Territorios
ISSN:0123-8418 | eISSN:2215-7484

Zeiderman, Austin, Endangered City. The Politics of Security and Risk in Bogotá. Durham and London: Duke University Press, 2016, pp. 290

Vladimir Sánchez-Calderón

Zeiderman, Austin, Endangered City. The Politics of Security and Risk in Bogotá. Durham and London: Duke University Press, 2016, pp. 290

Territorios, núm. 41, 2019

Universidad del Rosario

Vladimir Sánchez-Calderón *

Universidad Industrial de Santander, Colombia


El libro de Austin Zeiderman, Endangered City. The Politic of Security and Risk in Bogotá, aborda dos temáticas de mucha actualidad para los estudios urbanos. De un lado, la progresiva convergencia entre la seguridad y los riesgos como políticas de intervención gubernamental urbana. De otro, el progresivo pero incompleto abandono de la “visión modernista” anclada a la idea de un mejor futuro que ha estado detrás de las grandes ideas y proyectos urbanos en el último siglo y medio, como ya lo han abordado diferentes investigadores (Harvey 2003; Davis 1999). Las dos temáticas señaladas confluyen además en mostrar cómo en este contexto, el resultado puede ahondar e intensificar las profundas desigualdades e injusticias espaciales de las que han adolecido las metrópolis del Sur Global.

Zeiderman toma como caso de estudio a Bogotá. La elección de la capital colombiana obedece precisamente al “éxito” del modelo bogotano en la literatura académica y la gestión pública urbana a nivel internacional en las últimas dos décadas: Transmilenio, cultura ciudadana y ciclovía, entre otros, se han vuelto referentes para muchas ciudades y autoridades urbanas a lo largo y ancho del mundo (Montero 2017). El argumento central del libro gira alrededor del concepto de endangerment, un neologismo en inglés con el cual el autor quiere diferenciarse de la noción de danger (peligro, en español). Por este término el autor, profesor de geografía del London School of Economics, quiere referirse no tanto a “la experiencia directa del peligro, sino a la noción más general de sentirse amenazado [y busca entender cómo] está frecuentemente condiciona de manera indirecta las experiencias de la ciudad” (p. ix). De esta manera

endangerment [permite, según el autor] entender cómo el estado establece y mantiene la autoridad y la legitimidad, cómo el gobierno interviene en las vidas de los ciudadanos, cómo estos viven la ciudad como sujetos políticos, y cómo los sujetos mismos se posicionan cuando se dirigen al Estado (p. ix).

A lo largo de cinco capítulos, Zeiderman expone cómo esta nueva noción permite entender los cambios experimentados en la forma de vivir y pensar la capital colombiana, especialmente desde finales del siglo XX, justo cuándo se empieza a conformar aquel “modelo bogotano”. A través de un ejercicio etnográfico anliza los programas de reasentamiento de pobladores de las zonas de alto riesgo en la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá. Estas áreas han sido asociadas con la urbanización informal, pero también con la pobreza y la violencia; con su estudio, Zeiderman busca entender cómo es que Bogotá se convirtió en una ciudad dónde las nociones de riesgo y seguridad gobiernan las relaciones y acciones entre el Estado y los ciudadanos.

Zeiderman propone la hipótesis de que la endangered city, una ciudad pensada y gobernada desde la noción de endangerment parece ser la condición de una nueva realidad urbana global, ligada al cuestionamiento y reemplazo no total del paradigma modernista que tenía a la planeación urbana de origen euronorteamericano como modelo de intervención para una ciudad mejor en un futuro cercano.

En la introducción del libro, Zeiderman analiza cómo el “riesgo” y la “seguridad” han convergido en Colombia en un consenso político alrededor del objetivo de proteger a las poblaciones vulnerables de todo tipo de amenazas tanto ambientales, como de origen humano (p. 12). El autor ubica acertadamente el caso colombiano dentro de una tendencia global ligada al contexto del terrorismo posterior a los ataques del 11 de septiembre de 2001, pero logra asimismo identificar las particularidades colombianas con un conflicto interno armado de más de medio siglo, que ha llevado a que la seguridad sea un asunto particularmente serio en la agenda urbana de las últimas décadas. Este papel histórico de la “seguridad” ha permitido que el “riesgo” se articule como un nuevo ámbito de acción estatal que supedita la forma en que la “violencia condiciona indirectamente la política urbana, la gobernanza y la vida cotidiana” (p. 30). A partir del análisis de la Caja de Vivienda Popular, la entidad estatal que coordina el proceso de reasentamiento analizado, que nació en la década de los años cuarenta del siglo pasado con un mandato orientado a ser un actor clave en la provisión de vivienda para empleados públicos y obreros formales, el autor demuestra cómo ahora, al despuntar el siglo XXI, la misma entidad tiene una responsabilidad mucho más limitada, anclada a proteger las vidas de aquellos individuos que viven en las zonas de alto riesgo (p. 203).

El primer capítulo rastrea la relación entre catástrofes nacionales y la emergencia de todo un aparato estatal para atender esas situaciones de emergencia, el cual ha experimentado importantes cambios que han llevado al posicionamiento de la noción de los riesgos como la probable manifestación de situaciones desastrosas. La comparación de la icónica muerte de Omayra Sánchez, una niña de 14 años que falleció atrapada en los escombros de la tragedia ligada a la erupción del Nevado del Ruiz en noviembre de 1985, que causó más de 25 000 víctimas, con los muertos del Palacio de Justicia en Bogotá, una semana antes de la erupción, producto de una acción de la guerrilla del M-19 y la reacción del Ejército en el centro mismo de la capital colombiana, lleva a demostrar que la manera en que se asociaron las amenazas ambientales y humanas a finales del siglo XX condicionaron la manera en que se atienden los procesos de reasentamiento en Bogotá en el siglo XXI. El autor muestra convincentemente cómo esa política de seguridad en Colombia lleva a que haya un accionar estatal que tiende a valorar cierto tipo de habitantes por sobre otros: las víctimas del volcán fueron recordadas y reconocidas, mientras que las del Palacio de Justicia han sido invisibilizadas y culpabilizadas en el discurso oficial.

