Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

Renacimiento e historia global

Enver Joel Torregroza, María Camila Herrera Gallego

Renacimiento e historia global

Desafíos, vol. 33, núm. 1, 2021

Universidad del Rosario

Enver Joel Torregroza

Universidad del Rosario, Colombia


María Camila Herrera Gallego

Universidad del Rosario, Colombia


Título: Why China did not have a Renaissance - and why that matters: an interdisciplinary dialogue

Autor: Thomas Maissen y Barbara Mittler

Editorial: Oldenbourg: De Gruyter

Año de edición: 2018

Páginas: 238

ISBN: 978-3-11-057639-9

En su primera edición en inglés de 2018 publicada en Berlín y Boston, el libro Why China did not have a Renaissance - and why that matters: an interdisciplinary dialogue, se presenta como el primero de la serie Critical Readings in Global Intellectual History de la editorial De Gruyter Oldenbourg. Se trata de una serie que, como su nombre lo indica, busca publicar investigaciones críticas en el marco de la corriente historiográfica de la ‘historia global’, en su intersección con la más convencional ‘historia intelectual’.

La historia global es una corriente en pleno auge. Como han señalado Hauseberger y Pani1 , la expresión ‘historia global’ es una categoría equívoca para hacer referencia a estudios historiográficos que oscilan entre la historia de la globalización, pasando por macrohistorias y ejercicios de historia comparada, hasta las historias descentradas de procesos de interdependencia e inconexión suprarregionales y transfronterizos. Lo clave, con el concepto de historia global, es no confundirla con aquella historia mundial que anula la variable espacial, dando la ilusión de que los acontecimientos de diferentes civilizaciones han ocurrido en una misma línea de tiempo y en un mismo sitio, con lo que logra alimentar relatos etnocéntricos que posicionan las culturas diferentes a la propia en el incómodo y problemático lugar de un pasado ya superado, cuando en realidad han convivido y se han relacionado entre sí. Así, mientras que para cierta ‘historia mundial’, ya en desuso, la civilización china sería un capítulo de la historia antigua por el que ya se ha pasado la página, siendo la historia de la China contemporánea un proceso completamente absorbido por la historia moderna occidental centrada en Europa o en Estados Unidos, para la perspectiva más rica y compleja de la ‘historia global’, la civilización china es un complejo entramado de procesos históricos relativamente autónomo, en permanente intercambio cultural a lo largo de su historia con otras civilizaciones. Civilizaciones que comparten con ella el mismo escenario global.

En este contexto de la historia global, la historia intelectual ha sufrido un verdadero remezón, pues la introducción de la variable espacial a escala global como un componente irrenunciable de una reconstrucción histórica descentrada obliga a repensar las relaciones e intercambios intelectuales que convencionalmente se han explicado en términos muy simplistas de ‘dependencia’, ‘imitación’, ‘divulgación’ y ‘colonialismo’. La historia de las ideas y la historia de las prácticas intelectuales tiene por ello ahora la tarea de revisar prejuicios ampliamente extendidos en la academia —y por fuera de ella— a propósito del flujo de conocimientos a lo largo de la historia, prejuicios que han reproducido hasta la saciedad dualismos cuestionables que ubican algunas culturas en el papel de actores dominantes y creadores, mientras que subordinan otras culturas al papel de receptores pasivos carentes de originalidad, como suele ocurrir, por ejemplo, con la historia de las ideas en América Latina. La lectura del libro de Thomas Maissen y Barbara Mittler se ofrece entonces como parte del medicamento crítico y reflexivo necesario para que los intelectuales latinoamericanos comiencen a pensar el intercambio trasatlántico de ideas de una forma más rica y ajustada a las fuentes.

