Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

La política de la familiaridad. Hacia una etnografía política de las prácticas afectivas

The Policy of Familiarity. Towards a Political Ethnography of Affective Practices

A política da familiaridade. Para uma etnografia política das práticas afetivas

David Luján Verón

La política de la familiaridad. Hacia una etnografía política de las prácticas afectivas

Desafíos, vol. 31, núm. 2, 2019

Universidad del Rosario

David Luján Verón *

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México


Recibido: 30 Septiembre 2018

Aceptado: 22 Febrero 2019

Información adicional

Para citar este artículo: Luján Verón, D. (2019). La política de la familiaridad. Hacia una etnografía política de las prácticas afectivas. Desafíos, 31(2), 97-131. Doi: https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.7292

Resumen: En este artículo se vinculan algunas contribuciones de la antropología del estado y el clientelismo para iluminar la dimensión afectiva de las relaciones clientelares entre políticos profesionales, burócratas, dirigentes vecinales y vecinos, en un contexto local chileno. La tesis principal invita a categorizar sus prácticas como una ‘política de la familiaridad’, donde se invoca el conocimiento mutuo, confianza y emociones, para generar correspondencia e inhibir la diferencia así como el conflicto. Esta aproximación, se dirá, permite observar más fina y adecuadamente el entramado de relaciones sociales en juego. Las conclusiones, a manera de cierre, animan a otorgar centralidad a las emociones en el estudio de las relaciones políticas en general y las relaciones clientelares en particular despojándose de prejuicios racionalistas e individualistas.

Palabras clave emociones, estado, clientelismo, municipios, Chile.

Abstract: In this article, some contributions from the anthropology of the state and clientelism are linked to illuminate the affective dimension of client relationships between professional politicians, bureaucrats, neighborhood leaders, and neighbors in a local Chilean context. The main thesis categorizes their practices as a ‘familiarity policy’, through which mutual knowledge, trust and emotions are invoked to generate concord, and inhibit disagreement and conflict. This approach allows us to observe the network of social relations in play in a more granular and adequate fashion. Conclusions encourage placing emotions at center stage in the study of political relations in general and clientelistic relations in particular, stripping it of rationalist and individualist prejudices.

Keywords: Emotions, state, clientelism, municipalities, Chile.

Resumo: Neste artigo vinculam-se algumas contribuições da antropologia do estado e o clientelismo para iluminar a dimensão afetiva das relações clientelares entre políticos profissionais, burocratas, dirigentes vizinhais e vizinhos, em um contexto local chileno. A tese principal convida a categorizar suas prá­ticas como uma ‘política da familiaridade’, onde invoca-se o conhecimento mútuo, confiança e emoções, para gerar correspondência e inibir a diferença e o conflito. Esta aproximação, dir-se-á, permite observar mais fina e adequadamente o emaranhado de relações sociais em jogo. As conclusões, para encerrar, animam a outorgar centralidade às emoções no estudo das relações políticas em geral e as relações clientelistas em particular despojando-se de prejuízos racionalistas e individualistas.

Palavras-chave: emoções, estado, clientelismo, municípios, Chile.

Introducción 1

El objetivo de este artículo refiere a rescatar algunos aportes de la antropología del estado y el clientelismo para iluminar la dimensión afectiva de las relaciones clientelares en un contexto local chileno, tomado como estudio de caso para realizar generalizaciones teóricas o analíticas (Becker, 2017; Yin, 2009). Dentro de la metodología cualitativa, estos autores han señalado acertadamente que la generalización por establecerse desde este enfoque, basada en un número reducido de casos, no es estadística, es decir, guiada por un criterio de representatividad a partir de un muestreo. Antes bien, los casos sirven para ganar en el entendimiento de un fenómeno y aceptar, extender o refutar teorías, asunto que a la postre permitiría reenfocar futuros estudios. En esta sintonía, aquí buscamos refinar nuestra comprensión de la dimensión afectiva de las relaciones clientelares y con ello mejorar nuestras teorías sobre la constitución cotidiana del estado, 2 el poder y el clientelismo.

Los resultados de investigación que aquí se presentan forman parte una investigación doctoral recién concluida conducente a obtener el grado de Doctor en Ciencia Social con Especialidad en Sociología por El Colegio de México. La tesis versó sobre la relación entre clientelismo, poder y construcción cotidiana de estado en una comuna 3 chilena cuyo nombre omitiremos para salvaguardar la identidad de nuestros informantes y que llamaremos aquí Avellaneda. Por esta razón, también modificamos los nombres de políticos profesionales y dirigentes vecinales que citaremos posteriormente. 4

El trabajo de campo fue desarrollado en el período junio de 2016-enero de 2017, y consistió en tres fases. En primera instancia, un período de exploración de los actores y escenarios relevantes en la constitución de redes clientelares. Aquí se realizaron entrevistas no estructuradas y semiestructuradas a dirigentes de organizaciones vecinales 5 y otros espacios de representación de intereses locales (Consejo Comunal de Organizaciones de la Sociedad Civil, 6 movimientos sociales), concejales, 7 burócratas, 8 consejeros regionales 9 y vecinos de la comuna, durante un mes.

En segundo lugar, hicimos uso de la etnografía política para registrar las interacciones entre algunos concejales con la población local, en distintos escenarios (sus oficinas de atención a público, 10 visitas ‘a terreno’, 11 campañas políticas). De esta manera, durante dos meses, acompañamos a los concejales Ramón, de la Democracia Cristiana (DC), y Óscar, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), en sus actividades políticas cotidianas. 12 En esta etapa se buscó contactar a dirigentes con relaciones cercanas con tales actores (es decir, que tenían contactos continuados con ellos y de quienes recibían favores e intermediación política) para entrevistarlos posteriormente.

En una tercera etapa, se entrevistaron (de preferencia, más de una vez) a aquellos dirigentes que conocimos a través de Ramón y Óscar, buscando explorar la forma en que reconstruían algunos episodios de contacto con políticos y burócratas, trayectoria de vida, así como expectativas, creencias y aspiraciones en torno a la política y el estado, durante tres meses. Esto fue complementado con una cuarta etapa, de un mes, en la que buscamos contextualizar los hallazgos precedentes entrevistando de nuevo a actores políticos y sociales de la primera etapa en campo, así como otros que, por lo menos discursivamente, tenían una postura crítica frente a los contactos entre concejales y vecinos en los que se intercambiaban favores. Algunos de ellos se enlazaban a movimientos sociales y afirmaban perseguir una política más contestataria y colectiva, lo cual sirvió para contrastar distintas formas de vivir la política en Avellaneda. En total, se efectuaron 58 entrevistas a dirigentes vecinales, en dos ocasiones (en total 116), más algunas contextuales.

La elección de la comuna respondió a que posee índices de pobreza acentuados, además de una larga historia de ‘clientelismo’, de acuerdo con la prensa local, en el sentido de que varios alcaldes, por largo tiempo, habían conseguido numerosos ‘fieles’ sobre la base de circulaciones de favores y regalos. Estos elementos (pobreza urbana e intercambio de ‘cosas’ entre ciudadanos y políticos) comúnmente asociados al ‘clientelismo’ acercaban a Avellaneda a un caso ‘típico’ de la expresión de este fenómeno, pues comparte algunos de sus atributos básicos y cuyas conclusiones podrían ayudarnos a comprender otros casos (Yin, 2009). Adicionalmente, la mayor parte de estudios sobre clientelismo en Chile se centra en la capital Santiago, por lo que se necesitan estudios en otros contextos para comprender más finamente el fenómeno.

El ensayo se divide en cuatro partes. Primero, abrimos con un debate teórico sobre el papel de las emociones en la antropología del estado y el clientelismo. En una segunda parte, que se divide en tres subapartados, anotamos algunos hallazgos de campo en la comuna de Avellaneda referidos a la dimensión afectiva de las relaciones clientelares. En una tercera, reconstruimos los aportes precedentes para dialogar con la literatura de referencia y realizar una generalización analítica o teórica que se sintetiza en la apuesta por usar el concepto ‘política de la familiaridad’, para categorizar la subjetividad y prácticas políticas tejidas entre clientes, mediadores y autoridades burocráticas/partidarias. Las conclusiones, a manera de cierre, animan a otorgar centralidad a las emociones en el estudio de las relaciones políticas en general y las relaciones clientelares en particular.

