Ideología política e ideología urbana, el caso del movimiento moderno en Bogotá (1930-1950)

Political Ideology and Urban Ideology: the Case of the Modern Movement in Bogota (1930-1950)

Ideologia política e ideologia urbana, o caso do movimento moderno em Bogotá (1930-1950)

Luis Gabriel Duquino Rojas *
Universitaria Uniagusti­niana., Colombia

Ideología política e ideología urbana, el caso del movimiento moderno en Bogotá (1930-1950)

Territorios, núm. 35, 2016

Universidad del Rosario

Fecha de recepción: 15 Septiembre 2014

Fecha de aprobación: 15 Junio 2016

Resumen: Este ensayo pretende construir una revisión a la correspondencia entre el discurso de la ideología política, el discurso de la ideología urbana y su manifestación en la concreción arquitectónica. El texto en términos generales está constituido por dos grandes cuerpos, en el primero una revisión al proceso de construcción del Movimiento Moderno en la arquitectura y el urbanismo y luego su posterior transito e implementación en Colombia, específicamente en Bogotá. Es necesario preci­sar que el discurso político a revisar, es el colombiano, aunque el Movimiento Moderno1 tiene un origen europeo y desarrollos norteamericanos, el contexto a revisar está limitado específicamente por la interacción de dichas ideas con el espacio histórico-geográfico de Bogotá, materializado en la evolución urbana de la ciudad, bajo estos preceptos, las consideraciones políticas europeas serán apenas referencias para contextualizar el propio movimiento moderno y sus vicisitudes. Por otro lado la definición del período temporal de estudio, el cual obedece a la aparición en el país de la necesidad de pensar el problema de la planificación urbana, a través de ejercicios intelectuales cimentados en la arquitectura, el urbanismo y la medicina, esta última como impulsadora de los conceptos de la ideología moderna de vida sana e higienismo (Ramírez, 2000b).

Palabras clave: Movimiento moderno, República liberal, Plan director, urbanismo, ideología política.

Abstract: This paper aims to build a review to the correspondence between the discourse of political ideology, the discourse of urban ideology and its manifestation in architectural realization. The text generally consists of two main bodies. The first, reviews the process of building the modern movement in architecture and urbanism and then subsequent transit and implementation in Colombia, speci­fically in Bogotá. It is necessary to note that the political speech to revise is Colombian, although the Modern Movement has a European origin and American developments, the context to review is specifically limited by the interaction of these ideas with the historical-geographical space of Bogotá, embodied in the urban development of the city. Under these rules, the European political considerations are hardly references to contextualize the modern movement itself and its vicissitu­des. Also, the definition of the time period of study, which is due to the appearance in the country of the need to consider the problem of urban planning through intellectual exercises grounded in architecture, urbanism and medicine; the latter as a driver of the concepts of modern ideology of healthy living and social hygiene (Ramírez, 2000b).

Keywords: Modern Movement, Liberal Republic, Director Plan, Planning, Political Ideology.

Resumo: Este ensaio pretende construir uma revisão à correspondência entre o discurso da ideologia polí­tica, o discurso da ideologia urbana e a sua manifestação na concreção arquitetônica. O texto em termos gerais está constituído por dois grandes corpos, no primeiro uma revisão ao processo de construção do Movimento Moderno na arquitetura e o urbanismo e logo o seu posterior trânsito e implementação na Colômbia, especificamente em Bogotá. É necessário precisar que o discurso político a revisar, é o colombiano, ainda que o Movimento Moderno tem uma origem europeia e desenvolvimentos norte-americanos, o contexto a revisar está limitado especificamente pela inte­ração ditas ideias com o espaço histórico-geográfico de Bogotá, materializado na evolução urbana da cidade, sob estes preceitos, as considerações políticas europeias serão apenas referências para contextualizar o próprio movimento moderno e as suas vicissitudes. Por outro lado, a definição do período temporal de estudo, o qual obedece à aparição no país da necessidade de pensar o problema da planificação urbana, através de exercícios intelectuais cimentados na arquitetura, o urbanismo e a medicina, esta última como impulsionadora dos conceitos da ideologia moderna de vida sana e higienismo (Ramírez, 2000b).

Palavras-chave: Movimento Moderno, República Liberal, Plan Director, Urbanismo, Ideologia política.

La ciudad de Bogotá tiene un Plan Director, lo que ninguna ciudad del mundo posee aún hoy en día. Pueden resultar beneficiosos materiales inmensos, un poder espiritual que es propio al civismo, una población capaz de pasar a través de todas las dificultades provisionales o accidentales y realizar, en armonía, la ciudad, expresión de nuestra civilización maquinista (O’Byrne, 2010, p. 46).

… el discurso político es asumido como un documento analizable dentro de parámetros espaciales y temporales definidos. La arquitectura, como portadora de una huella legible del compromiso con un discurso del poder, se plantea como el referente concreto (Ramírez, 2000a, p. 16).

1. Primera Parte: modernidad, racionalismo, funcionalismo, el nacimiento de la estética de la máquina y la ciudad como máquina del habitar

El nacimiento de la mecanización y la indus­tria moderna… fue seguido de una irrupción violenta semejante a una avalancha por su extensión. Todos los límites de la moral y la naturaleza, la edad y el sexo, el día y la no­che, fueron superados. El capital celebró sus orgías (Berman, 1998, p. 26).

Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas (Berman, 1998, p. 12).

Una gran época ha comenzado. Existe un es­píritu nuevo. La industria, que irrumpe como un río que fluye hacia su propio destino, nos trae los instrumentos nuevos adecuados para esta época animada por un espíritu nuevo. La ley de la Economía administra de modo imperativo nuestros actos y nuestro pensa­mientos (...) La gran industria debe ocuparse de la construcción y producir los elementos de la casa. Es necesario crear el espíritu de la producción en serie, el espíritu de construir casas en serie, el espíritu de habitar casas en serie, el espíritu de concebir casas en serie. Si se erradican de nuestro corazón y de nuestra mente los conceptos superados de la casa y se examina la cuestión desde un punto de vista crítico y objetivo, se llegara a la casa-instrumento, casa en serie, sana (incluso moralmente) y bella en la estética de los instrumentos de trabajo que acompañan nuestra existencia (Corbusier, 1923, p. XV, XVI).

La revolución industrial, que tuvo como cuna la Inglaterra de mediados del siglo XIX, marco el inicio de una serie de trans­formaciones radicales en las formas socia­les, políticas, económicas y espaciales, más agudas de la historia de la humanidad. Las formas de vida urbanas comenzaron a recorrer el camino hacia su conversión en el espacio paradigmático de esta era; en un proceso de concentración de la mayor parte de la población y de las actividades humanas más relevantes.

En apenas un siglo y medio desde el inicio de la mencionada revolución indus­trial, el paisaje sociohistórico de asiento para la humanidad cambió radicalmente, desde los escenarios fundamentalmente rurales, escenarios de la actividad agrícola y ganadera que reinaron en la mayor parte del planeta 8.000 años hasta la aparición de la industrialización y su consecuente proceso de urbanización, que se manifiesta en la actual población urbana por encima del 50% de la población total del planeta.

Retomando el proceso de la revolución industrial, es importante establecer que la aplicación de los conocimientos científicos, madurados desde la ilustración, en herramientas que potenciaran y complementa­ran las actividades humanas, generaron un primer estadio paleo-técnico caracterizado por el paradigma de la máquina de vapor y su producto, la locomotora. A la par, el desarrollo de la medicina y el mejoramiento de ciertas condiciones de salubridad incli­naron las balanzas demográficas aumen­tando drásticamente la población mundial. Por otro lado, la localización de factorías en las ciudades exigió el desplazamiento de grandes cantidades de personas para suplir la amplia demanda de mano de obra para la nueva y pujante industria, proceso que se complementaría con la posterior tecnifica­ción del campo, que ayudó en la expulsión de mano de obra campesina de su entorno rural (Hobsbawm, 1998).

