La construcción social de las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial bogotano. Una búsqueda mediante la prensa local (1810-1948)

The Social Construction of the Manifestations of the Intangible Cultural Heritage in Bogota. A Search Through the Local Press (1810-1948)

A construção social das manifestações do patrimônio cultural imaterial bogotano. Uma busca através da imprensa local (1810-1948)

Manuel Salge Ferro
Universidad Externado de Colombia, Colombia

La construcción social de las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial bogotano. Una búsqueda mediante la prensa local (1810-1948)

Territorios, núm. 42, 2020

Universidad del Rosario

Recibido: 24 septiembre 2018

Aceptado: 10 mayo 2019

Información adicional

Para citar este artículo: Salge-Ferro, M. (2020). La construcción social de las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial bogotano. Una búsqueda mediante la prensa local (1810-1948). Territorios (42), 1-26. Doi: https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/territorios/a.7247

Resumen: El artículo presenta un conjunto de relatos que sirven como fuentes documentales para caracterizar los modos de ser, las manifestaciones y las prácticas de los bogotanos para el xix y la primera mitad del xx. Se busca aportar insumos para la reflexión sobre el patrimonio cultural inmaterial de la ciudad y complementar el análisis que se ha hecho sobre los personajes y grupos humanos, la apropiación de los lugares, el mobiliario y los servicios públicos, los tipos y modos de alimentación; los festejos, las celebraciones y el manejo del tiempo libre. Para lo cual, se parte de la idea de que el patrimonio es una construcción social e histórica que produce memorias compartidas e incuba sentimientos de pertenencia. El artículo utiliza la prensa escrita de circulación local como fuente de análisis, por ser un dispositivo que genera y reproduce discursos sobre lo cotidiano.

Palabras clave: Bogotá siglo xix, Bogotá siglo xx, manifestaciones culturales, patrimonio cultural inmaterial, prensa bogotana.

Abstract: The article presents a set of stories that serve as documentary sources to characterize the ways of being, the manifestations and the practices of the Bogota citizens for the nineteenth century and the first half of the twentieth century. It seeks to provide elements for reflection on the intangible cultural heritage of the city and contribute to the analysis of the characters and human groups, the appropriation of places, urban furniture and public services, the types and modes of alimentation and finally, the feast, the celebrations and the free time management. According to this uses the idea of heritage as social and historical construction that produces shared memories and incubates feelings of belonging. The article uses written press of local circulation as the main source of analysis because generates and reproduces discourses on everyday life.

Keywords: Bogota nineteenth century, Bogotá twentieth century, cultural manifestations, intangible cultural heritage, bogota press.

Resumo: O artigo apresenta um conjunto de relatos que servem como fontes documentais para caracterizar os modos de ser, as manifestações e as práticas dos bogotanos para o xix e a primeira metade do xx. Busca-se aportar insumos para a reflexão sobre o patrimônio cultural imaterial da cidade e complementar a análise que se tem feito sobre as personagens e grupos humanos; a apropriação dos lugares, o mobiliário e os serviços públicos; os tipos e modos de alimentação; e os festejos, as celebrações e o manejo do tempo livre. Para o qual se parte da ideia que o patrimônio é uma construção social e histórica que produz memórias compartilhadas e incuba sentimentos de pertença. O artigo utiliza a imprensa escrita de circulação local como fonte de analise por ser um dispositivo que gera e reproduz discursos sobre o cotidiano.

Palavras-chave: Bogotá século xix, Bogotá século xx, Manifestações culturais, Patrimônio cultural imaterial, Imprensa bogotana.

Introducción

La Bogotá de los siglos xix y xx ha sido estudiada a la luz de los postulados, métodos y fuentes de diversas disciplinas. La historia (Mejía, 1999; Castillo, 2003; Castro-Gómez, 2009), el patrimonio (Van der Hammen, Lulle & Palacio, 2009; De Urbina, 2012), el urbanismo (Hofer, 2003; Niño & Reina, 2010; Alba, 2013), la arquitectura (Saldarriaga, 1994; Niño, 2003) y la arqueología (Lamo & Therrien, 2001; Therrien, 2004; Gaitán, 2011) han producido relatos sobre la ciudad que ayudan a entender a fondo las relaciones entre el espacio físico, los hechos arquitectónicos, los bienes muebles y los habitantes de la ciudad.

Adicionalmente, los compendios geográficos y sociales encarnados en los Atlas Históricos (Escovar, Mariño & Peña, 2004; Corporación la Candelaria, 2005; Cuéllar & Mejía, 2006) y las reflexiones específicas sobre el mobiliario urbano (Acosta & Baquero, 2007; Moctezuma, 2008; Armenteras & Montaña, 2015), proveen un rico panorama para entender cómo se configura la ciudad desde la independencia hasta la introducción de la modernidad durante las primeras décadas del siglo xx.

La descripción de sus habitantes, y específicamente de las manifestaciones y prácticas culturales que los caracterizan, ha tomado forma a partir de los relatos que dejaron algunos viajeros ilustres del siglo xix como Jean Baptiste Boussingault en 1823-1824, Isaac Holton en 1857, Rosa Carnegie-Williams en 1881-1882 o Miguel Cané en 1881-1982, y desde las crónicas locales producidas por Pedro María Ibáñez en 1891, José María Cordovez Moure en 1893, José Manuel Groot en 1934, o José María Vergara Vergara para 1929 y 1936. 1

Sin embargo, por la recurrencia en su uso, podríamos decir que dichas descripciones se han solidificado como testimonios oficiales, incluso objetivos, del ser capitalino de este periodo. “¿Qué le parece a usted Bogotá? –Aguarde usted a que la acaben, respondió” (Los Hechos, 22 enero, 1894). La potente ironía de estas líneas pone de manifiesto la necesidad de indagar por las percepciones de sus habitantes, para dar un contrapunto a las fuentes oficiales sobre las que se ha construido la imagen del bogotano y de la ciudad del pasado y para servir de envés al modelo idílico e imaginado de los urbanistas y sus planes de ordenamiento, como Bogotá Futuro para los años veinte, los planos reguladores de Karl H Brunner en los treinta y el Plan Director de Le Corbusier, Wiener y Sert a finales de los cuarenta. 2

Teniendo en cuenta lo anterior, el artículo busca exponer otros relatos que pueden servir de fuentes documentales para caracterizar los modos de ser y las manifestaciones culturales de los bogotanos para buena parte del xix y el xx, con el ánimo de servir, en últimas, como insumo para la reflexión sobre el patrimonio cultural inmaterial de la ciudad. En el entendido de que el patrimonio se construye socialmente, produce memorias compartidas e incuba sentimientos de pertenencia desde un mecanismo de selección y olvido de manifestaciones y prácticas culturales (Kirshenblatt-Gimblett, 2004; Smith, 2006; Vecco 2010).