El estatus de las emociones en algunas teorías sobre el estado y el clientelismo

La dimensión emocional de los lazos sociopolíticos no ha tenido, dentro de los debates que abrevan del liberalismo y racionalismo en ciencias sociales, un lugar analítico privilegiado. Ello es así porque, en sus versiones más individualistas, se ha pensado que son los intereses, supuestamente anclados a la defensa de principios de vinculación universalistas, los que deberían orientar nuestras deliberaciones en política (Rawls, 1979; Habermas, 1998). Las emociones, según este punto de vista, se asocian a procesos de identificación colectiva o pertenencia que obnubilan nuestra capacidad de evaluar objetivos ‘desde lejos’ (Rawls, 1979, p. 33).

El liberalismo, así, sigue permeando algunos de los supuestos para analizar la representación, ciudadanía y democracia en nuestras sociedades, como que la desvinculación afectiva caracteriza nuestras ‘modernas’ sociedades democráticas, que ella favorece la autonomía política necesaria para defender intereses frente al estado o las élites, o que los derechos de ciudadanía se definen universalmente (Orjuela, 2003; Oxhorn, 2014). Como vemos, aquí pervive cierto tufo evolucionista bien divisado por Chantal Mouffe: “El error del racionalismo liberal es ignorar la dimensión afectiva movilizada por las identificaciones colectivas, e imaginar que aquellas ‘pasiones’ supuestamente arcaicas están destinadas a desaparecer con el avance del individualismo y el progreso de la racionalidad” (2007, p. 13).

Si para este marco de literatura las emociones son analíticamente irrelevantes u oscurecen nuestras facultades de razón, otras posturas han señalado que la política moderna (es decir, aquella que incorpora a las masas) es, fundamentalmente, una cuestión generada en las relaciones sociales (y no en un individuo autónomo como lo supone el liberalismo), y constituida por sentimientos. No obstante, estos se conciben negativos, es decir, contrarios al interés personal, así como a las capacidades de raciocinio y deliberación. Puesto que permanecen ocultos a la razón, se sigue de este enfoque, se prestan a la dominación de un líder (Le Bon, 2000; Schumpeter, 1983).

¿Qué hacer frente a estas visiones normativas que oscurecen, más que ayudan a entender, el papel de los afectos en las relaciones políticas? A partir de ahora, echaremos mano de algunas teorías sobre el estado y el clientelismo que abordan los afectos desde una mirada cualitativa, lo cual nos servirá de preámbulo para la exposición posterior de los hallazgos de campo.

La antropología del estado, a diferencia de las corrientes aquí mostradas, destaca la centralidad de los afectos en la constitución cotidiana del estado. Por principio de cuentas, este enfoque ha criticado que se estudie al estado como un ente autocontenido por barreras institucionales o geográficas, sede de la soberanía, con un proyecto unificado de dominación y externo a los sujetos que ‘gobierna’. Antes bien, señala, conviene analizar “los múltiples sitios en los cuales los procesos del estado y sus prácticas son reconocibles a través de sus efectos” (Trouillot, 2001, p. 126). Según este punto de vista, el desenvolvimiento del poder y la materialidad del estado toman forma de manera abierta, precaria y sujeta a distintas negociaciones e interpretaciones.

Analizar los efectos del estado, como aquí se nos aconseja, significa colocar el foco de atención en creencias, prácticas y representaciones sobre las que se vive su intervención (Bouchard, 2011). Estas experiencias, de nuevo, resultan mixtas y heterogéneas, con consecuencias no buscadas por los escenarios centrales de toma de decisiones (Agudo, 2015), y vinculadas a distintos niveles de ejercicio del poder estatal y culturas políticas (Corrigan, 2002; Gupta, 2015). Metodológicamente, esta preocupación ha conducido a utilizar, principalmente, la etnografía y el estudio de las interacciones entre burocracias, políticos profesionales y población local. 13

En esta literatura, también se han explorado algunos vínculos entre emociones y estado. Laszczkowski y Reeves (2015), por ejemplo, hablan de “estados afectivos”, para “cubrir un rango de afectos, sentimientos y emociones hacia y acerca del ‘estado’ y sus agentes, y explorar cómo aquellos contribuyen a la emergencia, transformación, estabilidad o erosión del estado” (Laszczkowski & Reeves, 2015, p. 2). También los conceptos de ‘gobernanza emotiva’ o ‘cultura política de la emoción’, a modo de ilustración, buscan desentrañar el papel político de la movilización de afectos, es decir, su uso en discursos y prácticas que enlazan subjetividades y procesos de construcción de estado (Athanasiou, et al., 2008).

En el mismo registro discursivo, Navaro-Yashin (2006) y Schwenkel (2015) apuestan por estudiar la administración burocrática como un espectro de afecto, un dominio emotivo. Estos desarrollos sugieren que el estado no funciona a la manera weberiana, esto es, como un ente impersonal cuyas fuentes de legitimidad se encuentran en la dominación legal-racional y que ha sido profusamente popularizado en las ciencias sociales a través de las teorías de la modernización, sino como uno cuyo acceso se dirime en recursos que evocan la cercanía, conocimiento mutuo y emociones, entre actores burocráticos y ciudadanía. Así, algunos antropólogos del estado han señalado cómo el estado es representado en la población local como una máquina generadora de esperanzas, una especie de receptáculo sin límites a la expresión de deseos que moviliza imaginarios y aspiraciones que lo fetichizan como un agente provisor de beneficios y mistifican el rol del intermediario político como aquel necesario para acceder al estado y la representación política (Nuijten, 2003; Montoya, 2015).

Las emociones dentro del estudio del clientelismo, por otro lado, no tienen lugar, por lo menos en aquellos enfoques que, desde la ciencia política, estudian este fenómeno como transacciones económicas costo-beneficio vinculadas a la captura del voto (Stokes, 2007). Otros aportes clásicos de la sociología, no obstante, conciben al clientelismo como relaciones desiguales en que se intercambian recursos económicos y políticos, y argumentan que es conveniente analizar no solamente lo que se intercambia sino cómo se intercambia, y sostienen que otorgar favores implica cierta inversión emocional, es decir, involucra la escenificación de generosidad, benevolencia, preocupación, igualitarismo, fraternidad, deseo de compartir y protección (Roniger, 1990; Gay, 1994; Günes-Ataya, 1994). Estos ‘cómos’ son entendidos como el componente sociomoral de las relaciones clientelares.

En la discusión contemporánea sobre clientelismo, la etnografía política ha hecho contribuciones notables. Los aportes de Javier Auyero (1999, 2001) conciben al clientelismo como un mecanismo de dominación y estrategia de movilización electoral en que los afectos entran en ese embalaje sociomoral, aunque es cuidadoso en suponer que el afecto se use con fines instrumentales por los clientes: “La experiencia de unidad que muchos (clientes) experimentan con sus ‘brokers’ y su sincera creencia en las acciones de ‘cuidado’ […] impide cualquier posibilidad de que se distancien ellos mismos de la relación y actuaran como si estuviesen intentando maximizar oportunidades a través de la expresión de afecto” (Auyero, 1999, p. 314).

Por la razón anterior, los afectos, desde su punto de vista, sirven a la dominación, pues justamente esa sensación de unidad e incapacidad de distanciarse de la relación cristaliza el desbalance de poder entre brokers y clientes, de modo que el clientelismo mina las posibilidades de autonomía en los segundos (romper un vínculo con tal o cual mediador o el sistema de intermediación en su conjunto). Los mediadores, de esta manera, buscarían dominar a través del afecto: “Mediante un incansable trabajo simbólico que tiene la maternidad de los pobres en su centro, la lógica del interés que está en la base de las mediadoras se presenta como lógica del desinterés” (Auyero, 2001, p. 162). En su lectura, interés y desinterés expresan realidades distintas, la segunda es la máscara de la primera y la legitima públicamente en un con­texto en que se aprecia negativamente el intercambio de favores por votos. En contribuciones posteriores, ha hecho hincapié también en cómo los sentimientos de tedio y arbitrariedad experimentadas por los clientes en sus relaciones con la burocracia impactan en la cons­titución de relaciones de subordinación hacia esta (Auyero, 2011).

Este enfoque instrumentalista fue criticado por sociólogos posteriores que señalaron que en el acto de dar, recibir y acompañar en política operan tanto intenciones (se da y recibe para algo, buscando cierto objetivo, por ejemplo, una retribución futura) como que estas acciones son interpretadas, por sí mismas, placenteras (Quirós, 2008). No argumentan así que haya una realidad (la del interés) más fundamental que otra (el desinterés expresado en afecto), sino que ambas se mezclan con grados variables, dependiendo de los actores y situaciones en juego.

