Transformación de las emociones en las víctimas del conflicto armado para la reconciliación en Colombia

Emotional Transformation in the Victims of the Armed Conflict for Reconciliation in Colombia

Transformação das emoções nas vítimas do conflito armado para a reconciliação na Colômbia

Leïla Peltier-Bonneau *
Université de Bordeaux, Francia
Méline Szwarcberg *
Instituto de Estudios Políticos de Toulouse (Sciences Po Toulouse), Francia

Transformación de las emociones en las víctimas del conflicto armado para la reconciliación en Colombia

Desafíos, vol. 31, núm. 2, 2019

Universidad del Rosario

Recibido: 28 Noviembre 2018

Aceptado: 22 Abril 2019

Información adicional

Para citar este artículo: Peltier-Bonneau, L., & Szwarcberg, M. (2019). Transformación de las emociones en las víctimas del conflicto armado para la reconciliación en Colombia. Desafíos, 31(2), 197-229. Doi: https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.7283

Resumen: Este artículo analiza el lugar de las emociones en el posacuerdo de paz colombiano, basándose en la implementación del programa Escuelas de Perdón y de Reconciliación (Espere) de la Fundación para la Reconciliación. Cuando los participantes, principalmente víctimas del conflicto armado, niegan sus emociones derivadas de una ofensa, observamos que se generan fenómenos de somatización que demuestran la insuficiencia de la resiliencia individual. La metodología pedagógica de las Espere permite abrir un camino hacia la reconciliación a través de actividades lúdicas y reflexivas en grupo. La facilitación de un nuevo espacio de socialización donde se construye la confianza en el otro, fracturada después del traumatismo, es novedosa y liberadora. Para lograrlo, el lenguaje y el cuerpo son dos herramientas privilegiadas de la expresión personal. A esta reflexión se suma un enfoque de género, dado que los grupos analizados se componen únicamente por mujeres: la atención psicosocial toma en cuenta esta particularidad y ajusta la metodología con el fin de generar espacios de trabajo adaptados.

Palabras clave reconciliación, emociones, víctimas, atención psicosocial, conflicto armado.

Abstract: This article analyses the place of emotions in the frame of the Colombian post-peace agreement situation based on the Espere (Schools of Forgiveness and Reconciliation) programs’ implementation. When the participants (mainly victims of the armed conflict) are not showing their emotions derived from an offense (victimizer action), we observe that they have not developed enough individual resilience, expressing them in other ways, for example by somatization. The methodology allows people to understand reconciliation through playful and reflective activities in small groups. The discovery of a new socialization space for constructing trust in relationships with others, after being fractured during a trauma, is innovative and liberating: to achieve that, both body and language are essential tools in the personal (individual) expression. During the process, we added a gender component. It is important to remark that our two groups from Usme (Bogotá, Cundinamarca) and María La Baja (Bolívar) were only composed of women; psychosocial attention took into account this characteristic, and the method was adjusted accordingly.

Keywords: Reconciliation, emotions, victims, psychosocial attention, armed conflict.

Resumo: Este artigo analisa o lugar das emoções no pós-acordo de paz colombiano, baseando-se na implementação do programa Escolas de Perdão e de Reconciliação, daqui em diante Espere, da Fundação para a Reconciliação. Quando os participantes principalmente vítimas do conflito armado, negam suas emoções derivadas de uma ofensa, observamos que se geram fenômenos de somatização demostrando a insuficiência da resiliência individual. A metodologia pedagógica das Espere permite abrir um caminho para a reconciliação através de atividades lúdicas e reflexivas em grupo. A facilitação de um novo espaço de socialização onde se constrói a confiança no outro, fraturada após o traumatismo, é inovadora e liberadora. Para consegui-lo, a linguagem e o corpo são duas ferramentas privilegiadas da expressão pessoal. A esta reflexão soma-se um enfoque de gênero, dado que os grupos analisados se compõem unicamente por mulheres: a atenção psicossocial tem em conta esta particularidade e ajusta a metodologia com o fim de gerar espaços de trabalho adaptados.

Palavras-chave: reconciliação, emoções, vítimas, atenção psicossocial, conflito armado.

Introducción

Desde hace más de 50 años, el territorio colombiano es el escenario de un conflicto armado que generó múltiples fracturas políticas, individuales y sociales, contribuyendo así a conmocionar la vida de numerosas víctimas sin que ellas puedan volver a su vida ‘normal’. En general, las consecuencias de la guerra han sido estudiadas desde un punto de vista humano, económico, político o material. Sin embargo, las consecuencias inmateriales centradas en las vivencias de las víctimas no pueden ignorarse y merecen particular atención. A propósito de las víctimas, el Centro Nacional de Memoria Histórica sostiene que “durante décadas, las víctimas fueron ignoradas tras los discursos legitimadores de la guerra, fueron vagamente reconocidas bajo el rótulo genérico de la población civil o, peor aún, bajo el descriptor peyorativo de ‘daños colaterales’. Desde esta perspectiva, fueron consideradas como un efecto residual de la guerra y no como el núcleo de las regulaciones de esta” (2013, p. 14). A pesar de que, desde la Ley de Justicia y Paz de 2005, las víctimas empiezan a aparecer en los discursos institucionales, se nota que las consecuencias de la guerra en las víctimas han sido negadas y normalizadas durante mucho tiempo. Los dolores que quebraron muchas de las experiencias de vidas individuales y colectivas parecen poco identificados y reconocidos.

Las consecuencias de la guerra deben entenderse a largo plazo. En su artículo “Rehabilitar la cotidianidad”, Francisco Ortega (2008) sostiene que “la experiencia traumática despliega una temporalidad en la que el pasado coexiste e incluso agobia afectivamente el presente de tal manera que su inscripción en el registro de la memoria y la historia es a la vez solicitado y frustrado: el trauma ‘no se deja olvidar por nosotros” (pp. 33-34). Al nivel individual, las repercusiones inmateriales del conflicto armado resurgen bajo diversas formas sin ser exactamente iguales al momento original. Dichas repercusiones aparecen en la memoria, recordadas y determinadas por el presente, e incorporadas en la estructura temporal de las relaciones actuales. Así como lo plantea Ortega, las consecuencias de la guerra constituyen un pasado continuo que se manifiesta en la memoria. Los recuerdos dejan huellas profundas, perturbando la cotidianidad de las víctimas y modificando sustancialmente sus formas de vida, sus creencias, sus certezas y sus sueños. El cuerpo, testigo de la vivencia traumática de las víctimas, se convierte en un espacio donde se expresa el sufrimiento. Según Marina Villagrán, las víctimas que afirman sufrir “del corazón” expresan un dolor en el centro del cuerpo, manifestando así una angustia “en el centro de la vida” (citada en Gutiérrez, 2015, p. 101). 1