Partiendo de la definición de la Unesco (2003), se entiende por patrimonio cultural inmaterial al acervo de conocimientos que se transmiten de una generación a otra y que tienen un alto valor social. En esta medida, son representativos de una comunidad, y en general, de la diversidad y la creatividad humanas. Para esta investigación, el patrimonio cultural inmaterial está vinculado con las manifestaciones, apropiaciones y formas de ser y hacer que tienen como espacio de reproducción a la ciudad.

Con este objetivo en la mira se eligió a la prensa escrita como fuente de análisis para esta pesquisa, por su papel en la conformación de una esfera pública (Habermas, 1981) y por ser un recurso indispensable en la creación y reproducción de lo cotidiano (De Certeau, 1994). Sin embargo, el criterio de selección de los periódicos estuvo en que, más allá de retratar los acontecimientos políticos o económicos del país y de la ciudad, se concentran en presentar la vida cotidiana, las costumbres y los modos de ser de los habitantes de Bogotá.

La selección inicial arrojó 29 publicaciones, si bien algunos de los diarios analizados no ofrecieron información relevante, muchos otros sí, y resultan un novedoso aporte, en la medida en que, han pasado desapercibidos por la historiografía de la ciudad que, como se mencionó, ha utilizado medios de amplia circulación (Vasco, 2011), o bien, ha recurrido a cronistas y viajeros como fuentes de información.

Inicialmente se eligieron: Barrios y Gentes, Bogotá en acción, Bogotá Gráfico, Bogotá Ilustrado, Colombianidad, Don Quijote. bisemanario joco-serio, Crítica social y política, Eduquemos: un periódico independiente al servicio de la cultura, El Bogotano, El Charivari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, El Consueta, El Diario de la Plaza de Egipto, El Duende, El Granadino, El Husmeador bogotano, El Iris: periódico literario dedicado al bello sexo, El Látigo: periódico de ensayo, amigo de la broma i el buen humor, El Museo Social. Periódico de crítica–cuadros de costumbres, El Neo-Granadino, El Santafereño, Foro de la Candelaria, La Alianza: periódico de los artesanos, La Miscelánea, La tarde de los agricultores y artesanos, Las Arracachas: periódico de talla menor, pero de buena lei, sin medicinas francesas ni píldoras de Holloway, Los Hechos, Los Matachines Ilustrados: periódico de los muchachos i de las muchachas, Mefistófeles: semanario ilustrado de crítica social y política, Papel Periódico Ilustrado y el Semanario del Nuevo Reyno de Granada.

A partir de esta selección, se hizo un seguimiento detallado a todas las publicaciones, comprendidas entre 1810 y 1948. Periodo de configuración de la nacionalidad y definición de fronteras identitarias, durante el cual la ciudad se despide de su herencia colonial (Mejía, 2006), se complejiza y empieza a sentir con fuerza el discurso ordenador de la modernidad, del progreso y de la higiene (Saldarriaga, 2000; Corradine, 2002; Castro-Gómez, 2009). Además, en este tiempo, la ciudad expande sus fronteras geográficas (Suárez, 2006) y sus habitantes amplían sus referentes culturales (Serna, 2006). Lo que establece un espacio de contrastes y, algunas veces, de contradicciones que se debate entre la herencia hispánica y las tribulaciones propias del xx .

Para cada uno de los artículos seleccionados se elaboraron fichas bibliográficas con los datos de la publicación, la descripción de sus contenidos y las trascripciones. Su escogencia se basó en tres criterios: el primero, que refiriera a información sobre manifestaciones y prácticas culturales propias del patrimonio cultural inmaterial. El segundo, que pudieran establecerse relaciones con el espacio urbano y los bienes muebles de la ciudad y el tercero, que permitieran caracterizar al bogotano, en el sentido de rastrear su forma de ser, de habitar el espacio y de relacionarse con su entorno.

Así las cosas, el primer resultado de esa aproximación fue la identificación de cuatro grandes categorías, recurrentes en la prensa escrita consultada y que hablan de los temas que ocupaban la cotidianidad de la ciudad durante el periodo de estudio: los personajes característicos y los grupos humanos que la habitaban, los lugares significativos y el mobiliario urbano que lo compone, los tipos y modos de alimentación característicos y los festejos y las celebraciones de la ciudad.

Así, de esa temprana y bucólica Santafé descrita por José María Salazar en 1809 en su artículo “Memoria descriptiva del País de Santafé de Bogotá” publicado el 9 de julio de 1809 en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada donde:

[…] el cielo varía a cada instante sus formas, ya se cubre de nubes, ya se aclara, ya brilla de un azul obscuro muy superior al de la costa; una cadena de montañas, cuya cima se pierde en los ayres, rodea la llanura.

A la ciudad descrita casi cien años después en el artículo “Tiempo santo” publicado el 30 de abril de 1907 en las páginas del Bogotá Ilustrado: “Este año la lluvia cayó sin misericordia sobre esta pobre Bogotá, que hubo de verse toda enlodada y cubierta de niebla y llena de frío durante las horas de pasión”. Se propone un recorrido que resalta rupturas y continuidades en los modos de ser y apropiar la ciudad como un aporte legítimo a la construcción del patrimonio cultural inmaterial bogotano.

Los personajes y los grupos humanos de la ciudad

Se puede empezar por señalar que José María Salazar (1809) describe al bogotano en los siguientes términos:

El hijo de este clima es por lo común de un carácter amable, amigo de la novedad, muy hospitalario, y con un corazón tranquilo, en que influye no poco su situación política, apetece el reposo y la quietud. La clase ilustre de los Ciudadanos, con especialidad la clase literaria, habla un lenguaje que es sin duda el más puro del Reyno.

Vale la pena detenerse en la idea de la hospitalidad que se repite constantemente, unas veces en clave positiva y sumada al patriotismo, la libertad y el orden:

Puede que no haya aquí el cúmulo de luces, la abundancia de hombres de talento, y el grado de ilustración que en Caracas, pero Bogotá puede jactarse de la hospitalidad, verdadero patriotismo, libertad, y amor a la unión y del orden que animan a su parte escojida [sic] y pensadora ( La Miscelánea, 1825).

O en otras, como un elemento negativo que da cuenta de cierto provincianismo y atraso:

En general [sic] el carácter de nuestras jentes [sic] es hospitalario y bondadoso; a todos los extranjeros se les trata con cariño y amabilidad; no importa si el recién llegado es en su país noble o plebeyo, sastre o zapatero, tiene cuatro reales, y es extranjero, con eso basta para que se le acate lo mismo o mejor que a cualquiera del país ( El Chavari bogotano, 1848).

