Vitalismo, idéologie y fisiología en Buenos Aires. La polémica entre Cosme Argerich y Crisóstomo Lafinur en El Americano, 1819

Vitalism, Idéologie and Physiology in Buenos Aires. The Debate between Cosme Argerich and Crisóstomo Lafinur in El Americano, 1819

Vitalismo, Ideologia e fisiologia em Buenos Aires. A polémica entre Cosme Argerich e Crisóstomo Lafinur em El Americano, 1819

Mariano Di Pasquale 1
Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina

Vitalismo, idéologie y fisiología en Buenos Aires. La polémica entre Cosme Argerich y Crisóstomo Lafinur en El Americano, 1819

Revista Ciencias de la Salud, vol. 13, 2015

Universidad del Rosario

Recepción: Diciembre 11, 2014

Aprobación: Marzo 11, 2015

Resumen: Objetivo: analizar la disputa intelectual entre el médico Cosme Mariano Argerich y el profesor de Filosofía Juan Crisóstomo Lafinur. El debate, situado en el espacio porteño y registrado en el diario El Americano, se originó por la introducción de nuevas enseñanzas ligadas al sensualismo y a la Fisiología francesa en el Colegio de la Unión del Sud en 1819. Desarrollo: se desea demostrar la existencia de un proceso de apropiación de saberes de estos actores locales según sus intereses y posicionamientos. Conclusiones: el propósito de Argerich y Lafinur era construir argumentaciones con el fin de convencer a una incipiente opinión pública de las propuestas del sensualismo y de la Fisiología de Magendie, respectivamente. En su afán por vencer en la discusión, ambos personajes perfeccionaron tanto sus demostraciones, que se puede observar un registro discursivo distinto respecto a las nociones originales de los autores europeos.

Palabras clave Vitalismo, Idéologie, Fisiología, Medicina, Juan Crisóstomo Lafinur, Cosme Mariano Argerich, El Americano, Buenos Aires, Siglo XIX.

Abstract: Objective: This article aims to analyze the intellectual dispute between the physician Cosme Mariano Argerich and Juan Crisóstomo Lafinur, a philosophy professor. The debate, carried out in the Buenos Aires port area and registered in the journal El Americano, was originated by the introduction of new teaching linked to sensualism and the French physiology at the Unión del Sud school in 1819. Development: The article wants to demonstrate the existence of a process of appropriation of forms knowledge that made these local actors according to their interests and positions. Conclusions: The purpose of Argerich and Lafinur was to build consistent arguments in order to convince an incipient public sphere about sensualism and physiology, respectively. In their quest to win the dispute, both actors perfected their demonstrative arguments, thus allowing a different discursive level for the original notions of European authors.

Keywords: Vitalism, Idéologie, Physiology, Medicine, Juan Crisóstomo Lafinur, Cosme Mariano Argerich, El Americano, Buenos Aires, 19th century.

Resumo: Objetivo: este artigo tem como objetivo analisar a disputa intelectual entre o médico Cosme Mariano Argerich e o professor de filosofia Juan Crisóstomo Lafinur. O debate, situado no espaço portenho e registrado na imprensa no jornal El Americano, originou-se pela introdução de novos ensinos ligados ao sensualismo e a fisiologia francesa no Colegio de la Unión del Sud em 1819. Desenvolvimento: deseja-se demonstrar a existência de um processo de apropriação de saberes que realizaram estes atores locais segundos seus interesses e posicionamentos. Conclusões: o propósito de Argerich e Lafinur era construir argumentações com o fim de convencer a uma incipiente opinião pública das propostas do sensualismo e a fisiologia de Magendie, respectivamente. Em sua buscapor vencer na disputa, ambos as personagens aperfeiçoaram tanto suas respectivas demonstrações que se pode observar um registro discursivo distinto respeito das noções originais dos autores europeus.

Palavras-chave: Vitalismo, Ideologia, Fisiologia, Medicina, Juan Crisóstomo Lafinur, Cosme Mariano Argerich, El Americano, Buenos Aires, Século XIX.

Introducción

El presente artículo tiene como objetivo analizar la disputa intelectual entre el médico Cosme Mariano Argerich y el profesor de Filosofía Crisóstomo Lafinur. El debate, situado en el espacio porteño y registrado en la prensa en el diario El Americano, se originó ante la introducción de nuevos contenidos educativos impartidos por Lafinur, los cuales estuvieron ligados al sensualismo —proveniente de la corriente filosófica llamada idéologie— y al vitalismo francés en el Colegio de la Unión del Sud en 1819.

La idéologie pone especial énfasis en el estudio del origen de las ideas en relación con el sentido de la percepción. El pensar y el sentir son la misma cosa. De esta manera, se diferenciaba de la escolástica tradicional, que separaba el mundo material del espiritual-mental. La centralidad del pensamiento ideologicista radica en que las impresiones se generan en los órganos de los sentidos, pero estos últimos derivan de las condiciones del sistema nervioso. Como se analiza más adelante, estas nociones filosóficas se conectan a su vez con ciertos principios de la medicina de la época, en particular aquellos que se refieren a la irreductibilidad de los fenómenos vitales al estudio de los mecanismos físicos o químicos, desarrollados por la escuela de Montpellier.

En el Río de la Plata existieron varias reacciones frente a la incorporación de estas nociones que ponían en tela de juicio algunos de los pilares de la enseñanza escolástica-tomista. Una de ellas fue la representada por el doctor Argerich, quien buscó responder a Lafinur con la idea de la imposibilidad de conocer, desde la Filosofía y la Medicina, las condiciones del alma, el origen de las ideas o el entendimiento humano, temáticas que solo podían comprenderse a partir de la Teología.

Ahora bien, ¿qué era lo que realmente estaba en juego en el cruce de palabras entre Argerich y Lafinur? ¿Qué implicaciones tuvo el hecho de que el debate se extendiera del ámbito académico y se reprodujera en la opinión pública? ¿Qué tipo de argumentaciones se proponían en los respectivos casos? ¿Cuáles saberes y disciplinas aparecieron en el debate? ¿Por qué en Francia la filosofía sensualista se conectaba con el vitalismo y por qué en el espacio porteño parecía no existir la misma situación? Estas son algunas de las preguntas que orientan el presente trabajo.