Este sufrimiento es el punto clave de la construcción de la figura de víctima. Según Delphine Lecombe (2015), en las sociedades en transición hacia la paz se implementan unos “sistemas de sensibilización” 2 cuyo objetivo es visibilizar las experiencias de los individuos de manera emocional, con el fin de resaltar los efectos de la guerra pasada. En este sentido, Colombia define el estatus legal de las víctimas según el sufrimiento vivido por ellas: el artículo 3º de la Ley 1448 de 2011, también llamada ‘Ley de Víctimas y Restitución de Tierras’, estipula que “se consideran víctimas […] aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido un daño [en el marco] del conflicto armado interno”, refiriéndose así a las dolorosas experiencias de los individuos y de los pueblos. Incluso con esta definición jurídica, el término mismo de víctima sigue siendo causa de controversias, y cabe aclarar cómo se entiende para el buen desarrollo de esta reflexión. En Colombia, las víctimas afectadas por el conflicto armado son numerosas: hasta hoy, el país cuenta con más de 8 801 000 víctimas reconocidas por el Estado. 3 Por lo tanto, el contexto nacional da sentido a la categoría misma: sin conocer o entender la historia local, el término no dice mucho. Ahora bien, el empleo de la palabra puede conllevar una forma de estigmatización de los individuos, encerrándolos en una categoría predeterminada que no eligieron o, al contrario, excluyéndolos de esta, rechazando su pertenencia a un grupo social con criterios ya definidos. Sin embargo, el uso del término puede también contribuir a la construcción de nuevos sujetos de derechos sociales, económicos y políticos, donde se reconoce el sufrimiento vivido y la responsabilidad de la sociedad. En este caso, es interesante concebir la víctima como una condición temporal que permite al individuo acceder a la escena pública (CNMH, 2009). Por ejemplo, el Colectivo de Comunicaciones de Montes de María ha trabajado a favor de la distinción entre “ser víctima” y “haber sido victimizados”, lo cual incluye el reconocimiento de la no permanencia de las dos designaciones.

Además, al día 20 de septiembre de 2018, el Registro Único de Víctimas contabiliza 4 165 138 mujeres y 4 160 397 hombres: 4 la diferencia es poco significativa. Sin embargo, nos damos cuenta de que el tipo de violencia difiere según el género: de las 11 452 víctimas de minas antipersonales, municiones sin explotar y artefactos explosivos, 10 191 (89%) son hombres; mientras que, de las 26 374 víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual, 23 631 (90%) son mujeres. 5 Según Rita Segato, la guerra cambió de forma 6 y, si bien antes la agresión sexual era una herramienta de dominación y victoria, este tipo de agresión se volvió aún mayor y esencial para ganar: “La impresión que emerge de ese nuevo accionar bélico es que la agresión, la dominación y la rapiña sexual ya no son, como fueron anteriormente, complementos de la guerra, daños colaterales, sino que han adquirido centralidad en la estrategia bélica” (2014, p. 343). Ahora bien, esta nueva violencia de género que se dio durante los períodos de conflicto armado es frecuentemente invisibilizada, incluso cuando las estadísticas demuestran que las vivencias de la guerra son diferentes entre hombres y mujeres, conllevando consecuencias distintas en el largo plazo.

Generalmente, las mujeres son objeto particular de interés para los actores armados, les permiten demostrar la superioridad de su grupo sobre la población civil. En Colombia, la violencia en contra de las mujeres cumple con diferentes funciones, como lo expone el informe Mujeres y guerra (2011, p. 19). En lo que se refiere a una violencia directa, las mujeres se vuelven una herramienta para amedrentar o humillar a los oponentes. Esta estrategia implica personas interpuestas. En otros casos, el propósito de las sevicias es la destrucción específica del rol de lideresa política o social que es desempeñado por las mujeres. La agresión puede también inscribirse en la dinámica funcional de la violencia, como en el caso del reclutamiento o la prostitución forzada. Al final, la estrategia bélica de los actores armados puede conllevar una violencia directa, tratándose entonces de un oportunismo que aprovecha el contexto de la confrontación para servirse de su poder sobre la población civil femenina.

Por consiguiente, el juzgamiento 92 de 2008 de la Corte Constitucional identifica diez riesgos derivados de la violencia de género a los cuales las mujeres pueden ser expuestas en el marco del conflicto armado colombiano: la violencia sexual, la persecución y asesinato por el control coercitivo, el despojo de sus tierras y patrimonio, entre otros. Además de esta violencia directa, muchas veces las mujeres son víctimas indirectas del conflicto: la pérdida de la pareja, quien a menudo es el pilar económico del hogar, genera incertidumbre familiar y debilita la vida de la mujer. Por lo tanto, el impacto de la guerra en términos de condiciones sociales e individuales de las mujeres es realmente específico y sus consecuencias son inmensas. La Corte Constitucional reconoce esta singularidad de género estipulando que las mujeres “se ven forzadas a asumir roles familiares, económicos y sociales distintos a los acostumbrados” (Auto 92/2008). Por consiguiente, el objeto de nuestra reflexión incluye este enfoque de género en las consecuencias inmateriales de la guerra, que la Fundación para la Reconciliación define según tres fracturas en la vida personal de las mujeres víctimas: las rupturas en las víctimas del significado de la vida, la sociabilidad y la seguridad en sí mismas. 7

Efectivamente, las mujeres representan una población hacia la cual la atención psicosocial tiene que ser orientada. En este sentido, la Fundación para la Reconciliación trabaja con ellas a través de una reflexión lúdica basada en varios conceptos esenciales de la reconciliación en Colombia: las Escuelas de Perdón y Reconciliación (Espere) representan una propuesta pedagógica que permite a las víctimas reencontrarse con su vivencia y sus emociones para resignificarlas gracias a un trabajo individual y colectivo. 8 Las Espere buscan la creación de condiciones favorables frente a las consecuencias subjetivas que fracturaron al individuo y su tejido social. Además, forman parte de una dinámica de promoción de una cultura de paz hacia la reconciliación social.

Los procesos de las Espere se inscriben hoy en día en el contexto particular que está viviendo la sociedad colombiana: la construcción de un futuro basado en las condiciones del posacuerdo favorables a la paz. Por ello, las mujeres víctimas tienen derecho a contar sus experiencias emocionales bajo la forma que les conviene mejor. Frente a estos traumatismos causados por el conflicto armado, ¿en qué medida una propuesta de transformación de las emociones encamina hacia la reconciliación en el marco específico del posacuerdo?