Sin embargo, también se señala una predisposición constante al lamento y a la queja continua:

Pues nada de eso; su eterna canción es lamentarse de la desgracia inherente a estos pícaros tiempos, y de toda clase de negocios. “Esto está perdido” he aquí su estribillo completo. Pobre don J… pero no hai [sic] que asustarse; es quejón por costumbre, i [sic] basta con eso ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

A lo señalado, se pueden sumar tres elementos de su carácter. El primero, la incapacidad de trabajar colectivamente: “Somos enemiguísimos de la sociedad; si señor el granadino no puede hacer nada en compañía de otro; es retraído por naturaleza y al momento que quiere hacer algo en colaboración con alguno todo es disputas, regaños y molestias” ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848). El segundo, su tendencia a vivir a expensas de los demás: “¿no os daría vergüenza vivir como muchos otros a costillas del prójimo, comer de gorra, almorzar de gorra, bailar de gorra, fumar de gorra, ir al teatro de gorra, montar a caballo de gorra, vestir santos y ninfas de gorra?” ( El Duende, 1846). Y el tercero, su particular predilección por la crítica y la burla: “En Bogotá es preciso marchar a la moda, si quieres tener a las mujeres por amigas, y a los muchachos por aliados. La crítica aquí anda que es un gusto, y se ríen hasta del Santo Padre” ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Así las cosas, el carácter del habitante de la capital para el siglo xix, según la prensa consultada está marcado por una predisposición a la amabilidad y a la hospitalidad. Los bogotanos se precian de tener un refinado uso del lenguaje y de manejar ideas de libertad y patriotismo. Sin embargo, en sus relaciones con el otro hay una tendencia a la queja y a la crítica, que se suma a la voluntad de vivir de gorra y a una marcada incapacidad de trabajar en grupo. Si bien esta figura está en sintonía con la imagen del cachaco que ha construido la historiografía de la época como un hombre, letrado, católico y blanco (Colmenares, 1968; Pereira, 2011), modelo de civilización (Zambrano, 2003) y ejemplo de refinamiento (Silva, 2008), en lo expuesto deja de ser el epítome del proyecto político de la Regeneración para poner de manifiesto una condición moral ambigua que controvierte el respeto de las normas civiles y religiosas que hacen del cachaco el pilar del orden social, cultural y político de la nación.

Las fuentes nos dan cuenta además de algunos personajes típicamente bogotanos para el xix, tales como las vergonzantes, los borrachos y los chinos. Sobre la mujer vergonzante se dice que:

Ella se introduce fácilmente a todas partes, como calamidad pública, sin llenar previamente la fórmula de la presentación, y con la hipócrita careta del misticismo y la gazmoñería, que le sirve de preliminar, se inicia y hace de cuando en cuando sus rateras especulaciones. Muéstrase humilde y compungida al hacer una petición, y se torna en rabiosa, maldiciente y lenguaraz cuando recibe la negativa. Chismosa y habladora, tiene en la punta de las uñas la crónica escandalosa antigua y contemporánea, se sabe la vida y milagros de todos los fieles e infieles (Papel Periódico Ilustrado, 1881).

En lo que respecta al borracho se indica que:

Ese vicio tiene la culpa de que tantos jóvenes de esperanzas y de inteligencia se pierdan y se entreguen al aguardiente y hasta a la chicha; si señor. Y si no, ahí está Cantalicio. Yo conozco jóvenes de buena familia que se salen a sus vagabunderías, y no les de vergüenza de meterse a una taberna (Papel Periódico Ilustrado, 1882).

Y sobre el chino bogotano se dice:

[…] no es semejante al pilluelo de ningún otro pueblo […] El chino es regularmente un muchacho huérfano o abandonado, que pernocta en el portal más inmediato al lugar donde lo coge la noche, que se alimenta de los despojos de otras comidas o de algún pan estafado con ardides ingeniosos. […] Su fisionomía es graciosa, despierta, inteligente; sus ojos de víbora brillan entre el cabello largo que anda siempre por la cara; el descuido y la mugre ocultan el resto de las facciones […] Es comedido, servicial y dañino, según el humor del momento. Este conjunto de fealdad y de belleza, de maldad y de gracia, de inteligencia, de malicia, perversidad … qué se yo, ese es el chino de Bogotá, el ángel de la picardía (Papel Periódico Ilustrado, 1884).

Lo anterior, pone en evidencia, por una parte, la pobreza que reinaba en la ciudad, y por la otra, las percepciones que sobre esta condición se producían: “En las tristes meditaciones que devoran mi idea, al contemplar el exceso de pobres que advertía en las calles y plazas de Santafé” (Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 1810). “El baxo pueblo de Santafé es el más abatido del Reyno, aborrece el trabajo, no gusta del aseo, y casi toca la estupidez” (Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 1809). Contrastando esta información con la historiografía de la ciudad, se ve una correspondencia fuerte con lo expuesto mediante la figura del guache y del calentano (Pereira 2011), como sujetos ignorantes, lúbricos, flojos y de mal gusto. Pero al igual que con la figura del cachaco, se hace necesario matizar las categorías, el chino es un maravilloso ejemplo de simpatía, aceptación y utilidad.

Ahora bien, por contraste resulta interesante anotar que las descripciones de las mujeres de clases sociales altas hacen énfasis en su belleza y su fascinación por la moda.

[…] las mujeres son por lo general muy hermosas, tienen talento despejado, y el color rosado de su tez que es propio del clima anima todas sus facciones. Aunque sectarias de la moda, que siempre es ídolo del sexo, se visten de trage [sic] de las europeas, no son como ellas tan amigas de los afeytes, ni ponen tanto esmero en desfigurar los dones de la naturaleza (Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 9 de julio, 1809).

Al diario El Duende se le debe una valiosa descripción sobre la cotidianidad de este universo femenino:

Se levanta al amanecer se va a Santo Domingo, oye la misa del P. Galviz, reza dos rosarios, y todas las devociones que se sabe, conversa con todos los santos y santas de la Iglesia y del Cielo, se lee por milésima vez el cotidiano, que ya sabe de memoria, visita todos los altares, reza las vía crucis, se confiesa con el P. Mateo, vuelve a oír otra misa, besa el suelo, se asoma a la puerta de la sacristía, habla con el sacristán, pregunta por el P. Fulano, deja saludes para el P. Sutano, y se vuelve a casa tan pura y tan limpia como una taza de porcelana ( El Duende, 1846).