Se desea demostrar la existencia de un proceso de apropiación y transferencia de saberes de estos actores locales según sus intereses y posicionamientos, cuyo propósito era construir argumentaciones consistentes de cara a convencer a una incipiente opinión pública. En su afán por vencer, Argerich y Lafinur adaptaron sus respectivas demostraciones y construyeron un registro discursivo distinto de las nociones originales de los autores europeos.

Asimismo, cabe destacar que este debate puede analizarse mediante algunas contribuciones de las tendencias recientes de la historiografía de la Ciencia, en especial, aquella que refiere a ella como una práctica local (1, 2, 3). Se trata, pues, de indagar en las “condiciones locales de su producción, legitimación e interacción con comunidades específicas y con la sociedad en general” (4, p. 402). Además, los debates científicos son considerados como lugares privilegiados de análisis histórico social, debido a que “revelaban las relaciones de autoridad, credibilidad y confianza involucradas en la forma como se solucionaban dichas disputas” (4, p. 404).

En cuanto a la historiografía de la Fisiología, deseamos resaltar dos posibles aportes: el primero radica en matizar algunas miradas en la historia de la Fisiología en América Latina que retoman el modelo de difusión de la ciencia, entendido como una dinámica universal, producida en un centro y que luego se difunde descompasadamente a la periferia. En este trabajo se observa, por el contrario, un proceso de transferencia internacional de saberes y prácticas que muestra simultaneidad temporal en la circulación de saberes y, más importante aún, readaptaciones y reelaboraciones en estrecha relación con las condiciones locales. No resulta una difusión receptiva, sino una verdadera apropiación, como una actividad activa y creativa. Así, pues, un desafío es mostrar que “lo local” puede considerarse una categoría fructífera de análisis. Por ello, al pasar por alto matices y a veces también al generalizar los saberes de los autores franceses, en el marasmo de la diatriba, Lafinur y Argerich producían algo distinto y jalonaban la presencia de explicaciones basadas en preocupaciones fisiológicas extraídas del vitalismo y la idéologie para discutir problemas particulares y propios del contexto porteño.

En segundo lugar, por lo general, se ha prestado mucha atención a la historia de la Fisiología, una vez que esta se volvió una actividad experimental y autónoma después de la segunda mitad del siglo XIX. Lejos estamos de alcanzar una Fisiología como especialidad dentro de la Medicina experimental, pero nos parece importante resaltar que esta tuvo una historia previa a este estadio (5). Es en la primera mitad del siglo XIX donde hallamos un momento sugerente para estudiar cómo se negociaban formas válidas de acceso al conocimiento, como ocurre con el vitalismo y el sensualismo local. Se desprende también que no tropezamos con campos disciplinares claros y definidos: la Filosofía y la Medicina se hallan entrelazadas en los mismos actores, espacios de sociabilidad profesional, producción de conocimientos y problemas de estudio.

Los saberes médicos y la idéologie en el contexto francés del siglo XIX

Si bien la preocupación por curar ha sido constante entre los seres humanos, la Medicina, como la conocemos hoy en día, es una ciencia nueva. En la antigüedad, la enfermedad era integrada al mundo mágico y era objeto de visiones mitológicas o religiosas. Luego, gracias al desarrollo conjunto de variadas disciplinas como la Física, la Química y la Biología, la Medicina comenzó a establecerse como ciencia y se convirtió en una profesión. A partir del siglo XVIII, empezó a delimitar su objeto de estudio y su fundamento partió de conocimientos específicos y experimentables, guiada por el método científico.

También es cierto que algunas corrientes médicas aún concebían a la Medicina como un saber de tipo humanista y, por eso, se mantenían dentro de un arte de curar. 2 La etapa que analizamos corresponde a un momento en el que la Medicina aún se reivindicaba como saber humanista y no como un saber experimental, como sí lo hizo a partir de Claude Bernard. De todas formas, este componente humanístico muy presente tampoco es excluyente de intentos y ensayos, tanto en Europa como en el Río de la Plata, de insertar a la Medicina dentro de un saber de corte científico.

Esta cuestión es notable en el desarrollo teórico y práctico de la Medicina francesa de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en el llamado vitalismo francés surgido de la Escuela de Montpellier. La tensión puede apreciarse en las diferencias que tienen las perspectivas de Xavier Bichat, su principal difusor y los posteriores enfoques provenientes de François Magendie, con quien aparecerá una tendencia que buscó enmarcarse en el método experimental.

El vitalismo se caracterizaba por postular la existencia de una fuerza o un impulso vital sin el cual la vida no podría ser argumentada. Tras retomar las ideas del médico y químico alemán Georg Ernst Stahl (1660-1734), sus miembros creían que el alma era el principio vital que controlaba el desarrollo orgánico. De allí la cuestión de considerar a la Medicina como un saber humano: sin este principio de vida, no tenía sentido estudiar el plano biológico. El principio vital o del alma imponía límites al estudio de la materia, cuyos procesos orgánicos resultaban difíciles de intervenir o conocer a cabalidad por los médicos. En paralelo, se enfrentaban a la postura del médico Friedrich Hoffmann (1660-1743), quien consideraba al cuerpo como una máquina y a la vida como un proceso mecánico. Estas teorías opuestas de los vitalistas y los mecanicistas tuvieron una injerencia fundamental en la medicina del siglo XVIII (13).

