conflictos étnicos se centra en la etnicidad en sí como una propiedad demográfica o individualista que puede ser extraída de su contexto político, así, esta mejora consiste en reconocer la función política de la etnicidad, especialmente donde las desigualdades crean tensiones que pueden ser usadas para una movilización de carácter etnonacionalista.

La cuarta mejora consiste en abordar datos y medidas teóricamente relevantes que van más allá de la caja de herramientas estándar; aquí se encuentra uno de los aportes más importantes de texto, ya que, basados en nuevos datos y métodos, los autores desarrollan alternativas que analizan los mecanismos y dimensiones del conflicto en diversos niveles: tienen en cuenta la ubicación espacial de los grupos en conflicto, el acceso a recursos económicos y la participación (o exclusión) política y los conflictos previamente existentes.

Grievances, un concepto que puede ser tomado como base para el análisis de la acción colectiva en situaciones de violencia y un vínculo causal entre las desigualdades y los conflictos violentos, ha sido descartado en la literatura reciente debido a que Collier (2004) y otros autores le atribuyen, primero, ubicuidad, en términos de que los reclamos o las peticiones insatisfechas se encuentran en todas las sociedades y no en todas existen conflictos violentos; irrelevancia, dado que líderes y/o actores egoístas y oportunistas inevitablemente trataran de disfrazar su causa como un modo de atraer apoyo y recursos en contextos de conflictividad violenta. Collier y Hoeffler (2004), por ejemplo, afirman que las guerras civiles son causadas más por la codicia de los actores que por los reclamos y/o reivindicaciones producto de las desigualdades.

El propósito de Cederman, Gleditsch y Buhaug, en cambio, es mostrar que la categoría grievances influye directamente en las probabilidades de conflicto civil. Esto con el fin de ‘refinar’ las explicaciones basadas en la noción misma, señalando tres debilidades de las críticas anteriormente enunciadas: primera, las tendencias individualistas y fuertemente constructivistas; segunda, la creencia profunda en el egoísmo de los actores y la desestimación de las emociones; y tercera, el que dichas críticas asuman la neutralidad étnico-política del Estado.

La debilidad de las tendencias individualistas es producto de una postura antropológica (excesivamente) constructivista precedida por Brubaker (2004), que al querer evitar los supuestos esencialistas sobre la unidad grupal se convierte en una herramienta ineficaz para estudios de caso y análisis macro de larga duración. Es claro que la etnicidad, la raza o la nación no deben ser conceptualizadas como sustancias o entidades tangibles y perfectamente delimitadas o ahistóricas; sin embargo, partir de la identificación de grupos estables tiene sentido en contextos en los que políticas etnonacionalistas generan una cohesión grupal importante (Sudáfrica, Irán, Nigeria).

Por último, la idea de que la motivación para un conflicto se encuentra a expensas de las oportunidades se basa en la creencia de que los actores parten de una persecución egoísta y nada sentimental de sus intereses materiales. Como lo hizo Cramer (2002), 3 los autores se separan del mito de las elecciones racionales y el individualismo para afirmar que la agencia está envuelta en los orígenes de los conflictos y que los incentivos económicos son importantes, sí, pero que operan dentro de condiciones y características sociales e históricas específicas.

Finalmente, el tratamiento un tanto ingenuo del Estado como una ‘arena’ neutral que no tiene participación alguna en los conflictos étnicos más allá de proveer ‘ley y orden’ proviene de una tendencia que destaca la etnicidad omitiendo el rol del nacionalismo. Frente a esto los autores van a resaltar el hecho de que el Estado no puede ser leído como mera abstracción, sino como el conjunto de instituciones represoras, eficientes y distributivas (p. 27).

Además, señalan problemas con los datos que se usan, sobre todo los que son recogidos a través de la base Minorities at Risk (MAR), construida por Gurr en la década de los noventa, dado que, a pesar de los importantes aportes que hace en cuanto a reconocimiento de las identidades culturales, los incentivos colectivos y las oportunidades para la acción política, tiende a sobredimensionar las probabilidades de conflicto en grupos numerosos o ampliamente reconocidos, favoreciendo así los sesgos en la recolección de datos. Cederman, Gleditsch y Bauhaus construyen una base de datos denominada Ethnic Power Relations (EPR-ETH) 4 con el propósito de rastrear el acceso al poder estatal que tienen (o no) los grupos étnicos: cómo se expresa, en términos de qué acciones puede ser leído y cómo influye en los brotes de violencia o en las guerras civiles de larga duración.