Las reflexiones presentadas en este artículo se realizaron a partir de nuestra colaboración a las Espere de la Fundación para la Reconciliación con dos grupos de participantes víctimas del conflicto armado colombiano durante los meses de mayo, junio y julio de 2018, en el marco del proyecto “Perdón y reconciliación en tiempos de posconflicto”. El análisis de estos dos grupos se llevó a cabo gracias a un trabajo de observación participativa que incluye diarios de campo y entrevistas informales. También cuenta con un trabajo de medición que se efectuó al inicio y al final del proceso; son preguntas y actividades enfocadas en el giro emocional y narrativo de las mujeres frente a sus experiencias violentas.

Los procesos se desarrollaron según dos modalidades distintas: el primero se implementó en onda corta, es decir que los talleres se llevaron a cabo durante tres días seguidos por un total de dos sesiones. El segundo proceso se implementó en onda larga: se trata de una jornada cada semana durante tres meses. Esta diferencia temporal se explica por la situación geográfica de cada uno de los grupos: uno se ubicaba en María La Baja, municipio de los Montes de María en el departamento de Bolívar, y, por lo tanto, estaba alejado de la sede de la Fundación en Bogotá. El otro reunía participantes de la localidad de Usme en Bogotá, lo que permitió a los facilitadores desplazarse cada semana. Esto influyó en las relaciones que se dieron dentro de cada grupo: la confianza se profundizó bastante en Usme, mientras en María La Baja la exterioridad de nuestra acción se sintió hasta el final. En ambos grupos, el enfoque de género es muy marcado, ya que la totalidad de sus miembros son mujeres víctimas del conflicto armado y se inscriben en procesos de empoderamiento y de organización de sus comunidades. También, como es desarrollado en adelante, los mayores hechos victimizantes vividos son distintos.

Usme, ser mujer y víctima en la ciudad

El grupo se compone de unas 20 mujeres entre 17 y 65 años, con un promedio de 40 años. En su mayoría las participantes son víctimas de homicidios de uno o varios familiares y de desplazamientos forzados. Vienen de horizontes geográficos y étnicos distintos: esa pluralidad enriqueció bastante el intercambio durante todo el proceso. Las mujeres de Usme se encuentran organizadas a través de una asociación llamada Mujeres Emprendedoras para un Futuro Mejor, cuya meta es generar acciones conjuntas de visibilización y posibles apoyos desde la Mesa de Participación Local de Víctimas. Es decir, su motivación de organizarse y participar surge de una necesidad de generar redes con las instituciones que trabajan con las víctimas en la ciudad: la Unidad de Víctimas, la Alta Consejería para las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, entre otras. Cabe aclarar que, para ellas, la capital del país resulta un escenario favorable para organizarse y participar, pues no presenta amenazas para sus actividades dentro de la organización.

Para este grupo de mujeres, su lugar receptor, Bogotá, es una oportunidad positiva para reconstruir la vida después del conflicto armado. La mayoría manifiesta su sentido de pertenencia cuando hablan de su vivienda como garantía de derechos por su condición de víctimas, la oferta educativa para sus hijos o las posibilidades de aprendizajes técnicos que han tenido algunas de las mujeres. Todo lo anterior evidencia cómo el proyecto de vida para ellas resulta esperanzador al estar en Bogotá.

María La Baja: levantarse desde el campo

Los participantes de este proceso se componen únicamente de mujeres afrodescendientes entre 17 y 65 años. Los hechos victimizantes que sufrieron son diversos, pero la gran mayoría de ellas son víctimas de delitos en contra de la libertad y la integridad sexual. Las mujeres de María La Baja participan con cierta curiosidad cuando recién cono­cen sobre el proceso de las Espere. Luego se van dando cuenta de que es un espacio de contención —entendido como un espacio seguro de confianza y respeto—, lo cual también pasa en Usme. Se convierte en un lugar de identificación del cual se han venido sintiendo parte por las confidencialidades que se comparten y por la red de apoyo que crece entre ellas mismas. La diferencia sustancial con las mujeres de Usme es que en esta zona del país no hay garantías para la organización y la participación de las víctimas, dado que son estigmatizadas como guerrilleras 9 y como personas que afectan de manera negativa a los territorios. Ejemplo de ello es la amenaza que en el mes de julio de 2018 recibieron por parte del bloque occidental de Águilas Negras, quienes por medio de una carta las amedrentaron y les dieron la orden de renunciar a la participación en la organización. 10 Por ello, aunque ellas reconocen los alcances positivos de la participación, estos se ven limitados por la situación de intimidación a la que se ven enfrentadas.

En esta zona, hablar de lo sucedido tiene derroteros: el silencio se vuelve un ejercicio de intimidación de los grupos armados y la desconfianza ha generado fracturas en el tejido social producto del conflicto armado. La zona cuenta con la presencia de actores armados que pagaron su condena y que ya volvieron a los territorios, lo que genera un ambiente de desconfianza en la población, a la que se suma la presencia de nuevos grupos armados que están tomando no solo el dominio territorial, sino el dominio de las palabras, por medio de la imposición del silencio como ejercicio de poder. Por ello, esta situación se convierte en una limitante a la hora de poner en el escenario público de las Espere algunas experiencias dolorosas.

Así, estos encuentros nos permitieron analizar que, a pesar de que las víctimas inicialmente demuestran mecanismos de resiliencia individual o solitaria frente al traumatismo, estos resultan insuficientes para superar las consecuencias profundas. Al proponer un espacio de encuentro y de expresión, las Espere transmiten herramientas con el fin de que las víctimas identifiquen y entiendan sus emociones, allanando el camino a la construcción de nuevas narrativas sobre el pasado. En el presente artículo, se entiende por emociones un estado afectivo basado en experiencias personales que, luego de una elaboración cognitiva y moral, generan creencias y actitudes particulares.

I. Un proceso de resiliencia individual frente al trauma

Las consecuencias específicas de la guerra en las mujeres desembocan en mecanismos de resiliencia individuales

Las violencias en contra de las mujeres durante la guerra son específicas. La guerra las utiliza y las convierte en bienes de intercambio, en instrumentos domésticos o en objetos sexuales. Aquí es importante evidenciar que la violación es una de las modalidades de violencia más recurrente. Según el informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (2017), desde los años 1980, 17 100 niñas y mujeres sufrieron delitos de libertad e integridad sexual en el marco del conflicto armado colombiano. Paralelamente se impone una estructura del silencio que encierra estos crímenes en un mutismo permanente, teniendo en cuenta que la violación, por la estigmatización que persigue y marca a sus víctimas, es un crimen que lleva más al silencio que a la denuncia. Tal como lo resalta el informe Mujeres y guerra, los actores armados, las comunidades mismas y los familiares tienden a señalar a las mujeres como responsables de sus propias violaciones, acusándolas de provocar estos crímenes. En la medida en que los actores armados niegan sus actos, se fortalece el estigma de la mujer débil y frágil, además de ser víctima del conflicto armado.

