Sección general
Reproducción vecinal de la vida en contexto de crisis: recotidianización, entramados comunitarios y familiariadad pública. Casos en Concepción y Talca (Chile)*
Neighborhood Reproduction of Life in the Context of Crisis: Re-Qoutidianization, Public Familiarity and Community Weavings. Cases in Concepción and Talca (Chile)
Reprodução da vida no bairro em um contexto de crise: recotidianização, familiaridade pública e redes comunitárias. Casos em Concepción e Talca (Chile)
Francisco Letelier Troncoso**
Miguel Sepúlveda Salazar***
Javiera Cubillos Almendra****
Felipe Saravia Cortés*****
Recibido: 30 de marzo de 2023
Aprobado: 15 de abril de 2024
https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/territorios/a.13117
Para citar este artículo
Letelier Troncoso, F., Sepúlveda Salazar, M., Cubillos Almendra, J., & Saravia Cortés, F. (2024). Reproducción vecinal de la vida en contexto de crisis: recotidianización, familiaridad pública y entramados comunitarios. Casos en Concepción y Talca (Chile). Territorios, (51), 1-32. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/territorios/a.13117
Universidad del Rosario
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Resumen
Desde una perspectiva relacional de lo comunitario, se exploran las relaciones que permitieron sostener la vida en espacios de proximidad durante la pandemia por Covid-19 en Chile. Utilizando una metodología cualitativa y el estudio de casos, uno en Concepción y otro en Talca, se observa que: i) ante la ruptura de la cotidianidad, las relaciones comunitarias se reconfiguran para adaptarse al nuevo escenario; ii) esta plasticidad les permite adecuar su producción de bienes relacionales para satisfacer necesidades surgidas en la crisis y, de este modo, iii) su actuación reemplaza o complementa una acción estatal y mercantil que disminuye su protagonismo. Finalmente, se observa que estas relaciones múltiples y los bienes que producen pueden ser entendidos como una esfera social con sentido propio: la comunitaria. Esta juega un papel central en la satisfacción de necesidades individuales y colectivas y la reproducción de la vida, particularmente en contextos de crisis.
Palabras clave
Esfera comunitaria; entramados comunitarios; necesidades colectivas; crisis sociosanitaria.
Abstract
From a relational perspective of the community, we explore the relationships that allowed sustaining life in spaces of proximity during the Covid-19 pandemic in Chile. From a qualitative methodology and the study of cases, one in Concepción and the other in Talca, it is observed that in the face of the rupture of daily life, community relationships are reconfigured to adapt to the new scenario. This plasticity allows them to adapt their production of relational goods to meet needs arising in the crisis and, thus, their action replaces and/or complements state and mercantile actions that diminish their protagonism. Finally, these multiple relationships and the goods they produce can be understood as a social sphere with its own meaning: the community. This plays a central role in the satisfaction of individual and collective needs and the reproduction of life, particularly in contexts of crisis.
Keywords
Community sphere; community networks; collective needs; socio-health crisis.
Resumo
A partir de uma perspectiva relacional da comunidade, exploramos as relações que tornaram possível sustentar a vida em espaços de proximidade durante a pandemia da Covid-19 no Chile. Utilizando uma metodologia qualitativa e estudos de caso, um em Concepción e outro em Talca, observa-se que: 1) diante da ruptura da vida cotidiana, as relações comunitárias se reconfiguram para se adaptar ao novo cenário; 2) essa plasticidade lhes permite adaptar sua produção de bens relacionais para satisfazer as necessidades surgidas na crise e, dessa forma, 3) sua ação substitui e/ou complementa a ação estatal e mercantil que diminui seu protagonismo. Por fim, observa-se que essas múltiplas relações e os bens que elas produzem podem ser entendidos como uma esfera social com sentido próprio: a comunidade. Esta desempenha um papel central na satisfação das necessidades individuais e coletivas, bem como na reprodução da vida, especialmente em contextos de crise.
Palavras-chave
Esfera comunitária; redes comunitárias; necessidades coletivas; crise sociossanitária.
Introducción
La pandemia por Covid-19 impuso desafíos en diversos ámbitos de las políticas públicas para los gobiernos de todo el mundo. Uno, especialmente importante, fue la regulación del contacto físico entre las personas, a través de distintas medidas de restricción de las libertades de desplazamiento y reunión. La forma e intensidad de estas limitaciones afectó de diversas maneras las relaciones cotidianas y las posibilidades que estas generan para resolver problemas y necesidades colectivas.
En marzo de 2020 se detectó el primer caso de contagio por Covid-19 en Chile. El mismo mes, la municipalidad de Valparaíso propuso el Modelo de Confinamientos Comunitarios para enfrentar la pandemia, reconociendo que las personas se necesitan mutuamente para satisfacer sus necesidades y que, por lo tanto, el aislamiento total era insostenible. El modelo trabajaba sobre la idea de archipiélagos, en tanto supuso “dividir la comuna en un conjunto de unidades territoriales de acción comunitaria y municipal, que buscarán aislarse y a la vez interconectarse de forma regulada entre sí” (Municipalidad de Valparaíso, 2020, p. 2).
La propuesta no fue valorada por las autoridades a nivel nacional, que, por su parte, impusieron otro modelo centralizado y sustentado exclusivamente en la responsabilidad individual, con base en cuarentenas dinámicas: “La cuarentena […] limita la movilidad a las personas, permitiendo salir del domicilio sólo a las actividades esenciales específicamente autorizadas. Esta medida se impone para reducir al mínimo la interacción entre personas” (Gobierno de Chile, 2020, p. 1).
Esta decisión se enmarca en la declaración de Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe por Calamidad Pública en todo el país del 18 de marzo de 2020, que se extendió hasta el 30 de septiembre de 2021 (Ministerio de Salud, Chile, 2022). Así, en Chile, la posibilidad de limitación de movilidad y de confinamiento domiciliario estuvo presente por un período prolongado.
Tal disposición fue tomada a pesar de que, como señalan Madariaga y Oyarce (2020), existía suficiente evidencia sobre las graves consecuencias del aislamiento para la salud mental. En contextos de este tipo, se despliega una serie de “efectos psicosociales disruptivos en el ámbito de la subjetividad social, de los colectivos humanos, las comunidades, los grupos familiares y los espacios de pertenencia social de las personas” (Madariaga & Oyarce, 2020, p. 13).
De esta manera, se debilitan o sencillamente se quiebran las redes de colaboración cotidianas que hacen posible la vida. Así mismo, como indican Quinteros-Urquieta y Cortés Mancilla (2022), la pandemia y las medidas prolongadas llevaron a una mayor precarización de la vida, en términos laborales, económicos, de bienestar, de habitabilidad, etc.
A lo anterior se suma que no todos los hogares tenían la misma capacidad de realizar cuarentenas domiciliarias, ya sea por problemas de subsistencia cotidiana, hacinamiento, sobrecarga laboral —al articular empleo y escolarización a distancia—, situaciones de violencia, entre otros muchos aspectos. En este marco, “[…] el problema no es solo la indiferencia de las políticas públicas respecto a la dimensión comunitaria de la gestión de la pandemia. Lo más grave es que todas las políticas sociosanitarias relacionadas con el Covid-19 tienen un enfoque individual o, a lo más, familiar. No existen para ellas los entramados comunitarios, los entornos próximos, los vecindarios” (Letelier, Paredes et al., 2021, pp. 171-172).
A pesar de las políticas de confinamiento aplicadas, en la realidad cotidiana los espacios de proximidad (como la calle, el pasaje, el barrio y sus habitantes) fueron fundamentales para enfrentar el día a día. En el trabajo Juntos, pero no revueltos. Procesos de integración social en fronteras residenciales entre hogares de distinto nivel socioeconómico, la investigadora Alejandra Rasse muestra que el entorno próximo es muy importante en las actividades cotidianas de las personas, tales como llevar a las/os niñas/os al colegio, comprar la mercadería, llegar a pie a su centro de salud o a su lugar más habitual de recreación (Rasse, 2015).
Por otro lado, varias investigaciones demuestran que, en pandemia, las personas vieron en sus entornos próximos y en sus vecinos y vecinas una fuente de ayuda y seguridad. Por ejemplo, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional Bicentenario 2020 (Centro de Políticas Públicas uc, 2020),1 el 46 % de las personas encuestadas dijeron tener mucha o bastante confianza en la capacidad de sus vecinas/os de cuidarse y actuar responsablemente con los demás. Dicho porcentaje es mayor que la confianza en la capacidad en otras entidades, como hospitales y servicios de salud, carabineros y fuerzas armadas, autoridades de salud y medios de comunicación.