El principal difusor del vitalismo fue Xavier Bichat. Marie François Xavier Bichat nació en Thoirette (Francia), el 14 de noviembre de 1771. Vivió tan solo 30 años y falleció en París el 22 de julio de 1802. Comenzó sus estudios de Medicina en Lyon bajo la dirección de Antoine Petit. En 1793 se trasladó a París, donde Pierre Joseph Desault pronto reconoció sus capacidades y desde entonces se convirtió en su protector. A la muerte de Desault, Bichat completó y publicó su obra. 3

Bichat entendió que los fenómenos biológicos tenían por causa propiedades vitales innatas a todos los seres vivos. De allí derivó el límite que impuso en sus estudios: observó los hechos sin profundizar más sus investigaciones, pues estaba convencido de que ni la Física ni la Química podían interpretar la vida. Como se desprende de su obra Recherches physiologiques sur la vie et la mort, publicada en 1800, Bichat defendió la irreductibilidad de la vida a la materia inerte (15). Esta postura lo llevó a desconfiar del uso del microscopio y considerar la disección como forma de demostración e impulsar los estudios histológicos. A partir de estas bases, llegó a la conclusión de que el elemento común de los órganos animales y humanos son los tejidos, elementos simples y, por lo tanto, irreductibles, los que se propuso identificar (16, 17).

Tras la muerte de Bichat, en 1802, su discípulo François Magendie imprimió otra dirección en las ideas de su maestro. Magendie nació el 15 de octubre de 1783 en Burdeos. En 1808 obtuvo el grado de médico. Trabajó como ayudante de anatomía en la École de Médecine e impartió cursos de Anatomía y Fisiología. En 1809 apareció la primera publicación de Magendie, Quelques idées générales sur les phénomenes particuliers aux corps vivants, en la cual criticó la teoría de las propiedades vitales y denunció el insatisfactorio estado en el que se encontraba la Fisiología francesa (18). 4

En 1809, Magendie presentó a la Académie des Sciences y a la Société Philomatique los resultados de su primer trabajo experimental, realizado con el botánico y médico Alire Raffeneau-Delille (1778-1850): Examen des effets de l’upas antiar et de plusieurs substances émétiques. Se trataba de una serie de experimentos ingeniosos realizados con animales, para analizar la acción tóxica de varias drogas de origen vegetal, que puede situarse en el comienzo del cambio hacia una medicina experimental. Magendie sostuvo que la acción tóxica o terapéutica de las drogas naturales dependen de las sustancias químicas que contienen y debía ser posible obtenerlas en estado puro (19).

Así, pues, para Magendie los fenómenos orgánicos son susceptibles de ser reducidos a explicaciones físicas y químicas y todas sus demostraciones experimentales tendían a probar este aserto. Esta diferenciación respecto a Bichat permitió el desarrollo y la construcción de otra rama que empezó a tener suma importancia en la época: la Fisiología experimental. 5

Además de la Medicina, la Filosofía también se preocupó por revisar sus premisas y buscó diseñar nuevas modalidades de reflexión y comprobación. La ideología, en tanto movimiento intelectual, propuso una separación de la filosofía escolástica y la transformación de la filosofía imperante en la época. En esta tendencia incorporaba y producía explicaciones que incluían miradas médicas para repensar varios temas como el surgimiento de las ideas, el acceso al conocimiento, las facultades intelectuales, etc.

La ideología fue una corriente de filosofía francesa de fines del siglo XVIII, de unos hombres que se llamaban a sí mismos idéologistes (23, 24, 25, 26, 27, 28). El término deriva de la voz idéologie, neologismo creado por Destutt de Tracy para designar una ciencia de las ideas (29). Durante la época napoleónica fue suplantado por el de idéologues, que reflejaba una connotación despectiva. Este movimiento abarca un conjunto de pensadores muy diversos como Condorcet, Condillac, Siéyes, Daunnou, Volney, de Tracy, Cabanis y La Romiguière, entre otros.

Si bien existen distintos matices entre los integrantes, todos ellos parten de un mismo fondo teórico: la idea de Condillac de reducir todo el conocimiento humano a las impresiones sensitivas. 6 Así, giraron en torno a una teoría sensualista del conocimiento, en la cual la premisa básica era que las ideas, los conocimientos y todas las facultades del entendimiento humano se basan en datos sensoriales. Para los ideólogos franceses, las facultades humanas dependían de la diversidad de las impresiones sensibles, ya que “todas estas percepciones, todas estas ideas, son las cosas que nosotros sentimos” (29, p. 390).

En el grupo se destacó la figura de Destutt de Tracy, quien adquirió gran protagonismo desde la época consular e imperial. 7 Tracy logró difundir las concepciones del movimiento a partir de la publicación de su Éléments d´Idéologie, de la que aparecieron sucesivamente cuatro partes: Ideología (1801), Gramática general (1803), Lógica (1805) y Tratado sobre la voluntad (1815), su obra más difundida en Francia y América. Su concepción estuvo centrada en desarrollar una ciencia moderna basada en una lógica racional y separada de la metafísica escolástica, a la que asociaba con el poder absolutista. Fue Pierre Jean Georges Cabanis quien suministró una impronta médica al movimiento, al incorporar un discurso fisiológico al registro filosófico. Pierre Jean Georges Cabanis nació en Cosnac (Corrèce) en 1757 y murió en 1808. Estudió Medicina en París. La viuda de Helvetius fue para él como una segunda madre. A su lado conoció a Diderot, d’Holbach, d’Alembert y Condorcet. Su método consistió en aislar los elementos para caracterizarlos mejor y deducir diagnósticos sobre los aspectos físicos y morales del ser humano. En 1802 publicó Rapparts du physique et du moral de l’Homme, en el que analizó las relaciones de lo moral con las edades, los sexos, las razas y los climas. Asimismo, estudió las sensaciones externas e internas del sistema nervioso, de la fisiología cerebral, del pensamiento y de las pasiones (30, 31, 32).

La preocupación de los filósofos de la idéologie por destacar una preponderancia de los sentidos y la sensibilidad en las capacidades humanas se articuló fuertemente con la tesis del vitalismo, en particular con aquella que hacía referencia a la irreductibilidad de los procesos vitales al estudio de los mecanismos físicos o químicos y que no podían ser objeto de experimentación, lo que los distinguía de la escuela fisiológica que proponía Magendie y luego de la Medicina experimental. De estos postulados surge la interacción entre lo físico y lo moral, en especial, el encuentro de la ideología con el vitalismo.