Así, su estrategia consiste en explorar el rol de las grievances indirectamente al investigar el vínculo empírico entre desigualdades (políticas y económicas) y estallidos de guerras civiles; para esto, construyen un esquema teórico de dos pasos enfocado en los aportes de Tilly (1999) y Stewart (2008), y que consiste, primero, en explicar cómo las asimetrías estructurales relacionadas con desigualdades políticas y económicas generan los reclamos; y, segundo, en responder cómo los reclamos pueden desencadenar un conflicto violento. Para que las desigualdades pueden ser transformadas en reclamos y/o demandas concretas, deben ser politizadas y esto se da a través de seis escenarios: la identificación grupal, la comparación grupal, la evaluación de la injusticia, la atribución de culpa, la movilización y los reclamos rebeldes junto con la represión estatal.

La identificación grupal, siguiendo a Gurr (2000) y Horowitz (1985), consiste en la adopción de una conciencia de grupo: de la ubicación de este en el espacio social, sus diferencias con otras colectividades y la construcción de unas identidades particulares. De nuevo, no es una premisa trivial que da por sentada la existencia de grupos plenamente definidos, sino una herramienta estratégica para acercarse a las dimensiones de los conflictos étnicos.

La comparación grupal, por su lado, puede sintetizarse en el reconocimiento de diversos aspectos de la posición de un grupo; las desventajas económicas, la autoridad política, la eminencia cultural o el prestigio, todos estos elementos que se convierten en asuntos centrales cuando existen condiciones drásticamente diferenciadas en un mismo escenario (nacional o regional) (p. 39).

La evaluación de la injusticia, acorde con la línea que se plantea para los dos escenarios anteriores, se trata del reconocimiento de que existen escenarios injustos. Esto es, una población puede estar privada de muchas cosas, insatisfecha o frustrada sin sentir que está siendo tratada injustamente. Si a esto se le suma el desconocimiento de que uno o varios actores pueden ser los ‘culpables’ de esa situación, no existirán demandas específicas ni lo suficientemente organizadas, de ahí la importancia de la politización de las desigualdades en contextos de movilización colectiva (no necesariamente violenta).

La atribución de culpa, en consecuencia, podría ser leída como el escenario posterior al reconocimiento de las injusticias, ya que allí se generan unas demandas políticas dirigidas a públicos específicos. Adicionalmente, es reconocida por los autores como la base de acción colectiva específicamente revolucionaria en situaciones en las que el Estado promueve o protege condiciones sociales/económicas que son consideradas estructuralmente injustas o problemáticas.

La movilización es un estadio clave para la apuesta teórica de esta investigación, allí se destaca el papel de las emociones y de la violencia en un contexto relacional. Primero, las emociones proveen la pieza faltante en este “rompecabezas explicativo” (p. 46) de la acción colectiva, dado que los vínculos emocionales (y no solo los recursos económicos) son una fuente importante de poder grupal y a la hora de abordar conflictos nacionales es imprescindible diferenciar las acciones que los actores llevan a cabo pensando en el bienestar grupal de las que responden a un interés individual. Segundo, la existencia de unas “estructuras movilizadoras” (p. 47) da cuenta de las reacciones que tienen los actores a experiencias sufridas por sus pares, reacciones marcadas por la solidaridad y la identificación grupal: “Una sola lesión es ‘multiplicada’ por la cantidad de cohesión grupal y vínculos interpersonales que se convertirán en una demanda colectiva” (p. 48).

Posteriormente, los reclamos rebeldes y la represión estatal expresan los repertorios de acción colectiva y exploran la pregunta sobre ¿bajo qué condiciones es más probable el estallido de un conflicto?; aquí plantean la premisa: la exclusión constante puede aumentar las probabilidades de violencia debido a que la negativa del Estado de conceder un poco de poder a los grupos excluidos bloquea los caminos pacíficos de cambio político. La discriminación categórica inclina a los movimientos sociales (de grupos excluidos) a optar por respuestas más radicales que pueden incluir estrategias violentas.