También argumentan a favor del concepto de ‘economía moral’ o ‘cálculo moral’, para dar centralidad a la dimensión no mercantil de la política en que la confianza, la palabra empeñada y el crédito mutuo participan de la reproducción de relaciones clientelares (Quirós, 2008; Vommaro & Quirós, 2011; Vommaro & Combes, 2016). La economía moral aquí hace referencia a nociones sobre lo justo e injusto que organizan los intercambios políticos y dirimen el valor tanto de las cosas como de los sentimientos intercambiados. Vale decir, hay un sistema de reglas en torno al dar y recibir en política, algunas de las cuales son imperativos afectivos: si un broker entrega a un cliente una caja de alimentos expresando protección y cuidado, por ejemplo, es porque con ello sugiere que el acceso a los bienes se define por criterios asociados a la vulnerabilidad social. También estas contribuciones han criticado que el afecto se conciba como un mecanismo de dominación arriba-abajo, y a través del concepto de economía moral buscan otorgar un papel más interactivo a las negociaciones entre clientes y brokers. La negociación del poder, así, puede llegar a niveles en que los clientes expresan formas abiertas, colectivas y contestatarias de protesta frente a brokers y patrones políticos (Hurtado, 2014).

Sintetizando los aportes precedentes, tenemos en la antropología del estado la búsqueda por explorar su faceta como productor de afectos. En otras palabras, la forma en que las creencias, expectativas y prácticas de la gente animan a la constitución de ese asidero emocional conce­bido como el estado y, particularmente, como una fuente ordenadora y provisora de beneficios. El enfoque sociológico sobre el clientelismo, por su parte, también examina cómo las relaciones de reciprocidad e intercambio entre brokers y clientes participan de una economía moral, aunque hay un debate sobre hasta qué punto los afectos se usan para fines instrumentales y el grado de desigualdad que el intercambio afectivo cristaliza. Ambos desarrollos permiten pensar que los lazos sociopolíticos expresan prácticas afectivas, esto es, que no son vehículos de una racionalidad instrumental definida por el investigador o una razón abstracta a la manera del liberalismo, sino que evocan elementos que humanizan la política, la personalizan. En este panorama, la confianza, el conocimiento mutuo y la familiaridad toman relevancia, pues estos atributos poseen un componente interpersonal irreductible.

Resulta también relevante mencionar que el debate sobre si la expresión de los afectos oculta o no una intención se adhiere a una cuestión metodológica central, ya que cuando la etnografía política estudia clientelismo, donde los actores muestran de inicio el desinterés de sus acciones (pues es lo públicamente aceptado), un esfuerzo por ‘penetrar’ en la subjetividad consiste en indagar en las motivaciones instrumentales que, supuestamente, les orientan tras bambalinas. 14 Preguntarse, en este contexto, hasta dónde los actores manipulan la situación para avanzar en sus demandas echando mano de las emociones o, por el contrario, ejecutan acciones no consecuencialistas, creemos que deja del lado un aspecto nodal de las interacciones sociales: que las emociones deben ser percibidas, para ser eficaces, como auténticas (Alexander, 2005). Por ello, igual o más importante que el grado de intencionalidad detrás de las emociones, hay que analizar cómo los actores las movilizan en política y, más allá de la intención, sus efectos. De ello nos ocuparemos a continuación.

El cariño, más que la política

En Avellaneda, muchas de las organizaciones vecinales esperaban que actores político-partidarios proveyeran favores y regalos continuamente: organizaban regularmente celebraciones relativas a las fiestas patrias, Día de la Madre, Navidad, y solicitaban sobre todo a concejales, los políticos con el perfil de mayor cercanía y contacto con la población, pero tam­bién al alcalde, diputados o senadores, así como a algunos funcionarios del estado, ‘cooperaciones’ o ‘donaciones’ económicas o en especie (alimentos o regalos para las madres del vecindario el día en que celebrarán el Día de la Madre, juegos inflables o payasos para el Día del Niño, por ejemplo). También se solicitaban cotidianamente ‘apoyos’ no a nombre de un grupo de personas, sino de un individuo: cooperación para atender alguna urgencia médica, el pago de la luz o el agua, acelerar los tiempos para acceder a servicios públicos hospitalarios, búsqueda de empleo, orientación jurídica, etcétera.

Ningún político o funcionario disponía de un estipendio formalmente instituido para apoyar este tipo de actividades, así que denominarlo ‘cooperación’ sugería que se otorgaban, como varios políticos lo mencionaron, “en la medida de sus posibilidades”. Del mismo modo, ninguna ley ‘obligaba’ a proveerlos, pues, en términos formales, la actividad de un concejal se restringía a asistir, tres veces al mes, a las sesiones de ‘concejo municipal’, la instancia en que junto con el alcalde discuten y aprueban normativas relativas a la comuna. 15 Las cooperaciones, así, se exhibían por actores políticos como algo dado ‘de corazón’, es decir, impulsado por el cuidado del otro y que no buscaba nada a cambio.

Además de favores y regalos, subsistía la expectativa de intermediación política, es decir, dirigentes vecinales esperaban que políticos y burócratas diversos gestionaran y aceleraran demandas dentro del estado o se encargaran directamente de ellas, para lo cual asistían personalmente a sus ‘oficinas de atención a público’. Un día a la semana, de esta manera, los concejales dedicaban la mañana a escuchar los problemas de la población, después de lo cual ofrecían algún tipo de solución. Las demandas estipuladas iban dirigidas en su mayor parte a la solicitud de servicios urbanos (envío a algún vecindario de camiones de basura, retiro de escombros, poda de áreas verdes, luminarias) o la aceleración de un proyecto que la organización había postulado a nivel municipal, regional o central para obtener financiamiento. 16

Resulta relevante hacer notar que la distinción entre político y burócrata, que podría ser pensada absoluta en términos académicos, en Avellaneda se fundía: desde el punto de vista de los vecinos, el ‘estado’ tenía (era ‘su’ obligación) que atender las necesidades de la comunidad (colectivas pero también individuales) en terreno y de manera constante, y este se personificaba en actores políticos que invocaban la asistencia social y la ‘autoridad del estado’ para distribuir bienes y servicios, así como burócratas o funcionarios públicos que desarrollaban también actividades de asistencia social y podían a partir de ellas acumular capitales políticos para sus jefes en cargos de representación.

De esta manera, dirigentes vecinales solicitaban cooperación económica al jefe de la Dirección de Desarrollo Comunitario (Dideco) (que, así como los concejales, atendía a la población un día a la semana), un área de la municipalidad encargada de enlazar necesidades vecinales con las estructuras del estado y participar de la aplicación de los planes y programas sociales; y a algunos asistentes sociales del gobierno regional, es decir, actores encargados de evaluar la vulnerabilidad de las personas y conectarlos a distintos esquemas de protección social.

Otro elemento para observar también la fusión práctica entre representantes políticos y burócratas consiste en notar que los primeros afirmaban, frente a los vecinos, proveer soluciones hablando con algún burócrata o funcionario público en los niveles municipal o regional, es decir, haciendo uso de sus contactos e influencias dentro del estado. Desde este modo, para lidiar con la lentitud de la burocracia (de la cual hablaremos más adelante), el vecino acudía, para hacer marchar sus demandas más rápido, con los concejales, quienes continuamente hacían ‘visitas a terreno’ y atendían en su oficina ‘de atención a público’.

La expectativa de favores, regalos e intermediación política se encontraba tamizada con un fuerte contenido emocional, es decir, para los vecinos y dirigentes vecinales no solo importaba que las gestiones o regalos se proveyeran, sino que se hiciera de un modo determinado. Durante el trabajo de campo, fue llamativo que numerosos dirigentes clasificaran a políticos y otras autoridades burocráticas de acuerdo con el nivel en que se tribularan por las necesidades de la gente, situación que, acompañada de una férrea determinación por resolverlas, daba cuenta de un perfil positivo en política. Conversando con María, una dirigente vecinal por cuatro años, acerca de su impresión sobre dos concejales, argumentó al respecto: “A Juan se nota que le molesta y le duele que estemos viviendo esta situación (el municipio no había retirado basura y escombros de su vecindario), a Rodolfo no, él no demuestra eso”. Para María, comprometerse con el tratamiento de necesidades sociales implica ‘demostrar’ que también se sufre, pues sugiere empatía y disposición a proveer soluciones.