Reconstrucción del contexto porteño: instituciones, saberes y actores

La crisis de la monarquía española en América y el proceso de disolución de la estructura colonial, que tuvo como fin la invasión napoleónica en 1808 y la formación de juntas provisionales de Gobierno en España ante la acefalia temporal del rey Fernando VII, provocaron cierto horizonte de desorientación en la conducción política en el Río de la Plata. En este marco, la vacatio regis y la crisis que desató la trama del ciclo revolucionario y las guerras de independencia abrieron la necesidad de elaborar y justificar proyectos de reordenamiento del espacio político. Paulatinamente, los actores sociales involucrados en estos propósitos dejaron de tratar a las obras de los autores ilustrados como artefactos exóticos, para interpretarlas en una clave pragmática en función de los asuntos de interés público.

Entre 1810 y 1820, en el Río de la Plata se sucedieron seis Gobiernos revolucionarios: la Primera Junta (de mayo a diciembre de 1810), la Junta Grande (de enero a septiembre de 1811), Junta Conservadora (de septiembre a noviembre de 1811), Primer Triunvirato (de noviembre de 1811 a octubre de 1812), Segundo Triunvirato (de octubre de 1812 a enero de 1814) y Directorio (de enero de 1814 a febrero de 1820). En 1816, una vez alcanzada la independencia en 1816 respecto a España, el poder político de las regiones que componían las Provincias Unidas del Río de la Plata se centralizó en Buenos Aires. El Directorio desarrolló un plan de organización nacional expresado en la Constitución de 1819. Esta proponía un tipo de gobierno centralizado que no reconocía las autonomías provinciales, por lo que las autoridades locales decidieron rechazar la normativa. Ante la imposición de Buenos Aires, se levantaron dos líderes provinciales: Francisco Ramírez, por parte de Entre Ríos, y Estanislao López, por Santa Fe. Ambos lograron vencer al poder central en la batalla de Cepeda hacia 1819. Esta derrota promovió la caída del sistema político del Directorio en febrero de 1820.

En este contexto político se insertó la incipiente medicina porteña. Recordemos que, en el Río de la Plata, al igual que en la península y en otras regiones americanas, la institución encargada de regular y controlar la actividad médica fue el Protomedicato, instalado en Buenos Aires de manera interina por el virrey Vértiz en 1779, debido a las serias deficiencias en los servicios hospitalarios que encontró en la región (33). Funcionó de manera precaria hasta 1798, cuando Carlos III autorizó en definitiva su funcionamiento independiente del de Castilla.

En abril de 1799 se nombró catedrático de Medicina al doctor Miguel O’Gorman y de Cirugía al licenciado Agustín Eusebio Fabre. La Escuela de Medicina inició período de clases el 2 marzo de 1801 con quince alumnos, muchos de los cuales actuarían después como médicos militares en las invasiones inglesas o en la guerra de la Independencia. El curso duraba seis años, distribuidos de la siguiente manera: en el primero, se enseñaba Anatomía; en el segundo, Química Farmacéutica y Botánica; en el tercero, Materia Médica; en el cuarto, Enfermedades; en el quinto, Operaciones y el sexto consistía en lecciones de Medicina Clínica. Para estos tiempos, la Medicina oficial que se practicaba y enseñaba en Buenos Aires aún provenía de otras tradiciones: el plan de estudios se basaba en el de la Universidad de Edimburgo. Para la enseñanza de Medicina se usaban los textos de William Cullen y James Gregory. Para Cirugía se recomendaban textos españoles, como el Curso completo de anatomía, de cinco tomos, por Jaime Bonells e Ignacio Lacabay las Operaciones de cirugía de Francisco Villaverde (34), de modo que mientras la Medicina General era escocesa, la Cirugía tomaba el modelo español.

Tras la Revolución, en 1813, bajo la inspiración de la Asamblea, surgió una nueva organización a los estudios médicos. Se creó el Instituto Médico Militar, quizás por el impulso favorable de las victorias del Ejército del Norte en Tucumán y Salta y ante los pedidos de Belgrano para que le enviaran cirujanos militares necesarios en el contexto de la guerra de Independencia. Más tarde, el Directorio militarizó aún más el Instituto Médico, al ordenar a sus profesores como parte del Cuerpo de Medicina Militar. El primer curso comenzó en septiembre de 1815 y en 1820 diez alumnos ya habían terminado la carrera.

Ligado a esta Institución aparece la figura de Cosme Mariano Argerich, uno de los médicos fundadores. Se hizo cargo de la cátedra de Anatomía Clínica y en 1814 fue nombrado director del Instituto. Tal vez, la elección de Cosme Argerich tuvo que ver con el prestigio, su llegada a los circuitos de influencia españoles y el aval de las autoridades locales, sumados a los méritos profesionales para la obtención del cargo.

Recordemos que Cosme Mariano Argerich nació en Buenos Aires el 26 de septiembre de 1758. Era el hijo mayor del doctor Francisco Argerich y de doña María Josefa del Castillo. Después de sus primeros estudios, fue enviado a España a cursar Medicina en la Real Universidad de Cervera. Como alumno aventajado, fue designado ayudante rentado en las cátedras de Física y Química. Se graduó como doctor en Medicina en 1783 y ejerció su profesión en Barcelona. En 1791, la Academia de Medicina de Barcelona le otorgó el título de académico correspondiente, con lo cual acrecentó su prestigio. Llegado a Buenos Aires, fue designado primer examinador del Protomedicato y en junio de 1802, catedrático de Medicina. En septiembre de 1803 pasó a ser secretario del Protomedicato, cargo aprobado por el rey. Asimismo, participó del Cabildo Abierto de 1810, en el que votó por la caducidad de las autoridades españolas y perteneció a la Sociedad Patriótica Literaria, lo que da cuenta de su apoyo a los distintos Gobiernos revolucionarios (35).

De las páginas del diario El Americano, publicado en 1819, es viable inferir que Argerich conocía a los médicos franceses, en especial, Bichat y Magendie y los enseñaba en el Instituto Médico Militar (36). Otros datos también nos demuestran la presencia de la Fisiología y el vitalismo francés, entre ellos, el artículo de Phillipe Pinel publicado en el mismo diario sobre la varicela (37).