Alimentada por estos acontecimientos la ciudad asumió el papel preponderante que como se observó anteriormente, du­rante milenios había ocupado el campo al ser el espacio de desarrollo de la mayor parte de las actividades de la humanidad. Este cambio planteó inmensos retos a unas ciudades que se habían mantenido estáticas en sus características estructurales de base, prácticamente desde el Medioevo. La migración y cambio de la mano de obra cam­pesina hacia el naciente proletariado indus­trial urbano generó nuevos problemas de hacinamiento e insalubridad en el hábitat por insuficiencia de espacios residenciales y de servicios públicos en las nuevas ciudades industriales centro-europeas (ver figura 1). Esta situación alimentada por la precarie­dad de las condiciones laborales, degeneró en una fuerte segregación materializada en la espacialidad urbana a través de los barrios obreros localizados en estructuras de vivienda paupérrimas.


Vista típica de la ciudad industrial europea
Figura 1
Vista típica de la ciudad industrial europea


Fuente: http://4.bp.blogspot.com/9N2l7b08s9U/UM9cQmgrmeI/AAAAAAAAANA/T23B7PXyDGw/s1600/slum.jpg

Se suman a esto la degradación medioambiental generada por los procesos industriales, sobre todo el uso indiscrimina­do del carbón, que castiga al espacio de la ciudad con emisiones constantes de hollín desde las grandes chimeneas que dominan el paisaje urbano hacia finales del siglo XIX. Las duras condiciones sociales, económicas y ambientales, matizadas en el escenario constituido por una ciudad antigua e inoperante, despierta en los planificadores la necesidad de una nueva actitud acorde a los planteamientos de la industrialización de la modernidad tecnológica naciente.

Es entonces cuando se generan grupos de planificadores que finalmente se encau­zaran bajo lo que podríamos denominar el Movimiento Moderno, con lógicas y rasgos que devienen de los futuristas, los racio­nalistas, los funcionalistas y los higienistas conformando un espectro de características vitales para el entendimiento de los nuevos planteamientos para el espacio urbano de corte moderno.

1.1. Bases conceptuales del Movimiento Moderno

En primera instancia se debe comprender que los conceptos de organización espacial tanto territorial como urbana del Movi­miento Moderno tienen su nacimiento en la Arquitectura, que prefigura las pautas con que se desarrollan estos temas. Por tal razón, como conocimiento preliminar se repasan brevemente los debates espaciales de la Arquitectura desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX.

Con el renacimiento se revivieron los conceptos clásicos de la cultura greco-ro­mana, de una arquitectura a la escala hu­mana, caracterizada por la importancia del espacio público como centro de la vida social de los ciudadanos, en donde los edi­ficios del poder estatal representaban su importancia a través de una estética clásica mesurada. A diferencia del medioevo, los edificios de servicios públicos y los cultura­les (Bibliotecas, Museos, etc.) comenzaron a tener un papel importante en la configu­ración espacial de la ciudad, a la par con los religiosos (iglesias, basílicas, etc.), muestra del espíritu emancipatorio de los nuevos planteamientos.

En el caso de la vivienda, las clases pri­vilegiadas disfrutaron de una nueva topo­logía edilicia, las villas, en contraposición al espacio del castillo del medioevo, estas villas ocupadas por la nueva burguesía eran en su mayoría construcciones suburbanas de escala íntima, desprovistas de grandes jardines, más bien dotadas de espacios li­bres pequeños de carácter familiar. En los aspectos de la lingüística arquitectónica, el ornamento que predominaba en las facha­das estaba basado en los órdenes griegos (jónico, dórico y corinto), caracterizados por sus referentes a la naturaleza, (vegeta­ción) y al ser humano como tal (tallas de personajes religiosos, cariátides etc.).

La ciudad, como paisaje arquitectóni­co, mantuvo un acento fuertemente histo­ricista que la fue convirtiendo en un sobre puesto entre lo medieval y lo renacentista, con el tiempo los estilos evolucionaron hacia posturas de carácter ecléctico en los siglos XVI y XVII, en donde se magnificó el uso del ornamento y de la majestuosidad de los edificios, siempre al servicio de los grandes poderes económicos: la nobleza, los burgueses y el clero. Los proyectos dedicados a la vivienda de la gente del co­mún fueron de carácter aislado sin hacer parte de alguna estrategia de provisión de un hábitat con los servicios necesarios, por lo que la gran mayoría de personas de las clases más necesitadas fueron a parar a viejas construcciones medievales en condiciones de salubridad pésimas que poco a poco fueron materializándose en enfermedades y descontento.

Con la presión generada por el nuevo crecimiento de la ciudad (finales del siglo XIX y comienzos del XX), se comenzaron a plantear desde diferentes posturas las nuevas propuestas para la reforma de la realidad urbana. Dentro del espectro de posiciones se pueden clasificar dos tenden­cias definidas, una la de Ciudad Jardín cuyo exponente principal fue el arquitecto inglés Ebenezer Howard.

En el discurso de la ciudad jardín, se encuentra un llamado al retorno al campo, a una vida en tejidos urbanos de baja densi­dad, con casas dotadas de huertas en donde se cultivaran los productos que consumiría la familia, sin depender de una agricultura intensiva, nuevas condiciones que se con­traponen de forma contrastante con los males de la ciudad industrial, caracterizada por sus difíciles condiciones ambientales y paisajísticas (Gravagnuolo, 1998).

Los planteamientos de la ciudad jar­dín no fueron ejecutados a cabalidad, en cambio degeneraron en una explosión su­burbana que nada tenía que ver con los criterios de sostenibilidad en los que se ba­saban, dicha explosión suburbana tuvo una repercusión que trascendió las fronteras europeas e impacto la conformación urba­na en Norteamérica y posteriormente, de manera más medida, en Suramérica. Uno de los elementos que sirvió como cataliza­dor a este acontecimiento fue el desarrollo vertiginoso de los medios de transporte, en especial el automóvil y las redes ferroviarias, que permitían con mayor facilidad este tipo de ocupaciones en las afueras de la ciudad.

De otra parte, diversas tendencias se podrían sumar en un conjunto que con­formaría las bases de los planteamientos del Movimiento Moderno en la planificación de las nuevas alternativas de ciudad, revi­sando estas tendencias se encuentran pos­turas que pueden denominarse modernas y que marcaron filosóficamente el proyecto de especialidad urbana del Movimiento.

Entre estas se encuentra como princi­pal directriz el racionalismo, nacido en la lógica de pensamiento cartesiano, el cual promulgaba el papel principal de la objeti­vidad en los procedimientos de producción científica, materializada a través del método científico y las posturas reduccionistas de los eventos naturales y sociales. Dicha postura radical se manifestó sobre el ordenamiento del territorio en las características físicas de la disposición de los diversos componentes del espacio urbano; por un lado, la geome­tría de los trazados para la nueva ciudad estaba marcada por la pureza formal utili­zada, basada en la lógica de la cuadrícula y la línea recta, que permitía colocar distancia con el trazado orgánico de la ciudad medie­val, además de otorgar dos características fundamentales de la ciudad moderna, una la eficiencia en su uso y movilidad; y por otro lado la implantación como modelo a reproducir sistemáticamente (ver figura 2).


Le Corbusier, Ciudad Ideal, La Ville Radieuse
Figura 2
Le Corbusier, Ciudad Ideal, La Ville Radieuse


Fuente: Pacione, 2009, p. 619.

Es así como importantes características de la ciudad moderna son marcadas por el pensamiento cartesiano-racional-determi­nista reinante. Otro concepto fundamental del Movimiento Moderno lo conforma la crítica a la mezcla indiscriminada de los estilos arquitectónicos del periodo deci­monónico y la composición a partir de las formas clásicas propias del canon acade­micista que mantuvo, el rechazo hacia la tradición ecléctica reinante se manifestó en un desprecio por la espacialidad de dicha mezcla de estilos, y en los aspectos esté­ticos, se observa una fuerte crítica hacia la ornamentación de las edificaciones, co­locando en oposición los conceptos de las formas puras en fachadas lisas de tra­zos definidos, casi siempre blancas, con lo que se resaltaba la radicalidad de la pureza del diseño.

Al interior de dichos planteamientos se proyectó un modelo de ciudad que reem­plazara el existente, y teniendo en cuenta los graves problemas de salubridad se proyectó una reconfiguración urbana, esco­giendo minuciosamente los edificios con valor patrimonial y planteando la demoli­ción de gran parte de los centros históricos de las ciudades, como el de París o la Can­delaria en Bogotá2.