Para hacer un ejercicio crítico de historia global intelectual el caso del Renacimiento es ideal. Que el Renacimiento sea el tema central del libro dialógico de Maissen y Mittler es sin duda un excelente comienzo para una serie de publicaciones sobre historia global intelectual. La razón es que esta categoría histórica paradigmática, la del Renacimiento, se ha convertido en los dos últimos siglos en el símbolo de lo que es una época decisiva o un período histórico crucial, autoconsciente, de transformación cultural, tendido como puente entre dos épocas en las que no se diluye por completo: el Medioevo y la Edad Moderna. El Renacimiento también ha devenido en un símbolo del papel que tienen las categorías epocales, los cronónimos —por usar el término de Eva Büchi (Les estructures de Franzosisches Etymologisches Wörterbuch. Tubingen: Niemeyer, 1996)—, en la tarea de comprender el presente a partir de nuestra relación con el pasado. Como buen paradigma, la idea del Renacimiento no deja de tener objetores y de promover cuestiones de fondo, como la planteada por el famoso ensayo de la historiadora feminista Joan Kelly, publicado en 1977, “Did women have a Renaissance?”. A fin de cuentas —esto es lo que trasluce la pregunta—, no tiene porqué convencernos la retórica renacentista a propósito de su propia época. La pregunta, por lo tanto, sigue siendo la de Joan Kelly, solo que ampliada: ¿es la mera declaración de Renacimiento su realidad? ¿Basta con postular que vivimos un Renacimiento para realmente vivirlo? No en vano se ha dicho con ironía que fue Jacob Burckhardt en su clásico libro La cultura del renacimiento en Italia el inventor de toda una época y hay quien ha dicho que el Renacimiento comienza en realidad en 1860, el año de publicación de este clásico de Burckhardt.

En su obra, Thomas Maissen, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Heidelberg, y la sinóloga Barbara Mittler, ambos codirectores del Cluster of Excellence Asia and Europe in a Global Context del Karl Jaspers Centre for Advanced Transcultural Studies de la misma universidad, proponen un diálogo interdisciplinario que combina historia, filosofía de la historia e historia de la filosofía. Si bien es un diálogo entre un historiador de la Modernidad y una sinóloga, con la estructura del texto han querido rescatar la importancia intelectual y retórica del diálogo (en su sentido clásico, pero también, por qué no, renacentista), para poner a conversar la visión occidental con la oriental. Aunque habría sido más sugerente un diálogo entre un intelectual chino y uno alemán y no solo entre dos alemanes —uno de los cuales es experto teórico en China—, lo cierto es que su gesto ‘renacentista’ de recuperar el diálogo como forma de comunicación intelectual constituye lo mejor logrado del libro y lo más inspirador. Debería haber más diálogos así en las publicaciones académicas, pues resultan ser más estimulantes intelectualmente que las compilaciones de monólogos de las obras colectivas y los rígidos formatos de los artículos, exigidos acríticamente por las revistas indexadas en una reiterada práctica cultural que nadie se atreve a cambiar y que tanto daño le está haciendo a las humanidades.

Ya la imagen de la portada del libro anuncia la idea del diálogo de sus autores, al representar al campeón intelectual occidental Aristóteles conversando con el héroe oriental, el monje budista, Foyin. Como explican los autores en la introducción, la portada es una construcción calculada que combina el Aristóteles de Rafael en La escuela de Atenas de 1501/1511 y el Foyin pintado durante el Movimiento por la Nueva Cultura, movimiento chino que promulgaba un ‘renacimiento’ de China en pleno mundo moderno, haciéndole un claro eco al Renacimiento europeo.

Pero la portada distrae, pues puede hacer creer que en el texto se comparan períodos de la historia china similares al Renacimiento, como el período Zhou o los años de vida del monje Foyin (1032-1098). Sin embargo, la discusión histórica en realidad está centrada en la China de principios del siglo xx, con al menos 450 años de diferencia del Renacimiento italiano. Semejante disparidad cronológica conduce inevitablemente a la cuestión, tratada en el diálogo entre Maissen y Mittler sobre si se puede o no extrapolar el Renacimieno a otros contextos históricos.

