Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

Introducción dossier temático Emociones, movilización social y política

Julie Massal, Freddy Cante, David González

Introducción dossier temático Emociones, movilización social y política

Desafíos, vol. 31, núm. 2, 2019

Universidad del Rosario

Julie Massal

Universidad del Rosario, Colombia


Freddy Cante

Universidad del Rosario, Colombia


David González

Universidad del Rosario, Colombia


El presente número de la revista Desafíos ha destinado un generoso espacio a la construcción y publicación de un dossier conformado por ocho artículos de investigación y reflexión académica en torno al tema de las emociones como dimensión central para la comprensión de las dinámicas de la movilización social y política.

Como editores invitados para la confección de este dossier, consideramos que su introducción debe cumplir dos objetivos fundamentales: 1) contextualizar al lector acerca de algunas nociones y conceptos introducidos por la literatura existente para el estudio de las emociones en la movilización social y política; 2) evidenciar algunos debates transversales a los textos que se han incluido en el dossier, sin la pretensión de ser exhaustivos, o de ofrecer un resumen detallado de cada uno de los textos.

1. Algunas nociones y perspectivas sobre el estudio de las emociones en lo social y lo político

Para empezar, resulta necesario mencionar que existe una corriente de autores en la literatura sobre la acción colectiva y los movimientos sociales que han postulado la idea de que los seres humanos son entes movidos esencialmente por propensiones e incentivos (elección racional). Para filósofos como Jon Elster (1998), existe una trilogía de motivaciones humanas que son: a) la racionalidad centrada en intereses (ventajas económicas y extraeconómicas individuales y de grupos exclusivos); b) las emociones, que no son más que fallas de la racionalidad y suelen ser involuntarias e ir en contra de los intereses, y que además son móviles directos para la acción; y c) la razón, que supuestamente es desinteresada y desapasionada. Elster reconoce que una existencia sin emociones es una vida sin sentido, no obstante él está a favor de algún control o neutralización de emociones y de estados emotivos indeseables (como ciertas adicciones).

En consonancia con esta idea, Elster (2010) también ofrece un listado de rasgos que son comunes a los objetos agrupados bajo la categoría de las emociones, aclarando que no se trata de un conjunto de condiciones necesarias y suficientes, cuyo estricto cumplimiento determine la pertenencia de los estados mentales al concepto, puesto que para cada uno de los siguientes aspectos es posible hallar al menos un contraejemplo: a) antecedentes cognitivos, o creencias que anteceden y contribuyen a desencadenarlas; b) excitación fisiológica, pues junto con las emociones se producen reacciones corporales, como cambios en el pulso cardíaco, la temperatura corporal, la presión sanguínea, el ritmo de la respiración, etc.; c) expresiones fisiológicas, como la expresión facial, el tono de la voz y la postura corporal; d) tendencias a la acción, o impulsos hacia la ejecución de acciones específicas, así estas no lleguen a transformarse en comportamientos; e) objetos intencionales que constituyen el objetivo hacia el que la emoción se dirige; y, por último, f) la valencia, que, de acuerdo con Elster, “[…] constituye un término técnico para aludir a la dimensión dolorosa y placentera de las emociones, tal como las experimentamos” (p. 166).

Siguiendo esta misma línea de pensamiento, Roger Petersen (2011) se interesa por estudiar la manera en que los actores políticos intentan crear o usar las emociones presentes en el contexto para influenciar las acciones de otros desde la perspectiva de la teoría de juegos y las interacciones estratégicas entre los diferentes actores involucrados en diversos escenarios. Para este autor, las dimensiones más relevantes para estudiar el rol que las emociones cumplen en los conflictos son - a) los antecedentes cognitivos y - d) las tendencias a la acción, así como las relaciones de estas dos propiedades con tres tipos de mecanismos psicológicos.

Estos mecanismos aparecen vinculados al ciclo de acción planteado por la teoría de la elección racional, en el que la irrupción de las emociones incide en: 1) la jerarquización de las preferencias, en tanto actúan como un interruptor que motiva a los individuos a buscar la satisfacción de un deseo particular, en lugar de otros, convirtiendo a las emociones en un aspecto inseparable de la racionalidad, ya que incrementa la eficiencia y la precisión en la toma de decisiones; 2) el proceso de recolección de información, conduciendo a los individuos a enfocarse únicamente en la información que confirma o refuerza la emoción que están experimentando, e introduciendo un sesgo al ignorar la información que la contradice; y 3) la formación de las creencias, pues, aunque un individuo posea la misma información, puede llegar a generar creencias diferentes bajo el influjo de emociones distintas (Petersen, 2011, pp. 25-28).