Que se complementa y refuerza con la idea de mirar y ser vista, de estar a la moda y poder criticar a los demás, de ocultar bajo un sinfín de pretextos las que se consideraban livianas intenciones por parte de los articulistas hombres que redactaban estas notas:

Va al mercado los viernes y los jueves, porque dice que estas cosas las debe hacer la señora misma, pues los criados despilfarran y no saben comprar; mentira! [sic] Va por lucir el traje nuevo, o la pastora de jipijapa con cintas como las que usan nuestras grisetas. Va a alumbrar a la procesión de los Dolores en la Semana Santa porque dice que es su devoción favorita y debemos honrar la Soledad de la Virjen; Mentira! [sic] Va por lucir la saya nueva o la mantilla bordada, o la vuelta de terciopelo o los mitones negros, o los anillos. Va a pasear todas las noches de luna a San Victorino porque dice que el ejercicio es conveniente a las mujeres y que la vida sedentaria de Bogotá la está enfermando; mentira! [sic] Va por el prurito de pasear y de que la vean ( El Duende, 12 de julio, 1846).

Las descripciones anteriores van en concordancia con los postulados que expresa María Clara Salive en su texto sobre el significado del vestido de novia en Bogotá (2014), donde la moda, el vestido e incluso el cuerpo son espacios desde donde se deviene moderno, al ser signos de la adscripción a un modo de vida burgués y cosmopolita. Y más allá de esto, abre la puerta a una reflexión sobre lo que se muestra y exhibe, por una parte, y cómo se es visto, juzgado y clasificado por la otra.

Para el siglo xx, la revisión de prensa evidencia una preocupación por mitigar el impacto del crecimiento urbano con el fortalecimiento a la administración de una población creciente, que día a día debía ser controlada y ordenada: “La policía debía evitar en lo posible las frecuentes y escandalosas riñas de los muchachos limpiabotas. El cuchillo y la piedra son las armas que usan, y muy a menudo resultan con graves heridas los encarnizados contendores” ( El Bogotano, 1901). Esto exige nuevas medidas para controlar el orden público y la seguridad: “más allá, en pleno día y en plena plaza de Bolívar, saquean otra tienda, llevándose pesados bultos de cueros, sin que los dueños que salieron a almorzar cerrando bien su puerta notaran al regreso la menor novedad aparente en ella” ( El Bogotano, 1902).

Sin embargo, en el tránsito del xix al xx los personajes icónicos de la ciudad se mantienen, entre ellos el embolador puede considerarse como el heredero del chino del xix y su descripción continúa combinando los elementos positivos y negativos, de fascinación y rechazo que suscitaba:

Los emboladores dan la nota alegre, ruidosa, loca; ellos ríen por toda esta nuestra gente grave que ha tomado la vida en serio, y que no ríe; ellos lo invaden todo con su festivo bullir y van como poniendo manchones rojos de fiesta en el gris bogotano, ellos son las únicas células de alegría que circulan en las arterias de esta matrona y que a veces le sonrosan un poco las mejillas anémicas y le encienden los ojos profundos y le hacen reventar un clavel de risa en los labios aristocráticos (Bogotá Ilustrado, 1907).

Y en esta misma línea, la descripción del niño Agapito expresa con fuerza cómo se mantiene la relación ambivalente de aceptación y rechazo hacia este personaje bogotano:

El niño Agapito conoce a todo el mundo en la ciudad, y es grande y buen amigo de las aguadoras y de los mozos de cordel. Es además el eco que lleva a las tabernas lejanas ya la noticia del último suceso, ya el resumen del bando sobre monedas o sobre aseo expedido por el nuevo alcalde del distrito, y no solamente es inofensivo en el círculo de sus relaciones, sino que es útil a cada paso. En efecto, él es quien arma la trampa del número cuatro en la chichería predilecta, hace la casa para el mico, le enseña picardías a lora y construye el palomar del corral de la habitación de su madrina. Acompaña al santísimo hasta el tugurio infeliz, llevando la campana o el farol que le fue encomendado por el sacristán; arregla el pesebre con montañas de laurel, conchas y casa de cartón en la tienda del maestro zapatero; quema los triquitraques, mueve los títeres y toca la pandereta en las ruidosas francachelas de noche buena y aguinaldos ( El Santafereño, 1919).

Por otra parte, en la prensa consultada para el siglo xx, la mujer de clases sociales bajas aparece ligada a la descripción del modo de vida de elite mediante la figura de la “criada”, dando testimonio de las relaciones sociales y del espacio doméstico en Bogotá:

Se llama Saturnina o Anacleta, limpísima, pequeña, enjuta, fina, entra y sale y trasiega a la contina, menudo el paso, la mirada inquieta. Como el santo e Asís, en voz discreta platica con el gato en la cocina, el nido guarda, ausente la gallina, y al pajarillo inválido receta (El Santafereño, 1919).

¡Al principio, un prodigio! ¡Qué diligencia! ¡Cómo sazona y friega, cuál se arremanga! Muy juiciosa, muy dócil; es una ganga. Con Botines; el colmo de la decencia. Transcurre un mes, el cabo rompe una copa; se tarda por la cecina; o un hila de su trenza deja en la sopa. Luego abur … Y se escapa de la cocina. ¿A dónde irá la pobre sin cama y ropa? ¿Quién lo sabe? El agente que está en la esquina (Don Quijote: Bisemanario Joco-serio, crítica social y política, 1909).

Lo anterior, sirve para ahondar en las condiciones y relaciones sociales de la ciudad. En particular volver sobre el tema de la pobreza, que ahora para el xx se complejiza y evidencia la inequidad que experimentaba Bogotá:

Ayer no más, y justamente en viaje a Chapinero, vieron horrorizados los pasajeros del tranvía, como patente manifestación de la miseria a que han llegado los burgueses pobres de la ciudad, una infeliz señora y sus tres niños que recogían a manotadas, frente al Panóptico, los restos de una mazamorra de presos que por cualquier incidente se había derramado allí, y los comían con deliciosa fruición, sin casi limpiarles la tierra y mugre que los impregnaban ( El Bogotano, 1902 ).

En sintonía con lo que señalan Archila (1991) y Núñez (2006), estas narraciones de la pobreza crean un conjunto de realidades sociales que, al igual que durante el siglo anterior, contrastan de manera fuerte con los gustos, aspiraciones y formas de ponerse en escena de las nacientes burguesías locales:

En sociedad tampoco es grande el activo de nuestras diversiones; algo de sport, cada día más completo y más seguido por el bello sexo; fiestas nupciales más o menos suntuosas, según son las circunstancias de los novios; rara vez, muy rara, un grande baile, y de cuando en cuando una taza de té para pretexto de bailar, como la ofrecida recientemente en su primorosa bombonniere de la carrera 5ª por el Sr. Torres Elicechea y su encantadora esposa, que es la flor y nata del chic parisiense en las alturas bogotanas ( Bogotá Ilustrado, 1907).

Lugares significativos y apropiación del mobiliario urbano

Ahora bien, habiendo hecho el recuento de los personajes que describe la prensa y contrastado esas narraciones con la historiografía sobre la materia, se puede revisar cuáles son los lugares que se representan y cuáles son sus usos y valoraciones, para tratar de establecer su significación y consecuentemente su papel en el entramado del patrimonio cultural de la ciudad.