La mencionada critica al eclecticismo y academicismo se presenta como fundamen­tal debido a la intención de la modernidad por conseguir un ciudadano paradigma moderno, en este objetivo la planeación urbana y la arquitectura no se quedaban atrás, proponían que la espacialidad de la ciudad y las edificaciones propuestas forzarían al individuo a comportarse co­mo un ser moderno, en una especie de planteamiento conductista del diseño. Tal situación se encuentra alimentada por los planteamientos de los “futuristas”, quienes a partir de las nuevas condiciones impues­tas por los procesos de industrialización y maquinismo, elaboran complejos cantos al desarrollismo extremo que lleve al hom­bre al dominio total de la realidad natural y social. Complementando el rechazo de la tradición del Movimiento Moderno, se plantea un rechazo a las condiciones espe­ciales y características del “lugar” por parte la planificación espacial moderna, pero esto sería parcialmente cierto.

En primer lugar esta concepción se ve­ría reforzada al observar los modelos idea­les de ciudad del Movimiento en ejemplos como la Villa Radiante (ver figura 3) y la Villa Contemporánea, en donde el sustento base del ideal espacial urbano es un espacio geográfico conformado por una llanura isótropa en donde los aspectos de espacio homogéneo llegan a su clímax.


La Ville Radieuse, homogenidad espacial y geométrica
Figura 3
La Ville Radieuse, homogenidad espacial y geométrica


Fuente: Hall, 1996, p. 220.

Pero al observar las características pro­pias de los proyectos planteados para lu­gares específicos se conseguiría observar algún atisbo de influencia del medio geo­gráfico, aunque cabe resaltar que la base del pensamiento del Movimiento Moderno es la oposición a la realidad espacial urbana de la ciudad tradicional y que no se sostie­nen dichos pensamientos y planteamientos con fuerza en las características detalladas y especiales del espacio geográfico en donde se actuara, aun así es posible encontrar el carácter de dicha influencia en las siguien­tes palabras:

[…] No se puede considerar un problema urbanístico más que remitiéndose constantemente a los elementos constitutivos de la región y principalmente a su geografía, que está llamada a desempeñar en esta cuestión un papel determinante: las divisorias de las aguas y los montes vecinos dibujan un con­torno natural que confirman las vías de cir­culación inscritas naturalmente en el suelo. […] La geografía y la topografía desempeñan un papel de considerable importancia en el destino de los hombres… (Corbusier, 1985).

De todas maneras es inocultable la predisposición de los planteamientos del Movimiento hacia la tipificación del te­rritorio y su sesgo a la homogenización de las respuestas espaciales dentro de los conceptos racionales y puristas, claramente enmarcados en diversos proyectos.

El Higienismo es otro de los rasgos conceptuales que conforma la base de la ideología del Movimiento Moderno, el pen­samiento moderno en la planeación se trans­pone a la condición insalubre que caracteri­za a la ciudad decimonónica. El Movimiento Moderno toma como una de sus banderas llevar a los barrios y a la vivienda obrera, las condiciones de asolación y ventilación míni­mas para el desarrollo de una vida saludable. Junto con esto también se aboga por ofrecer una infraestructura de servicios públicos que reduzca el impacto de los vertimientos de aguas servidas que se daban prácticamente sobre las vías de los barrios, además de la provisión de baterías de baños para cada hogar ya que la mayoría no contaba con dicho servicio. Todo esto acompasado por el constante temor a las epidemias, ya que las condiciones difíciles de hacinamiento e insalubridad de la primera ciudad industrial convertían al espacio urbano en verdadero caldo de cultivo para esta problemática.

Por último, una de las más significati­vas líneas del pensamiento proyectual del Movimiento Moderno es el funcionalismo, bajo el cual se planteaba la necesidad de convertir las edificaciones y la ciudad en materializaciones físicas de la función que desempeñan, de allí el precepto: La forma sigue la función (Sullivan, 1896).

Este concepto de funcionalismo es muy dependiente de la anteriormente crí­tica al eclecticismo y academicismo, pues es un planteamiento que aboga por un inicio nuevo para la planeación y el diseño, des­prendido del rigor lógico de la abstracción lejana a cualquier postura venida de la tra­dición. Por otro lado, el funcionalismo es paralelo a la adoración de la máquina carac­terística de la época, ejemplo máximo de la aplicación de la función, la ciudad es llevada al símil de “la máquina urbana”, un ideal de la técnica que intenta lograr una abso­luta perfección funcional (Gravagnuolo, 1998). Este funcionalismo está apoyado en los conceptos del “taylorismo y el fordismo —dos métodos de racionalización inge­nieril del ciclo industrial ideados en Amé­rica—” (Gravagnuolo, 1998, p.334) que elevan la importancia de la metálica belleza de las máquinas y el proceso de producción en serie como paradigmas aplicativos a los actos de diseño tanto urbano como edilicio.

La estandarización también se une co­mo concepto básico en esta visión funcio­nalista de la planeación, conformando el objetivo de la homologación y homoge­nización internacional que evita poner en manifiesto las diferencias entre las culturas locales con el fin de conseguir el hombre moderno universal. La profundidad del concepto funcional en la planificación y el diseño arquitectónico es descrita con preci­sión por Adorno en el siguiente enunciado:

No hay forma práctica que, al lado de su adecuación para el uso, no tenga también un aspecto simbólico; ello ha sido ya demostrado por el psicoanálisis en lo que respecta a las imágenes arcaicas del inconsciente, entre las cuales figura en primer lugar la casa […] Las formas funcionales son el lenguaje de su función (Adorno, 1967, p. 111).

Una de las herramientas en el ordena­miento de la ciudad que se manifiesta como influencia del funcionalismo es la zonifica­ción, el cual se configura como herramienta para proyectar una ciudad que discrimina espacialmente de manera radical sus usos, asignando un lugar especial para cada ac­tividad urbana intentando evitar la mezcla entre ellas para lograr un comportamiento funcional de lo urbano.

1.2. Los Congresos CIAM3, y la Carta de Atenas, formalización de los preceptos de la planificación urbana espacial del Movimiento Moderno

La expansión de los ideales del Movimien­to Moderno en la planificación urbana y la arquitectura llevó a crear un clima de apasionamiento, en donde se planteó una disputa frontal entre este Movimiento y la academia, representada por las posturas tradicionalistas de corte ecléctico e histórico. Los principales exponentes del Movimiento Moderno buscaron un espacio de expresión en donde se materializaran los debates más importantes del urbanismo y la arquitectura moderna, con este fin se crearon los CIAM, Congresos Internacionales de Arquitectu­ra Moderna, que en total fueron diez, y se desarrollaron entre 1928 y 1956.

La intensidad y fulgor de estos debates llegó a su punto máximo, en materia de teoría de la planificación y urbanismo, en el Cuarto Congreso realizado en 1933, sobre un barco en frente de las costas atenienses. De allí se desprende un documento de vital importancia para comprender los plantea­mientos en cuanto al ordenamiento espa­cial urbano del Movimiento Moderno, La Carta de Atenas, que contiene de manera discriminada los puntos más álgidos del debate urbanístico para esa época.

La Carta de Atenas está compuesta por tres partes, la primera, denominada generalidades, es un compendio que in­tenta explicar la importancia de la ciudad y su región; además, plantea algunas de las posturas erradas en el tratamiento del territorio tanto analíticamente como pros­pectivamente (Corbusier, 1985).

A continuación se resaltan algunos de los puntos más importantes tratados en este primer capítulo.