Cabe anotar que, para Petersen (2011), el origen de las emociones es siempre cognitivo y estas ocurren cuando el pensamiento se corporiza debido a la intensidad con que se encuentra enlazado a la relevancia personal. Desde su perspectiva, existen varios rangos de posibles estrategias basadas en las emociones que pueden ser utilizadas por individuos y grupos, como, por ejemplo: “a) provocar las emociones de su propio grupo; b) impedir que afloren las emociones de su propio grupo; c) generar creencias sobre las emociones de un bando opuesto; d) provocar las emociones de un bando opuesto para utilizarlas en su contra […]” (Petersen, 2008, p. 142).

Otro ejemplo de esta concepción racionalista de las emociones resulta evidente en la argumentación de quienes asumen que el interés es una búsqueda de ventajas económicas (materiales y pecuniarias) y de preeminencias extraeconómicas, obediente al frío y ordenado cálculo de la escogencia racional. Sin embargo, a partir del seminal trabajo de Albert Hirschman (1977), se puede esgrimir que, en realidad, el interés es pasional. El interés, históricamente, y en los albores del capitalismo, ha sido identificado como la desenfrenada codicia y amor inaplazable al dinero (poder adquisitivo).

No obstante, avanzando un poco más allá de los estrechos márgenes que para el estudio de las emociones plantean perspectivas como las del actor racional, o la teoría de juegos, autores como James Jasper (1997) han reaccionado ante esta larga tradición racionalista arraigada en la filosofía, la psicología y, en general, en el sentido común, para la que las emociones están más allá del control de quienes las experimentan, en un reduccionismo simple que las equipara con los síntomas corporales a través de los cuales se manifiestan. Desde este punto de vista, “pasiones” como la ira o la envidia obstaculizan nuestras más sabias intenciones e impiden los comportamientos racionales, de la misma forma como lo harían el vértigo, las náuseas o la fatiga (p. 109).

Muy por el contrario, para este autor, las emociones hacen parte del proceso mismo de la acción racional y no se oponen a este como una exterioridad. Más que un simple grupo de sensaciones corporales, las emociones son “[…] acciones o estados de la mente que tienen sentido únicamente en circunstancias particulares” (Jasper, 1997, p. 109). Siguiendo a James Averill, Jasper destaca que, al igual que los procesos cognitivos y los valores morales, las emociones son construidas socialmente, por cuanto se trata de “roles sociales transitorios”, es decir, conjuntos de respuestas socialmente prescritas que deben ser seguidas por cualquier persona en una situación determinada, obedeciendo a ciertas normas sociales o expectativas compartidas acerca del comportamiento apropiado en cada una de ellas (1997, p. 109).

De acuerdo con Jasper, la relación entre emociones e irracionalidad solo es posible si asumimos que las primeras, concebidas como pasiones momentáneas, nos conducen a hacer cosas que normalmente no haríamos, o que realmente no queríamos hacer. No obstante, incluso las emociones más fugaces se encuentran “[…] firmemente enraizadas en creencias morales y cognitivas que son más estables” (1997, p. 113). Es más, argumenta Jasper, antes que subvertir el logro de nuestras metas, las emociones nos permiten definir nuestros fines, así como motivar nuestras acciones para alcanzarlos. En este sentido, las decisiones equivocadas que afectan estratégicamente a un actor tienen una fuente tan cognitiva como emocional.

Para Jasper, las emociones son nuestras posiciones y reacciones frente al mundo que nos rodea, y expresan la manera en que este nos implica o nos involucra. Están compuestas de elementos cognitivos y fisiológicos, “[…] son, hasta cierto punto, evaluaciones cognitivas, pero se presentan típicamente con componentes fisiológicos porque algo hace la diferencia frente a nuestra satisfacción y prosperidad” (2007, p. 80).