Al mismo tiempo que surgían nuevos bríos en el desarrollo de los estudios médicos, se producía un proceso de circulación de la filosofía de corte sensualista; se destacan Condillac, Destutt de Tracy y Cabanis, quizás los autores más divulgados de esta corriente en la escena local.

Un registro relevante de esta difusión fueron las enseñanzas impartidas por Juan Crisóstomo Lafinur, quien nació en el valle de la Corolina, provincia de San Luis, el 27 de enero de 1797. Se formó en la Universidad de Córdoba, en el contexto innovador de las reformas del deán Funes. Luego de terminar los grados de bachiller, licenciado y maestro en Filosofía, en 1814 se incorporó como soldado al Ejército de Norte, conducido por Belgrano.

En 1817 pidió su retiro y al año siguiente se dirigió a Buenos Aires, en donde ganó el concurso de la cátedra de Filosofía en el marco de la apertura del Colegio de la Unión del Sud durante el directorio de Pueyrredón (38). Aquí, Lafinur inició sus clases de Filosofía en 1819 y su curso estuvo basado en el manual que tituló Curso filosófico, en el cual se introdujeron los principios de la idéologie, en particular, los saberes de Condillac, Destutt de Tracy y Cabanis. Este tipo de recepción hace pensar que los ideólogos fueron conocidos mediante estas relecturas y las reproducciones fragmentarias que hacía la prensa, más que por el acceso directo a sus obras.

Lo distintivo de Destutt de Tracy y Cabanis es que las impresiones se generan en los órganos de los sentidos y que, a su vez, estas se derivan de las condiciones de nuestro sistema nervioso. Lafinur continúa esta línea argumental cuando expone que las sensaciones “nacen de las impresiones de los cuerpos sobre nuestros órganos exteriores, o de la acción y reacción de los órganos interiores los unos sobre los otros, o de los movimientos obrados en el seno mismo del sistema nervioso, o del centro cerebral” (39, p. 96). Estas premisas se diferenciaron de la educación escolástica que aún se mantenía en el Río de la Plata, al mismo tiempo que promovieron una articulación entre los saberes filosóficos y médicos.

Cabe señalar que las enseñanzas novedosas de Lafinur produjeron fuertes reacciones. 8 Entre las polémicas, es significativa la que tuvo con Cosme Argerich. Como podrá apreciarse, Argerich guardaba sus reparos en avalar una visión centrada solo en el carácter material del ser humano, con lo que se plegaba a una defensa de los saberes escolásticos. En tal sentido, Argerich seleccionó fundamentos “modernos” y “actualizados” extraídos de la Fisiología de François Magendie, quien planteaba, contrario al galeno porteño, apartarse de la Teología y superar los límites que imponía la religión.

La disputa en El Americano

Es en este contexto de circulación de saberes y de la creación de nuevas instituciones e institutos de estudios que irrumpieron las primeras enseñanzas de los principales referentes de las escuelas médicas y filosóficas francesas. Poner de relieve el estudio de la polémica entre el médico y el filósofo nos permite mostrar un punto de emergencia en este derrotero.

Aclaremos que resultaría algo anacrónico insertar esta disputa en lógicas y rasgos científicos acabados. Para esta época, en el Río de la Plata, la élite dirigente estaba lejos de conformar un desarrollo sólido de un programa científico y menos aún existían las condiciones para la constitución de diversos recursos que pudieran sustentar tal proyecto. No obstante este reparo, es posible plantear que el debate puede pensarse como una caja de resonancia de primeras iniciativas en pos de poner en juego prácticas y saberes que aspiraban a modelarse en tanto actividad científica, profesional y académica.

Del análisis de esta diatriba se infiere que aun las competencias disciplinares eran difusas. Los médicos utilizaban conocimientos de la Filosofía, como también los filósofos incluían en sus afirmaciones aspectos médicos. La discusión evidencia también la búsqueda de interlocutores válidos en un contexto local en donde la vida académica y profesional estaba en ciernes. No es casual, pues, que el prestigio de ambos contendientes fuera importante a la hora de elegir y seleccionar con quién entablar el diálogo.

Con la publicación de El Americano, en 1819, distinguimos un primer registro significativo de circulación de saberes médicos en la prensa porteña y su difusión entre una opinión pública en formación. El debate puede interpretarse en una clave en la que las propuestas de los médicos y filósofos franceses se divulgan más allá del espacio académico para darse a conocer a un segmento lector más amplio.

Como mencionamos, las notas del periódico hacen referencia a una polémica originada por la introducción de la enseñanza de la ideología en el Colegio de la Unión del Sud por el profesor Lafinur. Resulta interesante que el detractor de las nuevas enseñanzas fuera el doctor Cosme Argerich, referente de la renovación del mundo del conocimiento en los ámbitos médicos y en los ejercicios profesionales. Más llamativo aún es que los argumentos utilizados por Argerich para derribar a su contrincante fueron construidos a partir de los saberes de François Magendie, uno de los médicos franceses que trató de ubicar a la Medicina como un saber experimental.

En el espacio porteño, entonces, encontramos el registro de un diálogo tenso entre académicos que, situado en una discrepancia concreta, contrapone por un lado a Cabanis y Destutt de Tracy, utilizados por Lafinur y, por el otro, a Magendie, referenciado por Argerich. El médico porteño comentaba:

[…] he tenido el mayor disgusto en presenciar la desagradable escena del 20, en el acto literario que se dio en el colegio de la Unión, y mucho más cuando observaba que por no haberse explicado el Sr. Lafinur con toda claridad y debida extensión en una materia nueva para nuestras escuelas, fuertemente aferradas en sus antiguos sistemas, daban por proposiciones que inducían al materialismo unas verdades recibidas en el día con el mayor aplauso por los sabios más religiosos (36, p. 2).