Hasta aquí llega la primera parte, luego se continúa con un segundo capítulo más voluminoso, en el cual se trata el estado actual de las ciudades, se plantean críticas y algunos remedios. Este capítulo está di­vido a su vez en cuatro apartados que finalmente son las cuatro principales funciones para la ciudad en la lógica del Movimiento Moderno. Dichas funciones son: Habita­ción, Esparcimiento, Trabajo y Circulación. A continuación se resaltan los aspectos más importantes de cada apartado en cuanto a exigencias, como elementos definidores de la propuesta:

Finalmente se termina este documen­to con unas conclusiones, en las que se recoge todo el contenido desarrollado en unos puntos doctrinales que reflejan los conceptos ya tratados en este documento en el apartado de bases conceptuales del Movimiento Moderno. Como se puede observar la Carta de Atenas se convierte en un instrumento vital para el entendi­miento de la filosofía y los planteamientos de los proyectistas modernos. Con esta referencia y su revisión se da por sentada el cumplimiento del objetivo, en cuanto a aclarar los aspectos de relevancia en los que se cimienta la ideología urbana del Movi­miento Moderno.

2. Segunda Parte: Movimiento Moderno en Bogotá, ideología urbana y estilos arquitectónicos como manifestaciones del proyecto de modernización del país

La estructura del pensamiento arquitectó­nico es compleja y cambiante. La percep­ción de sus elementos básicos está afectada por la identificación comunitaria en torno a ideologías —sociales, económicas, políti­cas— determinantes. Entre la expresión del pensamiento arquitectónico y las ideologías hay algunas relaciones determinantes; maneras características de definir socialmente el entorno habitable, en lugares precisos y mo­mentos específicos (Ramírez, 2000a, p. 12).

2.1. El proyecto de construcción de la nación y la modernización del país

Para observar como los elementos plan­teados desde la ideología del Movimiento Moderno llegan al país y son asimiladas en un lento proceso de hibridación por parte de los académicos y profesionales en sus propios procesos de construcción de la forma urbana y la arquitectónica, es indispensable generar un contexto de la situación del país en términos de lo social, político y económico.

Colombia llega al siglo XX después de trasegar una historia cargada de violencia, violencia como actor principal y protagóni­co en la construcción de la realidad nacional. La historia de la violencia es la historia del país, que desde el proceso atroz de la con­quista española, materializado en la colonia, ha estado presente como hecho constructor de la realidad social y política del país. Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX el país trasiega el desangre de las guerras inte­rinas que se constituyen en la polaridad de dos visiones de desarrollo; las capas sociales que desean mantener el status quo de las he­gemonías feudales basadas en la propiedad de grandes extensiones de tierra y el poder sobre campesinos e indígenas vasallos, ul­trajados y explotados, anclados en discursos retardatarios amparados por el poder ecle­siástico y basados en la tradición histórica de las relaciones etnoclasistas que caracterizan al país desde la colonia (Niño, 2000), por otro lado los progresistas, deseosos de una apertura hacia las relaciones económicas con el mundo, deseosos de implementar políticas liberales, que permitan la moderni­zación de las instituciones y la sociedad para vigorizar las dinámicas de desarrollo social y económico en el país.

El panorama histórico de fin de siglo XIX presenta un país rural, en graves con­diciones de atraso, con precariedad en las infraestructuras; trochas de mulas y pocas vías modernas, una red ferroviaria inconexa apenas en proceso de construcción, la úni­ca arteria fluvial de escala nacional, el Río Magdalena, apenas transitable para barcos de mediana envergadura. Las elites estaban constituidas por los hacendados quienes dominaban la economía y la sociedad, un estado intervenido por el clero, todo esto acompañado de algunos comerciantes ur­banos en su mayoría extranjeros que ma­nejaban algún contacto con los mercados internacionales (Niño, 2003).

Dichas condiciones marcaban la exis­tencia de un mercado interno débil sobre el cual no era posible edificar alguna clase de desarrollo. El escenario que va a marcar el inicio de la construcción de un proyec­to de país en torno a algunos ideales de modernidad y unidad nacional, va a estar constituido por eventos como el final de la Guerra de los Mil Días en 1902 y la pérdi­da del Canal de Panamá en 1903, pues el primer evento significó el inicio de un pe­ríodo de relativa calma política y militar, y el segundo algunos brotes de sentimiento nacionalista. De igual forma la consolida­ción del proyecto hegemónico conserva­dor, a través de la constitución de 1886, sirvió como base para que los políticos de la derecha conservadora, bajo la supervisión del gobierno de EE.UU. y el clero, inicia­ran a principios del siglo XX un proceso de organización en torno a la idea de nación.

Económicamente, las primeras bonan­zas de la venta de café, banano y petróleo, sumadas a la posterior recepción de los dineros de la indemnización por el canal recibidos en 1922, sirvió para configurar algún estado de bienestar material sobre el cual construir y fortalecer las insipientes instituciones del estado naciente. Dichos dineros fueron invertidos en los procesos de modernización de la infraestructura del país y de sus instituciones, las cuales se crea­ron con el fin de tener algún control de la economía nacional y con el fin de generar los espacios adecuados para la gestión gu­bernamental.

La construcción de la infraestructura vial estuvo orientada a fortalecer los mercados de exportación del café, banano y petróleo, sobre todo del primer producto enumerado, para hacer más eficiente el proceso de salida hacia los puertos expor­tadores y de igual forma hacer eficiente la llegada de los insumos necesarios para el desarrollo de la actividad productora. De igual forma dichos flujos de capital sirvie­ron para construir sedes del poder público, terminar de consolidar el surgimiento de la banca nacional y para la inversión en la naciente industria del país.

En este contexto político y económico, se configuraban las realidades de la sociedad en el país, una intensa polarización social, que distanciaba a las capas de campesinos y desvalidos de los ricos hacendados y las burguesías urbanas nacientes. El campesi­nado imposibilitado de tener control sobre la tierra productiva, pues solo tenían acceso a minifundios en las zonas más escarpadas e inaccesibles, además cargando el peso de la prohibición para producir en sus parcelas los productos de mayor salida en el mercado. Junto a ellos los pobres urbanos, sirvientes, albañiles y desplazados del campo que se hacinaban en los inquilinatos de la ciudad.

Estos dos grupos tenían el estrecho vínculo de ser originalmente habitantes ru­rales, atrapados en los flujos campo ciudad marcados por las tempranas expulsiones de las haciendas por el sistema de arrendatarios que los lanzaba a la ciudad en donde se emplearon en las construcciones de edificios estatales de principio de siglo, luego con la decadencia de las condiciones económicas del país, llega el fin de las obras públicas, y estos mismos desposeídos son de nuevo expulsados esta vez hacia el campo, en donde las condiciones de la violencia por la tenencia de la tierra no les permite su afincamiento, siendo otra vez expulsados a los cinturones de miseria de las principales ciudades.

En este escenario se construye la pri­mera industria del país, impulsada por los dineros de las bonanzas de importación de materias primas, como se vio anterior­mente, y posteriormente consolidada por el proceso que se conoce como de sustitución de las importaciones, debido en principio a la recesión en EE.UU., la gran depresión del 29 y posteriormente a la restricción de importaciones, fruto del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Este último evento aunque tuvo repercusiones positivas en la consolidación de la industria nacional en parte por la necesidad de manufacturar artículos que ya no iban a ser proveídos por las economías dominantes que ahora tenían ocupados sus aparatos productivos en la empresa bélica, también tuvo reper­cusiones negativas en la medida en que los insumos para la industria de más compleja elaboración, no fluían y estancaban el de­sarrollo fabril.

Con el inicio de la consolidación de la industria nacional, tiene también entrada el período de regreso de los gobiernos libera­les, a partir de 1930, con la presidencia de Eduardo Santos, que va a marcar la etapa de lo que podría llamarse la república liberal, que finalizará con la renuncia de Alfonso López a su segundo mandato presidencial y la terminación de este por parte de Alberto Lleras Camargo en 1946. Es importante señalar que aunque teóricamente el partido liberal llevara la bandera de la revolución nacional y de las transformaciones progre­sistas, los cambios que impulsó desde sus sucesivos gobiernos tuvieron que ver más con la idea de transformación de algunas instituciones y prácticas tendientes a la incursión del país en un proceso de mo­dernización económica para insertarlo en las dinámicas internacionales, sobre todo las comerciales, sin poner en peligro real la hegemonía de los poderes cimentados en la propiedad de la tierra. De todos modos las reformas liberales de los gobiernos de este período sirvieron de base ideológica de soporte para los cambios urbanos y la dis­posición hacia otras formas culturales que finalmente repercutieron en la planificación urbana y en las transformaciones estilísticas de los objetos arquitectónicos que constru­yen el paisaje de la ciudad.