En este sentido, la Plaza de Bolívar, la Plaza de San Victorino y la Plaza de Jaime ocupan un lugar central en las descripciones estudiadas, constituyéndose en los espacios públicos por excelencia para la interacción social para el xix y la primera mitad del xx. 3 En lo que hace referencia a la Plaza de Bolívar, se anota:

Consecuente con mi propósito me encaminé a la plaza y me puse a dar vueltas hasta que me encontré con un indio rodeado de pollos, pavos, gallos, y gallinas. Aunque casi no podía hablar, ya que los estrujones que me daban por detrás las viejas, ya por los pisones que me endosaban las criaditas, ya en fin por la algarabía del pau pau ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Y es que el mercado que allí se realizaba los viernes ocupaba buena parte de la vida social de la ciudad del xix y servía de escenario de encuentro para todos los estamentos de la sociedad:

Los vendedores alegan, los compradores regatean, las criadas hacen objeciones, y pesan huevos y repican en la loza para ver si está rota, y rechazan la carne que tiene hueso, y revuelven el costal de las turmas para sacar las más grandes, y muerden las panelas, y pellizcan la cuajada, prueban la leche y huelen los quesos y el pescado, y los conejos, y cojen [sic] los pollos de las patas para ver si están gordos o flacos, y disputan por los trueques ( El Duende, 1846).

Ahora bien, en términos materiales el impacto del mercado sobre la estructura física de la plaza se sumaba a los constantes reclamos por las condiciones precarias de los espacios, bienes y servicios de la ciudad: “La plaza de Bolívar se ha convertido en muladar de Bolívar. Está empastando mucho con el majadeo. Podrían recibirse caballos a pastaje o ganado para ceba, y esa renta daría más que el tanto por mil para los enlozados” ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Por otra parte, la plaza de San Victorino también se describe como un lugar central, de obligada concurrencia y fuente de recreo para los capitalinos: “El Sr. Ramón París está construyendo en el puente de San Victorino […] Ha elejido [sic] un punto de vista pintoresco, pues no solo se descubre el inmenso paisaje de la sabana, sino el paseo más concurrido de la ciudad” ( El Duende, 1846). “San Victorino, con sus tres días de toros, y no como quiera toros con rejo, sino con la plaza cercada y con palcos etc. Y con sus correspondientes fuegos artificiales, globos y matachines” ( El Duende, 1846).

Y finalmente, la plaza de Jaime, en lo que hoy corresponde a la plaza de los Mártires, se presenta como un lugar de encuentro y celebración, como lo documenta esa nota que detalla la programación de las fiestas del 20 de julio de 1846.

En la noche del 26. Juegos permitidos por la lei [sic], en la plaza de Jaime, y función de teatro, si fuere posible: por la tarde carreras de caballos en la misma plaza (y de a pie por las calles) con disfraces, antes de los toros, y después de los encierros por la mañana, también con disfraces. En la noche del 25. Se echarán algunos globos, en la referida plaza: por la tarde toros, y por la mañana encierro, por supuesto. En la noche del 24. Toro encandelillado; por la tarde corrida de toros después del despejo; a medio encierro ( El Duende, 1846).

De lo anterior, se puede señalar que para la ciudad de Bogotá durante el xix las plazas públicas son lugares de alta significación donde convergen actividades de orden económico y social. De hecho, buena parte de las interacciones de la ciudad se mueven por medio de ellas convirtiéndose en espacios de socialización por excelencia. De esta manera, aparte de su importancia política (Mejía, 1999) y de ser el punto donde se materializa el poder en un conjunto arquitectónico monumental (Saldarriaga, 2000), los anteriores son lugares donde los habitantes realizan transacciones cotidianas, y más allá de esto, donde se dan cita para poner en escena y ejercer su ciudadanía.

Por otra parte, vale la pena mencionar tres elementos en la infraestructura urbana, y más allá de ella de sus modos de apropiación por parte de los ciudadanos, que acercan a la caracterización de la experiencia urbana del xix, el primero las calles, el segundo sus modos de transporte y el tercero el alumbrado público. Sobre las calles y las prácticas relacionadas con ellas, los diarios refieren que son:

[…] por lo común bien rectas, no tienen una anchura proporcionada a su longitud; los caños que la riegan en vez de promover su limpieza las cubren continuamente de inmundicias, y son el frecuente depósito de quantas [sic] se arrojan de las Casas particulares ( Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 1809).

Sobre el transporte y sus modos se anota:

Figúrese usted, señor lector, antes de todo, que en Bogotá no hai [sic] carruajes públicos para transportarse de un extremo a otro de la ciudad: que el ir a caballo, sobre ser molesto para los que no sabemos montar, tiene el inconveniente de que el caballo no se puede dejar en cualquier parte donde uno se apea, ya porque los estribos corren gran riesgo, ya porque los caballos suelen aburrirse de que los dejen cuidando la puerta y las más veces toman sin pensar cualquier camino, con una franqueza y candor que admiran ( El Duende, 2 de agosto de 1846).

Y sobre el alumbrado público y las percepciones que genera dos noticias de mediados y de finales del xix en el que se hace explícito lo rudimentario del servicio en la capital. La primera indica:

Fui en manos de un presbítero por toda la calle real y vi caras nuevas, cuerpos nuevos, es decir, nuevos para mí, no por sus fechas; vi en tres esquinas, cuerdas colgadas como para maroma (luego me dijo un estudiante que aquí ponían los tres únicos faroles que alumbran a los cuarenta y tantos mil habitantes; y suspiré diciendo: así habían de colgar a todos faroles) ( El Duende, 1846).

La segunda señala:

Y como la empresa de la luz eléctrica tiene establecido que cuando haya luna no habrá luz eléctrica … ya te explicarás su ausencia; cuando el principal está en ejercicio, el suplente está vacante. De manera que el alumbrado bogotano es principalmente un alumbrado lunar y todos los días se paga la contribución, haya o no luz eléctrica ( Los Hechos, 1894).

La recurrencia de las menciones sobre el estado de las calles, las condiciones de movilidad y transporte, y la precariedad del alumbrado ponen de manifiesto sus modos de uso, la fragilidad de su infraestructura y las características de los servicios en la ciudad. Siguiendo a Castro-Gómez (2009), no sería sino hasta bien entrado el xx que la ciudad se adecuaría para afrontar la modernidad desde la obsesión por el movimiento y la implementación del diseño urbano.