En los siguientes capítulos el autor se adentra en el Programa de Reasentamiento, programa oficial del gobierno bogotano, que busca atender a los habitantes ubicados en áreas con alta probabilidad de verse afectados por desastres derivados de movimientos en masa o inundaciones. La investigación muestra que ese programa se articula de maneras complejas e inesperadas con otros programas institucionales del gobierno, pero también, y de forma más interesante, con los habitantes mismos de los asentamientos a reubicarse. En el segundo capítulo, el autor analiza cómo el concepto de “zonas de alto riesgo” le ha permitido a la administración distrital confrontar al tiempo los problemas de inseguridad e informalidad sin necesidad de hacer referencia a los temas casi seculares de desigualdad y pobreza de parte del sur de Bogotá. Para Zeiderman, “el carácter técnico, despolitizado del ‘riesgo’ lo hace especialmente atractivo como marco de acción para encarar los problemas sociales y ambientales de la periferia urbana” (p. 76).

En el tercer capítulo se dedica a reconstruir las genealogías del endangerment. El principal aporte lo constituye el trazado de las articulaciones entre las diferentes políticas, que desde las primeras décadas del siglo XX se han elaborado para atender a las poblaciones pobres de la ciudad. Allí muestra cómo se pasa de categorizar a estos grupos como antihigiénicos o insalubres, a obreros, pobres, marginales, ilegales y finalmente vulnerables. A pesar de las evidentes diferencias entre esas categorías no solo de significado, sino de contexto en el que emergieron, todas comparten el hecho de estar justificadas como tecnologías y aparatos técnicos, apolíticos en el tratamiento de esos grupos. Sin embargo, también muestra cómo la categoría de “vulnerables” entalla una ruptura con las categorías previas aunque no es radical ni excluyente. Las anteriores formas de enfrentar el “problema de los pobres”, estaban ancladas en la noción moderna de “progreso” social, ligado a la superación o por lo menos atenuación de las desigualdades; mientras que la vulnerabilidad asociada con el riesgo, incluye un énfasis mayor en la capacidad individual de adaptarse a las contingencias.

En el cuarto capítulo, se aborda la manera en que los habitantes de los asentamientos de “alto riesgo” son realmente actores muy activos en el proceso de construcción de la endangered city. Zeiderman muestra cómo el “vivir en una zona de alto riesgo”, al tiempo que es una política de legitimación para el Estado, representa diferentes oportunidades u obstáculos para los habitantes. En un caso muy interesante, una familia buscaba afanosamente ser reconocida como beneficiaria del programa de reasentamiento no tanto porque se sintieran en peligro de verse afectados por un deslizamiento, sino por las amenazas directas por parte de grupos armados que vivían en el barrio. Este caso es utilizado por al autor para ampliar la noción de lo que significa vivir en riesgo en Colombia. Las complejidades de un conflicto armado de larga duración se conjugan con las formas en que se han construido las ciudades, principales receptoras del desplazamiento forzado y crecientemente un escenario de conflicto y confrontación de baja intensidad, que hacen que el hecho mismo de vivir en ciertos lugares de la capital sea un riesgo, que acentúa las desigualdades prevalentes.

En el capítulo final, se vuelve a la hipótesis planteada al inicio del libro, pero en esta ocasión Ziderman liga la noción de Bogotá como una endangered city con el concepto de “política urbana de la anticipación” —término acuñado por el sociólogo urbano AbdouMaliq Simone en un estudio sobre Yakarta y Dakar—. En este capítulo y la conclusión plantea tesis provocadoras para los estudios urbanos acerca de los nuevos modelos de futuro urbano. Estas tienen que ver con reubicar la noción de “ciudad global” como el referente a seguir por las diferentes metrópolis tanto del Norte como del Sur Global, y su “remplazo” parcial por la “megaciudad”. Mientras que la “ciudad global” mantiene su relación espacio-temporal con la noción lineal de un futuro anclado en la experiencia euro-norteamericana, la megaciudad impone una referencia mucho más compleja, que incluye la posibilidad de que las grandes ciudades del Sur como Bogotá, Yakarta o Lagos sean los ejemplos de cómo pueden ser las ciudades del Norte en unos años. En este nuevo paradigma aún en construcción, la narrativa modernista no desaparece del todo, sino que es reinscrita sin su promesa de un cambio permanente por mejorar, en el cual la búsqueda por disminuir las desigualdades e injusticias era incuestionable.

Referencias

Davis, M. (1999). Ecology of fear. Los Angeles and the imagination of disaster. New York: Vintage Books.

Harvey, D. (2003). Paris, capital of modernity. New York: Routledge.

Montero, S. (2017). Persuasive practitioners and the art of simplification: Mobilizing the “Bogotá Model” through storytelling. Novos Estudos CEBRAP, 36(1), 59-75.

Notas de autor

* Profesor asistente, Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander (Colombia). Correo electrónico: fabiosac@uis.edu.co. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1168-4845

Descarga
PDF
ePUB
Herramientas
Cómo citar
APA
ISO 690-2
Harvard
Fuente
Secciones
Contexto
Descargar
Todas