Por consiguiente, las mujeres víctimas de violencias sexuales tienden a encerrar su sufrimiento sin tener ninguna posibilidad de socializar su vivencia y su dolor. Sin embargo, es importante y necesaria esta socialización para poder empezar el proceso de liberación y apaciguamiento. El hecho victimizante genera emociones tales como el miedo, el odio, la culpabilidad o la vergüenza, que las mujeres ocultan e interiorizan. El caso de las víctimas de violencia sexual es emblemático a la hora de ejemplificar las consecuencias específicas del conflicto armado en las mujeres, pero, incluso si no han sufrido este tipo de daño, tienden a elegir el silencio y el encerramiento como estrategias de resiliencia privilegiadas para preservar la normalidad de la cotidianidad.






Frente a los traumatismos sufridos, las mujeres desarrollan mecanismos de resiliencia como estrategia de supervivencia. En la mayoría de los casos, este distanciamiento de sí mismo puede darse en dos sentidos.

Por un lado, las mujeres ocultan y a veces niegan sus emociones y recuerdos. Apenas empezamos la primera sesión, algunas de ellas expresaron el deseo de “olvidar los problemas [pasados]” y otras relacionaron el perdón con el olvido. Por ejemplo, una afirmaba: “Escondí los recuerdos durante mucho tiempo”. Esta obligación social de no recordarse demuestra un silencio arraigado en la cotidianidad desde muchos años, por falta de confianza en los otros y por no disponer de un espacio de expresión pública. Poco a poco, se alejan también de la percepción de sus propios cuerpos. Así, con frecuencia en las primeras sesiones, las mujeres se quejan de sufrir dolores físicos sin poder explicar las causas. El hecho de tratar el cuerpo de las mujeres como objeto durante los períodos de conflicto armado conduce a las víctimas a negar las consecuencias corporales. Especialmente en el caso de las víctimas de violencia sexual, las mujeres atribuyen la responsabilidad de su sufrimiento a sus atributos femeninos y los ocultan o incluso los olvidan. Por lo tanto, tras el hecho traumatizante, la relación entre estas mujeres y sus cuerpos se vuelve distante. Por ejemplo, en la primera sesión aprendemos que pocas de ellas se miran con frecuencia en un espejo o se otorgan momentos de privacidad.

Este distanciamiento con ellas mismas se conjuga con una atención hacia el otro. Siendo una característica muchas veces asociada con la feminidad, el cuidado de su entorno afectivo es una de las formas de resiliencia más evidentes de las mujeres víctimas. En el sistema patriarcal actual, es la mujer la que proporciona cuidados en forma invisible y continua. Así, siendo víctimas, esta característica está ampliada y las mujeres buscan en su cotidianidad proveer a sus cercanos lo que ellas perdieron, es decir, la estabilidad emocional, la seguridad económica y un ambiente reconfortante con posibilidad de proyección hacia el futuro.

En la segunda sesión, algunas hablaron de la “familia como salvación”. El círculo familiar aparece como la principal preocupación para huir de sus traumatismos. Los hijos, la pareja y el bienestar familiar resultan más importantes que el hecho de dedicarse momentos de privacidad propia. Varias víctimas expresan que no tienen tiempo para ellas porque se dedican a mantener estable su hogar. Si bien se suele considerar a las mujeres como el pilar afectivo de la familia, el informe Mujeres y guerra demuestra que, tras un hecho traumatizante, las mujeres se convierten en la figura fuerte y resistente de la familia: controlando sus lágrimas e inventando historias para sus hijos, crean una apariencia para mantener el orden cotidiano. Por este medio, protegen a sus hijos de la violencia de los cuales ellas han sido víctimas. Por lo tanto, las mujeres se encierran en una vida segura donde muy pocos amigos entran y donde solo existe el cuidado a la familia. La esfera familiar es el lugar donde se olvidan: al dedicarse totalmente a sus hogares, las mujeres intentan reconstruir su sentido en la vida.

Este encierro en la vida privada reafirma la división de los espacios privados y públicos. La antropóloga Marcela Lagarde escribe: “La división del mundo en privado y público corresponde con esa organización: la división del trabajo y las diferencias en la participación de las mujeres y de los hombres en los espacios y en las actividades sociales, la segregación sexual de mujeres y hombres tanto como los deberes de intercambio y convivencia entre ambos” (1996, p. 15). Entonces, se reservaría la esfera pública para los hombres, que se moverían en los espacios exteriores y visibles, mientras que la mujer se limitaría a la vida privada e interior: por ejemplo, el hogar. Ahora bien, al parecer los dolores de la guerra fortalecen esta división. El primer reflejo de las mujeres no es pedir ayuda ni confiarse, sino encontrar medios en su esfera privada para superar lo que vivieron. Con frecuencia, despliegan esfuerzos inmensos para mantener estable su entorno familiar: así, parece que todavía es importante la responsabilidad de las mujeres en términos del cuidado a la familia y el cumplimiento de las tareas domésticas. A veces, se reproducen así esquemas tradicionales de género y, por consiguiente, concepciones ideológicas de lo masculino y lo femenino. Por lo tanto, vemos que encerrarse en su vida privada y cuidar a los cercanos son dos herramientas utilizadas por las mujeres para superar las consecuencias de sus traumatismos.

La dificultad de seguir adelante solas: una resiliencia individual necesaria, pero ¿insuficiente?

Si bien estos mecanismos de resiliencia permiten a las mujeres superar el traumatismo, al mismo tiempo les impiden desarrollarse plenamente. Como bien lo resume Ibeth Johanna Acosta Rubiano retomando a Comins, esta atención de cuidado hacia la familia añade una gran carga psicológica en las mujeres que no se preocupan de su estado de salud, “dejando de lado las necesidades psicológicas de quien actúa como cuidador” (2018, p. 21). Este encierro en una vida familiar y el silencio en cuanto a los actos pasados son características destacadas como esenciales para entender la vida presente de las mujeres víctimas, y cuentan con tres límites principales.