Igualmente, otros estudios revelaron el protagonismo de las organizaciones comunitarias en el desarrollo de iniciativas solidarias, de cuidado, de reivindicación de derechos, entre otras (Anigstein et al., 2021; Letelier, Tapia et al., 2021). Particularmente, el estudio “Prácticas comunitarias, políticas locales y gobernanza para la gestión de crisis” —que llevó a cabo la Escuela de Sociología de la Universidad Católica del Maule— identificó más de 300 experiencias comunitarias solo en las ciudades de Talca, Rancagua y Chillán.2
El eje de todas las experiencias observadas fue la reproducción social, material, emocional o simbólica de la vida. Todas contribuyeron, de algún modo, a sostener vidas concretas, individuales y colectivas: las ollas comunes, los procesos vecinales, las prácticas espirituales, de cuidado y los “apañes” feministas (Letelier, Tapia et al., 2021).
En el marco anterior, el artículo se propone comprender más en profundidad la forma que asumieron y el papel que jugaron las relaciones comunitarias en la crisis por covid-19. A partir de un enfoque relacional de lo comunitario, que enfatiza su capacidad de producir bienes comunes, se abordan dos casos de estudio en ciudades Chilenas: Talca y Concepción. En ellos, se analiza la reconfiguración de las tramas relacionales, su capacidad de producir nuevos bienes comunes y su vínculo con otras esferas de lo social, como la estatal y la mercantil. Observamos que la crisis hace visible un conjunto de tramas comunitarias que pueden entenderse como una esfera propia, con potencial de autonomía.
1. Perspectivas relacionales para analizar lo comunitario
Se suele asumir que la comunidad es una expresión bien delimitada territorial y organizacionalmente. Un fenómeno cuyos bordes y características son nítidas. Esta ontología de lo comunitario, que lo ‘sustantiviza’, lleva a relevar sus expresiones más permanentes y formalizadas como, por ejemplo, las organizaciones, y a descuidar formas de sociabilidad cotidiana o microterritoriales.
Nosotros, siguiendo a autores como Arturo Escobar, y su ontología relacional, y Julieta Paredes y su propuesta de feminismo comunitario, adscribimos a una aproximación más bien relacional, para la cual lo comunitario no es algo dado ni abstracto, sino producido y reproducido a partir de relaciones y complementariedades concretas y situadas, basadas en el respeto a la otredad y en la interdependencia (Escobar, 2016; Guzmán & Triana, 2019).
Asumir que lo comunitario es relacional nos conduce a entenderlo como un conjunto de formas de organización basadas en la cooperación, la reciprocidad y la autogestión para satisfacer necesidades colectivas (Caffentzis & Federici, 2013; Gutiérrez, 2011, 2017; Gutiérrez & Salazar, 2019). Una compleja trama de vínculos, más o menos permanentes, que se construyen y reconstruyen entre las personas, conducentes a enfrentar la satisfacción de necesidades comunes de diverso tipo, que permiten la producción y reproducción de la vida, y que no están necesariamente sujetas a las lógicas de la acumulación de capital.
Estos entramados comunitarios, en palabras de Raquel Gutiérrez, no solo existen como entidades formales, sean territoriales o funcionales, sino que tienen diversas expresiones y se encuentran emplazados en ámbitos tanto urbanos como rurales. Algunas expresiones de estos entramados son las redes informales de vecinas/os o parientes, espacios de sociabilidad vinculados a pueblos originarios (ayllus, lofs), redes plurales de mujeres, redes migrantes, grupos de afinidad y apoyo mutuo, consejos, asambleas, coordinadoras, entre otras (Gutiérrez, 2011, 2017). A partir de esta aproximación, buena parte de la sociabilidad humana puede entenderse como un conjunto de relaciones comunitarias.
Estas tramas sociales operan de forma colaborativa, con objetivos múltiples tendientes a cubrir o ampliar la satisfacción de necesidades básicas para la existencia social e individual, estableciendo, organizando y coordinando los vínculos y las prácticas compartidas en torno a equilibrios dinámicos, es decir, no están exentas de tensiones y conflictos, y son siempre susceptibles de renovación y autogeneración (Gutiérrez & Salazar, 2019).
Aunque los objetivos de los entramados comunitarios son múltiples, un aspecto que comparten es la centralidad que tienen para ellos la reproducción de la vida individual y colectiva, visibilizando así la precariedad de la vida humana y la inexorable necesidad de otras/os para hacer nuestras vidas habitables (Benhabib, 2006; Gilligan, 1985). Cuando hablamos de precariedad, la entendemos en un doble sentido: por un lado, como condición existencial, al ser las personas vulnerables en términos físicos, materiales, psicológicos y emocionales; y, por otro, aludimos a aquella precariedad producida por factores externos a las personas, que las lleva a vivir vulnerabilidades en el presente e incertidumbre respecto al futuro (Butler, 2006; Sales, 2016; Standing, 2011). En cuanto a esto, comprendemos que la precarización de la vida sería efecto de acciones (por ejemplo, las gubernamentales) que marginan y dificultan una vida digna.
Comprender la vida humana como vulnerable (condición existencial) y vulnerada (precarización producida) nos permite reconocer la centralidad de la dimensión reproductiva de la existencia y valorar los cuidados y las relaciones de mutua responsabilidad, en tanto permiten la autonomía individual y la reproducción de la sociedad (Butler, 2006; Carrasco, 2013; Sales, 2016; Sanchís, 2020).
Desde esta óptica, lo comunitario puede ser entendido como una clave interpretativa que permite ahondar en aquella “forma natural” de reproducir la vida, movilizada por una “racionalidad reproductiva” (Hinkelammert & Mora, 2013, en Cendejas, 2017) y centrada en el “valor de uso” (Gutiérrez & Salazar, 2019); una racionalidad que pone en el centro la satisfacción de las necesidades de las personas y plantea una alternativa a la racionalidad instrumental de la acumulación del capital (Cubillos et al., 2022).
2. Las relaciones comunitarias en el espacio vecinal
En concordancia con el enfoque relacional, asumimos que hoy lo comunitario se puede construir en torno a relaciones y pertenencias flexibles, heterogéneas y complejas. De hecho, a la mayoría de las tramas comunitarias se pertenece por adscripción voluntaria, y no por el hecho de nacer en ellas, o por tradición. A diferencia de cómo se representaban las comunidades antes, de modo permanente y estable, las tramas comunitarias del presente se caracterizan por su dinamismo y no permanencia, por una existencia definida por la satisfacción de las necesidades por las que surgieron o hasta que pierdan su capacidad de mantener vivas las motivaciones de sus miembros.
Hoy nos enfrentamos a comunidades plurales: los individuos pueden adherir a muchas de ellas a la vez, entrar y salir porque así lo desean. Los sujetos despliegan y escenifican solo parte de lo que son, y cada una de ellas supone una pluralidad de requerimientos normativos de los que deben hacerse cargo. Las viejas comunidades parecían conformar una totalidad orgánica; no obstante, se trataba de un todo sin mayores divisiones interiores. Las nuevas comunidades pueden observarse como un archipiélago de partes, sin borde exterior, sin continente; son, en este sentido, multiescalares (De Marinis, 2005; Torres, 2013; Wellman, 2001).
Nos alejamos así de las dicotomías comunidad territorial/virtual, anclaje/desanclaje, flujo/estabilidad, apostando por una concepción en que las experiencias en comunidad están vinculadas a múltiples espacialidades: físicas, sociales, subjetivas e, incluso, virtuales (Gruzd et al., 2016). Particularmente, nos parece relevante considerar la escala microlocal (el pasaje, la calle, la plaza), donde la vida comunitaria es más intensa (Jacobs, 2011) y que, según Blokland (2017), podríamos entenderlas como espacios de familiaridad pública, es decir, espacios donde las personas pueden ubicar socialmente a otras, reconocerlas e incluso esperar verlas.
Blokland y Nast (2014), siguiendo a Granovetter (1973), hablan de vínculos ausentes y los entienden como encuentros casuales entre personas que se pueden no volver a ver, pero que no necesariamente se asocian al anonimato. A partir de ellos se genera la familiaridad pública, que se relaciona con el reconocer y ser reconocido en ciertos espacios, lo que se asocia con una base de conocimiento práctico del entorno para actuar cotidianamente, en vínculos con las personas y los espacios (Felder, 2020, 2021) y la ‘creación’ de una zona de confort: donde nos podemos mover con facilidad, el entorno se nos hace previsible y confiamos en los demás (Blokland & Nast, 2014).