2.2. De los años treinta a los cuarenta, modernidad en el ideal de la ciudad jardín

En el mismo ciclo revisado en el aparte anterior, se ubican los desarrollos urbanos y arquitectónicos que a continuación se re­visan. Siendo el país una nación agraria, la empresa edificadora estaba restringida a los centros urbanos que aún se podrían considerar por su estructura apenas poblados. La arquitectura de las ciudades estaba marcada por la presencia de la estructura espacial colonial, caracterizada por un compendio de elementos lingüísticos y formales pro­pios de su constitución, como los patios, el zaguán, los aleros y balcones. La ciudad estaba constituida principalmente por el trazado español basado en el damero or­togonal, las calles originalmente dispuestas para el tráfico de peatones y caballos eran angostas y empedradas, las unidades de habitación carecían de servicios públicos como alcantarillado o acueducto, los lu­gares centrales de la vida urbana estaban constituidos por las plazas y plazoletas, el mercado y las pilas para la recolección de agua potable.

Para finales del siglo XIX comienza la transición hacia el período republicano, lo que va a traer como impacto en la arqui­tectura y la composición de la ciudad, un cambio en los intereses estilísticos, como postura de rechazo a la arquitectura colo­nial que tenía una profunda significación de la dominación española y la insalubridad, en mayor medida.

Es incuestionable que desde siempre para la sociedad colombiana la construc­ción de un ideal cultural ha estado fuer­temente mediada por la importación de modelos europeos en primera instancia y estadounidenses posteriormente, en con­traposición al desencanto y aborrecimiento por los valores autóctonos, sobre todo los prehispánicos, fruto de un amplio proceso de deformación de los imaginarios colecti­vos frente al proceso de conquista española y mestizaje. Por tanto la construcción de una idea nacional entorno a la concreción de una realidad arquitectónica no fue ajena a esto, y se elaboró sobre la importación de los modelos de la arquitectura euro­pea. Además otro factor que alimentaba tal situación, estaba dado por la inexistencia de una escuela de arquitectura y de una agre­miación organizada de estos profesionales; la arquitectura la ejercían profesionales traí­dos del exterior y colombianos educados en las escuelas europeas principalmente.

Para finales de siglo XIX y principios del siglo XX, la arquitectura europea se en­contraba en un período de acentuado eclec­ticismo en donde predominaba el revisio­nismo establecido por el neoclasicismo, tal como se estableció en el primer aparte del presente escrito. El proceso de importación estilística trajo al país los postulados lin­güísticos del lenguaje arquitectónico neo­clásico, que se impuso en la construcción de las sedes del poder público4, de bancos, estaciones de ferrocarril, algunos hoteles y edificaciones comerciales. La precarie­dad de los recursos disponibles hizo que muchos de estos ejemplos fueran simples ejercicios de enmascaramiento de las edifi­caciones, sobre todo las residenciales, en un proceso conocido como el “neoclasicismo en yeso” (Niño, 2000). Este ejercicio de implantación del lenguaje arquitectónico ecléctico puede ser calificado como un ejer­cicio marcado por la ingenuidad provincia­na y la escasez de recursos económicos para ejecutarlo de otra forma (Arango, 1993).

La consolidación de la república a tra­vés de los cimientos económicos descritos anteriormente, permitió un tránsito de la imposición de los modelos estilísticos eu­ropeos en materiales de carácter moderno como el cemento armado, y de igual forma tuvo impacto en la construcción de nuevas villas para las elites, algunas de las cuales ocuparon espacios suburbanos como Cha­pinero, generando las primeras expansiones urbanas hacia el norte, en configuración de una primer atisbo de ciudad lineal, sobre la falda de los cerros orientales.

En resumen, el pensamiento arquitec­tónico de finales de siglo XIX y comienzos del XX, estaba enmarcado por la imposición de modelos europeos bajo la formulación académica clásica basada en discursos ca­nónicos de composición rígida, producido a su vez por las interpretaciones sociocul­turales en el marco de la construcción de una insipiente idea de nación (Ramírez, 2000b).

Transcurridas las primeras décadas del siglo, luego de los desarrollos sociales, eco­nómicos y políticos anteriormente descri­tos, otros eventos irrumpen en el proceso de construcción del pensamiento urbano y arquitectónico colombiano. La implemen­tación de los congresos panamericanos de arquitectura, en especial el primero, cele­brado en Montevideo en 1920, ponen en relevancia el quehacer arquitectónico en el panorama latinoamericano. Importantes van a ser los postulados de introducción de la ciencia del urbanismo y la necesidad de promulgar las normas de higiene y salubri­dad como determinantes en la planificación de la ciudad y el diseño de los elementos arquitectónicos, que como conclusiones se establecieron en este primer congreso y que se asimilaron al discurso de los profesiona­les de la región.

De esta época y en proceso, se encuen­tra también la implantación de los discursos nacionalistas en Latinoamérica que se conectan con temáticas modernas para pre­sentarse ante el mundo contemporáneo, en una búsqueda de sintonía temporal con los países desarrollados, buscando un ambiente de integración cosmopolita. Si bien es cierto que ejemplos de nacionalismos modernistas del tipo brasileño o mexicano, no se dieron en Colombia5, algunos ejercicios arquitec­tónicos estuvieron impregnados sobre la idea de generar algunas expresiones prehis­pánicas, como labrados en fachadas de estilo Art Deco, con representaciones muiscas. Sin embargo, es posible plantear que de algún modo las elites colombianas se veían representadas de mejor forma por los mo­delos europeos, como se explicó anterior­mente, por lo cual no era de extrañarse que la implementación de los modelos ingleses y franceses, en un proceso de identificación con los elementos foráneos, otorgaran sta­tus al habitante de esos espacios.

Los procesos de acumulación de capi­tal que se dieron en las primeras décadas del siglo XX, dinamizaron la construcción, ge­nerando un ambiente más propicio para el ejercicio profesional de la arquitectura. En este marco aparecen hechos que apuntan a la consolidación disciplinar de la profesión en Colombia; en 1932 llega al país el urba­nista austriaco Karl Brunner personaje de vital importancia en la planificación urbana de la época, traído por Enrique Olaya He­rrera para el diseño del Parque Nacional, en el mismo año se funda el Banco Central Hipotecario (BCH), institución bancaria que sería determinante posteriormente en proceso de construcción de vivienda para las clases medias, en 1934 se funda la Sociedad Colombiana de Arquitectos, en 1936 se funda la primera facultad de arquitectura del país en la Universidad Nacional y en 1939 se constituye el Instituto de Crédito Territorial (ICT) entidad que se encargó de construir algunos barrios obreros6, esto sumado a la migración de algunos arquitec­tos italianos y franceses, elevo el nivel de la práctica profesional en el país, constituyén­dose en los cimientos de la adopción de los postulados del Movimiento Moderno y el Estilo Internacional en Colombia.

De los eventos anteriores se hace im­portante revisar el trabajo del austriaco Karl Brunner en Bogotá, pues como se estable­ció con anterioridad Brunner se convirtió en un personaje vital en la construcción de nuevos planteamientos para abordar la arquitectura y la ciudad. Unos de los roles que le permitió tener este papel relevante fue el de profesor de la cátedra de urbanis­mo en la recién creada facultad de arqui­tectura de la Universidad Nacional, desde allí su labor de enseñanza fue relevante para construir una visión teórica que sustentara sus planteamientos prácticos sobre el es­pacio urbano de Bogotá, el fruto de esta labor quedo registrado en los dos tomos del Manual de Urbanismo que publicara entre 1938 y 1938. Esta labor académi­ca fue complementada por el importante papel que jugó al frente de la dirección en primera instancia del Departamento de Ur­banismo de Bogotá, desde donde recreo las intervenciones y proyectos necesarios para armonizar el desarrollo urbanístico de la ciudad. La obra de Brunner estaba influen­ciada por los postulados de la Ciudad Jardín de Howard y las facciones organicistas de la modernidad europea. Por tal razón sus intervenciones no eran abiertamente abra­zadas al estilo internacional ni a los postu­lados más vitales del movimiento moderno. Brunner comenzó a plantear un tipo de intervención en la ciudad definido a través de la escala del proyecto urbano, zonas muy específicas que iba construyendo a través de dotarlas de los artefactos urbanísticos necesarios para su funcionamiento. Como se estableció con anterioridad, Brunner, en inicio, es contratado para el diseño del Parque Nacional, pero su intervención en la zona no para allí, ya que posteriormente interviene la zona comprendida por los predios ubicados al oriente y sur del par­que, conocidos como los barrios Bosque Izquierdo y la Merced, allí el austriaco tiene la oportunidad de desplegar sus preceptos urbanísticos, constituyendo una trama ur­bana que en su construcción toma distancia de la ciudad tradicional, la colonial, no solo en términos urbanísticos, sino también ar­quitectónicos, modificando las tipologías edilicias de la colonia, para dar cabida a planteamientos más modernos del lenguaje arquitectónico, situación que tiene un im­pacto en los modos de hábitat de las clases acomodadas que ocuparan estos espacios.