Agudamente, también Juanita (otra dirigente vecinal), hablando sobre el alcalde, señaló: “Tuve grandes discusiones con él exigiéndole que me solucionara mi problema, es que, con esos temas, no le da ni frío ni calor, tiene otros intereses, el centro de la ciudad”. Para ella, el que dé calor significa ser impactado, afectado, por las necesidades sociales. El que al alcalde no le haya causado ‘nada’ su problema (ni frío ni calor) le permite explicar que no haya hecho nada por resolverlo. En Avellaneda, por lo anterior, se denominaba ‘de piel’ a un político afectuoso, haciendo eco de la humanización del lazo sociopolítico que el afecto hace posible. Como Juanita y María, muchos otros vecinos se expresaban negativamente de los políticos ‘fríos’, es decir, quienes no se afectaban cuando escuchaban los problemas de la gente y pasaban la mayor parte lejos de ella (“en su oficina”, señalaban). Por ello, para muchos vecinos y dirigentes, el tipo de trato (afectuoso o no) que recibían de políticos y burócratas podía ser igual o más importante que la provisión del favor.

Los políticos profesionales, por otra parte, hacían continuamente gala de las muestras de ‘cariño’ de los vecinos, exhibiendo en sus oficinas de atención a público los regalos que los dirigentes les hacían en forma de agradecimiento a los favores e intermediación política provista (diplomas o trofeos, por ejemplo). 17 También en la red social Facebook hacían notar los besos y abrazos de la gente. Jorge, un diputado, recibía en su oficina con un cuadro en que se le veía abrazando a una mujer mayor mientras le otorgaba (él a ella) un regalo. Debajo de la escena, se leía: “Un joven preocupado por los adultos mayores”. Con el cuadro, Jorge hacía notar la unión práctica de las dimensiones afectiva y material de las prácticas políticas.

‘El cariño’, además, sugería dos elementos para los actores involucrados: amistad y conocimiento mutuo. Sobre el primer elemento, era común que numerosos dirigentes que hacían de la política una actividad de provisión de favores e intermediación política expresaran que sus vínculos eran de amistad y no políticos, sugiriendo que la ‘política’ era un campo de búsqueda de beneficios privados o sostenido en vínculos político-programáticos del que ellos no eran parte. Con la evocación de la amistad, así, se legitimaba el lazo sociopolítico mostrándolo como desinteresado y que se disfruta en sí mismo. Algunos concejales, por su parte, al llegar a algunas organizaciones vecinales señalaban que estaban ahí para “visitar a los amigos”, esto es, sin ‘buscar votos’.

El conocimiento mutuo, en esta sintonía, también se escenificaba rutinariamente, y significaba en el contexto local confianza y cercanía en sus dimensiones física, social y económica. 18 Era común, así, que concejales preguntaran a los vecinos y dirigentes vecinales por la familia, el trabajo, la salud, y recordaban conversaciones pasadas sobre estos temas. También solían acompañarse, sobre todo en fines de semana, de hijos, nietos o esposa. Indicaban con ello disposición a conocer y aprobar el mundo del otro e invocar familiaridad, así como mostrarse más como ‘personas’ que como ‘políticos’, es decir, destacar sus atributos personales (afable, cariñoso, si tiene hijos) más que de defensa de algún ideario programático. Numerosos vecinos, del mismo modo, cuando acudían a las oficinas de atención a público de los concejales aprovechaban algún silencio para preguntar por temas relativos a su mundo y mostrar disposición por conocerlo.

La dimensión social de la cercanía se expresaba en que los concejales argumentaban, frente a los vecinos, que pertenecían al mismo estrato socioeconómico o que compartían con ellos algunos atributos sociales: lugar de residencia, escuelas en que se educaron, equipos de fútbol en que jugaron y la pertenencia a otros espacios asociativos en común. La dimensión física se expresaba en que los concejales continuamente recibían a los vecinos con un abrazo cuya efusividad dependía del nivel de conocimiento mutuo, algunas veces besaban a vecinas y dirigentes vecinales o arreglaban el cuello de la camisa de algún vecino que se acercaba. En sus ‘visitas a terreno’, también solían actuar de esta manera, principalmente entre los sectores de mayor vulnerabilidad socioeconómica y adultos mayores. La dimensión económica, como hemos visto, se expresaba en la disposición a apoyar económicamente a la población.

La familiaridad y la correspondencia

Aunque los detalles de la interacción arriba señalados no son exclusivos del campo político (recibir a alguien con un abrazo o un beso, exhibir familiaridad), dentro de él buscaba generar efectos en la dinámica del poder y la construcción de relaciones clientelares. Tanto concejales como otros representantes políticos acudían rutinariamente a centros de madre y clubes de adulto mayor en el horario en que estas organizaciones se reunían a tomar ‘la once’ (café o té con algún complemento tipo sándwich o galletas) y jugaban ‘lota’ (lotería). En estas visitas, los políticos acostumbraban llegar con una ‘cooperación’, como un termo para el agua caliente o alimentos. Ramón, un concejal de la Democracia Cristiana (DC), con algo más de cinco años en el cargo (aunque con una larga trayectoria en el gobierno municipal), expresó, cuando arribamos a un centro de madre: “Voy a pasar una por una como acostumbro, con un abrazo y un beso apretado”, sugiriendo con ello la expectativa rutinaria del contacto físico entre representantes y representados.

En estas organizaciones compuestas en su mayoría por mujeres de mayor edad, el mismo concejal señaló, sobre los afectos: “Eso es lo que recuerdan las señoras, no discursos, retórica, sino acciones concretas de cercanía”. El objeto de su movilización, como él lo expresó, era quedar “en la retina de la gente”, es decir, incrustado de tal manera que fuera fácil recordarlo a la hora en que la gente decidiera por quién votar. Lucas, el secretario de Ramón, en otra ocasión en un centro de madre, preguntó a una adulta mayor cuánto pesaba dentro de un ambiente festivo para después sostenerla un poco en sus brazos. Al salir, nos preguntó: “¿Cachaste la técnica del abrazo?”, indicando cómo el contacto físico era un recurso del que constantemente echaban mano para granjearse simpatías. De esta manera, en un clima como el de Avellaneda (y, podríamos agregar, Chile y Latinoamérica) de fuerte desprestigio a los partidos políticos 19 y donde las vinculaciones político-programáticas, sobre todo a nivel local, pierden relevancia (Arriagada, 2013), el contacto y afecto desplegado se presentaban como recursos centrales usados por los representantes locales para construir lazos sociopolíticos.

En Avellaneda, por lo tanto, construir este lazo sobre la base de la ‘amistad’ lo personaliza y, a través de la familiaridad, lo explota políticamente. En otras ocasiones y durante la campaña electoral, el mismo Ramón expresó en juntas de vecinos, centros de madre y clubes de adulto mayor que, así como estos espacios significaban para la gente un sustrato de relaciones de amistad, “él buscaba también ser ‘parte’” de ese cariño durante cuatro años más (el período en que dura un cargo a este nivel). Era una forma sofisticada de pedir el voto y que la justificaba, frente a los vecinos, para seguir proveyendo favores e intermediación política de forma constante.

En su oficina de ‘atención a público’, del mismo modo, el concejal solía hablar por teléfono con burócratas mujeres de la municipalidad iniciando con un “mi amor”, “linda”, “preciosa”, al tiempo que introducía alguna petición a nombre de un vecino o dirigente vecinal, frente a este, lo mismo que Lucas. También hablaba con ellas de cuestiones personales y escenificaba una amistad de largos años con objeto de generar, en el vecino presente, la creencia de que tenía los contactos dentro del estado y la familiaridad suficiente con sus personeros para pedir favores con cierta probabilidad de respuesta favorable, al tiempo que generar correspondencia en la burócrata, esto es, la construcción de una identidad para hacer continuar el intercambio recíproco.

De una forma más explícita, este concejal, como otros actores políticos, usaba el afecto para disminuir la diferencia y el conflicto. Continuamente, pero sobre todo durante el período electoral, numerosos dirigentes vecinales expresaban que los políticos les expresaban ‘celos’, es decir, enojo porque tenían contacto o acudían a otro político para solicitar favores e intermediación política, y entre más cercana se interpretaba por los dirigentes la relación, es decir, de mayor contacto, confianza y familiaridad, era más probable la aparición de este fenómeno. Incluso una acción como invitar a un político a una actividad dentro de la organización social podía generar ‘celos’ en los competidores.

