Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

“Pensar antes de contar”: Sartori como crítico de la ciencia política

Luis Javier Orjuela E.

“Pensar antes de contar”: Sartori como crítico de la ciencia política

Desafíos, vol. 30, núm. 1, 2018

Universidad del Rosario

Luis Javier Orjuela E. *

Universidad de los Andes, Colombia




Giovanni Sartori definió la ciencia política como la disciplina que estudia o investiga, con la metodología de las ciencias empíricas, los diversos aspectos de la realidad política, con el fin de explicarla lo más completamente posible (Sartori, 1986). Sin embargo, a pesar de afirmar el componente empírico de la ciencia política, Sartori siempre fue un crítico de la reducción de lo político a lo meramente empírico. Ya en su gran obra, Teoría de la democracia, publicada en inglés en 1987, sostenía que dos defectos afectaban a la teoría de la democracia y, por extensión, a la ciencia política: la neutralidad o “inhibición valorativa” y el conductismo. En cuanto a la primera, Sartori, después de descartar distintas concepciones de dicha neutralidad o Wertfreiheit, la definió como la tendencia analítica que separa la descripción de la valoración (Sartori, 1986, pp. 23-24). No obstante, para dicho autor, la teoría de la democracia presupone no solo una dimensión operacional, sino también un elemento normativo. De allí que la democracia solo se entienda a partir de la tensión entre hechos y valores, lo cual permite incorporar en su conceptualización las condiciones históricas que la originaron y hacen que todavía pueda tener sentido seguir luchando por ella (Sartori, 1986, p. 27). Por lo tanto, si se define la democracia reconociendo la tensión entre descripción y prescripción, se abre ante nosotros el horizonte de una idea regulativa de simetría y reciprocidad en las relaciones sociales y de continua posibilidad de una mayor inclusión.

En cuanto al conductismo (behaviorism), que no debemos entender en su acepción psicológica sino como el énfasis de la ciencia política en el estudio del comportamiento político, tendencia que surgió en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, y que reaparece en la actualidad en forma de encuestas electorales y de sondeos de opinión política, Sartori sostenía que si bien el conductismo había generado una importante corriente de estudios empíricos, que en su época fue un logro, también generó una división entre teoría empírica y teoría normativa que contribuyó a reducir el estudio de lo político a lo meramente empírico en desmedro de los elementos normativos. Al respecto, advertía el autor sobre un empobrecimiento de la ciencia política puesto que “si la teoría empírica se deshace de ambos tipos de normas [las técnicas y las valorativas] queda reducida a demasiado poco y adolece de superficialidad” (Sartori, 1986, p. 24).

A pesar de que Sartori ha sido reconocido como uno de los padres de la política comparada, del desarrollo del método comparativo e, incluso, para muchos, del desarrollo de la ciencia política cuantitativa, nunca abandonó la preocupación por las dos dimensiones de la ciencia política o, más específicamente, por la tensión entre su dimensión empírica y su dimensión normativa. Tanto es así que pocos años antes de su muerte, en septiembre de 2004, Sartori escribió, para la sección de debates de una prestigiosa revista mexicana, un corto ensayo titulado “¿Hacia dónde va la ciencia política?”, el cual fue publicado de nuevo, un par de meses después, en otra prestigiosa revista estadounidense 1 . Allí, Sartori vuelve a criticar la ciencia política norteamericana por ser antiinstitucional, muy centrada en el estudio del comportamiento político, por tornarse progresivamente muy cuantitativa y estadística y tan volcada hacia sí misma, que se ha alejado de la relación entre teoría y práctica (Sartori, 2004). Contra dicha situación, Sartori argumenta que la ciencia política debería ser una interacción entre el comportamiento y las instituciones (estructuras); que el conductismo se ha exagerado hasta el punto de “matar una mosca con una escopeta”; que el cuantitativismo ha desembocado en una “falsa precisión o en una irrelevancia precisa”, y que al no lograr establecer la relación entre teoría y práctica, se ha convertido en una ciencia inútil (Sartori, 2004). A partir de dicho diagnóstico, concluía sarcásticamente:

¿Hacia dónde va la ciencia política? Según el argumento que he presentado aquí, la ciencia política estadounidense […] no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro. Acudir, para creer, a las reuniones anuales de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política (APSA) es una experiencia de un aburrimiento sin paliativos. O leer, para creer, el ilegible y/o masivamente irrelevante American Political Science Review. La alternativa, o cuando menos, la alternativa con la que estoy de acuerdo, es resistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pensar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar (Sartori, 2004).

En este diagnóstico Sartori no está solo. Autores como Habermas también plantean que la ciencia política y el derecho se mueven en esta tensión entre los elementos empíricos y los normativos o, como él la denomina, “entre facticidad y validez” (Habermas, 1998). Este autor también critica el reducido concepto de lo político que tiene la ciencia política contemporánea, su aislamiento de la filosofía política, su excesivo empirismo y su énfasis en la razón instrumental. Estas características le impiden comprender el sentido de muchas de las transformaciones de la política contemporánea. Por lo tanto, una mejor compresión de dichos fenómenos requeriría reestablecer una relación entre la filosofía política y la ciencia política.