Lo anterior es generado a partir de la frecuencia y el uso de los espacios: prácticas y rutinas cotidianas, lo que puede ser considerado un común. La familiaridad pública puede surgir de diversas formas. Por ejemplo, los residentes pueden reconocer y saludar a sus vecinos al cruzarse en la calle, conocer al dueño de una tienda local o al camarero del café cercano, o tener interacciones regulares con otros miembros de la comunidad en actividades como eventos locales o reuniones vecinales.
Estas interacciones contribuyen a la sensación de pertenencia y conexión con el entorno urbano y con las personas que lo habitan. Esto se vincula con los planteamientos de Jacobs (2011) sobre cómo muchos y ligeros contactos públicos pueden generar “un sentimiento de identidad pública de la gente, una red de respeto público y de confianza, y un recurso en los momentos de necesidad personal o vecinal” (p. 84).
Las relaciones comunitarias vecinales fueron tensionadas por la pandemia por Covid-19, que puede ser considerada un “evento crítico” (Lins Ribeiro, 2021), entendiéndolo como un hecho que representó una ruptura en la continuidad de la vida, propiciando una ausencia de sentidos adecuados para comprender la nueva situación o “realidad” (Das, 1995).
Así, este tipo de sucesos irrumpen en el acontecer cotidiano, desestabilizando los criterios establecidos socialmente acerca de lo que constituye la vida (Ramos, 2020). En este sentido, Lins Ribeiro (2021) sostiene que se produce una “descotidianización”, ya que no se logra reproducir la vida cotidiana previa: comportamientos, interacciones, actividades, lugares y movimientos que estaban interiorizados.
Consideramos la pandemia como un evento crítico generalizado que afectó a gran parte de la población, con períodos de cuarentena prolongados que generaron efectos en lo laboral, en lo económico, en el bienestar, en las formas de habitar los barrios, etc. (Quinteros-Urquieta & Cortés Mancilla, 2022).
Reconociendo la riqueza y utilidad de la noción de entramado comunitario para observar más allá de las formas organizadas y convencionales de vínculo asociativo, y asumiendo la oportunidad investigativa que representa la transformación de los contextos cotidianos en que se desenvuelven las relaciones comunitarias, nos parece interesante explorar la manera en que los entramados han convivido con el contexto de crisis.
En Chile no se registran investigaciones que utilicen las referencias conceptuales asociadas a la idea de entramados comunitarios en contextos de este tipo. En el marco latinoamericano, se puede destacar el trabajo realizado por Rieiro et al. (2023) en Uruguay, que da cuenta de cómo organizaciones vecinales y familiares (fundamentalmente conformadas por mujeres) cumplieron un rol fundamental en el sostenimiento de la vida material y afectiva, desde el levantamiento y mantenimiento de ollas y merenderos populares en el contexto de pandemia.
Algunos trabajos en la región que, sin usar la noción de entramados, relevan el papel de las relaciones comunitarias en aspectos específicos de la vida cotidiana en pandemia, y la forma en que estas se adecuaron a las restricciones, son los de Neli Miranda (2021), “Comunidades cristianas y pandemia: del encuentro presencial al encuentro virtual”; Marta Gutiérrez, María Suárez y Ana Villalba (2021), “Producir y comercializar en pandemia: estrategias emergentes de los agricultores familiares en Santiago del Estero durante 2020”; y Claudia Bang (2020), “Salud mental en tiempos de pandemia: recreando estrategias comunitarias en el primer nivel de atención”. Por otra parte, cabe reconocer la existencia de trabajos sobre producción de comunes, cuyo énfasis ha estado puesto más en el común producido (o gestionado) que en las relaciones sociales que los producen.
Considerando lo anterior, en este artículo exploramos la cotidianidad de los vínculos y las relaciones desplegadas en los espacios de proximidad en el contexto de crisis sociosanitaria producida por la pandemia por Covid-19. Situación en que la precariedad y la precarización de la vida se vieron intensificadas, no solo por la expansión del virus, sino también por las acciones gubernamentales que no siempre facilitaron ni pusieron en el centro la reroducción de la vida en sentido integra.
3. Casos y metodología
La investigación se realizó entre abril y septiembre del año 2021 utilizando una metodología cualitativa, y aplicando 17 entrevistas semiestructuradas a actores clave de dos casos, en Chile: un barrio en Talca y otro en Concepción. Ambos, a pesar de la diferente escala de ciudad a la que pertenecen —el primero en una urbe intermedia y el segundo en un área metropolitana—, poseen algunas características comunes que los hacen interesantes para el estudio: una identidad territorial definida, características socioeconómicas similares y la existencia de dinámicas de trabajo y articulación vecinal. Así mismo, los equipos de investigación conocían las trayectorias de organización de ambos lugares y han desarrollado un vínculo con ellos, lo que facilitó la indagación.
El primer caso corresponde a la Unidad Vecinal 22 Arturo Prat (también llamada Territorio 5), en la ciudad de Talca (figura 1). Según el último censo (Instituto Nacional de Estadísticas, Chile, 2017), este barrio tiene una población de 10 565 habitantes, 2467 viviendas y 2532 hogares. Más del 60 % de las familias que lo habitan pertenece a los estratos socioeconómicos más bajos (Instituto Nacional de Estadísticas, Chile, 2017).
Figura 1. Unidad Vecinal 22 Arturo Prat o Territorio 5
Fuente: Google Earth.
En dicho barrio, a partir del apoyo del programa Territorio y Acción Colectiva (2013-2017), se desarrolló un proceso de intervención que contempló formación, diagnóstico territorial y planificación participativa. De esta manera, se ha constituido un modelo de trabajo que utiliza un dispositivo basado en la creación de mesas territoriales como elemento clave para una nueva forma de gestionar el sector.
Desde esta experiencia se ha identificado un trabajo de articulación vecinal y una visión más compleja e integral del territorio. Sin embargo, se reconoce que persiste una cultura vecinal fragmentada y fragmentadora, arraigada en la desconfianza y la competencia, que privilegia las “buenas relaciones” con las autoridades antes que la alianza con otras organizaciones del territorio y sus vecinos/as (Letelier, Cubillos et al., 2021).
El segundo caso de estudio es el sector de Nonguén (figura 2), en el Gran Concepción, emplazado en un valle y cruzado por un estero que lleva el mismo nombre del sector. Se encuentra ubicado a los pies de un parque periurbano nacional que forma parte de la cuenca del río Andalién, en la vertiente occidental de la cordillera de la Costa. La geografía física del lugar, marcada por su condición de valle, y la delimitación que provoca el estero facilitan la creación de una identidad de lugar compartida (Solís, 2022).
Figura 2. Sector de Nonguén
Fuente: Google Earth.
En este sitio se ha desarrollado un proceso de articulación con una mayor complejidad, ya que ha sido un proceso principalmente autónomo por parte de las organizaciones vecinales. De este modo, se ha creado una plataforma de acción multiescalar ‘de abajo hacia arriba’, que conecta a distintos grupos y colectivos locales. Hoy se autodefinen como territorio y han entablado relaciones con diferentes organismos de la sociedad civil y del Estado (León et al., 2018; Letelier, Cubillos et al., 2021).
En Nonguén se ha identificado la existencia de once juntas de vecinos, asociaciones funcionales, ong, unidades educativas y pequeños emprendimientos. En su conjunto, esta diversidad de organizaciones ha conformado una trama de alrededor de 160 actores locales que abordan, desde distintas estrategias, los desafíos comunes del territorio (Beltrán & Castillo, 2020; Saavedra et al., 2019).
Para llevar a cabo el estudio, se usó una metodología cualitativa basada en el desarrollo de entrevistas semiestructuradas a actores clave de los territorios, dirigidas a comprender sus experiencias y perspectivas (Taylor & Bogdan, 1987) en torno a la cotidianidad del barrio en pandemia, especialmente respecto a los vínculos y las relaciones comunitarias.
En el caso de la Unidad Vecinal (uv) Arturo Prat (tabla 1), efectuamos siete entrevistas semiestructuradas. La muestra fue intencionada (Flick, 2007) bajo el criterio principal de que fueran habitantes del territorio y que hubieran participado en actividades del trabajo de articulación vecinal descrito anteriormente, tanto dirigentes como vecinas.