A modo de ejemplo, Lidia, una dirigente vecinal que había conocido hace algunos años a Ramón y que le había provisto de atenciones constantes, argumentó cómo en una ocasión este le “reclamó” por haberse tomado una foto con Fabián (otro concejal) y “subirla” a la red social Facebook. Fabián le había provisto algunos materiales de construcción para un vecino cuyo domicilio había sucumbido a un incendio, y ella consideró adecuado, como muchos otros dirigentes de la comuna, tomarse una foto con él y subirla a la red como una forma de agradecimiento. Ante la situación, comentó: “Ramón de repente se me enoja, me dice: ‘¡Cómo! Usted tiene que estar conmigo no más’, yo lo encontré injusto”. Con este comentario, sugería que las necesidades sociales debían ser resueltas más allá de un intermediario determinado, percepción que contrasta agudamente con la del concejal Ramón. Del mismo modo, Joaquín, un dirigente vecinal con algunos años de contactos continuados con él, expresó, cuando le informó 20 que iría a solicitar apoyo del concejal Ramiro para comprar accesorios deportivos: “(Ramón) me dijo: ‘No, pídeme a mí no más’, es la envidia, me dijo: ‘Tú estás conmigo, te quedas conmigo, con ningún weón 21 más”.

Las formas en que los dirigentes lidiaban con estos ‘celos’ eran variadas. En el caso de Lidia y Joaquín, conversaron con el concejal para “tranquilizarlo”, es decir, expresarle que el apoyo político hacia él era total. Numerosos dirigentes, guiándose por la expectativa de que los políticos se ponen ‘celosos’, procuraban no invitar a dos políticos en el mismo horario. También les podían expresar celos (aunque este fenómeno era más común de arriba hacia abajo) y eran bastante hábiles, como los actores político-partidarios, para echar mano de la familiaridad para avanzar en sus demandas con base en la construcción de un vínculo de identificación mutua. Vívidamente, lo expresó Luisa, una dirigente vecinal con un par de años en el cargo y que ha tenido que lidiar constantemente con la lentitud de la burocracia local para que atiendan sus demandas. Una vez, señala, se acercó a un burócrata de la municipalidad con un saludo, acompañado de un recordatorio sobre el día que ambos se conocieron. Ella mintió, de acuerdo con su punto de vista, porque esperaba que al burócrata, teniendo que interactuar cotidianamente con muchos vecinos, le fuese imposible recordar con exactitud caras y nombres, a lo que respondió otorgándole la razón (que sí la conocía). Gracias a este vínculo establecido, ella concluyó, pudo entrar directamente a la oficina del jefe del burócrata enlazado y anunciar un problema vecinal.

En Avellaneda los dirigentes vecinales expresaban, así, que a la municipalidad solo se conseguía entrar “hinchando” (molestando) o “mosqueando”, es decir, preguntando cotidianamente por la petición esgrimida, y cuando los burócratas se ‘cansaban’ de la molestia, de la mosca que rodea, se tomaban el tiempo de escuchar y atender las necesidades de los dirigentes. Así, no es trivial preguntarse por el contexto del poder en que Luisa finge el conocimiento mutuo, en que hay que demostrar ciertos atributos para ‘ganarse’ la atención del estado. De igual modo, como vimos anteriormente, los concejales y otros representantes políticos tampoco tenían la ‘obligación’ de atender las demandas constantes de la población, por lo que, de igual manera, había que ‘luchar’ para ganarse su atención.

Por esta razón, Silvia, otra dirigente vecinal con más de quince años siendo presidenta de un centro de madre, expresó, en un tono de molestia, sobre los políticos: “Tenemos que recibirlos con la cara llena de risa”, aunque inmediatamente después, imputando reciprocidad a la acción, esgrimió: “Les sacamos provecho a ellos”. También Regina, una dirigente vecinal que conversaba con nosotros sobre algunos favores concedidos por políticos a su organización (dinero para la compra de juegos inflables que ocuparían para el próximo Día del Niño), expresó: “Uno tiene que recibirlos con la misma sonrisa y la misma atención”. Ambas dirigentes, así, hicieron notar que tanto el rostro escenificado afectuosamente como el ‘aprovechamiento político’ pertenecen al mismo universo simbólico, al mismo lenguaje en que el vínculo público se construye.

En el sistema de intercambio de favores e intermediación política de Avellaneda, el discurso de los dirigentes vecinales que invocaba el afecto como vía de entrada al estado se oponía a un discurso que reivindicaba los ‘derechos de ciudadanía’, es decir, la percepción de que la población tendría que ser atendida no por movilizar determinados recursos en sus encuentros con burócratas o políticos, sino en su calidad de ‘ciudadanos’. Sonia, una dirigente vecinal y profesora de educación básica jubilada, se refería a la municipalidad como un escenario que debería ofrecer un trato despersonalizado y con base en obligaciones estipuladas formalmente. En una ocasión, indicó: “Cuando fui a la municipalidad les dije: nada de mi amor, ‘necesito esto’, se tiene que dar lo que corresponde, porque ella (la burócrata) está para eso. No es un favor, es un trabajo [...] No tengo que pedir favores ni tener una relación especial, un trato más allá. Trabajo es trabajo”. Haciendo eco de sus días en que, relata, los directivos del colegio le solicitaban ciertos requerimientos en cuanto al avance de sus alumnos sin admitir excusas o demoras, argumentó que lo mismo debería operar dentro del estado.

El lenguaje de los derechos que ensalzaba Sonia la compartían numerosos dirigentes vecinales con relaciones continuadas o esporádicas con políticos y burócratas. Sin embargo, la sensación de que la municipalidad y los concejales ‘no funcionaban así’ les conducía a usar sus recursos a la mano. Sin embargo, no era una aceptación pasiva, sino un camino que entendían podía llevar a buen puerto sus solicitudes, una forma creativa de negociar el poder del estado.

La confianza en el concejal, la confianza en los vecinos y dirigentes

En Avellaneda, la escenificación de familiaridad buscaba estabilizar el sistema de intercambio recíproco entre vecinos, dirigentes vecinales, representantes políticos y burócratas, y las relaciones clientelares, más que una operación de control arriba-abajo mediante un sistema de vigilancia (suponer que los patrones políticos vigilaban mediante el monitoreo que sus clientes votaran de acuerdo con instrucciones explícitas, y sancionaran o premiaran según se obedeciera), parecían estar más conducidas por cierta ambigüedad en el lenguaje y donde ‘la confianza’ emergía como un componente central.

Era común, de este modo, que los vecinos y dirigentes vecinales expresaran que votaban a tal o cual político porque “creían” en ellos, es decir, sentían confianza de que los escucharían y atenderían constantemente, que tendrían un espacio constante para sus demandas dentro del estado. Como lo expresó Laura, una dirigente vecinal con un contacto continuado con el concejal Ramón: “Yo sé que siempre va a ser la misma cooperación de él”, sugiriendo la estabilización de la provisión de favores e intermediación política sin un límite temporal.

Del mismo modo, dirigentes vecinales expresaban a políticos, durante la campaña electoral, que no se preocuparan de sus “votos” (si iban o no a ser votados), pues ya estaban “seguros” en las organizaciones que abanderaban. Indicaban con ello que sabían lo suficientemente bien las preferencias políticas de los votantes en esos espacios o serían persuasivos para impulsarlos a votar en una u otra dirección. De esta manera, con base en la ‘confianza’ que se pedía fuera depositada en ellos, animaban cierta continuidad del intercambio recíproco, pues con los votos ‘prometidos’ buscaban seguir recibiendo bienes y servicios.

Al mismo tiempo, públicamente Ramón aducía que no había que “obligar” a la gente a votar por él u otro candidato, sino que bastaba la confianza. Además, cuando los vecinos le solicitaban favores e intermediación política, pedía que “confiaran” en que tenía los contactos y la influencia necesaria para hacer marchar gestiones dentro del estado, sobre todo cuando los procesos que buscaba acelerar se encontraban detenidos por causas, esgrimía, externas a él (a modo de justificación).

Por las razones anteriores, pervivía cierta ambigüedad sobre las consecuencias de la provisión de favores e intermediación, pues los políticos no sabían si, en última instancia, la gente votaría por ellos, ni los vecinos sabían el alcance del poder del político para acceder al estado. Esta incertidumbre, en este escenario, era utilizada como medio de poder, es decir, para movilizar el apoyo a sus demandas, por parte de los clientes, y demandar apoyo político y legitimidad, por parte de políticos. La ambigüedad así era un elemento cardinal y necesario de las relaciones políticas, y para dar a la situación credibilidad los actores escenificaban emociones (preocupación si se trata de paliar una necesidad social, determinación si se busca acelerar una gestión).