Luego Cosme Argerich continuaba argumentando que

El Sr. Dr. Magendie catedrático de anatomía y fisiología, en la escuela de París, acaba de dar una obra elemental de esta ciencia, la más correcta que hasta ahora ha visto la luz pública, y en la página 154 del tomo primero dice lo siguiente: “La inteligencia del hombre se compone de fenómenos tan distintos de todo cuanto presenta la naturaleza, que es indispensable referirlos a un Ser particular que reconocemos como emanación de la Divinidad. Es la cosa de mayor consuelo creer que hay este Ser inmortal é inmaterial, que llamamos alma; y por lo tanto no es imaginable que ningún Fisiólogo se atreva a negar su existencia”. Añade después: “Es verdad que la severidad de la lógica que actualmente domina en la fisiología exige que se trate de la inteligencia humana, como si fuese el resultado de la acción de un órgano, pues así se evitan graves errores en que han caído sujetos por otra parte del mayor mérito”. Quizá esta ha sido la razón que ha movido al Sr. Lafinur para presentar sus opiniones de un modo tan sencillo y poco complicado. Pero si debemos hablar con justicia, la materia no es tan sencilla, ni de tan poca entidad, que nos hemos de contentar con solo manifestar una parte del fenómeno sin acabarlo y darle todo el grado de perfección de que es susceptible (36, p. 2). 9

En principio, parece que se está discutiendo sobre cuáles son las áreas de estudio que debían asumir los médicos y los filósofos, hasta dónde estos debían conocer y definir sus focos de atención. En el discurso de Argerich, Filosofía y Medicina compartían preocupaciones similares. En ellas no estaba la autoridad final de fijar cuáles eran los verdaderos límites del conocimiento. A diferencia de Lafinur, Argerich defendía la potestad preferencial de la Teología en el concierto de las Ciencias.

Ahora bien, lo interesante era que Argerich, más cauteloso y tradicional en su postura, utilizaba a François Magendie para sostener esta argumentación. En primer lugar, podemos pensar que lo hacía para esgrimir su conocimiento profundo y actual de los estudios médicos y filosóficos en boga en Europa. Con ello, daba cuenta de su saber-poder en el ejercicio de las opiniones. También es cierto que para el fisiólogo francés era funcional en la diatriba, ya que Magendie no negaba —como se observa en el documento de más arriba— la existencia del alma, pero al igual que Destutt de Tracy, la igualaba a las funciones del cuerpo, que eran los únicos objetos de estudio posible para el hombre. Al retomar y rescatar solo el primer aspecto y defender la presencia de la Teología como ciencia madre, Argerich buscaba provocar a Lafinur que, en alguna medida cuestionaba — de acuerdo con los ideólogos— la importancia de estudiar cuestiones como la existencia del alma y también proponía una Filosofía emancipada de los preceptos religiosos.

Es evidente que Argerich pasaba por alto otros saberes que Magendie expuso tan celosamente en sus trabajos, como el uso de la experimentación con instrumentos y el ejercicio de la observación y del estudio en la práctica clínica que daban una orientación a la Medicina en un cauce científico y experimental, planteos distintos a la tradición anterior. 10 Argerich leía a Magendie y lo “situaba” respecto a un contexto particular, percibido por él en una clave de pérdida de las enseñanzas y los valores tradicionales.

De tal manera, advertimos que el sentido que emerge de un determinado saber en un contexto inicial no es necesariamente el mismo que se produce en otro espacio. Vemos cómo un médico local utilizó un conjunto de saberes para decir otra cosa y, por consiguiente, también “producía” efectos diferentes a lo que el autor original quiso resaltar. Para ser más específicos, señalamos que Argerich buscaba en Magendie —y no en Bichat, que hubiera sido más consonante— argumentos para defender la existencia del alma y para establecer los límites que tienen los conocimientos médicos y filosóficos en esta materia, fundamentos con los que pretendían derribar las explicaciones sensualistas, antirreligiosas y materialistas de Lafinur. Argerich finaliza su comunicación al editor en los siguientes términos:

Estoy bien persuadido que los sentimientos y principios del Sr. Catedrático Lafinur, a quien aprecio infinito por su literatura y buen gusto, son los mismos que yo sigo, y que nada de lo que llevo insinuado le puedo tocar ni remotamente; pero, si es permitido a un hombre de honor y alguna edad proponerse a sí mismo por modelo, podría hacerle presente que enseñando a mis discípulos la fisiología, ya ha once años, en la discusión del análisis del entendimiento les expliqué estas mismas opiniones perfeccionadas con la continua lectura de Cabanis y de Desttut Tracy, pero proponiéndolas siempre con el correctivo insinuado de prescribir exactamente los límites hasta donde puede llegar la filosofía, debiendo esperar de la ciencia sagrada los restantes conocimientos (36, p. 3).

En este pasaje se evidencia que Argerich también conocía de cerca a los ideólogos, en especial a Cabanis y a Destutt de Tracy y, aunque estos pensadores franceses eran muy críticos del pensamiento escolástico y de la Teología, el médico porteño se apropiaba de ellos y los difundía en sus aulas, con las salvedades del caso. También se podría pensar que existió cierta autocensura. Al respecto, la última frase de la misiva es muy sugerente, cuando dice: “Creí que debía obrar con esta precaución en la introducción de un sistema tan delicado, desconocido en el país hasta estos últimos tiempos” (36, p. 3).

La respuesta de Lafinur no se hizo esperar y, a la semana siguiente, El Americano publicaba su contestación en los siguientes términos:

Hablaré no para satisfacer a los que estuvieron presentes sobre la claridad y extensión, que dice faltó a nuestras doctrinas; (pues es público que hablé más de lo que es regular para satisfacer un argumento). Lo hago, porque quiero que el Sr. Argerich quede persuadido, y los que no hayan asistido, de que no dejó de aparecer el Iris que se deseaba. Reproduciré en pocas palabras lo que allí dije, si V. se digna hacer lugar entre sus bellas páginas (42, p. 3).

El editor, Pedro Feliciano Cavia, otorgó el lugar y la extensión que Lafinur le solicitaba y que luego agradecería. Es posible pensar que Cavia no lo hiciera por la demanda expresa del catedrático, sino porque le interesaba trasladar el debate en sí mismo a una opinión pública que esperaba la respuesta. Esto, a su vez, podría atraer más lectores y suscriptores, lo que haría su trabajo más redituable.