Desde la Antigüedad, pasando por la Modernidad, hasta finales de la primera mitad del siglo XX, la ciencia política había sido una reflexión sobre la posibilidad de construir la sociedad como una comunidad política, resultado de un acuerdo entre actores sociales. Pero desde comienzos de los años cincuenta del siglo XX, dicha disciplina empezó a abandonar gradualmente la referencia a la constitución de la totalidad social para concentrarse en el estudio de las funciones del subsistema político (Habermas, 2001, p. 18).

Ello se debió a la influencia que en las ciencias sociales tuvo del enfoque funcionalista o estructural funcionalista, especialmente en la versión de Talcott Parsons (1971). Para este autor, la sociedad enfrenta una serie de problemas o imperativos funcionales que debe solucionar para mantenerse en el tiempo o para funcionar de tal manera que las necesidades sociales se satisfagan. Estos imperativos son la adaptación, la búsqueda de metas colectivas, la integración y la estabilidad normativa. Los diversos susbsistemas sociales contribuyen a la realización de dichos imperativos funcionales. Así, el subsistema económico contribuye a la adaptación de la sociedad al entorno; el subsistema social contribuye a la integración y la solidaridad; el subsistema político contribuye al logro de los objetivos colectivos, y el subsistema cultural contribuye a la estabilidad normativa. El funcionalismo implica entonces una visión conservadora de la sociedad y del cambio social. Es una teoría de la conservación de los límites y la integración interna del sistema social. Los conceptos de conflicto y desequilibrio son abandonados explícitamente. Así, el objeto de investigación en ciencias sociales pasa de la acción de los individuos a las funciones de los sistemas sociales.

Los trabajos de David Easton, en la primera mitad del siglo XX, en Estados Unidos, y de Niklas Luhmann, en la segunda, en Europa, constituyen el funcionalismo más representativo en la ciencia política. La obra de estos dos autores está fuertemente influenciada por la de Parsons. Easton (1982) propuso el concepto de sistema y el estudio de sus funciones como el objeto de estudio de la ciencia política puesto que ni el Estado, ni el conflicto, ni el poder le parecían conceptos suficientemente precisos para fundamentar en ellos la investigación científica. Lo que preocupaba a este autor era la preservación y la estabilidad del sistema político. De lo anterior se desprende que el objeto de análisis de lo político se desplaza desde las acciones de los actores en torno a la constitución de la sociedad, hacia el análisis de los procesos y procedimientos que permiten la continuidad del funcionamiento del sistema político, con lo cual la ciencia política reduce su concepción de la política a la mera racionalidad sistémica o funcionalista.

Desde entonces, bajo el influjo de Easton y otros autores positivistas, la ciencia política ha optado por el método empírico y positivista y ha dejado de lado las perspectivas hermenéuticas, las cuales se concentran en el análisis de la dimensión del sentido, el significado y los valores de la acción política. La escasa consideración que en la ciencia política positivista ha tenido la vertiente hermenéutica, la ha llevado a otorgar una primacía exclusiva a los enfoques explicativos y empíricos que anteponen lo fáctico y lo cuantitativo sobre la compresión de los significados e interpretaciones.

En la segunda mitad del siglo XX, el más importante defensor del funcionalismo ha sido Niklas Luhmann (1998) quien lleva el enfoque sistémico hasta sus últimas consecuencias al despojarlo de todo contenido antropológico e introducir la idea de la autopoiesis y la autoreferencia sistémica (p. 13). Este autor cosifica los sistemas, hace que cobren existencia real. Luhmann (1998) concibe la sociedad sin seres humanos, constituida por un sistema de comunicaciones. Pero advierte que para su teoría del sistema social como sistema de comunicaciones ha renunciado al concepto tradicional de comunicación como acción social. Son los procesos y no los sujetos los que comunican (p. 15). Por lo tanto, desarrolla una concepción de la sociedad que rompe radicalmente con la filosofía de la Modernidad. Para él la sociedad contemporánea y sus diferentes subsistemas sociales consumaron esa ruptura hace ya mucho tiempo. La dimensión normativa es excluida explícitamente; lo importante es contar con una adecuada descripción de la sociedad que permita entender su estructura y funcionamiento. En este sentido, Luhmann (1973) critica despiadadamente las formas de humanismo, emancipación, eticidad y moralidad con que, según él, se oculta el funcionamiento tecnocrático y tecnológico de la sociedad contemporánea.

El concepto de sistema y las exigencias empiristas expresan, en términos generales, la lógica con la que operan las ciencias sociales en el mundo técnico-científico contemporáneo, en especial el derecho, la ciencia política y la economía. Ello se debe, como lo plantea Habermas (2001), a que las sociedades modernas y contemporáneas han experimentado un proceso de progresiva diferenciación, cuyo resultado es el aumento de la complejidad social en la cual la racionalidad sistémica opera como una forma de reducción de dicha complejidad a fin de darle sentido a la realidad. Pero mientras Luhmann se contenta con constatar dicha racionalidad sistémica y hacer de ella el objeto de las ciencias sociales, Habermas (2001) tiene un interés emancipatorio en tanto llama a descolonizar el mundo de la vida argumentativamente constituido de los imperativos de la racionalidad sistémica (pp. 451 y siguientes).