La credibilidad, con todo, se encontraba sometida a resultados. El concejal Ramón argumentó, en una ocasión, que monitoreaba los votos según sector, esto es, examinaba los resultados de votación por casilla de votación, infiriendo qué sectores habían votado más y sobre estos, después, ofrecía más favores e intermediación política. Esta práctica también era común entre otros concejales que preferían ser más generosos con sus grupos de leales. Eusebio, un consejero regional, lo advirtió como uno de los rasgos centrales de la política local. También los vecinos, al ir y preguntar por sus solicitudes con políticos, examinaban si eran creíbles o no las respuestas otorgadas, y era común que dirigentes vecinales y vecinos intentaran solucionar la misma demanda con varios concejales o, ante los pocos resultados ofrecidos por alguno, lo hayan denunciado con sus bases o buscado un nuevo intermediario.

A manera de cierre de este acápite, se puede mencionar que, a pesar de las teorías liberales sobre la política, los afectos estructuran, junto con la provisión de bienes y servicios, la política a nivel local. Las relaciones clientelares, en este contexto, poseen diversos momentos de negociación y disputas dentro del mismo sistema de dominación, pues los clientes denuncian a tal o cual intermediario, no al sistema de intermediación en su conjunto. Además, las emociones expresan el componente interpersonal irreductible en la operación del estado y el sistema político a nivel local, lo que iría a contrapelo de aquellas teorías de la modernización que consideran que la impersonalidad, eventualmente, constituiría el talante de los vínculos en las modernas sociedades democráticas.

La política de la familiaridad. Por una subjetividad político-afectiva en el campo clientelar

En los estudios sobre clientelismo, se ha destacado cómo la invocación a las emociones, desde el punto de vista de los actores involucrados, legitima el intercambio político, apartándose de una mirada externa que la podría denominar ‘compra del voto’ y, por ello, sancionarla formalmente. 22 También legitima el intercambio en climas de fuerte desprestigio a los partidos políticos y poca importancia de los vínculos político-programáticos a escala local. En este ensayo, no obstante, hemos señalado algunos efectos de las emociones en la dinámica del poder y la construcción de relaciones clientelares, donde buscan, desde el punto de vista de los actores, estabilizar el intercambio recíproco y avanzar en demandas. Por ello, hemos hecho hincapié en cómo la familiaridad se explota políticamente, y la confianza, afectos y expectativa de retorno político se van ensamblando contingentemente.

Más detalladamente, hemos expuesto que los afectos participan en la construcción del estado, así como que, dentro de las relaciones clientelares, son movilizados para generar correspondencia y con ello disminuir la diferencia y el conflicto. Vale decir, los afectos estructuran las oportunidades como los desafíos para los actores sociales y políticos: oportunidades porque podían permitir acumular capital político, en los representantes, y obtener buena respuesta a las solicitudes de favores e intermediación política, en los dirigentes vecinales y vecinos. Desafíos porque debían ser creíbles, escenificarse adecuadamente para ser percibidos como auténticos y que no respondían a una manipulación de la situación (Alexander, 2005). En conjunto, no mostrar afecto o mostrarlo inadecuadamente podría interpretarse como poca disposición a iniciar o continuar el intercambio recíproco.

El estado, de esta manera, se humaniza en políticos y burócratas que invocan su ‘poder’ para distribuir bienes y servicios, y se escenifican como aquellos que pueden acelerar su provisión. Los dirigentes vecinales y vecinos, por su parte, también actuaban en relación con el estado, es decir, esperaban acceder a sus tramas vía vínculos políticos personalizados fetichizando su poder, pues mistificaban el rol del intermediario político: si no hay intermediario, no hay posibilidad de acceder al estado. En conjunto, construían al estado como una realidad concreta a través de prácticas afectivas como una consecuencia no intencionada de sus acciones, dado que los políticos y funcionarios buscaban acumular capitales políticos y los dirigentes hacer cosas por el barrio o ellos mismos.

Por lo anterior, las prácticas políticas no pueden ser pensadas sin las emociones, sin la inversión emocional que demanda el lenguaje de la intermediación. Sus prácticas, en otras palabras, están ‘afectivamente cargadas’ (Laszczkowski & Reeves, 2015). Esto es así porque en Avellaneda se representa al estado como un asistente social, alguien que debe atender de manera constante y en terreno las necesidades de la población como signos de protección y cuidado. Esta interpretación es parecida a la de Montoya (2015), para quien el estado es imaginado por la población local como un ente que escucha, protege y distribuye, y activado a través de redes personales, y la de Schwenkel (2015), quien postula que en las prácticas burocráticas conviven imaginarios de cuidado y benevolencia estatal.

La familiaridad, amistad y conocimiento mutuo, por otro lado, son usados como un medio de lidiar con la ‘fría’ e ‘impersonal’ burocracia. Se trata de hacer que les dé ‘calor’ a sus personeros para que la marcha del estado comience. ¿Cómo se les hace sentir calor? Evocando modos específicos de familiaridad, como en el caso de Luisa quien hizo ‘como si’ conociera al funcionario municipal. El cariño, así, moviliza una burocracia lenta y a la que solo se puede acceder mediante la molestia: “hinchando” o “mosqueando”.

Puesto que las teorías estándar sobre la política hacen de la ‘razón’ y los ‘intereses’ sus principales componentes explicativos, donde las emociones son poco apreciadas, aquí buscamos acuñar la categoría ‘la política de la familiaridad’, para describir y explicar la subjetividad tejida entre patrones, mediadores y clientes, y refiere a un lazo sociopolítico cons­truido con base en la emoción, cercanía (en sus dimensiones física, social y económica), confianza y familiaridad. Está orientada a hacer cosas por el barrio mediante la pretensión de la institucionalización de lo informal a falta de derechos sociales de ciudadanía o un trato inde­pendiente de los atributos personales, y justo en esta particularidad (que es un lazo informal) recae su poder. Por ello, a través del componente emocional, se busca generar correspondencia e inhibir la diferencia así como el conflicto.

La política de la familiaridad resume, de esta manera, la dimensión emocional de las prácticas políticas. Le corresponde cierta inversión emocional con base en la escucha, protección y asistencia cotidiana, y representa el trasfondo para las continuas negociaciones y arreglos de poder que no son verticales ni unívocos, sino en doble vía. Esto lleva a que los ‘poderosos’ concejales y autoridades políticas se vean constantemente presas de las expectativas afectuosas que pesan sobre ellos y que, además, deban cumplirlas de una forma que se perciba como auténtica. Por ello, creemos que, más que saber si estos personeros del estado son unos hábiles manipuladores de la situación detrás de la cual ocultan expectativas instrumentales (favores por votos) o si su expresión es sincera, resulta central observar cómo las emociones se movilizan y cuáles son sus efectos para el entramado de relaciones en juego. Resulta en este sentido paradójico, para los actores involucrados, participar de un imaginario que, en las mismas acciones y escenarios, ensalza el vínculo emocional más allá de cualquier objetivo que, para ser eficaz, debe ser percibido como auténtico, al tiempo que también tiene una intención: avanzar en demandas. Aun admitiendo que los actores maximizan oportunidades mediante el afecto, dejamos sin dar cuenta del trabajo emocional que implica, para los actores, hacer creíble su situación.

Además, podemos problematizar la asunción expuesta en el marco teórico según la cual los brokers buscan, mediante el afecto, reducir el campo de autonomía de los clientes. En este ensayo vemos que, aunque Ramón y otros políticos buscaban reducir el espectro de oportunidades de dirigentes vecinales, estos eran bastante hábiles para sortear las expectativas de control y hacer ‘presa’ a Ramón de la propia construcción de su yo afectivo. En otras palabras, el concejal debía mantener una escenificación adecuada del intercambio afectivo, para ser percibido positivamente, y proveer atenciones de manera constante. Ello nos indica que los equilibrios del poder, a pesar de estar sostenidos en un balance desigual de posiciones (uno es broker, el enlace, y el otro es el cliente, el que recibe), resultan ser móviles y contingentes, incluso el balance se puede mover hacia el lado de los clientes.