Tabla 1. Descripción de participantes Unidad Vecinal Arturo Prat (Talca)3
Nº |
Nombre |
Edad |
Género |
Descripción de entrevistado/a |
1 |
Amelia |
Sin información |
Femenino |
Participa en organización territorial y agrupación de mujeres del sector. |
2 |
Fresia |
62 |
Femenino |
Es dirigente de una mesa territorial, que reúne a una diversidad de organizaciones del sector. |
3 |
Melania |
Sin información |
Femenino |
Participa en una agrupación de mujeres del sector. |
4 |
Marta |
Sin información |
Femenino |
Participa en una agrupación de mujeres del sector. |
5 |
Mónica |
73 |
Femenino |
Habita en el sector hace más de 30 años, es dirigente de una organización territorial. |
6 |
Muriel |
71 |
Femenino |
Habita en el sector hace aproximadamente 30 años, participa de una organización territorial y en un club de adulto mayor. |
7 |
Tamara |
39 |
Femenino |
Participa de una organización territorial del sector. |
Fuente: elaboración de los autores.
En el sector de Nonguén se hicieron diez entrevistas semiestructuradas (tabla 2). Los principales criterios para intencionar la muestra fueron: ser personas residentes en el territorio y que participaran en alguna de las organizaciones comunitarias del sector mencionadas previamente.
Tabla 2. Descripción de participantes sector de Nonguén (Concepción)
Nº |
Nombre |
Edad |
Género |
Descripción de entrevistado/a |
1 |
Angélica |
Sin información |
Femenino |
Es líder de un grupo juvenil de la Iglesia evangélica del sector. |
2 |
Clemente |
60 |
Masculino |
Habita en el sector desde hace 20 años, es dirigente de una organización territorial. |
3 |
Damián |
31 |
Masculino |
Es dirigente de una Iglesia evangélica del sector. |
4 |
Daniela |
20 |
Femenino |
Habitante en el sector desde el año 2013, participa en un grupo juvenil de la Iglesia evangélica del sector. |
5 |
Fabio |
20 |
Masculino |
Participa en un grupo juvenil de la Iglesia evangélica del sector. |
6 |
Gonzalo |
39 |
Masculino |
Encargado de una organización medioambiental vinculada al humedal del sector de Nonguén. |
7 |
Graciela |
50 |
Femenino |
Habitante de Nonguén y simpatizante de una organización medioambiental del sector. |
8 |
Juvenal |
38 |
Masculino |
Habitante de Nonguén desde el año 2015, donde participa de una organización territorial educativa. |
9 |
Jorge |
50 |
Masculino |
Desarrolla trabajo territorial en Nonguén desde el año 1997, es dirigente de una ong educativa ambiental. |
10 |
Patricia |
36 |
Femenino |
Vecina del sector desde el año 2018, participa en una agrupación de mujeres. |
Fuente: elaboración de los autores.
La selección de los entrevistados se basó, en definitiva, en la capacidad esperada de estos actores para entregar información acerca de la dinámica comunitaria del barrio en contexto de pandemia, considerando su experiencia organizacional y su conocimiento comunitario y territorial.4 Tal como se observa en las tablas 1 y 2, nos encontramos con una interesante diversidad de perfiles, ya sea por género, edad o tipo de organización. Esto, a nuestro juicio, entrega una visión más enriquecida y amplia de la respuesta comunitaria ante la pandemia y sus efectos.
Para el análisis se empleó el software NVivo, a través del cual se crearon y usaron categorías que permitieron el estudio del material textual desde un nivel de abstracción mayor (Flick, 2007).
4. Resultados: la emergencia de una esfera comunitaria vecinal
A partir del análisis descrito anteriormente, se estudiaron los vínculos y las relaciones dentro de los espacios de proximidad, principalmente el barrio, durante el contexto de pandemia por Covid-19 entre 2020 y 2021. A continuación, se presentan los resultados encontrados, que se centran en tres aspectos: i) la resignificación y adaptación de los entramados comunitarios al contexto de confinamiento; ii) la respuesta de estos entramados ante el surgimiento de nuevas necesidades; y iii) la acción de los entramados como reemplazo o complemento a la acción estatal o mercantil.
4.1. Reconfiguración y resignificación de relaciones y espacios comunitarios en confinamiento
Como hemos sostenido antes, consideramos la pandemia como un evento crítico generalizado que afectó a gran parte de la población, con períodos de cuarentena prolongados que generaron efectos en lo laboral, en lo económico, en el bienestar, en las formas de habitar los barrios, etc. (Quinteros-Urquieta & Cortés Mancilla, 2022).
Este evento, al irrumpir en la vida cotidiana de las personas, se situó de manera específica en los territorios, dependiendo de sus características. Respecto a la ‘descotidianización’, las personas entrevistadas nos narran este proceso a partir de la crisis generalizada de la pandemia, la que se expresó en sus barrios principalmente a través de las medidas de confinamiento, teniendo diversos efectos.
En primer lugar, en la vida personal y familiar (adaptación de actividades académicas, laborales, del funcionamiento del hogar, etc.), pero también en el ámbito vecinal y de las relaciones comunitarias de proximidad. No obstante, ante la ruptura de la vida cotidiana, surge una necesidad por adaptar y restaurar otra cotidianidad, en una mezcla entre “viejas” y “nuevas” situaciones e instituciones (Lins Ribeiro, 2021; Roig & Blanco, 2021).
Siguiendo a Das (1995), se sostiene que un evento crítico no solo rompe con la cotidianidad, sino que al mismo tiempo impulsa a las personas hacia terrenos nuevos e imprevistos, en los que surgen nuevos modos de actuar y de interpretar la realidad. A esta adaptación la podríamos denominar ‘recotidianización’ y, en particular para los casos que estudiamos, hablamos de una recotidianización de las relaciones comunitarias.
Un primer ámbito que se reconfigura es el de las relaciones comunitarias articuladas en organizaciones formales. Tal como mencionábamos, en ambos barrios hubo procesos de articulación vecinal que propiciaron una vida comunitaria dinámica previa a la pandemia, con actividades como asambleas territoriales, reuniones de grupos de adulto mayor, charlas o conversatorios (por ejemplo, de temáticas feministas o medioambientales), actividades espirituales o centradas en valores compartidos (como las de la Iglesia evangélica), actividades de compartir o recreación vecinal.
Sin embargo, ante las restricciones de la movilidad y el confinamiento (ya sea voluntario u obligatorio), se produjo una discontinuidad en esta agenda, ya que gran parte de las iniciativas se basaba en la reunión entre vecinos y vecinas. Así, también existe una discontinuidad en los espacios de los barrios utilizados de forma colectiva. En este sentido, la vida comunitaria previa a la pandemia se vio afectada por la imposibilidad de encontrarse de manera presencial y compartir un mismo espacio físico. Dos de las vecinas entrevistadas lo relatan de la siguiente manera:
Pucha, todas esas cosas ya no se pudieron hacer más, ni en la junta de vecinos, nada, nada más, porque todo quedó parado […]. Antes de la pandemia tuvimos una reunión y de ahí para adelante empezó todo este asunto y ya no nos pudimos reunir más, ni con la mesa territorial nos hemos reunido (Amelia, Talca).
Nonguén y la Iglesia donde yo pertenezco se cerró el año pasado. En marzo se cerró completamente y volvió a abrir hace poquito […] Se perdió un poquito eso con el resto de los hermanos de la Iglesia que antes uno los veía más seguido. Claro, ahora con el tema del Covid, la comunicación dejó de ser fluida como lo era antes (Angélica, Concepción).
Considerando las restricciones para reunirse, las relaciones comunitarias se trasladaron a la virtualidad, ya sea a través de reuniones por videoconferencia o de la entrega de información por medio de grupos de WhatsApp. Se advierte que, pese a ser herramientas útiles, las redes virtuales tienen limitaciones. Damián, dirigente del sector de Nonguén (Concepción), nos cuenta que una de las limitaciones “fue la conectividad o la accesibilidad al internet. Y lo otro, la accesibilidad a la tecnología, porque, como decía, los adultos o adultos mayores con suerte sabían responder un teléfono, y el WhatsApp ni lo sabían”.
Por su parte, Fresia, dirigente de la uv Arturo Prat (Talca), destaca el cambio sustantivo que sintió en la forma de trabajar y relacionarse: “[Cambió] la forma que trabajamos […] [Estábamos] acostumbrados a [lo] presencial, en las reuniones, donde se toma un té, donde se compartía, se queda hasta un rato más. Ahora se informa lo justo y necesario a través de WhatsApp […], ya no existe como esa necesidad de que haya que reunirse, sino que existe la facilidad de enviar una información fría a través de un WhatsApp” (Fresia, Talca).
Si bien la virtualidad apareció como una vía para mantener la vida comunitaria en el contexto de confinamiento, medios como WhatsApp eran utilizados de forma previa a la pandemia para la coordinación de diversas actividades comunitarias. Así, un recurso previo fue empleado para la recotidianización de la agenda comunitaria. En el caso de la uv Arturo Prat (Talca), la virtualidad tomó un rol importante en la difusión de información de actividades comunitarias en el barrio (como un comedor solidario).