Desde este punto de vista, las emociones son concebidas como un constructo cultural o social (Goodwin, et al., 2001). Inspirada en el trabajo de Arlie Hoschild, esta tradición, que surge como alternativa al racionalismo extremo, se enfoca en “[…] las reglas sociales que regulan la expresión de los sentimientos, el manejo de las emociones por el individuo o por quienes le rodean, así como por la evaluación social de las emociones” (Goodwin, et al., 2001, p. 12).

Desde el punto de vista de Jeff Goodwin y sus colegas (2001), la mayor parte de las emociones que son relevantes para el estudio de la política y la movilización social pueden ser estudiadas a través de las mismas herramientas que otros significados y constructos culturales que tienen una mayor carga cognitiva, puesto que comparten con estos buena parte de sus elementos constitutivos y, en últimas, “[...] las cogniciones se presentan típicamente mezcladas con las emociones y resultan significativas o poderosas para las personas precisamente por esta razón” (p. 15).

Para finalizar esta sección, y con el fin de ofrecer al lector un poco más de claridad frente a algunos de los términos con que se topará en los textos que conforman el dossier, consideramos útil introducir la distinción propuesta por Deborah Gould (2009) entre las nociones de afectos, emociones y sentimientos.

En términos generales, para esta autora, el afecto (affect) es la parte corporal, sensorial, no consciente e inarticulada de la experiencia vivida (Gould, 2009, p. 20); es pura energía, un conjunto de sensaciones bastante complejo y variado, del cual la emoción es la expresión codificada a través del lenguaje. La emoción (emotion), por lo tanto, es la evaluación consciente de lo que estamos experimentando, para la cual recurrimos a la cultura: los conocimientos que poseemos, los hábitos, las experiencias previas, así como los significantes existentes en el lenguaje (Gould, 2009, p. 21). Esta expresión articulada del afecto a través de la emoción es, sin embargo, incompleta, puesto que nunca puede llegar a dar cuenta de los matices y complejidades de la experiencia sensorial.

La idea propuesta por Gould es que el afecto es potencia y movimiento puro, y esto le permite desplazarse libremente en formas no predeterminadas y, por lo tanto, puede ser usado, dirigido y movilizado de diversas maneras. La emoción, por otra parte, es una captura de este afecto que lo fija parcialmente, disminuyendo ese potencial y canalizándolo en una forma determinada (Gould, 2009, p. 21).

Finalmente, los sentimientos (feelings), en la terminología de Gould, encapsulan a ambos, a la totalidad del fenómeno, pues el término alude tanto a la parte corporal de la sensibilidad como a la convencionalidad de la experiencia emocional en la cultura (2009, p. 22).

2. Debates transversales a las contribuciones que se incluyen en el dossier

En este apartado, resaltaremos algunos aportes complementarios del dossier en torno al rol de las emociones en la movilización social y diversas dimensiones políticas, con un énfasis en las dinámicas internas de la protesta vistas desde la perspectiva emocional. Los trabajos están enfocados en movilizaciones sociales que han tenido lugar en América Latina, particularmente en Argentina, México, Colombia y Chile, ahondando en sus diversas aristas y procesos (desde los inicios de una acción colectiva hasta los impactos de las emociones en los participantes mismos), pero también van desde el estudio de la política local y el mantenimiento de una red clientelar, pasando por un proceso de consulta ‘participativa’ con los pueblos indígenas, hasta el desarrollo de metodologías de trabajo psicosocial orientadas a la construcción colectiva de resiliencia en mujeres víctimas de violencia. No pretendemos aquí discutir en detalle o mucho menos resumir cada texto, pues cada cual tiene sus propias riquezas, sino más bien evidenciar algunos debates transversales planteados por los diversos casos propuestos en el dossier, sin ser exhaustivos de ningún modo. Todos aquellos procesos políticos ofrecen diversos campos de reflexión, los cuales sintetizamos aquí en dos enfoques, de la manera más didáctica posible, aunque los textos aportan insumos en varios debates entremezclados: por un lado, las emociones en la dinámica interna de protesta y, por otro, el rol de las emociones en la relación que existe entre el actor movilizado y su entorno, particularmente frente a la represión.