En primer lugar, las mujeres tienden a rechazar lo que compone el mundo exterior, lo que las lleva a desconfiar de los demás. Durante el conflicto armado, la confianza se dañó, se fracturó, lo que conlleva dificultades para construirla de nuevo cuando se estabiliza la situación personal. Al encerrarse en sí mismas y en su hogar, las mujeres desarrollan un miedo frente al otro que no alivia el sufrimiento. Repetidas veces en las Espere las mujeres expresan dificultades para crear nuevas relaciones de amistad. Por ejemplo, Luciana 11 nos confía que casi nunca habla de lo que le pasó y que no tiene amigos en su barrio. Afirma que no quiere tenerlos y que se siente mejor sola. Por cierto, a la señora Isabela le cuesta dejar a su nieto cuando está presente en las sesiones: se aparta del resto del grupo para cuidarlo y está atenta a cada uno de sus movimientos. Frente a este rechazo del mundo exterior, la familia aparece como el único ámbito estable y viable: una mayoría de ellas —el 62,5%— habla de sus hijos y su familia cuando planean su futuro. 12

Así, las mujeres parecen confiar solo en ellas y crear un ambiente seguro únicamente en torno a sus hijos. A diferencia de la muerte y el pasado siempre presentes en los recuerdos de las mujeres, ellos representan el cambio y el futuro. La inocencia y la alegría sencilla que les caracterizan contrastan con la memoria femenina e impulsan una nueva energía necesaria para enfrentarse a una cotidianidad difícil e incierta. El informe Mujeres y guerra destaca que el miedo es unos de los sentimientos más frecuentes. En los grupos del presente estudio, el sentimiento recurrente no es tanto el miedo, sino la incertidumbre: en los territorios las mujeres perciben un recrudecimiento de la violencia y manifiestan desesperanza con la sola idea de volver a la inseguridad anterior. El grupo de María La Baja conoce todavía condiciones de vida marcadas por el miedo y la violencia que se traducen en asesinatos o amenazas frecuentes en contra de las lideresas sociales del movimiento. Este clima violento tiene consecuencias en el desarrollo de las Espere, dado que la segunda intervención que hicimos se desarrolló después de amenazas formuladas en contra de una de las participantes, lo que generó un ambiente de miedo que complicó la palabra libre. Sin embargo, el segundo grupo de estudio, ubicado en Bogotá, no conoce las mismas condiciones de presiones autoritarias que imponen un ambiente de silencio y de miedo. Este grupo, en su mayoría compuesto por víctimas del desplazamiento interno, expresa una tristeza inmensa: esta palabra está muy presente durante las actividades y a menudo las lágrimas han fluido. Ambos sentimientos, aunque distintos, se explican por el encierro de las mujeres dentro de una esfera que ven como segura. Frente a una sensación de amenaza hacia ellas mismas y hacia sus familias, las mujeres han desplegado un conjunto de comportamientos y acciones protectoras, tales como el silencio, la desconfianza y el aislamiento, que modificaron sus relaciones con la comunidad.

En segundo lugar, observamos en las mujeres víctimas potentes fenómenos de somatización. Los define el Centro Nacional de Recursos Textuales y Lexicales de Francia (Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales) como un “proceso inconsciente cuya meta es transferir, transformar las dificultades afectivas en trastornos somáticos funcionales”. 13 Dicho de otro modo, la somatización corresponde a la manifestación física de un dolor emocional. Al analizar los discursos de las mujeres en cuanto a sus dolores, nos damos cuenta de que pueden ubicar corporal­mente —dolor de estómago, de espalda o de cadera— este sufrimiento emocional —tristeza, odio, impotencia—. Así, esta localización física de sus sentimientos demuestra que el cuerpo se vuelve el principal lugar que absorbe la carga mental y la manifiesta bajo otra forma, fisiológica. Se crea en el cuerpo una memoria sentimental dentro de los organis­mos contusionados y testigos de un pasado ocultado que no encuentran otro espacio para visibilizarse. Rolando Alecio 14 también propone que la experiencia dolorosa vivida por las víctimas durante el conflicto se encuentra encerrada en el cuerpo y se transforma en síntomas y dolores físicos. Por consiguiente, si bien las mujeres de los grupos parecen protegerse eliminando sus sentimientos, la somatización es una repercusión frecuente del silencio.

En tercer y último lugar, los mecanismos de resiliencia individuales impiden a las mujeres cumplir con sus deseos personales. La mayoría de ellas manifiestan voluntad de autonomía, empoderamiento y capacitación. Sin embargo, no pueden lograrlo en su espacio limitado de relaciones. Cuando les preguntamos “¿por qué decidió participar en este proceso de las Espere?”, el 31% de las mujeres del segundo grupo contestan que quieren aprender y empoderarse. En cuanto a su futuro, se imaginan “estudiando, bailando en grandes escenas o siendo tatuadoras” o “con una microempresa”. El aprendizaje y la autonomía son las claves que les permitirían salir de su condición y cotidianidad restringidas. De este modo, las Espere proponen un espacio que les permite fortalecer sus habilidades. Esta necesidad de empoderamiento la reiteran al principio de cada encuentro: repiten que están “aquí para seguir creciendo personalmente” y afirman su voluntad de transmitir los conocimientos: “Estoy aquí para capacitarme y ayudar a mi familia” o “capacitarme para difundir a los demás”. Las mujeres, una vez que entran en el proceso, expresan deseos a los cuales habían renunciado cuando ocultaron sus historias.

Por lo tanto, las mujeres desarrollan mecanismos de resiliencia para adaptarse a una realidad dolorosa, pero resurgen las secuelas de los traumatismos, lo que conduce a la concientización de la necesidad de exteriorizarlas. Las mujeres afirman su voluntad de construir un espacio donde la expresión y la socialización del dolor sean posibles. La atención psicosocial aparece como uno de los medios privilegiados para el acompañamiento de su reconstrucción narrativa: se trata, según Martha Bello, de “explorar y reconocer los daños que ha ocasionado la guerra […] que afectan sustancialmente las formas particulares como las personas comprenden y se relacionan consigo mismas, con el entorno, con los vecinos. Afectan, de igual forma, su lectura del pasado y las perspectivas de futuro” (2005, p. 9). La propuesta de las Espere es pertinente en la medida en que responde a necesidades de capacitación manifestadas. Pretende facilitar herramientas conceptuales y prácticas para que las mujeres puedan ver su pasado, sus emociones y su cuerpo de manera distinta. Tras las Espere, se dan posibilidades de construir colectivamente una nueva realidad positiva para las mujeres víctimas del conflicto creando nuevas narrativas e imaginarios, así como condiciones favorables a la construcción de paz.