Mientras que en el caso de Nonguén (Concepción) no solo se utilizaron los medios virtuales con fines de difusión, sino también para la generación de espacios de encuentro y diálogo (como espacios de acompañamiento espiritual de una Iglesia evangélica). En este sentido, se percibe el fortalecimiento de una práctica previa a la pandemia, pero también la aparición de nuevos usos dentro de la recotidianización comunitaria.
Un segundo aspecto por destacar es la significación que adquirieron los vínculos de proximidad cotidianos. Algunos/as manifiestan que, producto de la pandemia y sus limitaciones, se fue perdiendo la interacción y la comunicación: “Antes salíamos a la calle y conversábamos y se iba sumando uno y otro y otro. De repente nos juntábamos 6 u 8 personas, ahora no se hace” (Tamara, Talca); otros/as creen que se hizo más relevante mantener la relación y comunicación con los/as vecinos/as, principalmente dentro del espacio más próximo, que sería la calle o el pasaje en el cual ellos/as viven: “[Al] compartir con otras personas, yo lo hago más bien en mi barrio, con mi gente” (Clemente, Concepción).
Ante la imposibilidad de la vida amical o familiar fuera del barrio y de la participación en grupos, la calle o el pasaje —lugar en que es posible moverse sin romper el confinamiento— cobra mayor relevancia y visibilidad como espacio de relaciones. La calle recuperó, en este sentido, su sitio privilegiado de encuentro con los otros y de despliegue de las interacciones que son constitutivas de la vida social (Araujo, 2019).
De este modo, destacamos que espacios de tránsito o sin mayor importancia, antes asumidos como rutinarios, adquirieron un nuevo significado comunitario en contextos de crisis. Marta lo relata así: “Por lo menos en mi pasaje, yo he visto que hay vecinos que se preocupan de barrer su calle, de salir afuera… Cuando voy a comprar siempre veo a los vecinos más adultos y yo los saludo y les pregunto: ‘¿Cómo están?, ¿cómo les ha ido?’, y todos me dicen: “Bien, aquí estamos bien todos’” (Marta, Talca).
En este escenario, Juvenal —vecino del sector de Nonguén— reconoce la importancia de la organización comunitaria entendida como un vínculo cotidiano: “Las organizaciones comunitarias son clave en este esquema de gobernarse que se ha dado, más allá del Estado, más allá de las administraciones locales, y sí, muy apegado a los vínculos de casa a casa, al estar en contacto, al saber qué es lo que necesita mi vecino y [en] qué le puedo ayudar” (Juvenal, Concepción).
Otro ámbito que adquirió un nuevo protagonismo es el del comercio de proximidad. Los almacenes permanecieron abiertos y al mismo tiempo se generaron mecanismos virtuales que permitieron a los vecinos interactuar con los actores, físicamente próximos, con la ayuda de las tecnologías de la información e internet. Así, se facilitó el abastecimiento de productos dentro del mismo barrio, sin la necesidad de acudir a supermercados, cuestión que se valora: “Los negocios han estado todos funcionando, se han organizado superbien y todos somos muy respetuosos” (Graciela, Concepción).
Los almacenes no solo permitieron proveer de mercaderías, sino que también fueron espacios para las relaciones comunitarias generadas en torno a la compra, tanto con otros/as vecinos/as como con las personas que atienden estos negocios. De hecho, en muchos casos, los/as entrevistados/as destacan que el abastecimiento fue ‘su’ momento de salir del hogar, despejarse de la situación de encierro y encontrarse con otros/as.
Incluso Fresia, dirigente de la uv Arturo Prat (Talca), reconoce los beneficios de la ‘vida de barrio’ y sobre todo la de un barrio alejado del centro de la ciudad, donde el control de la movilidad urbana estuvo más presente. De esta forma, evidenciamos que el evento crítico y la recotidianización de la vida comunitaria se produce de forma situada, considerando las características propias de los territorios: en ambos casos se destaca el carácter periférico, la vida barrial previa, propiciada por una identidad territorial definida.
El territorio de nosotros, sabe usted, antes yo le criticaba por ser periférico. Ahora me gusta que haya sido periférico, porque es un lugar donde la gente sale afuera; va a comprar el pan, va al almacén. […] Y el negocio de la señora Juanita y la panadería de don Carlos están abiertas y se conocen los horarios y le golpean por el lado y tiene sus cosas. Me ha gustado ser barrial en este tiempo, me ha gustado mucho. He sentido que, en lo periférico, se ha notado menos esto del encierro, menos que a nivel central (Fresia, Talca).
Finalmente, otro ámbito que adquirió relevancia es el del espacio público vecinal, que es valorado como un bien común que permite satisfacer múltiples necesidades. Si bien durante los primeros meses de pandemia —y cuando operó el confinamiento domiciliario dictado por la autoridad sanitaria a nivel nacional— hubo una disminución tanto en la asistencia de personas a los espacios comunes como en su uso, estos pronto comenzaron a ser ocupados.
Como destacan los/as entrevistados/as, es la necesidad de ocio, recreación y resguardo de la salud mental la que los llevó a salir de los hogares y encontrarse con otros/as. En ambos barrios se evidenció el uso comunitario de canchas, plazas y parques, no solo por parte de niños/as y jóvenes —jugando, practicando algún deporte o andando en bicicleta, por ejemplo—, sino también por personas de distintas edades, quienes caminaban, paseaban con sus mascotas y realizaban algunas actividades específicas, como asistir a talleres impartidos por algunas organizaciones.
Graciela nos cuenta cómo paulatinamente se activó su sector: “Aquí tenemos fútbol hombres y mujeres… niños también. Los vemos ahora que andan ahí jugando y eso lo encuentro superbien. También veo que hay otras actividades que son superbuenas relacionadas con […] cursos de yoga —aquí en la sede o en la cancha—, pilates, tejido, cosas así de ese tipo” (Graciela, Concepción).
Acá nuevamente damos cuenta de que la recotidianización comunitaria se genera considerando las características propias de cada barrio, utilizando los recursos previos, tanto materiales como afectivos, organizacionales, naturales, etc. Por ejemplo, en el caso de la uv Arturo Prat (Talca) se destaca fuertemente el Parque 17 Norte, construido en 2016 producto del trabajo articulado de las organizaciones vecinales del territorio, siendo reconocido como el espacio público más importante (casi el único) del sector para el ocio y la recreación de sus vecinos/as.
“Los parques y placillas se siguen usando. Aquí hay dos lugares que son muy habitados todavía por la juventud o niños, adulto mayor también: […] el parque de la 17 [Norte], en donde los adultos mayores salen a caminar y los niños andan en bicicleta; y la cancha que está en el centro de la Faustino, una cancha techada que hay, ahí los jóvenes van y juegan básquetbol” (Fresia, Talca).
Mientras que en el sector de Nonguén (Concepción), si bien se subraya un cierto déficit en cuanto a cantidad y calidad de espacios públicos, los/as entrevistados/as mencionan su cercanía con los espacios naturales, los cuales pueden visitar fácilmente para pasear, distraerse o recrearse, incluso considerándolo como un ‘privilegio’. Como nos narra Clemente: “Yo vivo en la periferia de la ciudad, no se puede comparar mi situación con una persona que vive en el centro de Concepción, o sea, yo me asomo y no veo a nadie […] camino unos pocos pasos y ya estoy dentro del cerro y ahí soy como conejo; ya no me pilla nadie. Esa vivencia es parte de los privilegiados no más” (Clemente, Concepción).
Aunque algunas personas del sector visitaron los espacios naturales individualmente, también se enfatizó la labor de una de las organizaciones presentes en el barrio que ha contribuido a la visibilización de estos espacios en el contexto de pandemia, invitando a vecinos y vecinas a recorrerlos. Al respecto Gonzalo comenta:
El humedal significó para nosotros esa oportunidad de que la gente podía ir a ese lugar que estaba en el mismo barrio, que antes no era visto y ahora sí era visto. La gente iba a ver aves, se relajaba y se sentía como en un espacio de estar en un entorno bonito, agradable […] Puede ser producto de eso, porque es un espacio, un área verde, donde la gente se da cuenta de lo importante que son las áreas verdes y estos espacios para ellos mismos, que están obligados a estar encerrados, pero que también tienen la necesidad de salir (Gonzalo, Concepción).