El cambio de siglo trae además la inclusión de nuevos lugares en los relatos de la prensa local, lo que da cuenta de la introducción de diferentes dinámicas, geografías y prácticas sociales. En particular, se reseñan la fábrica Bavaria y el barrio de San Francisco Javier que, en últimas, resultan ser testimonios de la modernización y del advenimiento del proletariado industrial como una nueva capa social de Bogotá.

Sobre Bavaria se anota:

El paisaje va variando al andar del carro, ya roto a la izquierda con las macizas construcciones de la Bavaria, que anima el humo de sus chimeneas dándole huellas de rincón inglés, ya en las claras mañanas de verano, abrillantado en el lejano fondo con los plateados reflejos del Tolima que el sol irisa y agiganta ( El Bogotano, 1902).

Y sobre el barrio de trabajadores de San Francisco Javier: “Como es preciso confesarlo, exceptuamos al barrio de San Francisco Javier, construido de acuerdo con lo que prescribe la higiene para esta clase de urbanizaciones” ( Bogotá Gráfico, 1926).

En concordancia con la inquietud sobre la movilidad que se había venido expresando desde el siglo anterior, el tranvía se vuelve protagonista revolucionando las relaciones con el espacio para los habitantes de la ciudad (Castro-Gómez, 2009). Sin embargo, la revisión de estas fuentes da pistas para entender cómo el servicio era percibido por los capitalinos:

El conductor número 5, que hace el servicio en la línea central de tranvías, es un verdadero ogro. Con aire de marcado mal humor, ceño fruncido, etc. Se acerca a los pasajeros; cobra el servicio a gritos y dice tres o cuatro frases incultas a cada persona. Insoportable señores empresarios, insoportable, es el jovencito mencionado ( El Bogotano, 1901).

Pare usted! … exclama un pasajero. (suena un campanillazo. El carro sigue avanzando). Pare … vuelve a gritar la misma voz. (El carro continua impasible su marcha). Pare! … Pare! (la campanilla funciona desesperadamente y el postillón hace oídos de mercader). Pare! … Pare! … exclaman varias voces. El carro acaba por detenerse, y el pasajero se apea … dos cuadras más allá del punto en que quería detenerse. ¡Magnífico servicio! ( El Bogotano, 1901).

Tipos y modos de alimentación

La revisión de los periódicos, en clave de las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial, ubica a la gastronomía como la expresión que despierta mayor interés por parte de la prensa capitalina, esta cita sintetiza los elementos característicos de alimentación de la ciudad:

[…] se pone el almuerzo, es decir, huevos fritos, carne machacada, frita en manteca y una torta de pan. Si es día feriado […] aumenta también el almuerzo con tamal, bollos o ajiaco; tal cual vez pastelillos rellenos o empanadas que compró en la puerta de la calle ( El Duende, 1846).

Adicionalmente, la siguiente descripción reseña buena parte de la oferta alimenticia de la capital:

Tendidos a campo raso sobre una de las bellísimas colinitas de San Diego y a inmediaciones de una venta, conversan y ríen agradablemente durante un apetitoso piquete en que brillan en su puesto de honor el rostro de cordero y la longaniza asada, que dicen: comedme; el ají en varias manifestaciones, las papas aderezadas con hilos de queso y gajos de cebolla, cerrando la triunfal marcha la chicha espumosa que hierve de placer en el seno de coloradas totumas ( El Museo Social. Periódico de Crítica, 1882).

Sitúa la narración al sector de San Diego y denota las preferencias de clase del gremio de los albañiles. En concordancia con lo anotado por Martínez (1990), es posible distinguir la alimentación cotidiana y la que se relaciona con los momentos festivos y ceremoniales. Para el caso de la ciudad, las preparaciones natalicias merecen una mención especial: “La cosecha de buñuelos está andando [sic] pero no están tan abundantes como las calabazas, qué será? Pues qué ha de ser sino que hasta de buñuelos se ayuna en este tiempo de gustos y pajaritos” ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Pero en sintonía con lo que viajeros y cronistas coinciden, el producto por excelencia de la gastronomía bogotana del xix es el chocolate, cuyo consumo se entiende desde ese entonces como una norma de la ciudad:

El poder de la costumbre es tal, que hai [sic] hombres que todo lo hacen movidos por ella, cuando si solo atendieran a su inclinación natural, obrarían de un modo diverso. Yo conozco un quídam que todos los días precisamente a las once y media toma chocolate con tostadas. Mui [sic] aficionado es U. A este alimento le dije un día. No crea U. Me contestó: no hai [sic] cosa que menos me guste … pero la costumbre … ( El Chavari bogotano: periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Su importancia radica en que las narraciones lo asocian con una amplia gama de alimentos y lo sitúan en múltiples contextos, para la muestra esta disertación sobre su maridaje con los huevos para el almuerzo:

El primero defiende el chocolate: el segundo sostiene los fueros y excelencia de los huevos. Los dos literatos españoles se han dicho lo que no es creíble y han agotado en esta discusión todas las bellezas que puede producir su chistoso talento. El Duende cree que debe tomarse chocolate y huevos, o huevos y chocolate, que sería mejor, de manera que está con ambos y no está con ninguno. Este almuerzo eminentemente español, y también bogotano, es el que usa el Duende, cuando por casualidad almuerza ( El Duende, 1846).

O este fragmento, en el que se le endilga estar por encima de la moda, haciendo referencia al té que se consideraba como un gusto foráneo: “[…] los que no sabemos comer la arepa, ni el ñame, ni la sopa de tortilla, ni beber agua caliente con el nombre de Té, como si dijeran ego te bautiso [sic], pedimos pan y cacao” ( Las Arracachas: periódico de talla menor, pero de buena lei, sin medicinas francesas ni píldoras Holloway, 1858).

Para el siglo xx la introducción de nuevos productos es un tema que ocupa a la ciudad en clave de la importación de gustos, modos y costumbres extranjeras, y tiene precisamente por protagonista al chocolate que se asocia con la tradición y a la memoria de lo bogotano. La lucha contra el té y al café así lo ponen de manifiesto:

Santafé se muere … murieron las clásicas veladas de familia con su refresco de perfumado y espumoso chocolate, bebido muy despacio entre la gratísima cordialidad de unidos parientes o de inalterables y viejos amigos, para dar campo a la soirée de tono, con servicio de té y etiqueta y vocabulario parisino (El Santafereño, 1919).

Mi estómago sollozaba con la idea de renunciar esa noche a mi chocolate de media canela, aromático y alimenticio; pero mi espíritu novelero se exaltaba con la idea siempre mágica de ir a penetrar lo desconocido. El chocolate era para mí un amigo de infancia, pero me halagaba la idea de ir a conocer aquel extranjero a la moda. ¡Perra naturaleza humana! ¿Qué necesidad tenía yo de nuevas amistades? […] Señores, propongo un brindis con chocolate contra el café! (El Santafereño, 1919).