Las Espere: las emociones como herramienta para la construcción de una nueva narrativa

Entre lenguaje y cuerpo, testimoniar para liberarse

Según Delphine Lecombe, “la manifestación de las emociones es indisociable del aprendizaje de reglas sociales”: las mujeres se mueven en un marco social que les impone expresarse bajo ciertas formas limitadas. Obviamente, pueden regañar a sus hijos o protestar en contra de la vecina. Sin embargo, les es imposible contar sus temores o su desesperanza en relación con el pasado. Nos dicen que cada vez que empiezan a hablarlo, sus familiares repiten: “Tienes que seguir adelante y olvidar”, “Tienes que olvidar y perdonar”, “Deja de pensar en eso, ya pasó mucho tiempo” o “Tienes que soportarlo y no llorar más”. Esta normalización del silencio está presente mayormente en los discursos de las mujeres víctimas de violaciones sexuales. De acuerdo con el informe de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (2009), citando a Das (2008), varias Comisiones de la Verdad evidenciaron que las mujeres víctimas de violencias sexuales tienden a narrar las historias vividas por los otros, pero suelen callar sus propias experiencias de la guerra. Muy a menudo, por una doble dinámica de culpabilidad y vergüenza de las mujeres y por la dificultad de poner palabras para describir los hechos, las mujeres escogen la solución del silencio. Al contrario, las Espere fomentan un entorno seguro donde las mujeres se sientan libres de hablar de sus experiencias, tanto de las relacionadas con la guerra como de las cotidianas. Al darles voz, se rompe con la dinámica de silencio impuesto por la guerra. Si bien la violencia sociopolítica intenta destruir la palabra de la víctima, el lenguaje y la expresión de las Espere acompaña la construcción de narrativas inclusivas que promuevan la reconciliación. Esta resiliencia colectiva incluye, por parte de las víctimas, el reconocimiento de su situación y el entendimiento de que su discurso tiene un poder transformador en sus condiciones reales de vida.

El camino hacia la reconciliación se propone desde la creación de un espacio seguro que se da entre las mujeres y los facilitadores. Más allá de transmitir conocimiento, el lenguaje permite entender el pasado y el presente. Se propone a las mujeres una lectura de sus experiencias como víctimas en términos de fractura: ruptura del sentido en la vida, de la seguridad en sí mismas y de la sociabilidad. Las perspectivas de futuro ya casi no existen y la confianza se fracturó, dando lugar a relaciones inestables. El hecho de hablar permite ordenar las alteraciones de sus vidas. Tal como lo explica Sandrine Lefranc con respecto a la violencia, esta “no existe como violencia mientras no haya sido cualificada como tal” (2002, p. 506). Mientras no se haya usado ninguna palabra para nombrar el traumatismo y sus consecuencias, el acto no puede tener sentido y los recuerdos siguen siendo dolorosos. Puede que nunca desaparezca el sufrimiento, sin embargo, las Espere promueven una reflexión sobre la experiencia pasada. Así como lo pone de relieve el Informe Valech I de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura de Chile (2004), para olvidar experiencias dolorosas suele ser necesario primero haberlas podido recordar y aceptar en el vivenciar actual. Solo después de asumirlas, pueden ser objeto de un olvido sano. Ocurre que lo que ha sido excluido del vivenciar ha quedado como sumergido y silenciado, pero sigue vivo y presionando en los síntomas. Observamos en las Espere momentos de ‘liberación’ que permiten posibilitar nuevas perspectivas, puesto que las mujeres evocan los hechos y sueltan sus emociones.

Además de proporcionar ayuda en la identificación y la calificación de los hechos, las Espere ayudan a las mujeres a construir nuevos discursos sobre lo sucedido. Inspirándose en lo psicoterapéutico, las Espere ofrecen una separación lingüística del problema y del individuo, para no encerrarlo en su papel de víctima. Se valora una complejización de la realidad: cada historia puede narrarse de varias maneras, enfocándose en puntos de vista diferentes. El propósito es dar herramientas a las víctimas para que puedan construir nuevamente sus relatos de violencia, enfocándose en dinámicas que no sean dolorosas. La propuesta es considerar a las víctimas como agentes activos transformadores y constructores de su realidad.

La mayoría de las mujeres logran expresar verbalmente sus emociones gracias a la interacción entre facilitadores y participantes. Con el fin de fortalecer la confianza que emerge, se crean desde el principio grupos de tres personas que constituyen el pilar del goce de las mujeres. Ellas pueden confiar y contar todo lo que quieran: el principio fundamental de este pequeño grupo es “ser escuchado sin ser juzgado”. El llamado “grupiño” es un elemento clave de las Espere, ya que permite crear un ambiente seguro. Con frecuencia, las mujeres afirman la importancia que tiene. Durante la graduación del proceso, muchas de ellas, tal como la señora María, insisten en la tranquilidad que les dio el hecho de “poder hablar con gente de confianza y sentirse escuchado”. Así, descubren un nuevo espacio de socialización.

Un testimonio se caracteriza por un encuentro entre el que cuenta y el que escucha. En este contexto, la posición del oyente es crucial: por su actitud, su disposición y su reacción, envía señales más o menos positivas para el interlocutor y, por lo tanto, contribuye a aumentar o reducir la confianza instaurada. Los facilitadores usan diferentes tipos de escuchas: una que llamamos favorable, pues instaura un clima de cuidado; otra que nombramos activa, porque permite asegurar al relator que se recibe bien su narración y que le invita a reformular si es necesario. Además, los participantes de los dos grupos parecen usar más una escucha reactiva: se identifican con las historias de las otras compañeras de manera empática y se atreven a contar las suyas. En definitiva, el ambiente seguro se construye por la interacción continua entre pasividad y actividad.

En este tema, Juan Pablo Aranguren habla de la “ética de la escucha” (2008): sostiene que la escucha puede ser tan difícil como la narración. Algunos acontecimientos suponen un nivel de violencia tan alto que no caben dentro de la zona de entendimiento humano. Incluso en condiciones favorables a la expresión, existiría, por lo tanto, un límite en cuanto a lo que se puede narrar. Ahora bien, la impotencia de las palabras tiene alcances bien distintos: existe una diferencia importante entre un mutismo obligado y un silencio consciente. Así, Luciana nunca se expresa con el grupo. Sin embargo, se nota su concentración. En cambio, en una conversación a solas nos cuenta su historia. Tenemos que aguzar el oído para escucharla, pero poco a poco se libera: empieza a ponerle palabras a su historia. Por otro lado, Andrea parece sonriente y alegre con sus dos amigas, Paula y Laura. Sin embargo, en cuanto empieza a relatar, solo corren lágrimas y sollozos. Estas dos mujeres muestran una voluntad para contar, obstaculizada por un dolor indecible.