En términos de la propuesta urbana, lo que proyecta Brunner en Bosque Izquier­do y la Merced7, está influenciado por la estructura de ciudad jardín; los solares se plantean de tal forma que su ocupación permita una construcción que este aislada en sus contornos a través de la aparición de antejardines frontales y laterales que se co­nectan con jardines traseros, generando un cambio morfológico radical, con respecto a la conformación colonial, continua. De igual forma el tratamiento de los espacios peatonales, léase andenes, es muy diferente al de la ciudad colonial, pues se les da una relevancia y calidad en sus proporciones y en su tratamiento, al ser zonas con presen­cia de prados y arborización. Otro de los elementos morfológicos que se transforma en la propuesta es el trazado de las vías, la traza colonial basada en el sesgo militar del damero romano, se impone con indiferen­cia al espacio geográfico, en la medida en que se ignora entre otras cosas la topografía del sector de implantación. En el caso de los planteamientos de Brunner, se observa en el trazado el repertorio de formas sinuo­sas, más adaptable a la topografía de este espacio de ladera de los cerros orientales y con un alto contenido de paisajismo en las maneras de ocupar el espacio urbano, aprovechar la escenificación que dan los recorridos curvilíneos en contraposición a la rigidez de la malla ortogonal clásica.

Allí mismo, es posible observar como posterior al diseño y construcción de lo urbano, los inmuebles que ocuparon esos nuevos solares, se construyeron con una arquitectura de algún modo afín a los pos­tulados allí planteados, generando nuevos procesos de evolución en la espacialidad moderna que se estaba germinando. Lo que se puede observar es la imposición del estilo conocido aquí como Inglés, pero que en realidad corresponde al estilo Tu­dor, muy utilizado en los suburbios de la Inglaterra victoriana, esto va a configurar unos cambios tipológicos en la vivienda, tanto en la composición espacial como en la técnica constructiva; del zaguán y patio al vestíbulo, desde el uso del revoque en interiores y fachada al ladrillo desnudo, la estufa de carbón por la chimenea, el baúl por el closet, el zarzo por la mansarda, cu­bierta en teja de barro española por la teja holandesa de fuerte pendiente8, el solar trasero por los jardines que rodean la casa, entre otros (Niño, 2000).

El trabajo de Brunner quedó plasmado además en intervenciones sobre la malla vial como: el diseño de la Avenida Caracas, la prolongación de la Carrera 10, sobre San Diego y la Calle 26, pues para este planifi­cador urbano el tema de las grandes vías de ciudad era de vital importancia para la con­formación del paisaje urbano, ya que traía una sería influencia de las intervenciones en las grandes ciudades europeas, como por ejemplo la construcción de bulevares en Pa­rís. Otro de los temas de importancia para Brunner fue el de la vivienda obrera, que también en Europa tenía gran relevancia, por la necesidad en términos de salubridad y mejores condiciones de vida, de arrasar zonas históricas de la ciudad, sobre todo medievales con el fin de proporcionar nue­vos espacios para el hábitat del proletariado urbano. Uno de los ejemplos sobre este te­ma urbano, fue el diseño del barrio obrero del Centenario, que sirvió para generar uno de los primeros procesos de gentrificación urbana en la ciudad, para Brunner el sector ocupado por los desposeídos en la falda de los cerros hacia lo que hoy sería la parte su­perior de la candelaria, debía estar ocupado, dentro de la lógica en que veía el problema, por las clases más acomodadas de la ciudad, pues estas podían pagar la alta inversión que suponía llevar servicios hasta allí, y cons­truir la infraestructura vial de acceso, todo esto influido por la topografía de la zona que dificultaba estos procesos, entonces se debía demoler las casuchas de los pobres que habitaban esa zona y trasladarlos a un sector plano en donde no fuera tan costoso el ejercicio edificatorio e igualmente se pu­dieran ofrecer unas condiciones de predios mucho más espaciosos, que les permitiera tener huertas para el cultivo de pan coger y la reproducción de animales domésticos, que permitieran diversificar sus ingresos o sostenerse en épocas de desempleo.

Detrás del discurso altruista de Brun­ner, es posible visualizar un sesgo discrimi­natorio, en la medida en que se desplazó a los más débiles de un espacio de buenas condiciones ambientales, de suelos mucho más seguros para cimentar edificaciones y con una posición más privilegiada por su cercanía con las áreas centrales de la ciudad en donde para la época se concentraban la mayoría de las actividades públicas y eco­nómicas de Bogotá. Por otro lado los ha­bitantes reubicados tuvieron que pagar por sus nuevas casas, generando una presión económica sobre un grupo poblacional con unas condiciones de ingreso paupérrimas, sobrepresión que finalmente se visibilizó en la división de los predios por su tamaño para la venta, con el fin de lograr obtener dineros para la manutención de la vivienda, perdiéndose la finalidad última de la exis­tencia de huertas en el predio.

Brunner, a través de su actividad do­cente y profesional, fue un personaje deter­minante en la construcción de nuevas mira­das sobre las formas de hacer arquitectura y ciudad, pero a su vez se convirtió en el íco­no del rigor academicista y representante de planteamientos que se distanciaban del nuevo discurso del movimiento moderno, por tanto termino sus días en Colombia9, aborrecido por los arquitectos más jóvenes y los estudiantes, quienes abrazan con al­borozo los postulados de Le Corbusier, el cual es recibido por estos en el aeropuerto de Techo en su primera visita a Bogotá en junio del 1947 (ver figura 4), en medio del grito unisonó de “!A bas L’academie! ¡Vive Le Corbusier! (Arango, 1993).


Almuerzo en la residencia Martínez
Figura 4
Almuerzo en la residencia Martínez


Fuente: Arias, 2008, página 367.

A mediados de la década de los cuaren­ta, se va a construir un rechazo virulento a los postulados de Brunner, sobre todo a los ensanches y proyectos de trazado del aus­triaco, a continuación se puede ejemplificar dicho rechazo en un aparte de un artículo publicado en la Revista Proa:

El señor Le Corbusier señaló como PLA­NOS CRIMINALES aquellos estudios o proyectos por ejecutar o ejecutados y que han motivado el desorden y el crecimiento monstruoso de Bogotá. Para las personas que no entendieron exactamente el alcance de las observaciones del profesor francés, nos permitimos presentar en forma gráfica y discriminada el resultado obtenido por el aglutinamiento de los nuevos barrios; de barrios retazos que al unirse entre sí, han provocado un enorme caos de nomenclatura y de redes de servicios públicos, ocasionando también la onerosa tarea de la ejecución y conservación de los mismos10 (Saldarriaga, 2000, pp. 100-101).

Tal rechazo solamente escenifica el cambio de la visión de modernidad actua­lizada en la cual se van a inscribir las nuevas generaciones de arquitectos, que los llevara a asumir el mismo rechazo del movimien­to moderno contra la postura de la ciudad jardín, de trazados sinuosos y organicistas, para entregarse de lleno al dogma de la ortogonalidad purista y racionalista del urbanismo moderno.