Consecuentemente con el proyecto moderno, y en particular, con el discurso higiénico, la otra gran batalla del xx en la ciudad se libra contra la chicha, a la que se le entiende como un foco de problemas para la salud y la moral de la población (Calvo & Saade, 2002; Noguera 2004), al grado de catalogarla como un veneno físico y social (Alzate, 2006). La prensa consultada no escapa de esta campaña, antes bien, sirve como un poderoso difusor de ideas y generador de opiniones.

Pocas bebidas tan complejas como esta de nuestro pueblo bajo. Preparada por procedimientos primitivos y absurdos que ni siquiera tienen la excusa de ser una tradición, pues los aborígenes de la Sabana de Bogotá no los conocieron, la chicha nos presenta toda una serie de sustancias nocivas para el organismo, y, hecho el balance general, es más veneno que alimento (El Santafereño, 1919).

Lo felicito a usted en mi nombre personal y en el nombre de todos mis compañeros en el laboratorio Labourtiner, porque con su descubrimiento de la chicha usted ha salvado a la humanidad toda entera. Inyectadas con chicha sesenta ratas, completamente sanas, todas han muerto antes de diez segundos. ¡Qué tóxico más portentoso, señor mío! ( Bogotá Gráfico, 1926).

Festejos, celebraciones y tiempo libre

Finalmente, la revisión de prensa en clave del patrimonio inmaterial resalta la importancia de los actos festivos para los habitantes de la ciudad. En términos particulares, para el siglo xix se identificaron tres grandes categorías de celebración, por una parte, las fiestas de raigambre religioso del Corpus Christi y la Navidad, por la otra, las fiestas nacionales que celebran, conmemoran y refuerzan los momentos fundacionales de la República, y finalmente, los festejos comunitarios encarnados en los carnavales de la ciudad. Así, aun cuando el espacio festivo convoque con fuerza los universos de lo sagrado, lo civil y lo profano, el tono de nostalgia que atraviesa sus descripciones habla de prácticas que, más allá del discurso del progreso que las fuerza a desaparecer y a transformarse (González, 2005) o de la escenificación de las diferencias de clase de la que son objeto (Pereira, 2011), devienen en referentes de memoria para la ciudad al construir un relato compartido de cómo eran y de qué significaban.

Desde el ámbito religioso, el reclamo por la trasformación de la fiesta y su condición de referente de memoria puede ser identificado en estas líneas sobre la fiesta del Corpus Christi:

[…] haré mención a los magníficos carros que vestían las familias principales, representando dentro de ellos todos los pasajes del Jénesis [sic], carros que se contaban por docenas: los sacerdotes y levitas, los esploradores [sic], los Mardoqueos, los sumos pontífices, los Faraones, Davides, Salomones y demás sujetos del viejo testamento con todo su E.M y con el hormigueo de las ninfas y ánjeles [sic] tan bellos como los del cielo, que con un lujo asiático presidían la procesión; y personajes todos que el mayor de ellos no tenía doce años […] ¡Qué diferencia en estos tiempos que alcanzamos! Vergonzoso es, pero preciso confesarlo: la procesión del Corpus en Bogotá en una procesión de pueblo; es una verdadera octava por decirlo todo ( El Duende, 1846).

Desde el ámbito de las fiestas fundacionales, se criticaba el rumbo que había tomado la celebración de la independencia, frente a lo que tradicionalmente se acostumbraba desarrollar:

[…] la exposición de la industria ha sido en los últimos cuatro años el principal fundamento de las fiestas que hemos tenido; pero estas han sido improvisadas casi siempre y debieran organizarse. Entregarse el industrial al artista después de haber presentado las mejores muestras de su trabajo o de su injenio [sic], entregarse digo, a inocentes regocijos, nada más grato, nada más natural” ( El Duende, 1846).

Finalmente, desde los márgenes de lo profano, un valioso testimonio de lo que representaba y lo que se había transformado del Carnaval puede verse en el artículo “Carnaval i Ceniza”, publicado en el periódico Los Matachines ilustrados para el 1 de marzo de 1855, donde se describe lo que representaba:

[…] había viejo de setenta, que a pesar de su severidad proverbial, de sus costumbres rígidas, i [sic] de la austera i casi monástica disciplina que hacía observar en su casa todo el año, la víspera de carnestolendas abría el mismo ventanas i balcones, para colocar en ellos los parques i barricadas que habían de servir para la gran semana, i desarrugado el ceño, i dando rienda suelta al buen humor i esparcimiento del ánimo, presentaba a su familia el estraño [sic] pero no estrañado [sic] ejemplo, fabuloso hoy para nosotros, de un viejo hecho niño ( Los Matachines ilustrados, 1855).

Algunas de sus prácticas:

Allí era el colocar en los balcones sendas tinajas de agua con sus correspondientes jeringas, a manera de tinteros con sus plumas, para aplicar al menor descuido un clister (vulgo ayuda o lavativa) en las narices de un transeúnte. Allí era el sacar los enormes canastos colmados de huevos rellenos de harina, o más galante i [sic] poéticamente, de flores i aguas olorosas para las damas; porque en esto había sus categorías i sus variedades, según el carácter de cada cual ( Los Matachines ilustrados, 1855).

Pero, sobre todo, dar testimonio de su transformación y nueva existencia como memoria y narración:

No es extraño, pues, que este año no hayan salido los Matachines a jugar el carnaval, i [sic] así se habrá notado que lo han dejado pasar en blanco, i solo se ocupan de el para recordar vejeces. Por hoy lo que importa es que, después de habernos puesto la ceniza en la frente el miércoles pasado procuremos arreglar todos nuestra conciencia i enmendarnos ( Los Matachines ilustrados, 1855).

Ahora bien, cabe anotar acá algunas líneas sobre los modos de entretenimiento y diversión del xix en la ciudad, donde sin lugar a dudas los toros y el teatro ocupan un lugar de privilegio. Para los toros muchos de los testimonios se centran en la preocupación por la falta de un lugar adecuado para su práctica, ya que los encierros se llevaban a cabo en las plazas públicas y acompañaban celebraciones civiles y religiosas:

Si las corridas de toros se regularizan desaparecerá al peligro, i [sic] en vez de espectáculo sangriento i una escuela de crueldad, será una diversión agradable, en que lucirá la ajilidad [sic] i la intelijencia [sic] del hombre luchando con la hermosa fiera que Dios formó, como hemos dicho para su servicio y recreo ( El Iris: periódico literario dedicado al bello sexo, 1866).

En lo que hace referencia al teatro, la prensa registraba la acogida del público de los espectáculos:

[…] la función del Teatro el domingo estuvo mui [sic] buena. Jamás habíamos visto una concurrencia tan numerosa; todo lo que la capital encierra de más brillante se hallaba allí aquella noche. En el patio no había lugar ni para un mosco ( El Charivari bogotano: Periódico no mui serio, chistoso y amostazado, 1848).