2.1. El rol de las emociones en organizar y mantener una protesta

A través de los trabajos presentados, vemos cómo las emociones se despliegan en cada etapa de la movilización y repercuten en sus diferentes dinámicas. En este enfoque, el primer aporte por rescatar tiene que ver con el rol del arte (teatro, música, performances artísticos) en la movilización, sea para estimularla, sea para expresar reivindicaciones, sea para generar simpatía en nuevos públicos o reforzar lazos entre los simpatizantes movilizados, o para expresarse frente a un entorno hostil o indiferente (sobre este último aspecto volveremos más adelante). De ese modo, el texto de Capasso examina el uso de los murales pintados por los actores de un barrio en la conformación y organización de una asamblea vecinal en La Plata (Argentina), en reacción a la inundación del 2 de abril de 2013. Se muestra cómo el uso de esa práctica artística adquiere paulatinamente un rol relevante en el repertorio de acciones de la asamblea vecinal, y cómo se propicia, en medio de esta actividad, el surgimiento de lazos nuevos entre ‘vecinos’ que antes de la movilización se desconocían, hubiesen sido o no afectados por la inundación. Por su parte, Granados evidencia el rol significativo del uso de la música y consignas sonoras en las marchas y actos de protesta en México, por medio del estudio etnográfico de once eventos entre 2015 y 2018, lo que pone de relieve un estrecho vínculo entre procesos emocionales y discursos cognitivos (en vez de oponer razón y emoción, como ha sido la tradición). En ambos casos, los autores evidencian también el abanico de emociones presentes, tanto “positivas”/movilizadoras como “negativas”/desmovilizadoras, pero cuestionan esta dicotomía en tanto ciertas emociones “negativas” (la ira, el miedo) también pueden estimular la movilización. Poma y Gravante, en su texto (resaltado con mayor detalle más adelante), concluyen así sobre la necesidad de “enfatizar la importancia de analizar distintas tipologías de emociones y sus efectos, […] un llamado a desarrollar más investigaciones empíricas que puedan aclarar la relación entre emociones y cambio social, desde diferentes disciplinas y perspectivas analíticas, y también en diferentes culturas”.

Todos los autores señalan así mismo que el impacto de una acción de protesta no se puede examinar aislando las emociones unas de otras, sino analizando su respectiva combinación en cada situación específica, algo que ya había planteado Jasper en diversos trabajos. El examen de las emociones no se puede reducir a identificar emociones aisladas unas de otras, sino que se examinan conjuntamente varias emociones sucesivas o simultáneas, que también repercutan entre sí, en diferentes momentos de movilización. Igualmente, no hay de por sí emociones movilizadoras o desmovilizadoras, sino que su impacto depende del contexto propio de cada movilización. Estas son algunas de las conclusiones más llamativas de estos autores, en consonancia con la literatura existente sobre el tema (cada texto aporta en ese sentido una extensa bibliografía propia para profundizar en estos debates).

El segundo aporte más destacado en este enfoque tiene que ver con el impacto de las emociones en los propios participantes, bien sea en sus motivos para movilizarse en determinada situación, incluso superando prejuicios o ideas opuestas a la acción (vista a veces como poco útil o poco eficiente), como también en las trayectorias de movilización y cambios de vida individuales o colectivos entre los participantes en un evento de protesta puntual o más duradero. En este sentido, se destaca el valioso aporte de Poma y Gravante, quienes analizan la conformación del colectivo de mujeres, explícitamente nombrado ‘Mujer Nueva’, en Oaxaca (México), después de una protesta fallida en 2006 contra un poder local; ese colectivo se constituye en reacción a otros actores sociales o políticos con los cuales las participantes no se sienten identificadas o a gusto. Este estudio de caso les permite plantear una reflexión en torno a las trayectorias e impactos biográficos de la movilización en las participantes de diferentes generaciones. Los autores muestran cómo diversas emociones interfieren en el paso a la acción, en su continuidad, en su interrupción o desgaste, pero también en cambios de autopercepción individual como “persona” o “mujer” entre las involucradas, a la vez que cambian la definición de su identidad a nivel colectivo, respecto tanto a otras mujeres (de categorías sociales distintas) como a actores sindicales o políticos más tradicionales. Así, los autores evidencian una variedad de cambios individuales y colectivos de percepción sobre la movilización social en general y la suya en particular, que se relaciona con un conjunto de emociones mezcladas en diferentes momentos de la protesta. Esto es útil contrastarlo con los planteamientos de Doug McAdam (1986), en el caso de las protestas de los años 1960 en Estados Unidos, respecto a los impactos de una movilización de alto riesgo sobre los participantes involucrados, pues se evidencia el rol de experiencias previas de movilización que McAdam considera como un requisito esencial de la toma de riesgos. Algo que no queda tan explícito o generalizable en el texto de Poma y Gravante, pues algunas mujeres movilizadas no tenían mayor experiencia, pero el texto no enfoca la acción riesgosa como tal, sino más bien la construcción de identidad colectiva con base en emociones y vivencias compartidas. McAdam, por su parte, no analizaba explícitamente la variable emocional en la toma de riesgos. Pese a estos enfoques distintos, esos autores aportan a la comprensión de las trayectorias de movilización y al análisis de los impactos biográficos de las emociones.