Los Estados que recurren a campañas indiscriminadas de represión dejan a los movimientos con pocas posibilidades y desencadenan respuestas con medios violentos; estas medidas de represión y exclusión fortalecen la plausibilidad, justificación y difusión de la idea de que el Estado debe ser violentamente aplastado y radicalmente reorganizado (p. 50).

En la segunda parte (capítulos del 4 al 7), exploran las consecuencias de las desigualdades horizontales en sus dimensiones política y económica a nivel grupal. Haciendo uso de la conceptualización multidimensional de Stewart (2008) sostienen la hipótesis de que las desigualdades políticas y económicas contribuyen conjunta, aunque asimétricamente, al estallido de guerras civiles. Afirman que debe existir una interacción en lugar de una simple relación de suma entre estos dos tipos de desigualdad y que la relación asimétrica consiste en una dependencia de la desigualdad económica con respecto a la desigualdad política.

Así, en los capítulos 4 y 5, se centran en las consecuencias de las desigualdades para los conflictos internos y, haciendo uso de la base EPR-ETH, plantean siete hipótesis con las que exploran los mecanismos que desencadenantes el conflicto interno como una función de las desigualdades políticas y económicas horizontales, que se manifiestan con la exclusión de grupos étnicos del poder ejecutivo central.

La base EPR-ETH es usada para ubicar contextos concretos (Croacia en 1991, Serbia en 1998, México en 1994, etc.) y generar resultados que indican que la desigualdad política y económica horizontal con frecuencia desencadena la violencia civil y que la pérdida de poder o la discriminación categórica, en lugar de la mera exclusión, tienden a incrementar el riesgo de conflicto.

La tercera parte (capítulos 8 y 9) va más allá del tradicional enfoque de los comienzos del conflicto y se enfoca en la duración y efectos de los conflictos (capítulo 8) con el fin de considerar las características de las organizaciones implicadas en dichos contextos, sus relaciones con los grupos étnicos, y tomar en serio la posibilidad de que los grupos étnicos no sean actores unitarios, así como el hecho de que las organizaciones rebeldes tengan relaciones complejas con las circunscripciones étnicas.

Después, recapitulan los hallazgos de las secciones previas y exploran tendencias que están afectando a regiones enteras del mundo (capítulo 9), lo que les permite esbozar conclusiones teóricas, políticas y legales generales enfocadas en la inclusión de grupos étnicos a través de la distribución del poder. Una de las conclusiones más importantes de esta investigación es que, en conjunto, presente la suficiente evidencia basada en análisis de grandes volúmenes de datos sobre la importancia de estrategias pacíficas de resolución de los conflictos.

Es imprescindible resaltar las herramientas que proporciona el libro para ubicar a la etnicidad en su contexto político apropiado y entender los efectos prácticos que tiene en el surgimiento, desarrollo y resolución de conflictos en el contexto mundial. Tal y como lo manifiestan los autores, no se trata de atribuirle efectos que no tiene ni de reificarla con el fin de producir resultados estadísticos vacuos, sino de reconocer su importancia en términos del análisis de desigualdades políticas y económicas y su vínculo causal con las guerras civiles y una eventual resolución pacífica de estas.

Así, esta es una apuesta clave para el análisis de datos cuantitativos sobre conflictos políticos e ineludible para explorar las dinámicas de exclusión política a nivel nacional e internacional; Cederman, Gleditsch y Buhaug presentan una apuesta teórica y metodológica para abordar las consecuencias prácticas de las desigualdades y reconocer que la duración de los conflictos no puede ser explicada únicamente por las ganancias económicas o las motivaciones individuales y egoístas de los actores violentos.

Es preciso reconocer que, al tener como punto de partida la concepción weberiana de etnicidad (cualquier sentimiento subjetivo de homogeneidad basada en ancestros comunes y cultura compartida), los autores corren el riesgo de reificar esta categoría y aún más cuando en la construcción de su marco teórico únicamente recurren a la antropología para señalar las posturas ‘excesivamente constructivistas’. En este sentido, al hacer uso de las herramientas que proporcionan en este libro, sería importante retomar aportes y debates mucho más recientes, como los de Stuart Hall, Peter Wade o Eduardo Restrepo, 5 al respecto.