En un horizonte en donde seguramente se conocía el lema ilustrado “ideas claras y distintas”, Argerich había sido agudo al calificar de desordenada la exposición de Lafinur. No es fortuito que el profesor de Filosofía, afectado por esta crítica, comenzara su defensa sosteniendo su claridad expositiva. A lo largo de su respuesta, Lafinur intenta convencer a Argerich de que no ha traspaso aquel límite, pero lo hace con los que sí pretendieron hacerlo: los ideólogos franceses. Por ello, se reparan muchas tensiones y superposiciones en los argumentos; por ejemplo, al principio indica que “la materia no puede producir la inteligencia: creemos que acertando a demostrar este aserto, habremos dado al fenómeno esa perfección que él echa de menos, al menos en la única manera que es permitido a un filósofo” (42, p. 3). La materia no puede originar la inteligencia, pero sí puede modificarla como se desprende en las líneas siguientes:

[…] una observación prolija de impresiones las más fugitivas puede hacerse de por sí de un carácter importante, u ocasionar alguna vez verdaderas impresiones sin causa real exterior, o sin objeto que las determine. Esto es tan cierto, que nadie ignora que las impresiones agradables pueden por su duración, o intensidad producir el dolor o el malestar, y que las impresiones dolorosas determinando un aflujo más considerable de líquidos en las partes que ellas ocupan, producen frecuentemente efectos, por decirlo así, mecánicos y locales de placer (42, p. 3).

Al final de la controversia, Lafinur preguntaba hasta qué punto “¿Podría tenerse por sospechoso, y por qué induce desconfianzas en nuestro país, un sistema que reposa sobre la base de que la materia no puede producir la inteligencia?” (42, p. 3). Tal pregunta buscaba persuadir a los supuestos lectores —y no solo a Argerich y a sus alumnos— acerca de que el sensualismo y la Fisiología no eran saberes peligrosos o, al menos, no ponían en tela de juicio, hasta ese momento, los fundamentos teológicos acerca de la existencia del alma, de Dios, de la inmaterialidad del hombre, etc. y otra vez nos topamos con un actor local, que escoge y reelabora aquellos saberes eficaces de un conjunto mayor de conocimientos para defender su posición y los condicionantes del contexto en el cual se enmarca la disputa.

Algo es seguro de lo que Argerich afirmaba sobre Lafinur: en apoyo a sus tesis, el profesor de Filosofía nunca apelaba a temas teológicos ni a citas tradicionales de Aristóteles, Tomás de Aquino o Francisco Suárez. Inclinado hacia un deísmo racionalista que no rechazaba la idea de Dios, Lafinur fue acusado de antirreligioso y materialista y, tras un proceso en su contra, tuvo que abandonar las aulas. Lafinur salió de Buenos Aires en 1821 y se instaló en la ciudad de Mendoza, en donde enseñó Filosofía, Literatura y Francés en el Colegio de la Santísima Trinidad. 11 Una vez más tuvo problemas con las autoridades, debió emigrar a Chile en 1822 y murió al año siguiente.

En cuanto a la trayectoria de Cosme Argerich luego de la polémica, digamos que al organizarse la Universidad de Buenos Aires, pasó a constituir el Departamento de Ciencias Médicas y quedó como su director. Falleció el 14 de febrero de 1820.

La polémica entre Lafinur y Argerich siguió resonando en los círculos académicos y su proyección política fue potente en los próximos años. A partir de 1821, las ideas sensualistas y vitalistas fueron avaladas y estimuladas por un Gobierno interesado en su difusión y, entre otras medidas, emprendió la erección de la Universidad de Buenos Aires. Estos principios sustentaron unas reformas iniciadas por el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia. Su interés residía en que estos nuevos saberes se adaptaban con mayor eficacia a la organización del nuevo orden político republicano y representativo que se deseaba impulsar y reemplazar con ellos todo lo referente a la herencia colonial. Una prueba de este proceso de renovación puede verse en el caso de Juan Manuel Fernández de Agüero, profesor encargado de enseñar Filosofía a partir de 1821 en la reciente Universidad de Buenos Aires. Su libro Principios de ideología muestra, desde su título, la adhesión más cabal a tales conocimientos, con los cuales se reabrió una serie de objeciones que fueron canalizadas por la prensa (44, 45). A decir verdad, a pesar de que el régimen rivadaviano se había puesto a favor de una transformación en el terreno de las enseñanzas e ideas, no deja de ser cierto que Fernández de Agüero, al igual que Lafinur, tuvo que afrontar complicaciones, entre las cuales podríamos mencionar la suspensión del cargo.

Conclusiones

Luego de la Revolución de mayo, en 1810, apareció en el discurso público un tema que pronto se convirtió en lugar común: el Gobierno español había mantenido en la ignorancia a los habitantes del Río de la Plata con el fin de dominarlos mejor, minar su salud y explotar las riquezas nativas para beneficio de la metrópoli. Con el advenimiento de la libertad se esperaba un renacer profundo del cultivo de las Ciencias, de la Medicina y de las artes, el cual redundaría en el bienestar púbico. Así, pues, no fue extraño que existiera un proceso de apertura, aprendizaje y participación mayor en el mundo del conocimiento, como lo demuestran los actores de nuestro estudio. En este marco, surgieron las sucesivas academias y asociaciones, colegios como el de la Unión del Sud e institutos como el Instituto Médico Militar. Nuevas instituciones en las que Lafinur y Argerich pudieron formarse, entablar amistades, ejercer una profesión, ganar un sueldo y alcanzar cierto prestigio en el espacio público porteño. A su vez, con la nueva vida política, se intensificó un proceso de transferencia internacional de saberes y se instaló la preocupación acerca de qué enseñar a los estudiantes.

En este documento se buscó, primero, situarnos ante los principales rasgos de las corrientes médicas y filosóficas desarrolladas en Francia para comprender su dinámica en el contexto original; luego, se analizó el proceso de circulación de estos saberes en el escenario local y se concluyó en el entendimiento de cómo estos fenómenos entraron en diálogo y se condensaron en una polémica que los puso en movimiento al hacerlos visibles en la prensa.