2.2. El rol de las emociones en la relación con el entorno, frente a la represión

El rol de las emociones no solo es importante a nivel interno de los actores sociales en los procesos de movilización. También es necesario examinar qué emociones se convocan o se expresan en las relaciones entre el actor movilizado y su entorno, esto es, sus interlocutores o sus públicos y contrapúblicos potenciales (Flam y King, 2005). Sin detallar aquí todos los aspectos de estas relaciones, se enfocan diversos aportes del dossier en esta temática.

Se evidencia, en primer lugar, un punto común a diversos artículos del dossier, bien sea que estén enfocados en el uso de emociones en redes clientelares (Luján) o en actos de protestas puntuales y procesos de movilización más duraderos (Capasso, Massal, Montoni, Poma y Gravante): ese punto común es el peso de los vínculos de amistad y de cercanía afectiva. Como ya se mencionó, Luján examina el rol de las emociones en relaciones clientelares de interés mutuo, con un énfasis en “redes de amistad” tejidas por los “receptores” de la ayuda, pero también mostrando las emociones expresadas como la expectativa de un grado de “exclusividad”, más o menos explícita, de parte de los políticos que otorgan favores a sus allegados. También se evidencia cómo esas emociones “afectivas” sirven para evitar conflictos o apaciguarlos en medio de esas relaciones clientelares que no se mueven por un mero interés. Pero también podemos rastrear cómo esas redes de amistad operan en procesos de protesta, específicamente para reclutar o para reforzar vínculos, como en el caso de la “juventud popular” chilena analizada por Montoni, quien también examina cómo se heredan (o no) emociones en el núcleo familiar, respecto al hecho de protestar o incluso hacerlo de manera riesgosa. Las relaciones cercanas, familiares, amistosas o “vecinales”, o más bien las emociones que se desprenden de ellas, juegan entonces un papel en la socialización política y la toma de consciencia sobre la utilidad, la eficacia o la pertinencia de la movilización, o en el fomentar la identidad colectiva del grupo, tal como lo evidencian Poma y Gravante en el caso del colectivo de mujeres en México. En este último caso, adicionalmente, las mujeres promueven una igualdad entre las participantes, en términos de habilidad para expresarse y proponer ideas, mientras que en la asamblea vecinal de La Plata en Argentina los actores buscan más bien promover líderes más “aptos” o “capacitados” para lograr una interlocución con los poderes locales. Aunque este punto no se relacione solo con las emociones y las relaciones cercanas, sí es un aspecto que amerita una mayor profundización en esta reflexión.