La amistad, el afecto y el conocimiento mutuo que legitima el lazo sociopolítico resulta especialmente pronunciado en Avellaneda, donde dirigentes vecinales, vecinos y representantes políticos que participan de la provisión de favores e intermediación política se desmarcan de vinculaciones ‘políticas’, es decir, donde tengan alguna relevancia idearios programáticos o clivajes partidarios. Esto ocurre así porque en Chile a las organizaciones vecinales se les prohíbe efectuar actividades de ‘proselitismo político’ (una herencia de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet), 23 por lo que en estos escenarios practicar la política de la familiaridad representa la forma entendida como correcta de pedir y proveer, y ella puede ayudarnos a entender, de acuerdo con el método de la generalización teórica o analítica, la dimensión emocional de las relaciones clientelares en otros casos, además de generalizar sus conclusiones para la descripción del entramado emocional de las relaciones clientelares.

Como vimos en el apartado anterior, resultaba central para los actores involucrados escenificar emociones porque buscaban con ellas estabilizar sus expectativas de intercambio en el futuro, en una palabra, construir ‘confianza’, con base en la credibilidad y resultados. Estas conclusiones son consistentes con el trabajo de Roniger (1990), para quien, dentro de las relaciones clientelares, la confianza nutre el cumplimiento de expectativas a través de un compromiso interpersonal y se encuentra constan­temente monitoreada por la credibilidad. En las interacciones sociales entre políticos, burócratas, dirigentes vecinales y vecinos, opera, de este modo, una apuesta a futuro: creer o no creer en el otro, y la incertidumbre que le acompaña demanda, para los actores involucrados, autenticidad.

Los lazos afectivos tan pronunciados, aquí señalamos, son más identificados en los concejales y el alcalde, quienes tienen el perfil de mayor cercanía con la población, algo que identifican otros estudios sobre clientelismo en Chile (Arriagada, 2013; Barozet, 2004). Aunque podríamos pensar que las emociones disminuyen a medida que van aumentando las escalas de agregación en la burocracia y los partidos políticos, es decir, la misma posibilidad de realizar vínculos personalizados, por políticos y burócratas, decrece a medida que aumenta el número de electores, lo que observamos en campo es que los ‘grandes actores políticos’, como diputados y senadores, descansaban en algunos actores locales (sus asistentes o concejales) que tenían más contacto con la población y quienes daban credibilidad (o no) a las palabras de los primeros ante los vecinos, y las de estos a los políticos en escalas superiores de agregación. En este tránsito, tales intermediarios amasaban un capital político sobre la base de provisión de favores e intermediación política, lo que se vio demostrado en que algunos secretarios de diputados se postularon a concejal en las próximas elecciones municipales (2016).

También estos estudios han reportado cómo las relaciones clientelares se estructuran sobre todo entre dirigentes de las organizaciones vecinales aquí mostradas (juntas de vecinos, centros de madre, clubes de adulto mayor), enlazadas formalmente a la municipalidad y cuya satisfacción de demandas depende en gran medida de ella. Los hallazgos de este trabajo se dirigen también en esta dirección bajo la asunción de dos premisas. La primera es un rasgo etario. Como mencionamos antes, la población de estas organizaciones se compone en su mayoría de adultos mayores de sexo femenino. La interacción concejal varón-dirigente mujer, en Avellaneda, hace más probable el intercambio afectivo. Además, como el concejal Ramón lo refirió, es la población de adultos mayores la que se encuentra más sola y sobre la que perviven más, usando sus palabras, “necesidades emocionales”. En segundo lugar, un rasgo político-electoral, pues fueron varias ocasiones en las que señaló que esta población era la que “más votaba”, por sobre los jóvenes que, por lo menos en la comuna, se encontraban retraídos de cualquier acción política o volcados hacia los movimientos sociales.

Los estudios sobre clientelismo en Chile, por último, se han centrado en numerosas ocasiones en anunciar el efecto despolitizador o de un tono ‘apolítico’ en las relaciones clientelares. Por un lado, hay estudios de corte histórico que indican que, si en el período previo al golpe de estado (1973), se vivía un período de politización acrecentada donde las demandas locales se articulaban en el plano nacional y las apuestas político-programáticas, en el Chile postransición (1990-) el clientelismo tuvo la intención de descongestionar el cuadro de conflictos políticos a nivel nacional y reducir las demandas locales al plano municipal y a temas de sobrevivencia material (Valdivia, 2012, 2013). Por otro lado, algunos textos han anunciado la despolitización de estas prácticas como un efecto de la personalización de la política, es decir, donde tienen más prevalencia los atributos personales (carisma, liderazgo, capacidad de intermediación) que los partidarios o un discurso político-programático (Castillo, 2008; Pérez, 2014). En ambas corrientes, además, el estudio del clientelismo ha estado típicamente centrado en liderazgos ligados a la derecha política, específicamente la Unión Demócrata Independiente (UDI), pues es un partido que ensalza en sus líderes, más que otros, atributos personales para granjear simpatías de la ciudadanía. 24

No obstante, en este trabajo apostamos porque la política que se teje en estos espacios no debe categorizarse desde un otro negativo e inferior despolitizador o apolítico, el cual tendría que minimizarse para que las prácticas fueran verdadera o fundamentalmente políticas. Antes bien, en las relaciones clientelares ya hay una subjetividad política que es necesario escrudiñar por derecho propio más que su impacto en la democracia, la participación o la representación política. Reconocer ello puede traer las emociones a la palestra central en el análisis.

Conclusiones

En este ensayo, hemos delineado algunos aportes de la antropología del estado, el poder a nivel interaccional y el clientelismo para encuadrar la dimensión afectiva de las prácticas afectivas entre políticos profesionales, burócratas, dirigentes vecinales y vecinos de Avellaneda, y con ello construir generalizaciones teóricas o analíticas que fueron sumarizadas en la categoría de ‘política de la familiaridad’, donde las emociones poseen un estatus analítico de primer orden. La tesis central hizo hincapié en que los afectos son movilizados constantemente en las relaciones políticas para generar correspondencia, es decir, avanzar en demandas, como disminuir la diferencia y el conflicto. No obstante, poseen un componente ambiguo y dan lugar a tensiones. En esta ambigüedad, señalamos, recae su poder, tanto porque evoca un lazo informal con base en el conocimiento mutuo, familiaridad y confianza, como porque debe ser correctamente escenificado.

Las emociones, en conclusión, se vuelven centrales para comprender la política hoy en día, más que los intereses. Conviene de este modo detenerse, de forma más detallada, en cómo nuestras concepciones sobre la política tienen una impronta racionalista, individualista, y a favor de las teorías de la modernización, y con ello han obstaculizado más que ayudado a comprender las relaciones políticas en general y las relaciones clientelares en particular. De lo que se trata este ensayo, entonces, es de destacar su sustrato emocional y la diversidad de expe­riencias y usos que le corresponde. La política de la familiaridad, en este contexto, otorga un talante más adecuado a las explicaciones sobre el funcionamiento de la política y la construcción cotidiana del estado.

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Notas

1 El autor desea agradecer al profesor Marco Estrada, de El Colegio de México, quien sugirió el argumento central de este ensayo, así como las valiosas observaciones de los dictaminadores anónimos. Además, al apoyo financiero del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en México, como al proyecto Fondecyt regular Nº 1160984, “¿Malas prácticas o ‘aceitar la máquina’? Las instituciones informales en tiempos de cambios políticos y su impacto en la democracia chilena (2016-2019)”, en Chile, dirigido por Emmanuelle Barozet.

2 Por razones metodológicas, en este trabajo optamos por escribir ‘estado’ y no ‘Estado’. Atiende a una inquietud, bien detectada por la antropología del estado, en que se busca des­centrar al estado, es decir, dejar de considerarlo como un sujeto con voluntad propia, más allá de actores y procesos sociales. Por el contrario, llamarlo ‘estado’ sugiere concebirlo como un centro de poder, pero menos estable y vertical de lo que se tiende a considerar, por lo que su constitución y resultados resultan heterogéneos y contradictorios. Más adelante señalaremos con detalle algunos rasgos de este enfoque.

3 Las comunas en Chile representan la unidad administrativa más baja, tal como en México o Colombia los municipios, y son gobernadas por un alcalde y un número de concejales cuyo número depende del número de electores registrados en ese territorio. Más información en: Gobierno de Chile, Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo. Manual de gestión municipal 2008. Recuperado de http://www.subdere.cl/documentacion/manual-de-gestion-municipal-actualizado-al-a%C3%B1o-2008-0

4 En este trabajo, entenderemos por políticos profesionales, representantes o simplemente “políticos”, a actores que ejercen una labor de representación popular (alcalde, concejales, consejeros regionales). Por dirigentes vecinales, miembros que cumplen labores de liderazgo dentro de organizaciones sociales formalmente instituidas (juntas de vecinos, centros de madre, clubes de adulto mayor, clubes deportivos, entre otros) y enlazan las necesidades locales con las estructuras del estado. En la literatura sociológica, son conocidos como brokers o intermediarios, que aquí usaremos indistintamente, y sus posiciones contrastan con la de ‘patrón político’, quien distribuye bienes y servicios vía brokers; y ‘cliente’, quien es el desti­natario final de la provisión (Günes-Ataya, 1994).