Frente a estos traumatismos, que no se pueden expresar por medio del lenguaje, es necesario pensar en alternativas. Como lo hemos señalado antes, el cuerpo donde se reprimen las emociones es también el lugar donde se expresa el sufrimiento guardado. Además, el cuerpo de la mujer se puede identificar como el ‘locus de poder’, se trata del espacio en donde se manifiestan las relaciones de dominación, subordinación y jerarquización que se dan en el interior de una sociedad. Se puede notar una especificidad en el grupo de María La Baja en la medida en que una mayoría fue víctima de violaciones sexuales, lo que tiene por consecuencia una relación con sus cuerpos aún más dolorosa. Ahora, la idea es usar estas posibilidades de manifestación física para que las mujeres expresen sus recuerdos traumáticos y se liberen del peso que llevan, tomando en cuenta las especificidades de los grupos y de las violencias que conocieron.

La tradición platónica dice que el cuerpo delimita el contorno del alma y que las necesidades primarias y vitales del cuerpo limitan el pensamiento humano. Esta teoría supone que el cuerpo se puede acercar a la verdad, pero nunca se puede establecer un vínculo directo y total. Descartes y Spinoza también teorizaron sobre la dualidad entre el cuerpo y el espíritu. Sin embargo, Nietzsche se opone a esta concepción valorando el rol del cuerpo: claramente, es objeto de cambio y de transformación. El movimiento es la esencia de la realidad: por lo tanto, el cuerpo y la realidad serían más cercanos de lo que sostiene Platón. Jean Caune, docente de Grenoble, resalta las funciones comunicacionales y relacionales del cuerpo. Escribe que “el cuerpo es sin duda el lugar donde se inscriben las manifestaciones significativas de la experiencia humana” y evoca la posibilidad de “considerar las señales del cuerpo como la exteriorización de una intención del sujeto, como un querer decir” (2014, p. 56). Por lo tanto, el cuerpo no solo sería un catalizador de los sentimientos, sino también un puente entre el mundo interior de las mujeres y el exterior. Esta pasarela se da en dos sentidos: por un lado, la experiencia de la realidad es la fuente de creación de los pensamientos y recuerdos. Para pensar, hay que sentir, escuchar, ver, etc. En nuestro caso, el malestar de las mujeres viene, en parte, del mundo exterior: fueron atacadas y brutalizadas en su privacidad. Por otro lado, los pensamientos y recuerdos se expresan en el mundo exterior a través del cuerpo.

Por consiguiente, el cuerpo es tanto una herramienta de expresión como de relación con el entorno, lo que corresponde a los dos problemas fundamentales de la resiliencia individual. En las actividades de las Espere, los roles que interpretan las mujeres les permiten desapegarse de sus propias experiencias para entrar en la piel de personajes. La forma lúdica les permite comprender sus cuerpos desde otra mirada: la de la expresión y la representación de sí mismas. Uno de los juegos consiste en escribir en un papel un principio moral que las caracteriza, pegarlo en su espalda y tratar de robar los principios de las compañeras sin perder el suyo. Una vez el tiempo ha transcurrido, las mujeres que no lograron proteger su principio expresan una sensación de desposesión, fracaso e impotencia. Por lo tanto, relacionan sus cuerpos con sentimientos. Se elabora también un trabajo de cartografía de las emociones: las mujeres identifican cada parte de su cuerpo con frases y emociones. Nuestros dos grupos manifiestan una sensación de tristeza recurrente en los ojos y el corazón, expresando lágrimas y dolores. Las mujeres encuentran en sus cuerpos un espacio donde viven sentimientos agitados. Este reconocimiento de la relación que existe entre el cuerpo y las emociones es un primer paso para el redescubrimiento de sí mismas, que se muestra según dos modalidades. Primeramente, se trata de reconciliarse con su propio cuerpo: con esta actividad, las participantes se sientan al lado de sus siluetas que han dibujado y se dedican un tiempo a observar cada una de las partes de su cuerpo. La introspección es importante para pensar la relación entre ellas mismas y sus cuerpos. Además, se toman en cuenta las particularidades de los grupos: si participan muchas víctimas de violencias sexuales, el tiempo dedicado al útero es importante para darles tiempo para redescubrirse. Aunque corren los sollozos, el alivio llega cuando se dan cuenta del vínculo entre cuerpo y espíritu, es decir, entre las sensaciones interiores y sus manifestaciones exteriores. Por ejemplo, al final la señora Eugenia asoció sus dolores de cabeza con las preguntas incesantes sobre la desaparición de su hijo.

Gracias a la aceptación de su dolor, tristeza y odio, las mujeres enten­dieron que tenían sus emociones y empezaron a modificar sus realidades, aspecto ausente en la resiliencia individual. Su entorno, aunque todavía limitado a la familia, se vuelve el receptor de una narrativa que se expresa donde antes no se podía. Las Espere promueven una resiliencia ‘colectiva’ que se construye por medio de una narración intersubjetiva.

La narración intersubjetiva para construir una memoria de reconciliación

Poco a poco, las mujeres se vuelven conscientes de sus emociones e historias. Entienden que la subjetividad de su experiencia es única: les pertenece la decisión de contarla, de qué manera y a quién. La sencilla elección de hablar demuestra que emerge una voluntad de reconstruir la relación con su entorno. Esta comunicación naciente es nueva y se inscribe en un sistema donde prima la intersubjetividad. Este concepto filosófico fue inventado por Kant y se refiere al hecho de considerar a los otros que nos rodean —su existencia, su pensamiento, sus acciones— para forjarse una opinión. Incluir su entorno en su vida forma parte de una resiliencia colectiva: ya no prima la individualidad, sino que se toman en cuenta las relaciones. Este reconocimiento de lo otro es clave a la hora de iniciar un cambio profundo y social.