El uso legítimo historiográfico del cronónimo ‘Renacimiento’ más allá de su lugar original de aplicación no es por supuesto el único tema importante que los autores discuten. También hay aportes al eterno debate sobre las perspectivas analíticas de periodización en la historia. El diálogo de Maissen y Mittler no solo desea responder a la pregunta que sirve de título a la obra, también aborda el complejo problema de cómo hacer historia global sin caer en particularismos o generalizaciones exacerbadas a través de un lente eurocéntrico. En el caso del Renacimiento y el esquema de periodización que implica, este último problema se exacerba, pues la ‘repetición’ de ‘renacimientos’ a lo largo del globo puede llegar a interpretarse como el síntoma de un patrón histórico común a todos los procesos de globalización, independientemente de donde se realicen, que estaría atravesado por nociones de unicidad y superioridad europea (p. 7).

En la primera parte, los autores presentan sus principales argumentos, contextualizando los usos del Renacimiento desde diferentes momentos de periodización en Europa Occidental y China (lineal o cíclico, secular o religioso). En la segunda parte, hacen un estudio riguroso de los contextos historiográficos y particularidades históricas de cada caso, donde el ‘Renacimiento’ aparece y es usado en las respectivas regiones. Como es de esperarse, debido a su estructura dialógica, el libro no defiende un punto de vista unificado, sino que cada autor desarrolla una visión divergente. Thomas Maissen menciona que las teleologías historiográficas no pueden migrar, ya que el Renacimiento, así como la dinastía Zhou, están excesivamente enraizadas a su contexto. Barbara Mittler responde afirmando que la misma época del Renacimiento italiano demuestra cómo es posible traspasar las fronteras continentales y afectar las percepciones del tiempo histórico en el mundo no europeo, y que, por ende, el Renacimiento “debe entenderse como algo traducible” (p. 111). Entre la inconmensurabilidad y la traducibilidad está planteado el debate.

Mittler deja claro que los autores chinos de principios de siglo xx estaban muy conscientes de la existencia del Renacimiento europeo. Tanto así que usaron las metáforas del renacer y del “pasar a una época de luz”, atrayendo la disrupción moderna para poder salir de la antagonizada oscuridad, de lo viejo, lo tradicional y lo antiguo. Los ideólogos chinos del Movimiento por la Nueva Cultura impulsaron estas ideas como un esfuerzo para cambiar la política, la sociedad y la mentalidad china y liberarla de su pasado feudal. Estos intelectuales querían un nuevo comienzo para China, que creían se había estancado en el Medioevo, con la creencia de que solo a través de los valores de la Modernidad se podía salir de allí, como lo habría hecho su contraparte europea. En palabras de Mittler, estos ideólogos chinos tuvieron razones para trasplantar estas ideas de la modernidad europea, junto con su periodización, al contexto chino.

La periodización no es un concepto gratuito, viene cargado de significantes teleológicos, filosóficos y metodológicos, y, por ende, su aplicación en cada contexto produce significados diferentes. Maissen enmarca extensamente el Renacimiento europeo, analiza cómo las predisposiciones epistemológicas modernas del Renacimiento italiano entran en la periodización y explica el porqué de su narrativa lineal, progresiva y secular. En general, Maissen se encarga de demostrar que el Renacimiento contiene una cantidad considerable de nociones históricas necesariamente sujetas a Italia y en general al contexto europeo occidental, por lo que, al contrario de Mittler, duda de la traducción de la periodización.

Mittler hace el mismo recorrido histórico en China, explica cómo se da la periodización de la historia y demuestra una multiplicidad de nociones alternativas. Responde a los enunciados de Maissen acerca de problematizar la pretensión universal europea de la periodización, diciendo que las traducciones son nuevas versiones del pensamiento en la historia y llama a este proceso “modernidad en común”, una idea que recuerda las tesis del sociólogo judío Shmuel Eisenstadt, con su famosa tesis de las “múltiples modernidades”. Al describir el Movimiento por la Nueva Cultura y sus similitudes con el Renacimiento, Mittler explica cómo los autores del Movimiento conocían del Renacimiento a través de Edith Sichel y Jacob Burckhardt, lo que no deja de ser significativo, pues su relación con el período histórico es por medio de su reconstrucción historiográfica posterior. En su argumento, Mittler recalca que una cultura no puede ser dueña de una categoría histórica, sino que más bien esta se replica a lo largo del mundo entero de diferentes maneras y este fenómeno es una forma de experiencia multicultural. En ese sentido, el ‘r/Renacimiento’ se convierte en una variación regional.