El segundo aporte destacable es el tema de la relación entre emociones y toma de riesgos frente a diferentes respuestas represivas o estigmatizadoras del poder y de la sociedad. En ese sentido, los artículos de Montoni y Massal evidencian diferentes respuestas emocionales y estratégicas a la vez en casos de movilización diversos. Sea en una movilización radical (o en proceso de radicalización), o en un acto de protesta menos contenciosa, el riesgo está presente, en mayor o menor grado según el contexto sociohistórico, nacional o local de movilización. El riesgo será enfrentado de modo diferente, en un mismo contexto o en contextos distintos, por cada actor social, según su propia trayectoria y sus propias experiencias de movilización anterior, lo cual también se relaciona con el tema de las trayectorias individuales o colectivas que pueden propiciar o desincentivar la toma de riesgos. Montoni señala que, en ciertos grupos sociales, el miedo de una generación que ha enfrentado la dictadura de Pinochet en Chile no necesariamente se transmite a la generación posterior, que no ha vivido dicho contexto y toma de nuevo algunos riesgos, por motivos en los que el autor indaga con el estudio de los relatos de vida. También muestra el autor que el riesgo que conlleva la protesta se neutraliza o se atenúa cuando la movilización se amplía o se masifica, como en las marchas estudiantiles de 2011 en ese país. En cambio, Massal indica que los riesgos propios del contexto colombiano, incluso en el momento de posacuerdo de paz, han podido incentivar a los actores a adoptar formas de protesta no explícitamente contenciosas, sin que el riesgo disminuya por ello, lo cual implica en ocasiones que el manejo del riesgo se enfrente con estrategias colectivas de movilización más “restringidas” o menos visibles o desafiantes. En los diversos casos evocados en estos dos textos, los autores resaltan entonces que la manera de enfrentar el riesgo, y, por ende, de superar el miedo presente entre los actores movilizados, lleva a adoptar estrategias distintas según el contexto y la trayectoria de cada actor, adaptándolas a la naturaleza propia del riesgo, específicamente frente a la respuesta represiva, de distinta índole de acuerdo con el actor que la implementa. Esta diversidad estratégica se debe a que, una vez más, el miedo no es la única emoción presente, sino que se mezcla con otras, la ira o el orgullo por ejemplo, que conllevan respuestas propias según la experiencia colectiva y la vivencia individual de los participantes en actos de protesta más o menos duraderos. Poma y Gravante sugieren, en ese sentido, que las vivencias familiares de las mujeres, que pueden ir “en contra” del hecho de expresar ira o de desafiar cierto orden social, se superan, al menos en parte, gracias a las redes de amistad y de cercanía vigentes dentro del Colectivo Mujer Nueva.

Finalmente, un tercer aporte, aunque no inédito, de los artículos del dossier es el hecho de que las emociones son una parte fundamental y de cierto modo instrumental —en tanto recurso de movilización— de una estrategia de confrontación con el poder o los interlocutores oficiales. En su expresión y visibilidad hacia fuera del movimiento o del grupo social, las emociones se usan para lograr respuestas tanto de parte de los interlocutores (como poder ser escuchados, al menos, ser tomados en cuenta, lograr cambios concretos) como de diversos “públicos y contrapúblicos”, en particular hacia simpatizantes que se apunta a (re)movilizar y a mantener comprometidos en el tiempo, y hacia oponentes o indiferentes que se busca ganar a la causa o por lo menos a neutralizar.

Pero no solo en la protesta como tal operan emociones muy diversas, sino también en procesos de “democracia participativa”. Spoerer evidencia el desarrollo y desenlace de una consulta promovida por el gobierno chileno para reglamentar el Convenio 169 de la oit con representantes de los pueblos indígenas, “invitados” a expresarse en un proceso en extremo formalizado y poco propicio a sus propios conceptos y rituales de expresión. Se muestra cómo algunas emociones son censuradas o inhibidas por el mismo proceso de consulta, y la respuesta adaptativa de los representantes indígenas, no exenta de ambivalencia instrumental. Capasso, por su parte, en su estudio de la relación de la asamblea vecinal con los poderes locales en La Plata, evidencia una diversidad de emociones expresadas o visibilizadas a través de los murales pintados en el barrio afectado por la inundación, pero también otras que son prohibidas, calladas, o “suavizadas”, según las diferentes etapas de la protesta y los objetivos propios de los actores. Por ende, las emociones menos visibles, desincentivadas o menos expresadas son igualmente importantes de rastrear en el examen de las estrategias de movilización, sea porque revelan algo oculto de las dinámicas internas de la movilización, o porque reflejan una adapta­ción a un entorno hostil o indiferente.

Esta última cuestión nos ofrece un punto de enlace con el aporte de Peltier-Bonneau y Szwarcberg, que gira en torno a las estrategias de resiliencia individual y colectiva de las mujeres que han sido víctimas de diversos tipos de violencia en el contexto del conflicto colombiano, entendiendo por resiliencia “[…] la capacidad de las mujeres objeto del análisis de adaptarse y superar los impactos sufridos, que en nuestro caso afectan su integridad física y moral, así como su dignidad”. En su análisis de la participación de mujeres en dos procesos de perdón y reconciliación propuestos por la Fundación para la Reconciliación, las autoras destacan el rol fundamental de la expresión de experiencias y emociones traumáticas mediante una metodología de construcción de narrativas colectivas intersubjetivas, que ayudan a las mujeres que participan en el proceso a complementar los mecanismos de resiliencia individual que han adoptado para hacer frente a una realidad cotidiana que les resulta dolorosa, pero que generalmente conducen a un aislamiento en su mundo interior y al silencio. La construcción de estas narrativas apunta a la resiliencia colectiva, caracterizada porque “las mujeres no solo aceptan su situación, sino que entienden que su discurso tiene un poder transformador en sus condiciones reales de vida”, y tiene lugar en espacios caracterizados por la confianza entre las participantes y facilitadores, en los que la narración de los recuerdos y emociones de las mujeres involucra también una reflexión en torno al cuerpo como medio para la expresión y representación de sí mismas, al tiempo que un lugar para la reconciliación consigo mismas.