La centralidad de la vida comunitaria en torno a las organizaciones y sus rutinas, cedió espacio a otras formas relacionales cotidianas, tanto virtuales como materiales, que usualmente son naturalizadas o invisibilizadas. En este sentido, la pandemia como “evento crítico” (Lins Ribeiro, 2021) posibilitó la ruptura de lo habitual y propició una revalorización de los vínculos y las relaciones en los espacios de proximidad.
4.2. A nuevas necesidades… nuevos bienes comunes
Como destacan Gutiérrez y Salazar (2019), los entramados comunitarios se vinculan con la satisfacción de una serie de necesidades humanas. En pandemia surgieron nuevas necesidades, o se intensificaron algunas, a la vez que se dificultó poder satisfacerlas. A partir de las entrevistas, se exteriorizaron dos grandes problemas que la crisis sanitaria profundizó: en primer lugar, la cesantía y las dificultades económicas; y, en segundo lugar, los problemas de salud mental relacionados con el encierro.
En cuanto al primer punto, muchas personas de los barrios estudiados quedaron sin empleo, desapareciendo gran parte o la totalidad de sus ingresos económicos mensuales. Esto ahondó la dificultad de cubrir necesidades, como la alimentación, de manera individual o familiar. Es por esto que, en ciertos casos, algunos/as vecinos/as tuvieron que pedir comida o dinero dentro del barrio. “Hubo un tiempo en que mucha gente, que uno no esperaba que fuera a ir a tu casa a pedirte comida o que pidiera plata porque no tenía trabajo, no tenía qué comer” (Gonzalo, Concepción).
Igualmente, algunos/as entrevistados/as manifestaron que, a pesar de que no todos/as habían perdido sus empleos, en su mayoría presentaban problemas económicos a partir de la crisis sociosanitaria y las múltiples implicancias que esta acarreó. De esa manera, también se dificultaba poder colaborar con aquellos/as vecinos/as que tenían mayores complicaciones: “Es muy difícil ayudar a otra persona que también está en la misma situación, porque estamos todas como en la misma situación” (Marta, Talca).
Los episodios de crisis generan condiciones que estimulan respuestas nuevas, cursos de acción alternativos (Letelier, Tapia et al., 2021), así los efectos sociales de la pandemia, que se padecían de manera individual o al nivel de los hogares, comenzaron a producir respuestas comunitarias a partir de la activación y regeneración de una serie de entramados, vínculos y relaciones. Esta respuesta implicó la producción de nuevos bienes comunes, que emergen de las relaciones como entidades ‘terceras’ que exceden las aportaciones de los sujetos implicados y que, en determinados casos, pueden no haber sido previstas o pensadas como intención inicial (Donati, 2019).
Algunos de ellos son las colectas de dinero, el acopio de alimentos y la producción de ollas comunes o almuerzos solidarios. Cabe destacar que, en estas iniciativas, el uso de medios virtuales tuvo un rol importante en la coordinación y difusión de información para la adecuada ejecución de la actividad. De este modo, se evidencia una relación entre la virtualidad y las actividades de la vida comunitaria material. Además, en los casos de las ollas comunes o los almuerzos solidarios, se hizo uso de los espacios públicos del barrio, como sedes sociales o colegios.
Mónica, de la Junta Vecinal Arturo Prat (Talca), nos cuenta cómo operó la ayuda a personas con problemas económicos: “Entre vecinos, nosotros nos ayudamos, pero con mucho cuidado, porque nosotros no podemos andar ahora ya casa por casa. Entonces, de repente, entre poquitos vecinos: ‘Oye, ¿sabes qué?, supimos que quedó sin trabajo tal vecino y no va a tener ayuda de nada’; ‘Ya po’, hagamos una colecta entre nosotros y nos vamos al supermercado y le compramos alguna cosita y se la entregamos’” (Mónica, Talca).
Por su parte, Gonzalo, del sector de Nonguén (Concepción), nos cuenta sobre una de las iniciativas de olla común: “El Bloque de Mujeres Nonguenche hizo ollas comunes, ya que se vio la necesidad de que había gente que no tenía qué comer […] [Se activó] como discurso bien político desde la ayuda a la gente que había perdido su empleo y no había tenido acceso a poder comer […] Se dio eso bastante. Ellas hacían entrega a las mismas casas de gente y cocinaban en la misma feria, en una sede social que había ahí” (Gonzalo, Concepción).
Otros de los bienes comunes producidos por los entramados comunitarios son estrategias de apoyo a vecinos/as que tenían dificultades para comercializar los productos que generalmente vendían fuera del barrio, en ferias libres, locales establecidos u otros. En el caso de Nonguén, se destaca la realización de actividades de venta presencial, a partir del uso de un espacio físico del barrio, como lo es un colegio. Mientras que, en el caso de la uv Arturo Prat, fue una comercialización mediada por la facilitación de espacios por un almacén del sector:
Encontrarás familias que más o menos sienten afinidad por algunos proyectos de emprendimiento, pues generan algunas actividades a beneficio, actividades cooperativas. Hemos estado semana a semana organizando en la escuela ventas de productos manufacturados, artesanías… para sostener la economía del entorno (Juvenal, Concepción).
Mira acá el almacén donde es más concurrido, el de la señora Juanita, hay mucha gente que hace cosas dulces y ella las vende. Ella tiene muy buen corazón, ella… hay mucha gente que hace sus pastelitos, sus queques, empanadas y ella los pone ahí, ensaladas y ella va y la gente le va a dejar sus cositas y ella se las vende (Muriel, Talca).
Adicionalmente, en el caso de la uv Arturo Prat, se hace notorio un uso importante de los espacios de interacción virtual para generar grupos de compra y venta, en los que los/as vecinos/as del sector pudieron ofrecer sus productos. En esta iniciativa, nuevamente se refleja cómo la virtualidad se va entrelazando con actividades de la vida comunitaria material del barrio: se coordina la compra/venta de forma virtual, para luego concretar el intercambio de manera presencial.
Tamara nos cuenta cómo motivó un grupo de WhatsApp para apoyar a sus vecinas/os: “Ahora ya tenemos un grupo de WhatsApp, todo ahora se va a las redes sociales. O sea, es que aquí hay vecinos, algunos, que trabajan en la feria, otros vecinos que trabajan en los ‘tendales’ que le llaman, y ellos no han podido trabajar. Entonces, lo que yo he hecho, es hacer grupos de WhatsApp de compra y venta, para ir ayudándose entre vecinos” (Tamara, Talca).
Otro ámbito de necesidades que fueron gestionadas desde los vínculos comunitarios son los de salud mental. Los problemas en este ámbito se incrementaron producto del encierro, la adaptación de actividades laborales y educativas, la imposibilidad o dificultad de interacción con personas (más allá del entorno próximo), entre otros aspectos. Lo anterior acrecentó los cuadros de ansiedad, estrés y depresión.
Fabio (Concepción) nos comenta que “ha sido algo supernegativo […] en cuánto a lo psicológico, porque, o sea, mucha gente, de hecho, jóvenes y de todo, han tenido depresión, ya sea por la pandemia o cosas que trae la pandemia”. Por su parte, Melania (Talca) relata que sus cercanas “están todas desesperadas, estresadas, con depresión. Hay muchas con depresión, hay muchas que se han enfermado”.
Al igual que lo ocurrido con la cesantía y las dificultades económicas, ante el problema de merma en la salud mental, los entramados comunitarios cumplieron un papel especialmente a partir de la contención (Roig & Blanco, 2021). Por ejemplo, en una Iglesia de Nonguén se comenzó a acompañar espiritualmente a sus miembros, a partir de reuniones y actividades realizadas de manera online.
Damián (Concepción) nos manifiesta que el rol primordial de la Iglesia es el acompañamiento espiritual y que, durante la pandemia, esta necesidad se intensificó: “Ha aumentado también el tema de la depresión, de la soledad y, como Iglesia, es importante que uno pueda acompañar a aquellas personas a que no se sientan solas. Porque muchas veces uno […] se queda en la casa y no hace nada. Pero cuando comparte con gente, ya sea alguna once online, o cantar online, o reunirse online para saber cómo están; creo que la Iglesia ayuda bastante en eso” (Damián, Concepción).
También se recalcan las interacciones cotidianas entre vecinos/as que permitieron gestionar las emociones, sensaciones y sentimientos vividos. Estas interacciones pueden ser —como se mencionó anteriormente— dentro del contexto más próximo, como el pasaje, pero también por medio de redes sociales virtuales, en las que los/as vecinos/as cuentan con grupos de comunicación con sus más cercanos/as dentro del barrio o con miembros de alguna organización en la que participan. Así, nuevamente, la virtualidad es un complemento de la vida comunitaria cotidiana.