En un escenario global de constante polarización y exclusión sistemática producto de asociar la etnicidad con características culturales específicas y ‘peligrosas’, es sumamente importante retomar este análisis, ya que reconoce las condiciones que generan las movilizaciones violentas, aborda las dimensiones políticas de la diferencia y enuncia las consecuencias problemáticas del nacionalismo.

La obra se convierte en una herramienta estratégica para ir más allá de las soluciones ciertamente represivas con las que no se dará una construcción de escenarios de reconciliación y distribución del poder, sino un fortalecimiento de las problemáticas estructurales y, así, un continuum de las denominadas desigualdades horizontales y las guerras civiles en todo el mundo. Para el momento en el que se encuentra Colombia, es preciso retomar dichas herramientas, tanto para el proceso de implementación de lo acordado en La Habana como para las recién instaladas negociaciones con el ELN, el tratamiento institucional que se le está dando a los estallidos de violencia en zonas urbanas y las estrategias de movilización social encaminadas a la redistribución del poder político. En un contexto en el que los conflictos difícilmente pueden ser explicados a través de la tesis de la elección racional, es indispensable volver a las reflexiones de estos autores, quienes resaltan la importancia de distribuciones efectivas del poder a nivel regional, la consolidación de estrategias territoriales de reconciliación y el reconocimiento efectivo de las condiciones materiales y subjetivas que desencadenan los conflictos y/o episodios de violencia.

Referencias

Cederman, L.-E., Gleditsch, K. S., & Buhaug, H. (2013). Inequality, grievances, and civil war. New York: Cambridge University Press.

Cramer, C. (2002). Homo economicus goes to war: Methodological individualism, rational choice and the political economy of war. World Development, 30(11), 1845-1864. https://doi.org/10.1016/S0305-750X(02)00120-1

Notas

1 Lars-Erik Cederman, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Michigan, quien ha usado diversos modelos estadísticos para mostrar cómo se desarrollan y/o disuelven naciones y Estados, junto con el análisis de contextos de guerra civil y desigualdad social. Kristian Skrede Gleditsch, profesor del Departamento de Gobierno de la Universidad de Essex, sus líneas de investigación son conflicto, cooperación, democratización y las dimensiones espaciales de procesos políticos y sociales. Halvard Buhaug es investigador en el Instituto de Investigación de Paz en Oslo (PRIO, por su sigla en inglés) y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Ciencia y Tecnología en Noruega. Lidera varios proyectos sobre seguridad, cambio climático y los aspectos geográficos de los conflictos armados.

2 Un concepto por lo menos con tres definiciones relevantes para el contexto del libro: primera, una causa real o imaginada para quejarse, especialmente el trato desigual. Segunda, una declaración oficial de una queja al creer que algo está mal o es injusto. Y tercera, un sentimiento de resentimiento sobre algo que se cree injusto o negativo (Diccionario Oxford, 2001).

3 Cramer, C. (2002). Homo economicus goes to war: methodological individualism, rational choice and the political economy of war. World Development, 30(11), 1845-1864.

4 La base recoge información desde 1946 hasta 2009 e identifica todos los grupos étnicos con relevancia política, esto es, su activismo en la política nacional y/o la discriminación directa de los gobiernos. En el libro usan una versión actualizada de la base construida por el International Conflict Research Group en Zúrich.

5 Ver: Wade, P. (1997). El significado de raza y etnicidad. En Raza y etnicidad en Latinoamérica (pp. 11-34). Quito: Abya-Yala; y Hall, S. La importancia de Gramsci para el estudio de la raza y la etnicidad. En E. Restrepo, C. Walsh, & V. Vich (Eds.), Sin garantías: trayectorias y problemáticas en estudios culturales (pp. 257-286). Pensar-Instituto de Estudios Peruanos-Universidad Andina Simón Bolívar-Envión Editores.

Notas de autor

* Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria.

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