Estos últimos aportes nos recuerdan la compleja relación entre emoción y estrategia. Algo similar ocurría en el debate sobre la búsqueda de la identidad colectiva, orientando una estrategia de consolidación interna como prioritaria versus una estrategia más pragmática enfocada en lograr cambios de parte del poder, a veces en detrimento de la cohesión interna (Cohen, 1985). El enfoque emocional puede ayudar a replantear, y tal vez superar, semejante antagonismo. ¿Es la emoción un objetivo en sí que buscan los actores movilizados?; ¿es un objetivo estratégico de por sí el generar emociones entre los participantes, o es la emoción compartida, como el placer de estar juntos en la acción, un beneficio implícito o explícito pero no “buscado” como tal?; ¿es esa emoción compartida un recurso de movilización más, entre varios otros, o, al contrario, es más determinante el factor emocional que otros recursos “cognitivos”?; o bien ¿lo emocional se mezcla intrínsecamente con los discursos? Es lo que plantea Granados: “Estas conceptualizaciones colocan al sonido y las emociones en el repertorio de los recursos expresivos, estéticos y corporales que contribuyen a los distintos propósitos de la movilización, desde los abiertamente políticos, como la delimitación de antagonistas y la expresión del programa de lucha, hasta los predominantemente culturales, como la construcción pública de la identidad y la externalización de las orientaciones culturales del movimiento”.

Las preguntas planteadas siguen vigentes y tienen toda su pertinencia. Esperamos que los casos mencionados en el presente dossier aporten al lector algunos valiosos insumos complementarios para responderlas.

Referencias

Cohen, J. (1985). Strategy or identity: new theoretical paradigms and contemporary social movements. Social Research, 52(4), 663-716.

Elster, J. (1998). Emotions and economic theory. Journal of Economic Literature, 36(1), 47-74.

Elster, J. (2010). La explicación del comportamiento social. Más tuercas y tornillos para las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa.

Flam, H., & King, D. (Eds.). (2005). Emotions and social movements. Nueva York: Routledge.

Goodwin, J., Jasper, J., & Polletta, F. (2001). Introduction: why emotions matter. En J. Goodwin et al. (Eds.), Passionate politics: emotions and social movements (pp. 1-24). Chicago: The University of Chicago Press.

Gould, D. (2009). Moving politics. Emotion and ACT UP’s fight against AIDS. Chicago: The University of Chicago Press.

Hirschman, A. (1977). The passions and the interests. Political arguments for capitalism before its triumph. Nueva Jersey: Princeton University Press.

Jasper, J. (1997). The art of moral protest: culture, biography and creativity in social movements. Chicago: The University of Chicago Press.

Jasper, J. (2007). Cultural approaches in the sociology of social movements. En B. Klandermans & C. Roggeband (Eds.), Handbook of social movements across disciplines (pp. 59-109). Nueva York: Springer.

McAdam, D. (1986). Recruitment to high-risk activism: the case of Freedom Summer. American Journal of Sociology, 92(1), 64-90.

Petersen, R. (2008). Uso estratégico de las emociones en los conflictos. Emociones e intereses en la reconstrucción de Estados multiétnicos. En F. Cante (Ed.), Argumentación, negociación y acuerdos (pp. 131-162). Bogotá: Universidad del Rosario.

Petersen, R. (2011). Western intervention in the Balkans. The strategic use of emotion in conflict. Nueva York: Cambridge University Press.

Descarga
PDF
ePUB
Herramientas
Cómo citar
APA
ISO 690-2
Harvard
Fuente
Secciones
Contexto
Descargar
Todas