En materia de tejido humano —o de promoción o de recuperación de la situación en términos socioemocionales y psíquicos—, son las personas, son los vecinos entre ellos [los que] están favoreciendo el acercamiento. El posibilitar, tramitar, todas estas emociones que a uno le embargan al estar solo, enclaustrado o sin mucho contacto (Juvenal, Concepción).
Mi grupo de WhatsApp de las señoras que tengo yo, que yo soy la presidenta de ese grupo, siempre nos hablamos y siempre cuando tenemos algún problema o alguien enfermo uno pide que hagamos cadena de oración por alguien. Una amiga de acá, que vive en este pasaje, que es vecina y también es amiga, nos pidió que oráramos por su tía. Y todas: “¡Ya!, a tal hora chicas”. Entonces, todas hablábamos, […] todas apoyándola (Melania, Talca).
Finalmente, como otro aspecto vinculado al cuidado de la salud mental está el ya aludido uso de los espacios públicos o naturales del barrio para caminar, pasear o realizar alguna actividad deportiva o de recreación. En suma, observamos cómo los entramados comunitarios mostraron su capacidad para producir bienes comunes relacionales pertinentes con los problemas o necesidades que surgen en el contexto de crisis.
Crearon ollas y colectas, mercados comunitarios físicos y virtuales, produjeron espacios de contención y apoyo, sentidos de pertenencia, entre otros. Los entramados comunitarios permitieron atender a necesidades materiales y también simbólicas y psicoemocionales, que son fundamentales para la reproducción de la vida, sobre todo en tiempos de crisis.
4.3. Lo comunitario y su relación con otras esferas
En general, los/as entrevistados/as plantean una percepción negativa de la acción del Estado en el contexto de pandemia: “Esta pandemia creció gracias a que el Estado no ha estado presente” (Fresia, Talca). Se lo percibe como un generador de las condiciones que profundizaron las dificultades y necesidades vividas por la población, pero, fundamentalmente, se lo relaciona con una sensación de ausencia, de no estar presente con las medidas, decisiones y soluciones pertinentes.
Frente a ello, se hizo necesaria la respuesta comunitaria a la pandemia planteada anteriormente. Juvenal (Concepción) lo expresa así: “Es el mismo Estado el que ha estado generando las condiciones de pobreza y desigualdad a lo largo de no sé cuántos años aquí en Chile y ahora, justamente, la pandemia viene a enroscar las desigualdades, los amplios márgenes, las brechas que existen entre los más ricos y los más pobres en Chile. Sin embargo, las medidas que han implementado resultan bastantes tibias” (Juvenal, Concepción).
Ante las deficiencias de la acción pública, los entramados comunitarios asumen estrategias distintas en cada caso. En el sector de Nonguén (Concepción), vecinos y vecinas se coordinaron para generar ollas comunes con independencia de las organizaciones formales y del municipio. Esto creó cierta tensión y disputa por el uso de espacios físicos y una sensación de no reconocimiento de la acción comunitaria autoorganizada (desvinculada de las organizaciones sociales tradicionales). Patricia nos cuenta:
La relación con la municipalidad es bastante tensa, la municipalidad no reconoce a quienes se organizan de manera más independiente. No necesariamente una agrupación tiene que estar inscrita con personalidad jurídica para poder funcionar y hacer uso de los espacios comunitarios […]. En pandemia, con el tema de la olla común, nos costó un montón que nos facilitaran una sede. Nosotros terminamos arrendando la sede, porque terminamos pagando como 5000 o 10 000 pesos al mes […]. Entonces ¿de quiénes son los espacios de la comunidad? De la municipalidad […] Cuando vieron que la olla común estaba ya andando, ahí decían que nos iban a hacer llegar ayuda, cuando estaba todo ya cubierto. Nosotros no hacemos caridad, lo hacemos para entregar un poco de dignidad en el contexto en el que estamos (Patricia, Concepción).
En la uv Arturo Prat, por otro lado, se produjo una articulación entre la labor municipal y las organizaciones comunitarias. Esto se reflejó en la implementación de un comedor solidario en el barrio, que intentó dar respuesta a las necesidades de sus habitantes surgidas por las dificultades económicas. Si bien la iniciativa surgió de la municipalidad, su realización precisó la legitimación de los líderes y lideresas que conforman la mesa territorial, quienes jugaron un papel central. Fresia (Talca), quien estuvo a cargo de la iniciativa, nos relata la experiencia:
Fue iniciativa del alcalde, […] pero ahí yo sentí que tenía que apoyar para poder apoyar a mi gente. Inscribí a toda mi gente —los que no podían salir de la casa, por Covid, por contagio, postrados, adultos mayores— para empezar a enviarle la comida a la casa. Eso fue tremendamente importante […]. El alcalde fue el que llamó a la mesa y nos preguntó que nos parecía y a nosotros nos pareció excelente. Yo le dije: “Yo apoyo ciento por ciento y apoyo en todo lo que pueda” (Fresia, Talca).
Además de la articulación de la municipalidad con la comunidad, en esta iniciativa se contó con el apoyo de algunas empresas locales, que facilitaron insumos para su implementación.
Así, a partir de la olla común en Nonguén y el comedor solidario en Talca, observamos que en ambos hubo una respuesta de los entramados comunitarios para la satisfacción de la necesidad concreta de alimentación en tiempos de crisis. No obstante, analizando las relaciones entre lo comunitario y el Estado, encontramos diferencias en la forma de la respuesta. En Talca, se produce una acción ‘formalizada’ desde la relación de colaboración con el municipio a través de la cogestión del comedor comunitario.
Mientras que, en el caso de Concepción, se origina una práctica autónoma desde una organización emergente que coordina una olla común con sus propios recursos, lo que genera conflictos con la organización vecinal tradicional y el municipio. Pese a estas diferencias, para los fines de este artículo lo que más importa es que, en ambos casos, los entramados comunitarios asumen un papel relevante en la respuesta a la crisis, ya sea de manera autónoma e informal, o bien de modo articulado con el gobierno municipal.
Los entramados también interactúan con la esfera mercantil. Como se mencionaba anteriormente, hubo un apoyo comunitario para la comercialización y venta de productos de vecinos/as que, por las restricciones sanitarias, no podían hacerlo fuera del barrio. De esta manera, podría afirmarse que existió una cierta ‘apropiación’ comunitaria del espacio mercantil, a partir de la realización de actividades para la venta dentro del barrio, la facilitación de espacios físicos para la comercialización y la utilización de espacios de interacción virtual para generar grupos de compra y venta.
De este modo, los bienes comunes que produce la esfera comunitaria contribuyen a reemplazar o complementar aquellos que usualmente son generados por la esfera estatal y la mercantil. Sin embargo, el papel que las relaciones comunitarias asumen en el ámbito de lo mercantil no implica necesariamente la sustitución completa de una lógica por otra, ni la ausencia de tensiones.
Más bien, siguiendo a Gago (2014), se trataría de formas concretas en que las personas comunes experimentan y resisten las políticas neoliberales en su vida cotidiana, modos en que construyen alternativas y luchan por un cambio social desde la base de la sociedad. Esta autora las denomina pragmática popular o neoliberalismo desde abajo.
Reflexiones finales: la emergencia de una esfera comunitaria vecinal
A partir de los casos estudiados, queda en evidencia que las medidas de confinamiento domiciliario decretadas e impuestas por el Estado —con un fuerte componente individual y familiar— no pudieron ser sostenidas en la práctica, sino que se vivieron en la proximidad, en el barrio. Al quedar el vecindario como único lugar de interacción posible, se amplificó su significación como espacio en el cual, a través de la actuación de múltiples entramados comunitarios (Gutiérrez, 2011), se satisfacen las necesidades y se sostiene la vida en el contexto de pandemia. Respecto a esto, hemos observado cuatro aspectos fundamentales en el actuar de estos entramados.
En primer lugar, el contexto de pandemia y las medidas de confinamiento (obligatorio u voluntario) produjeron una ruptura de la cotidianidad de las personas, tanto en su ámbito familiar como barrial (Lins Ribeiro, 2021). Esta ruptura impulsó un proceso clave para la emergencia y adecuación de las relaciones comunitarias, la ‘recotidianización’. Este proceso llevó a los entramados a acomodarse y adaptarse, flexibilizar su actuar en una mezcla entre viejas y nuevas situaciones (Roig & Blanco, 2021).