2.3. De los años cuarenta a los cincuenta, la entrega a la fe Corbusiana

Como se observó en el aparte anterior, la ciudad a través de la intervención de Brunner se jugó una primera apuesta de modernización, que muy pronto sería sus­tituida por los postulados del movimiento moderno en pleno, enunciados largamente en la primera parte del texto.

Impulsados por el grupo fundador de la Revista Proa, los arquitectos y estudian­tes abrazaron la vanguardia establecida por los postulados de un urbanismo de corte científico, planteado por los CIAM y cuyo actor principal en la escena mundial era Le Corbusier. Las visitas del arquitecto franco-suizo a Bogotá, se dan gracias a que Eduar­do Zuleta Ángel lo conoce y genera amistad con él, mientras se desempeñaba como delegatario de la comisión colombiana ante la ONU, allí Zuleta Ángel hizo parte del comité que seleccionó la propuestas para el edificio sede de las Naciones Unidas en New York, en ese espacio apoyó ferviente­mente la propuesta de diseño de Corbu­sier, generándose un vínculo entre los dos. En 1947 Rubiano, quien oficiaba como presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, se contacta con el entonces Ministro de Educación, Zuleta Ángel, para que le extienda una invitación al país a Cor­busier de parte de la SCA y de la alcaldía de Bogotá, en ese momento en cabeza de Fernando Mazuera (Vargas, 1987).

Como se estableció con anterioridad, Le Corbusier acepta el ofrecimiento y viene a la ciudad donde es recibido efusivamente por las nuevas generaciones de arquitectos. En Bogotá dicta algunas charlas y su visita es aprovechada por las autoridades locales para ofrecerle la elaboración de un Plan Director para la ciudad, Corbusier acepta, poniendo como condición, por sus com­plejas ocupaciones, que él se encargará de la elaboración del marco general, conocido como Plan Piloto o Plan Director y que el desarrollo especifico o Plan Regulador debe estar a cargo de los arquitectos estadouni­denses Wiener y Sert, afectos discípulos del maestro franco-suizo.

Corbusier vuelve a Bogotá en una se­gunda visita para firmar el contrato el 2 de marzo de 1949 y se tomó hasta octubre de 1950 (O’Byrne, 2010a) para entregar el Plan Piloto o Plan Director, que desarro­lló con la asistencia de dos estudiantes de arquitectura colombianos de la época; Ro­gelio Salmona y Germán Samper. El plan consta de un informe de cuarenta y seis pá­ginas en francés y cuarenta y nueve dibujos, repartidos en cuatro planes generales, así:

Para cada una de las escalas de inter­vención Le Corbusier establece los cuatro pilares funcionales de la ciudad moderna establecidos en la Carta de Atenas; Habitar, Trabajar, Cultivar el cuerpo y el espíritu y Circular (Vargas, 1987).

Es aquí entonces donde Le Corbusier escenifica toda la ideología del Movimiento Moderno en la propuesta para Bogotá, sos­tenida en los cuatro pilares funcionales de la Carta de Atenas, marcando en cada una de sus intervenciones el claro sesgo del dis­curso moderno de la ciudad como máquina del habitar. Los arquitectos adeptos a estas lógicas, reciben la propuesta del franco-sui­zo con júbilo y se amparan en los recientes hechos del 9 de abril de 1948, para afirmar que la ciudad esta semidestruida11 y debe intervenirse en las lógicas establecidas por el gurú del modernismo.

En la propuesta de Le Corbusier apare­cen una serie de planteamientos novedosos para la escena urbana de Bogotá, primero cabria resaltar la inclusión de la escala re­gional en el plan, revisando la conexión de la ciudad con Venezuela a través de los Llanos Orientales, la conexión con el Río Magdalena como contacto con la Costa Atlántica, en un análisis de las potencialida­des de internacionalización de la economía Bogotana (ver figura 5).


Le Corbusier, Situación de la ciudad en el país
Figura 5
Le Corbusier, Situación de la ciudad en el país


Fuente: O’Byrne, 2010.

En la figura 6 se presenta el plantea­miento general de Corbusier para el área metropolitana de la ciudad, para Le Cor­busier y el movimiento moderno la ciudad debía ser densa y compacta, evitando a toda costa la diseminación suburbana de la misma, el mismo Corbusier en alguna de las charlas de su primera visita había esta­blecido que Bogotá debía ser una ciudad lineal bordeando los cerros orientales. Por lo tanto la delimitación correspondiente a la mancha amarilla del mapa anterior, suelo urbano, se encuentra completa y claramen­te demarcada12, al oriente por la barrera de los Cerros orientales, al occidente por la Avenida Ciudad de Quito, Carrera 30, al sur del Río Fucha, en el área de San Cris­tóbal y al norte en la Calle 116 a la altura del Humedal de Córdoba. Sobre el eje de la Avenida Jiménez, Calle 13, a la altura del área central de la ciudad, Corbusier mantiene la vocación de este sector como comercial y más abajo hacia Puente Aran­da, ubica la Industria. De igual forma deli­mita el centro cívico alrededor de la Plaza de Bolívar. De igual forma el arquitecto franco-suizo, propone el traslado del Ae­ropuerto de Techo hacia Engativá, para su modernización y ampliación.


Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Regional, nótese la clara zonificación de las actividades y la postura a mantener la ciudad densa y compacta a lo largo del eje de los Cerros Orientales
Figura 6
Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Regional, nótese la clara zonificación de las actividades y la postura a mantener la ciudad densa y compacta a lo largo del eje de los Cerros Orientales


Fuente: O’Byrne, 2010.

En la figura 7 es posible visualizar con claridad como la propuesta para las áreas recreativas y de esparcimiento de la ciudad, que el arquitecto franco-suizo estableció, se basa en la importancia manifiesta que le da a la red hídrica que baja de los Cerros Orientales hacia el Río Bogotá, utilizando estos canales como conectores de la red de espacio público verde de la ciudad, en ar­monía con la disposición geográfica de los mismos, en lo que hoy constituye la estruc­tura ecológica principal de la ciudad. De igual forma en los emplazamiento azules, la localización estratégica de grandes equi­pamientos culturales, atados a las calidades ambientales de los corredores ecológicos delimitados.


Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Metropolitana. Cultivar el cuerpo y el espíritu
Figura 7
Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Metropolitana. Cultivar el cuerpo y el espíritu


Fuente: O’Byrne, 2010.

En la figura 8, se observa que la pro­puesta de vías estructuradoras para Cor­busier, debía estar cimentada en torno al fortalecimiento de los ejes de la Carrera 7 y la Carrera 10 en el sentido de conexión norte-sur, y por la Calle 13 en el sentido oriente-occidente.


Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Metropolitana, Las circulaciones
Figura 8
Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Metropolitana, Las circulaciones


Fuente: O’Byrne, 2010.

En todo este postulado se observa uno de los más importantes instrumentos de la planificación del movimiento moderno, la zonificación (ver figura 9), en donde la estructura de la ciudad es reducida a las fun­ciones básicas identificando y demarcando con claridad los espacios adecuados para cada actividad urbana.


Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Urbana, Análisis de los terrenos ocupados
Figura 9
Le Corbusier, Plan Director, Mapa de la Escala Urbana, Análisis de los terrenos ocupados


Fuente: O’Byrne, 2010.

Para el Centro Cívico (ver figura 10), Le Corbusier desarrolló la parte más deta­llada del estudio, y a la vez la propuesta más osada, al proponer la demolición de la mayor parte del centro histórico de la ciudad (La Candelaria), para implantar un centro a la manera de los postulados del movimiento moderno. Como se puede observar en la figura 11 se plantea el aislamiento del tráfi­co peatonal (en amarillo) y el vehicular (en rojo)13 propio de los discursos del CIAM y la Carta de Atenas. Por otro lado es posi­ble ver como el planteamiento de grandes edificaciones “suspendidas” sobre pilotes que descansan en el tapete establecido por zonas verdes. Funcionalmente en términos de las actividades, Corbusier plantea la con­centración de los edificios de la administra­ción pública en el centro cívico, como las sedes de los ministerios y demás institucio­nes del poder nacional, acompañado con la implantación de oficinas y de edificaciones residenciales ubicadas al oriente y occidente del tramo central. Todas estas edificaciones con alturas que oscilan entre los diez y los veinte pisos.