Y concordantemente, los problemas que esto precipitaba:

A pesar de haberse llamado varias veces la atención de la policía, aun no se ha dictado ninguna providencia que prohíba la aglomeración de gente en las puertas y los alrededores del teatro, las noches de función. La pérdida de muchos objetos y los frecuentes escándalos que allí hay, provienen casi siempre del mal anotado ( El Consueta, 1891).

Ahora bien, para la primera mitad del siglo xx, las referencias de la prensa se desplazan de la nostalgia por el modo de celebrar las festividades de la ciudad y se centran en la administración del tiempo libre. Este fenómeno va en concordancia con los señalado por Castro-Gómez (2009) sobre la construcción de la figura del obrero y con él de la administración de su tiempo libre. En esta medida, se resalta un discurso sobre la moral y la virtud que viene de la mano con la introducción del fútbol a la ciudad:

Que, por último, y como uno de los principales y más importantes números del programa de fiestas, se ha organizado un match de foot-ball en el campo de La Hortúa, entre los teams Centenario y Libertador, donde se disputarán el premio, consistente en un bello objeto de arte que ha sido exhibido con anticipación (El Santafereño, 1919).

En esta misma línea, el teatro y también el cinematógrafo son vistos como instrumentos de la moral, para ejemplificar, esta nota sobre el Teatro Montfort:

Con este nombre funciona en el barrio de Belén un teatro en el que se han presentado películas de la más severa moralidad. Bien por los iniciadores de tan laudable obra; que el público sepa corresponder a los esfuerzos de quienes se interesan por la moralidad y buenas costumbres, sobre todo en esta época de crisis moral que atraviesa nuestra capital ( Bogotá Gráfica, 1926).

Y esta otra sobre las patologías que despierta el cine que, visto como potencial amenaza, debe ser encausado y controlado, entre otras cosas, por juicios científicos:

Uno de los grandes peligros para la juventud estudiosa es, sin duda, el cinematógrafo […]. De la frecuencia excesiva al cinematógrafo no puede levantarse sino una generación de gente superficial, más devota de la apariencia que de la sustancia, impresionable, nerviosa, fantástica y poco sólida; sin madurez en el juicio y sin acción. Barbens trata extensa y científicamente, y con hechos autorizados los graves prejuicios producidos por el cinematógrafo en el órgano de la vista y en todos los ramos de la sensibilidad exterior en interior (El Santafereño, 1919).

Conclusiones

Si bien el arco temporal que aborda este artículo es amplio, así mismo lo fue el seguimiento a la prensa relacionada con la vida social de la ciudad. Esta aproximación temporal permitió establecer cuatro grandes categorías que aparecen con recurrencia y delimitar algunas de sus principales rupturas y continuidades, que en últimas condicionan la forma en la que Bogotá asume la modernidad de la segunda mitad del siglo xx. El contraste con la historiografía, y consecuentemente con sus fuentes de información en algunos casos, amplía, matiza o refuerza las narraciones construidas sobre la ciudad. Y, finalmente, el sesgo sobre el patrimonio cultural inmaterial propone una reflexión sobre las manifestaciones y prácticas que caracterizan los modos de ser bogotanos, y más allá de esto, le otorga profundidad temporal a una serie de elementos que hacen parte de la memoria y la identidad capitalina.

Así, se puede indicar que la prensa consultada de los siglos xix y xx tiene una marcada intención por establecer y delimitar un carácter bogotano, esto se sustenta en la extensa producción referida a los tipos de habitantes, sus prácticas y valoraciones. La prensa define lo bogotano en clave de la amabilidad de sus gentes y su refinamiento frente a las ideas de libertad y el uso del idioma, en tensión con su tendencia a la crítica y su incapacidad de trabajar en grupo. Esto se nota muy marcado desde los márgenes del género y la posición social de sus habitantes. Adicionalmente, se ve una construcción de modelos ideales para cada uno de sus tipos, tales como los chinos y los emboladores, o las vergonzantes y las criadas, y los encarna en modos específicos de actuar frente a la ciudad. En cada línea que describe al habitante y sus relaciones con la ciudad hay un poderoso proceso de producción de identidad que señala lo que se incluye, se permite y se valora y lo que se relega a los márgenes, se ex-cluye y se rechaza.

Así mismo, la revisión de periódicos permitió identificar algunos lugares que por su recurrencia y por la densidad de historias que allí convergen devienen referencias obligadas para entender las relaciones sociales y la vida pública de la ciudad. Donde las plazas como las de Bolívar, de San Victorino y de Jaime, ocupan un lugar central de la vida de sus gentes. La definición y delimitación de estos espacios y el señalamiento de algunas de las prácticas que allí se desarrollan, desde el acto de mirar hasta el intercambio de productos, más allá de poner en evidencia cómo se entremezclan elementos económicos, espirituales y políticos, hablan de la construcción de significados colectivos y de cómo se cargan de valor lugares y bienes muebles e inmuebles como calles, modos de transporte o tipos de alumbrado. Lo anterior es fundamental, si se piensa el patrimonio desde una concepción integral que lo valora no solo por los atributos intrínsecos de su materialidad sino también por las construcciones sociales que alberga y hace posibles

Finalmente, la consulta de estos diarios hizo posible construir un repertorio de las manifestaciones culturales propias de la ciudad, y hacer un rastreo de su transformación en el tiempo. Elementos y prácticas de la gastronomía como la transición del chocolate al café, de las festividades religiosas a las civiles y del manejo del tiempo de los toros al fútbol o del teatro al cine ocuparon la mayor parte de las descripciones. Y son ventanas desde donde se puede ver con claridad disputas frente a la introducción de ideas, bienes, costumbres y prácticas foráneas, así como la fuerza y efectividad de proyectos civilizatorios, discursos sobre el progreso y la higiene. En últimas, terminan siendo escenarios desde donde se libran batallas entre los varios ‘deber ser’ que propugna el Estado y sus instituciones y los modos en los que se es, resultado de herencias, mezclas e hibridaciones.

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Notas

1 Para ampliar en los relatos de cronistas y viajeros, se sugiere consultar el compendio que hace Carlos Martínez (1978) en el libro Bogotá reseñada por cronistas y viajeros ilustres.

2 Para ampliar en la modernización de la ciudad desde el urbanismo, se sugiere consultar el artículo de José Miguel Alba Castro (2013) titulado “El plano Bogotá futuro, primer intento de modernización urbana”.

3 Para ampliar la reflexión sobre la Plaza de Bolívar, se recomienda consultar el libro de Juan Carlos Pérgolis (2005) titulado Ciudad deseada: el deseo de la ciudad y su plaza publicado.