Así, en los dos barrios estudiados, observamos que: a) los espacios virtuales adquirieron mayor fuerza para mantener los vínculos; b) el pasaje, la calle y los negocios incrementaron su importancia como espacios de encuentro; y c) los/as vecinos/as le dan mayor relevancia a la ocupación de los espacios públicos barriales. Todo lo anterior intensifica la relacionalidad cotidiana vecinal, considerada generalmente un componente secundario de la vida comunitaria. En esto, tuvo un papel central el conjunto de interacciones más o menos cercanas, que las más de las veces pasan desapercibidas. Relaciones que no implican una amistad o una intimidad, sino una forma de sociabilidad basada en el respeto, la confianza y la cortesía, y que generan familiaridad pública (Blokland, 2017).
En segundo lugar, se ha reforzado la idea que los entramados comunitarios actúan para dar respuesta y satisfacer necesidades (Gutiérrez, 2011). La acción del entramado se adapta al contexto y a las necesidades que este presenta, generando nuevos bienes comunes que permiten ayudar a su satisfacción. Los comunes producidos son tanto materiales, como las ollas, los comedores solidarios, las colectas, los mercados virtuales, como inmateriales: la contención (Roig & Blanco, 2021), el afecto o el acceso a información.
Siguiendo a Das (1995), el evento crítico de la pandemia impulsó a nuevos modos de actuar comunitariamente, reflejado en lo que denominamos recotidianización comunitaria. Si bien existen nuevos modos de actuar, para adaptarse y dar respuesta el contexto y sus necesidades, estos se basan en las características y recursos comunitarios propios y previos a la pandemia: barrios periféricos, identidad territorial, vida barrial y procesos de articulación vecinal, presencia de espacios públicos o naturales, el uso previo de medios virtuales, etc. Fundamentalmente, en ambos sectores la recotidianización fue propiciada por la vida barrial y las relaciones comunitarias previas, las que, si bien tuvieron una discontinuidad, fueron la base de la respuesta colectiva a los efectos de la pandemia.
En tercer lugar, se plantea que los entramados comunitarios complementan la acción de la esfera estatal y mercantil, a través de la acción conjunta y articulada entre el municipio y la comunidad para el funcionamiento del comedor solidario, en el caso de la uv Arturo Prat de Talca, o la reemplazan, en el caso de las ollas comunes del sector de Nonguén y de la ‘apropiación’ comunitaria en ambos barrios del espacio mercantil (físico y virtual) para la comercialización de productos de vecinos/as.
El Estado obligó ‘desde arriba’ a confinarse individual o familiarmente, asignando la responsabilidad y consecuente castigo por los contagios a las personas, que en su mayoría no tenían los recursos para poder cumplir estas cuarentenas en condiciones adecuadas. En realidad, el confinamiento fue comunitario, pero no tuvo una política pública que lo visibilizase y fortaleciese como tal. Así, lo comunitario subvencionó con su vida diaria las ausencias del Estado. Las comunidades sostuvieron en sus hombros buena parte de la salud física, emocional y mental.
En cuarto lugar, se observa que la dimensión espacial de los entramados comunitarios vecinales fue complejizada durante la experimentación de la pandemia, en la medida en que se incorporó la interacción virtual entre actores locales como una forma de mantener vínculos, a pesar de las barreras físicas impuestas por la cuarentena, coordinando acciones con fines intangibles (por ejemplo, espiritual) o materiales, como la comercialización de diversos productos. Adicionalmente, en ambos casos se destaca el hecho de que la condición periférica de los territorios analizados habría generado condiciones espaciales distintas a las de territorios centrales, caracterizadas por mayor libertad en la observancia de las imposiciones estatales.
La capacidad de lo comunitario para reproducir la vida a partir de la producción y gestión de comunes está siempre expuesta a ser cooptada por el Estado y por el capital, ya para disminuir los costes de producción, ya para rehacer y profundizar reformas neoliberales (Caffentzis & Federici, 2013). Este riesgo se intensifica cuando los propios sujetos no son conscientes de su capacidad de producir lo común, o, dicho de otro modo, cuando lo que emerge de las relaciones comunitarias se considera banal.
En este sentido, la idea de esfera comunitaria intenta poner un horizonte de posibilidad, que surge en la medida en que se intensifican y visibilizan nuevas formas de lo comunitario, complementarias a las convencionales/organizadas. Antes de la pandemia, las organizaciones comunitarias formales como las juntas de vecinos, las iglesias, las agrupaciones de adulto mayor o los clubes deportivos realizaban sus actividades rutinariamente: reuniones mensuales, actividades deportivas una vez por semana, etc.
A su vez, las agendas de estas organizaciones estaban enfocadas en resolver problemas que tradicionalmente son parte de la agenda vecinal: cuestiones urbanas menores (arborización, luminarias, pavimentación de veredas), mejoramiento de viviendas y del espacio público, etc. A partir de la crisis ocasionada por el Covid-19, las organizaciones formales dejan de funcionar y los temas que solían abordar ya no son los importantes.
En cambio, se modifican, surgen o se visibilizan un conjunto de entramados que cumplen nuevos roles, se organizan de otros modos: redes familiares, amicales, informales, virtuales. En este sentido, nos parece que hablar de esfera comunitaria ayuda a reconocer lo que vemos generalmente de manera aislada: la olla común, la ayuda con el acceso a la información, la conversación entre vecinas, la caminata y el saludo en el parque, el grupo de WhatsApp que se convirtió en un mercado virtual informal, la feria en la escuela, la coordinación cotidiana del comedor solidario, etc.
Son todas relaciones de compartencia que operan bajo la regla de la reciprocidad y que satisfacen necesidades individuales y colectivas, porque producen bienes comunes, es decir, son parte del emerger de una esfera con sentido propio. Una que es capaz de reconfigurarse ante las crisis, de producir bienes comunes pertinentes y de traspasar sus propias fronteras para actuar ‘en’ e interactuar ‘con’ esferas distintas, manteniendo su autonomía relativa.
Es verdad que muchos de los entramados y comunes descritos en este trabajo no cumplen con los parámetros que Caffentzis y Federici (2013) ponen al decir que deben permitir resistir el dominio del Estado y el mercado sobre la vida. La mayoría no buscan modificar las condiciones estructurales en que se desenvuelve la existencia. Pero, como señala Agnes Heller (1981), “el hecho de que el capitalismo tolere algo no significa que ese algo no pueda tomar parte en la transformación de la sociedad” (p. 157). Nos parece que todas las relaciones y prácticas que se relevan son muestras del potencial de lo comunitario para producir lo social de un modo diferente.
En sus relaciones con otros, las personas producen bienes que les permiten reproducir la vida en sus aspectos materiales e inmateriales. Es cierto que muchas veces estas relaciones se dan en el contexto de las precariedades producidas por el propio Estado o por el capital, o son asediados por ellos, pero, aun así, nos parece que emergen como respuestas desde un ámbito otro. Si somos capaces de mirar el conjunto de esas relaciones no como desconectadas, sino participando de una esfera común, creemos que el horizonte de posibilidades que lo comunitario tiene en la producción de lo social puede avanzar.
Referencias
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*Encuesta nacional realizada en Chile a un total de 1002 personas, mayores de 18 años, chilenos/as o residentes en Chile. Para asegurar representatividad de la población, esta encuesta ponderó por edad, sexo, grupo socioeconómico y comuna, con base en información poblacional del Instituto Nacional de Estadísticas.
**Universidad Católica del Maule. ceut. Correo electrónico: fletelier@ucm.cl. orcid: http://orcid.org/0000-0003-0649-1093
***Universidad Católica del Maule. Correo electrónico: msepulvedas@ucm.cl. orcid: https://orcid.org/0000-0002-2824-8927
****Universidad Católica del Maule. ceut. Correo electrónico: jcubillos@ucm.cl. orcid: https://orcid.org/0000-0001-8080-4049
*****Universidad del Bío-Bío. Correo electrónico: fsaravia@ubiobio.cl. orcid: https://orcid.org/0000-0003-3196-7831
1Encuesta nacional realizada en Chile a un total de 1002 personas, mayores de 18 años, chilenos/as o residentes en Chile. Para asegurar representatividad de la población, esta encuesta ponderó por edad, sexo, grupo socioeconómico y comuna, con base en información poblacional del Instituto Nacional de Estadísticas.
2Para mayor información: https://portal.ucm.cl/noticias/estudiaran-rol-las-comunidades-chile-la-pandemia-covid19
3Todos los nombres han sido cambiados para resguardar la identidad de los entrevistados.
4Es importante destacar que el acceso a informantes, en ambos casos, fue posibilitado por el conocimiento del equipo de investigación de los procesos de articulación vecinal previos y sus actores involucrados.