Mittler y Meissen escriben dos conclusiones por aparte, como es lógico, y rematan con un conciso epílogo conjunto de tres páginas que resume ambas posiciones. La última parte del texto es la colección de las fuentes utilizadas del Renacimiento italiano, la Nueva Historia Cultural y la historiografía del Renacimiento italiano en China. Esta adición inesperada permite a los lectores profundizar los puntos de la discusión.

Extraña que el título del libro se haya inclinado por la posición de Meisser. Que China no haya tenido un Renacimiento realmente no es la conclusión del diálogo, puesto que Mittler nunca cambia de opinión. Maissen reitera que no hubo r/Renacimiento, pues la categoría histórica está tan determinada por su base epistemológica que le cuesta migrar y cruzar fronteras, sea China o cualquier otro lugar el mundo. Nunca puede haber otro Renacimiento, ni otro Holocausto, ni otra dinastía Zhou, ni otra Revolución Cultural. La posición de Meisser resulta entre las dos la más convincente, así la de Mittler aparente ser más políticamente correcta y ajustada a la moralidad del siglo xxi. Meisser en todo caso resalta que renunciar a la periodización particular de cada región del mundo para adaptar una categoría extranjera (pero atractiva) es una forma de sucumbir al creciente poder imperial occidental. Lo anterior tiene mucho sentido cuando se aplica a la China de comienzos del siglo xx, que implosionó con la caída de El Señor de los Diez Mil Años y así mismo renunció —o intentó renunciar, si es que eso se puede— a una tradición cultural milenaria.

Mittler finaliza su parte en la discusión diciendo que China sí tuvo r/Renacimiento, pero resalta que no es una postura exclusiva de ella: lo dijeron los mismos precursores chinos del Movimiento por la Nueva Cultura y ella solo se ha limitado a darle voz a un actor histórico. ¿Acaso el Renacimiento no se llama así justamente por sus mismos protagonistas italianos? Mittler explica que la apropiación del concepto dentro del contexto chino puede ser interpretada como una herramienta de emancipación, mas no de subyugación al poder establecido europeo. El mero acto de reconstruir el Renacimiento es un signo de su independencia de la Weltanschauung en la que surgió. Posiblemente, este Renacimiento fue el comienzo de una nueva época en la historia de China en el siglo xx, con cambios políticos y sociales tan hondos que han impactado a escala global.

Es un libro agradable de leer. Los autores no se cansan de describir su línea argumentativa una y otra vez, lo cual hace muy fácil ir y venir a través del texto. Cuando los autores debaten extensamente sobre puntos de choque, en nota a pie son mencionados los números de las páginas donde se pueden encontrar las tesis del interlocutor que se están refutando. El formato de diálogo aligera la lectura. En algunos momentos parece una conversación epistolar, tan grata como las obras de correspondencia entre intelectuales.

El libro de Meisser y Mittler es un buen comienzo para quien quiera hacer lecturas de la historia de manera transversal e interdisciplinar. Tiene el atractivo de proponer dos tesis diferentes sobre el mismo tema, en diálogo, que se tratan como iguales. Que el diálogo sea entre expertos en distintas materias enriquece sin duda la conversación y amplía posiciones que parecían ya completas y robustas de por sí. No es común hoy en día asistir a una conversación académica así, en la que las partes verdaderamente se escuchan. Hay que agradecerles haber reavivado el formato dialógico que tan larga y noble tradición ha tenido en la historia para el tratamiento de temas científicos, desde Platón hasta Galileo. También hay que agradecerles el haber reavivado el debate historiográfico y filosófico sobre el Renacimiento como categoría de interpretación histórica y sacudir con ello esos esquemas explicativos de la historia intelectual que la reducen a un flujo unidireccional de ideas que se reciben pasivamente allende los mares. Más publicaciones así se necesitan para poner en cuestión esas creencias que le han hecho daño a la comprensión de la historia y a la comprensión del presente político.

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