5 Algunos detalles sobre el funcionamiento de las organizaciones vecinales se encuentran en: Ley 19, 418 sobre juntas de vecinos y demás organizaciones comunitarias. Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. Recuperado de http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=70040

6 Los Consejos de Organizaciones de la Sociedad Civil (Cosoc) son espacios, como las organizaciones vecinales, de participación ciudadana, aunque aquí pueden integrarse representantes de organizaciones gremiales, sindicales o indígenas. Más información en: ¿Qué son los Consejos Comunales de Organizaciones de la Sociedad Civil (Cosoc)? Recuperado de http://participacionciudadana.subdere.gov.cl/node/40

7 El concejo municipal está formado por los concejales más el alcalde. Las votaciones para alcalde y concejales se llevan a cabo cada cuatro años (se eligen en la misma fecha). Es elegido alcalde quien obtenga la mayoría absoluta, mientras que en el caso de los concejales la distribución de escaños depende de un sistema con base en listas y altamente disperso (en Avellaneda, para las elecciones de 2012, hubo más de 50 candidatos; en la de 2016, más de 100). Por ello, ser elegido no requiere demasiados votos, dependiendo de la lista en que uno compita: en la más reciente elección municipal de la comuna (2016), el concejal elegido con la votación más baja obtuvo 1200 votos, un 1% del total de votos para este cargo, mientras la votación más alta rondó los 5000 votos. Además, no hay límites a su reelección (ni de los demás actores políticos: alcalde, consejeros regionales, diputados, senadores).

8 Por burócratas entendemos a funcionarios del estado a distintos niveles. El estado en Chile es central (no federal como México o Argentina). Los órdenes de gobierno, desde el nivel más bajo, son: comunas, provincias, regiones y estado central. Mientras el gobierno de las provincias recae en una gobernación a cargo de un gobernador nombrado por el Presi­dente de la República, el gobierno de las regiones recae en el Intendente (también nombrado por el Presidente), que administra el territorio junto a un Consejo Regional (CORE) y cuyos integrantes son elegidos mediante votación popular cada cuatro años.

9 Los consejeros regionales son los miembros del Consejo Regional.

10 Los concejales atienden regularmente solicitudes de la población local (una vez por semana en Avellaneda), en sus oficinas que llaman ‘de atención a público’. Se encuentran ubicadas cerca del edificio de la municipalidad (el gobierno local).

11 Cuando un actor político o burocrático acudía a observar una problemática personal o barrial in situ, es decir, en el lugar en que acontecía, se denominaba en la comuna ‘visita a terreno’. Ahí estos actores ensayaban algún camino de solución (hablar con tal o cual persona que podría resolver la situación, o prometer ellos mismos resolverla).

12 El cuadro de partidos políticos en Chile actualmente se estructura de la siguiente manera. A la derecha, tenemos a los partidos Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN). A la centro-izquierda, tenemos a la heredera de la Concertación de Partidos por la Democracia, hoy llamada Nueva Mayoría, y constituida por la Democracia Cristiana (DC), Partido Socialista (PS), Partido Comunista (PC) y Partido por la Democracia (PPD). A la izquierda, tenemos a los sectores desencantados con las políticas de la Concertación y Nueva Mayoría, que califican como muy tibias, e impulsan transformaciones más profundas: Revolución Democrática (RD), Movimiento Autonomista, Partido Humanista (PH), entre otros.

13 Algunos aportes de la antropología del estado en América Latina pueden encontrarse en la revista Íconos, de la Flacso Ecuador, en sus números 34 (2009), 52 (2009) y 60 (2018). A nivel general, una discusión canónica se encuentra en Abrams, Gupta y Mitchell (2015). En Luján (2017) y Luján y Pérez (2018), hemos explorado con cierto detalle los aportes de este enfoque.

14 Ello ha sido nombrado sugerentemente por Julieta Quirós (2011) como una ‘ideología de la sospecha’ en el análisis de los vínculos en política.

15 Tampoco en el caso de otros actores políticos la ley obligaba a efectuar donaciones. Más información en: Manual de gestión municipal 2008, op. cit.

16 En Chile las organizaciones vecinales financian sus proyectos vía fondos concursables, cuya provisión desde las instancias estatales se promociona dirigida por criterios estrictamente ‘técnicos’. Entre muchos dirigentes, no obstante, subsistía la creencia de que acudiendo con algún político y después de exponerle las necesidades sociales que el proyecto solucionaría, este podría influenciar la decisión final. Este punto lo hemos expuesto con más profundidad en Luján (2017).

17 Aquí vale recalcar que estas formas concebidas como correctas de expresar el agradecimiento funcionaban en doble vía: también los concejales regalaban diplomas a los dirigentes vecinales más ‘comprometidos’ con las ‘causas sociales’ o trofeos a los equipos de fútbol que resultaran ganadores de una competencia impulsada por estos mismos actores políticos.

18 Esta distinción se encuentra en el trabajo clásico de Lomnitz (1975), en el que estudia el intercambio recíproco en un barrio popular de la Ciudad de México.

19 Datos recientes de Latinobarómetro (2015) indican que el 76% de la población chilena nunca y casi nunca habla de política con amigos y el 65% menciona no sentirse cercano a algún partido político. Los de la encuesta LAPOP (2014) reportan que el 98% nunca asiste a reuniones de movimientos o partidos políticos, el 88% no simpatiza con algún partido político y el 73% tiene poco/nada de interés en la política. Datos desagregados a partir de las bases de datos de la corporación Latinobarómetro, recuperado de http://www.latinobarometro.org/latContents.jsp, y Latin American Public Opinion Project (LAPOP), recuperado de http://www.vanderbilt.edu/lapop/chile.php

20 El acto de ‘informar’ ya indica cierta previsión de amenazas y sanciones por el contacto con competidores políticos.

21 Weón, dependiendo del contexto, sustituye el nombre propio para indicar cariño, con­fianza o insulto. Encuentra parecido muy estrecho con ‘weá’, que señala una cosa, situación o cuestión, y puede remplazar cualquier predicado.

22 En Chile se prohíbe la ‘compra del voto’, entendido como el acto de solicitar votos a cambio de “paga, dádiva o promesa de dinero u otra recompensa o cohechare en cualquier forma a un elector [...] en cualquier elección popular, primaria o definitiva (así como) quien vendiere su voto o sufragare por dinero u otra dádiva”. Más información en: Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios, artículo 137. Recuperado de http://leyes-cl.com/organica_constitucional_sobre_votaciones_populares_y_escrutinios/137.htm. En esta definición, vemos que el clientelismo se interpreta como un fenómeno reducido a un intercambio económico entre elector-candidato y por ello centrado en el momento electoral. También su asociación con la palabra ‘cohecho’ sugiere que se trata de una actividad que sirve a la corrupción.

23 En los 17 años de dictadura militar (1973-1990), se buscó desterrar las ‘ideologías políticas’ de las organizaciones vecinales, prohibiendo en ellas vínculos partidarios o discursos político-programáticos. Además, atomizar sus demandas centrándolas en el municipio y darles un tono atingente a cuestiones cotidianas. Este proceso ha sido descrito por Verónica Valdivia, Rolando Álvarez y Karen Donoso (2012).

24 El que este partido tenga tal vocación se explica porque su origen, ideario político-programático, redes de financiamiento y cuadros políticos tienen una vinculación directa con las obras e ideología de la dictadura militar, lo cual suele generar controversia en la ciudadanía (debido principalmente a las violaciones a los derechos humanos del período y a la forma autoritaria de llegar al poder en 1973). Por ello, durante las campañas políticas se destacan más bien los atributos personales de los candidatos UDI. Tal situación puede explicar, por ejemplo, que sus votantes tengan un perfil de muy baja identificación con el partido. Más detalles en Morales (2014).

Notas de autor

* Doctor en Ciencia Social con Especialidad en Sociología, El Colegio de México. Profesor asociado del Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (Ciudad de México). Correo electrónico: dlujan@colmex.mx. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8079-591X

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