El trabajo arrojó resultados parciales que deberían profundizarse y expandirse con próximas investigaciones. No obstante, podemos esquematizar algunos aportes provisorios: 1) una polémica intelectual puede ser un objeto de estudio viable y fructífero para examinar, por un lado, qué era lo que se leía y qué argumentos se ponían en juego en un determinado espacio y tiempo y, por el otro, inferir las problemáticas y los focos de discusión que hacen al mundo del conocimiento y de las ciencias prácticas; 2) en este caso, el contexto fue más relevante que los textos y las ideas originales. El proceso de transferencias de saberes no asumió una forma pura y total. Los saberes se seleccionaron y se fragmentaron según las circunstancias históricas y los intereses personales. El diseño de los argumentos para convencer y retrucar al otro involucrado provocó ciertos desplazamientos de los fundamentos de los autores europeos; 3) los saberes médicos y los filosóficos estaban en permanente contacto, lo que nos permite problematizar la dimensión disciplinaria. Concebir una Medicina y una Filosofía como ciencias definidas y separadas con claridad debería ser una fórmula matizada y revisada para repensarlas en tanto espacios de saberes compartidos y en un proceso amplio de elaboración de sus componentes específicos y modernos; 4) los estudios médicos buscaron renovarse al igual que los filosóficos en el ámbito local, pero se toparon con los límites puestos por la presencia de la Teología y la visión escolástica, presentes en los mismos actores que fueron parte de ese intento de innovación; y 5) el estudio de los casos de Argerich y Lafinur nos demuestra que los saberes médicos que circulaban en Buenos Aires a finales de la década de 1810 oscilaban entre distintos registros, como el vitalismo, la idéologie y un discurso fisiológico de corte más experimental.

Agradecimientos

Deseo agradecer en especial a Stefan Pohl-Valero por la invitación al Coloquio Internacional “Historias alternativas de la Fisiología en América Latina: en la búsqueda de miradas comparadas y transnacionales” (Bogotá, 2014). Retribuyo sus valiosos comentarios, así como también a Emilio Quevedo y a Josep Simon, por sus sugerencias que fueron consideradas en la presente versión.

Referencias

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Notas

2 Existe una amplia literatura sobre el proceso de modernización y profesionalización de la Medicina en Europa y los Estados Unidos (6, 7, 8, 9, 10, 11, 12).

3 Pierre Joseph Desault nació en Vouhenans (Haute-Saône, Francia), el 6 de febrero de 1744. Ilustre anatomista y cirujano francés de finales del siglo XVIII, fue médico del hijo de Luis XVI durante su encarcelamiento en la prisión de la Tour du Temple, durante la Revolución francesa. Murió en París, el 1 de junio de 1795. Xavier Bichat, su amigo y alumno, publicó bajo su nombre, de forma póstuma, cuatro volúmenes de las Oeuvres chirurgicales, 1798-1799 (14).

4 Este artículo apareció en el Bulletin des Sciences Médicales de la Société Médicale d’Emulation. Más adelante, Magendie colaboró en revistas como el Journal Universel des Sciences Médicales y los Annales de Chimie et de Physique, entre otras. Una forma de acumular prestigio y calidad profesional era publicar en este tipo de revistas académicas de moda en la época (6).

5 De la visión de Magendie nacería la llamada Medicina experimental, impulsada por la obra de Claude Bernard (20, 21, 22).

6 La obra de Condillac, Tratado de las sensaciones, publicada en 1754, impulsó los principios más generales de los ideólogos. En ella, se sostiene que el conjunto de las facultades del hombre derivan de los sentidos o, mejor dicho, de las sensaciones. A partir de esta visión, Condillac y los ideólogos se distanciaban de la vertiente cartesiana.

7 Antoine Louis Claude Destutt, conde de Tracy, nació en París en 1754 y murió en 1836. Recibió educación universitaria en Estrasburgo acorde con su rango aristocrático. Luego ingresó al Ejército e hizo una carrera militar que lo llevó a obtener el grado de jefe de caballería del Ejército del general Lafayatte. En 1789 desempeñó el cargo de diputado en los Estados Generales en representación de la nobleza y fue un activo entusiasta de la Revolución hasta su paso a la época del Terror en 1792. A pesar de su defensa del republicanismo, fue crítico al gobierno de Robespierre. Se salvó de la guillotina tras el golpe de Termidor en 1795, que originó con la caída de la Convención. Durante el Directorio, participó de la vida política como miembro activo del Senado (26).

8 Lafinur también tuvo enfrentamientos con el rector del Colegio de la Unión del Sud y con el padre Francisco Castañeda, que representaba a los sectores tradicionales (40).

9 Para los conceptos de Magendie que retoma Argerich, véase (41).

10 Por ejemplo, Magendie no tenía inconvenientes en experimentar con animales vivos, en especial, perros. Esto le valió severas críticas en Francia (9).

11 Después de abandonar su cátedra, Lafinur se refugió en la Sociedad Secreta Valeper. Sabemos, por las Actas de esta sociedad, que los socios se entendieron por una clave que ocultaba sus nombres originales bajo otros rótulos. Lafinur llevaba el seudónimo de “Sinforiano” (43). Es muy probable que su viaje a Mendoza sea producto del llamado de una sociedad similar a la Valeper, que funcionaba en la capital cuyana. En este asunto, deseo agradecer la intervención del profesor Emilio Quevedo, quien sugirió que observara la cuestión de las logias secretas y masónicas y su posible incidencia en la vida y en la propuesta filosófica de Lafinur.

Notas de autor

1 PhD

Información adicional

Para citar este artículo: Di Pasquale M. Vitalismo, idéologie y fisiología en Buenos Aires. La polémica entre Cosme Argerich y Crisóstomo Lafinur en El Americano, 1819. Rev Cienc Salud 2015; 13 (esp): 13-28. Doi: dx.doi.org/10.12804/revsalud13.especial.2015.02