Le Corbusier, Plan Director, Centre Civique
Figura 10
Le Corbusier, Plan Director, Centre Civique


Fuente: O’Byrne, 2010.


Le Corbusier, Plan Director, Centre Civique
Figura 11
Le Corbusier, Plan Director, Centre Civique


Fuente: O’Byrne, 2010.

Hasta aquí podremos observar como la propuesta Corbusiana, alabada desde los espacios profesionales y académicos de la ciudad, como representación de la implan­tación de la modernidad en el país, está construida sólidamente en los pilotes de la ideología del movimiento moderno, en sus manifestaciones arquitectónicas y urbanísti­cas, basados en los postulados ideológicos del triunfo de la racionalidad, funcionalidad y la estética de la máquina, más cercanos a las ideologías políticas liberales y progre­sistas, propias del momento histórico y político de Colombia en estos momentos.

El plan es entregado y su entrega coin­cide con la llegada al poder del gobierno militar de Rojas Pinilla, que pone fin a la serie de gobiernos liberales y marca la pos­terior llegada del Frente Nacional. Rojas Pi­nilla recibe el plan y lo archiva, pues su mar­cado sesgo conservador y tradicionalista, lo hace distante a las ideas de la modernidad progresista de Le Corbusier, manifestando su amplio desprecio por la configuración de una ciudad vertical en donde las familias viven unas encima de otras, acto calificado por el General, como “Inmoral”.

Rojas Pinilla va más allá y emprende obras en Bogotá completamente contra­rias a los planteamientos de Corbusier, que destruyen la posibilidad de implantar estas ideas; la construcción de las Autopistas Sur, la Norte y la Calle 26 hacia el Río Bogotá, que impulsa la expansión de la ciudad en todas estas direcciones, la construcción del Centro Administrativo Nacional (CAN), en los bordes occidentales de la ciudad, que contiene la mayor parte de las sedes nacio­nales del gobierno central, terminando la posibilidad de consolidar un centro cívico y de paso alimentando el proceso de de­gradación urbanística de las áreas centrales de la ciudad.

Los rastros de la modernidad inconclu­sa quedaran constituidos por los ejemplos arquitectónicos que quedaran disemina­dos por la ciudad, visibles en la obra de profesionales como Gabriel Serrano (Edi­ficios del CAD, Ecopetrol, Aeropuerto Eldorado), Bruno Violi, Leopoldo Rother, Vicente Nasi, entre otros. Además de las edificaciones anteriormente mencionadas, sobreviven un conjunto de residencias mar­cadas por los postulados modernistas del purismo y la estética antiornamento, ade­más de complejos de gran importancia como lo son la Ciudad Universitaria de la Nacional y el Centro Urbano Antonio Nariño.

Conclusiones

El proyecto de modernización del país co­mo ideología política y social, se ampara co­mo cualquier otro proceso de esta índole en la posibilidad de implantar los postulados inherentes a él, en las expresiones artísticas, arquitectónicas y urbanas, por su capacidad de significación en la experiencia del ser humano y en su cotidianidad.

Por tal motivo es posible establecer una correspondencia en los procesos de tránsito entre las ideologías políticas, co­mo construcción de una idea de nación, y su materialización en la elaboración del espacio urbano y de los artefactos arqui­tectónicos.

El país a través del periodo de los go­biernos liberales, apostó por un proyecto de nación marcado por las tenues “revo­luciones modernizadoras”, que incluyeron la necesidad de fortalecer la presencia y significación del estado a través de sus sedes administrativas y de su influencia en la dotación de infraestructura y servicios públicos, además de la modernización del aparato educativo, con inversiones que des­embocaron en proyectos como el campus de la Universidad Nacional y la llegada de profesores foráneos que lo estructuraran y lo diseñaran.

El ánimo modernizante presente en el zeitgeist de la época, apoyado en las po­sibilidades de captación de recursos de las actividades productivas estabilizadas en dicho momento, como la exportación de banano y café, y el inicio del proceso de sus­titución de las importaciones, que generó algún nivel de industrialización en el país, además el alto crecimiento poblacional y las migraciones campo ciudad como efecto colateral de la violencia rural, se convirtie­ron en factores determinantes que sirvieron como bases de la gesta modernizadora en la arquitectura y el urbanismo, materializando en algún nivel, el deseo de modernidad de las elites dominantes del momento.

La precariedad de los recursos dispo­nibles, la ausencia de un sentido real de cohesión de patria, las amplias disparidades sociales y su consecuente polarización y el tenaz contrapeso establecido por las fuer­tes facciones retardatarias, conservadoras y tradicionalistas, basadas en el poder feudal de posesión de la tierra, constituyeron el panorama de un proceso de modernización incompleto y desarticulado que no termino de cohesionarse ni de materializarse en la nación y mucho menos en las expresiones urbanas y arquitectónicas, las cuales queda­ron a medio hacer en el variopinto paisaje urbano de la ciudad de Bogotá, en donde hoy conviven premodernidad, modernidad y posmodernidad, en una caótica y desor­denada mixtura.

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Notas

1 En urbanismo y arquitec­tura, con precisión en esta última en la denominación “Estilo Internacional”.

2 Le Corbusier, Plan Direc­teur, 30 de junio de 1950.

3 Congrés International d’Architecture Moderne.

4 Estos nuevos elementos no fueron abundantes, debi­do a la disponibilidad de inmuebles suscitada por el proceso de desamortización de bienes eclesiásticos de fi­nales del siglo XIX.

5 Los ejemplos de la expresión de lo nacional en el arte se dieron en vertientes dife­rentes a la arquitectura, con más fuerza, como en la pintura (recordar grupo Bachué), la escultura y la literatura.

6 Un ejemplo clásico de construcción del ICT, lo constituye el Barrio Mode­lo Norte.

7 También es posible obser­var estos planteamientos en sus intervenciones en Paler­mo y la Soledad.

8 Aquí se observa un desfase en la importación de mode­los solo por gusto estético, en donde no se considera que la pendiente de ese tejado tie­ne una finalidad funcional clara en evitar la acumula­ción de nieve en la cubierta, situación impensable en es­tas latitudes.

9 Brunner sale de Colombia en 1947 (el mismo año en que llega Corbusier a Bo­gotá) hacia Austria para participar en los procesos de reconstrucción de las ciudades de su país luego de terminada la Segunda Guerra Mundial.

10 Tomado de Saldarriaga 2000, Planos criminales. Revista PROA No. 9. Bo­gotá, Noviembre de 1947.

11 Planos como el elaborado en 1949 por el Ministerio de Obras Públicas mues­tra como es bien reducido el número de edificaciones afectadas por los eventos del 48, pero en el imaginario colectivo quedó impresa la destrucción completa del centro de la ciudad, en parte por el activismo be­ligerante de los arquitectos, sobre todo los de PROA, en difundir la reconstrucción total del área central de Bo­gotá con los planteamientos del centro cívico diseñado por Corbusier, además del espanto de las clases altas que aún ocupaban el espacio del centro, quienes huyeron despavoridos de sus propie­dades allí con la imagen de caos total, buscando las áreas suburbanas del norte de la ciudad (Cuellar & Pavony, 2007).

12 Con excepción de los cen­tros de antiguos resguardos indígenas de Fontibón y Engativá, ya consolidados para la época.

13 Ver la versión electrónica.

Notas de autor

* Arquitecto con profun­dización en urbanismo, Universidad Nacional de Colombia. Magister en Geografía con énfasis en ordenamiento territorial, Convenio UPTC-IGAC. Docente Investigador de la Universitaria Uniagusti­niana.Líder de investigación Fa­cultad de Artes, Comuni­cación y Cultura. Coordi­nador Centro de Investi­gación Científica Agusti­niano.Área de Estudio: Planificación urbana, ordenamiento territorial, sustentabilidad ambiental urbana. Correo electrónico: luis.duquinor@uniagusti­niana.edu.co

Información adicional

Para citar este artículo: Duquino, L., (2016). Ideología política e ideología urbana, el caso del movimiento moderno en Bogotá (1930-1950). Territorios, 35, 195-229. https://doi.org/10.12804/territ35.2016.09