El funcionalismo constituye entonces una forma de racionalidad sistémica que ha producido una despolitización de la sociedad en la medida en que ha reducido la política al mero procedimiento y a la razón instrumental en detrimento de la razón dialógica de los sujetos sociales. Por lo tanto, uno de los principales problemas epistemológicos de la ciencia política es su compresión de lo político, que resulta muy pobre y reducida debido a su necesidad de acotar su objeto de estudio, a fin de lograr su identidad como ciencia. Como sostiene Sartori, prevalece en dicha disciplina un reduccionismo metodológico y conceptual. Los enfoques empiristas que esta utiliza privilegian una racionalidad instrumental con miras a su aplicabilidad práctica para controlar el mundo social. Esta es una necesaria dimensión de la vida política, pero no la única. Hoy la ciencia política empírica enfrenta una serie de nuevos fenómenos sociales, de diversificación de las identidades de los actores y de nuevas concepciones y teorías de la vida política, que se encuentran en un ámbito distinto de lo observable, de los sondeos de opinión y de lo cuantificable. El lenguaje, las motivaciones, los símbolos e imágenes del mundo, las adscripciones ideológicas o las visiones omnicompresivas del mundo dan significado a la acción política. Para el análisis de estos fenómenos, la capacidad explicativa del método empírico resulta muy limitada.

Finalmente, la ciencia política empírica enfrenta hoy la imposibilidad de lograr un consenso mínimo sobre una teoría y un cuerpo conceptual que sirva de fundamento a la disciplina. Esta se fue fragmentando y desdibujando a pesar de los esfuerzos de algunos de los grandes teóricos de la disciplina para elaborar marcos teóricos unificadores. Cabe mencionar aquí a Gabriel Almond (1990), quien junto con David Easton, fue uno de los principales difusores del enfoque funcionalista y uno de los pilares de la tradición empirista que hoy considera la ciencia política como una disciplina fragmentada. Lejos de desarrollar su propio marco teórico, la ciencia política empírica está cada vez más permeada por conceptos de otras disciplinas, especialmente por la economía y sus enfoques de elección racional y neoinstitucional. Sin embargo, en las ciencias sociales reaparecen hoy, si es que alguna vez desaparecieron, los terrenos comunes, las convergencias y las hibridaciones. No obstante, la ciencia política no ha reflexionado sobre este fenómeno. Esta disciplina debería abrirse a la interdisciplinariedad, en vez de insistir en su delimitación como ciencia.

Pero lo que la política constituye como orden es no solo el control instrumental del mundo social desde una perspectiva sistémica, es también la distribución de los recursos sociales y la dimensión normativa y simbólica de la praxis. Por lo tanto, la política tiene también una dimensión de sentido, o mejor expresado, adquiere su sentido en un conflicto en torno a los diferentes significados del orden social. No obstante, la ciencia política empírica renunció a ocuparse de los fundamentos sociales y valorativos de lo político, para concentrarse en sus manifestaciones objetivas (Habermas, 2001, p. 18). Sin embargo, hoy en día la política se mueve cada vez más alrededor de un conflicto valorativo. Hoy la política no es solo un conflicto entre intereses económicos diversos, lo cual hacía menos difícil el problema de la construcción del orden social, en la medida en que se suponía que los actores compartían un marco valorativo común, sino también, y cada vez más, un conflicto entre valores y formas culturales de vida diversas, del cual la ciencia política de orientación positivista no puede dar cuenta a menos que restablezca sus nexos con lo cultural y lo filosófico.

Referencias

Almond, G. (1990). A discipline divided: Schools and sects in political science. Londres: Sage Publications.

Easton, D. (1982). Categorías para el análisis sistémico de la política. En Easton, D. (Comp.), Enfoques sobre teoría política (pp. 221-230). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Habermas, J. (1998). Facticidad y validez: Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. Madrid: Editorial Trotta.

Habermas, J. (2001a). Teoría de la acción comunicativa. Tomo I: La racionalidad y el proceso de racionalización de la sociedad. Madrid: Taurus.

Habermas, J. (2001b). Teoría de la acción comunicativa. Tomo II: Crítica de la razón funcionalista. Madrid: Taurus.

Luhmann, N. (1973). Ilustración sociológica. Buenos Aires: Editorial Sur.

Luhmann, N. (1998). Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Barcelona: Anthropos-Universidad Iberoamericana-Ceja.

Parsons, T. (1971). The system of modern societies. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.

Sartori, G. (1986). La política, método, ciencia y filosofía. México: FCE.

Sartori, G. (1990). Teoría de la democracia. Tomo I. El debate contemporáneo. Buenos Aires: Editorial REI.

Sartori, G. (2004). ¿Hacia dónde va la ciencia política? Política y Gobierno, 11(2), 349-354.

Notas

1 P S. Political Science and Politics, 4, October, 2004.

Notas de autor

* Ph. D. en Ciencia Política. Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Correo electrónico: l.orjuela@uniandes.edu.co

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