Romper con la cultura del enemigo, tan difundida en los tiempos de guerra, significa deshacerse de las ideas de venganza, de odio o de indiferencia que, según Martha Nussbaum (2014), forman parte de los proyectos políticos generados por el Estado. Tras las Espere, las mujeres tienen posibilidades de construir historias quitando los sentimientos de venganza o de odio. Unas de las mujeres de María La Baja da testimonio de que “a veces decimos cosas que no queremos decir por culpa de la rabia, así dialogar es importante”. Para evitar sobrepasar los límites de los pensamientos, se proveen herramientas para elaborar narrativas alternativas que no se inscriben en la perspectiva binaria clásica de amigo-enemigo. Primero, se enfatiza la idea de humanidad: aunque los ofensores son responsables de hechos que destruyeron las vidas de las víctimas, se promueve la humanización de todos los individuos, incluyendo a los ofensores. Se comparte la idea de que un mismo hecho puede representar una pluralidad de historias si se intercambian los puntos de vista de quienes lo vivieron. Además, se promueve la coexistencia, es decir, aceptar la existencia del otro sin que ello implique ningún tipo de relación. Por ejemplo, Ana nos dice que no desea la muerte del asesino de su padre. Claramente, no quiere tampoco tener ninguna relación con él, pero acepta su existencia lejos de ella. Esta humanización de ofensor contribuye a la evolución de la narrativa individual, que en sí misma representa un paso hacia la reconciliación. Se considera la reconciliación como “un proceso que consiste en la (re)construcción gradual de relaciones sociales amplias entre comunidades alienadas por la violencia sostenida y extendida, para que, con el tiempo, puedan negociar las realidades y compromisos de una nueva realidad sociopolítica compartida” (Bloomfield, 2016, p. 18). Gracias a las Espere, las víctimas tienen la oportunidad de sanar aquellas afectaciones psicosociales que se generaron y transformar el imaginario colectivo hacia la coexistencia y el respeto.

Tras la resignificación de sus historias violentas, las mujeres cambian su mirada y, a pesar de que sigue siendo necesariamente emocional, se inscribe ahora en una relación social. Lefranc habla de “cambiar la perspectiva, pasar de la confrontación solitaria con la violencia extrema y el sufrimiento que genera, a la situación del investigador en una relación social con esta violencia” (2002, p. 506). Aterrizado a nuestro estudio, se trata de entender que el ofensor forma parte de una sociedad cuyos contextos políticos, sociales o personales dan sentido, es decir, construyen marcos de inteligibilidad, a actos violentos y destructores de vida. Al expresar sus dolores, los testimonios de las mujeres ya no son individuales y se vuelven memoria colectiva. Primero, se socializan en el espacio de trabajo y a veces se los cuentan a más personas de su entorno. La experiencia del conflicto armado sale del campo limitado para ubicarse en un espacio intersubjetivo donde lo otro adquiere importancia, ya que conserva y transmite memoria. Para pacificar un territorio cualquiera, la mejor forma es que la sociedad reconozca su pasado. Ahora bien, la narrativa pacificada de la colectividad pasa por cada uno de los individuos que la componen: la construcción de un discurso individual donde las víctimas y los ofensores se reconozcan contribuye a una narrativa social menos belicosa, más empática y abierta. Las mujeres logran salir de su encerramiento identificándose con sus compañeras, y de ahí evolucionan en un entorno más libre y tranquilo. Este alivio se siente en las narrativas de las mujeres que conocimos, que, si bien siguen siendo dolorosas, se vuelven menos rencorosas.

Así, se construye un espacio social de encuentro que participa en la construcción de una memoria plural y a favor de la reconciliación. La memoria sirve para dar cuenta del pasado y construir el futuro. Conlleva tensiones que construyen, retan y transforman jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales. En tiempos del posacuerdo colombiano, el futuro se quiere pacificado, plural e inclusivo, por lo tanto, parece necesario promover una memoria que cumple con estos requisitos. Las Espere favorecen la construcción de esta memoria promoviendo las narrativas pacíficas de las víctimas. Fomentan la palabra ayudando a las víctimas a dar sentido a su pasado y dándoles la oportunidad de crear un enfoque de expresión menos doloroso. Cabe recalcar que no se trata de una memoria única, sino de memorias que tienen expresiones diversas y contradictorias. De igual manera, tampoco se trata de promover un discurso único, sino una pluralidad de discursos que se inscriben en la voluntad de la construcción de una Colombia inclusiva, representativa y democrática.

Un discurso siempre es pronunciado, escrito o imaginado por alguien y dirigido hacia una u otra persona. El trabajo de transformación de las emociones usa este principio de comunicación: después de haber negociado con ellas mismas la formulación de su malestar, logran involucrar al otro en la reconstrucción de su vida. Muchas de ellas eligen aceptar la existencia del ofensor: no desean ninguna relación afectiva, de cooperación o de intercambio con él, pero admiten que su vida debe respetarse como la de cualquier ser humano. Este paso, que puede parecer mínimo, es difícil: las consecuencias del acto victimizante son tan fuertes que el reconocimiento del otro es un camino largo. Puede pasar que las mujeres deseen construir una relación más profunda con el ofensor, sobre todo cuando es miembro de la familia. Sin embargo, la mayoría de ellas solo quieren una reconciliación mínima que llamamos de coexistencia. Los autores Angelika Rettberg y Juan Ugarriza llevaron a cabo un estudio en 2016 interrogando a ciudadanos colombianos —no necesariamente víctimas del conflicto armado—, concluyendo que estos conciben la reconciliación sobre todo como un proceso político y psicológico. Según los participantes, la reconstrucción de una sociedad que pasó por varios conflictos complejos se logra con una introspección individual y colectiva. Además, los resultados demuestran que la reconciliación solo restablece relaciones de cooperación: se reconoce la existencia del ofensor, pero pocas respuestas reflejan el deseo de conocer, empatizar y mucho menos crear un vínculo afectivo con este.

Este nivel de reconciliación mínimo se refleja en las actitudes positivas de las mujeres de nuestros grupos: se les dificulta aceptar más que la mera presencia del ofensor en el mismo país. Lefranc escribe que “en el marco de políticas gubernamentales de ‘reconciliación’, esperamos de las víctimas directas e indirectas que superen el rechazo del otro constitutivo de su identidad violentada” (2002, p. 508). Esto implica dos elementos centrales: el rol del Estado y la voluntad de la víctima. El gobierno opera un cambio dándoles importancia a las víctimas, quienes reconocen las diferencias que las oponen al ofensor y trabajan a partir de sus sentimientos. Así, la reconciliación implica la transformación de emociones y el respeto de la dicotomía de la relación entre ofensor y víctima (Bloomfield, 2016). Esta ambigüedad es clave, pero difícil de implementar por su sutileza. En las Espere, se incita a las víctimas a perdonar, pero nada indica que el objeto de este acto sea necesariamente el ofensor. Muchas veces el dolor proviene de las consecuencias generadas por el hecho victimizante más bien que por el acto en sí. Esto demuestra que, si bien persiste la división, ya no se realiza por la negación o la violencia, sino por una separación mutua al respecto. Al final, ningún gobierno u organización trabajando para la paz puede obligar a sus víctimas a liberarse de esta dicotomía.

Conclusiones

Este estudio analiza la participación de mujeres en dos procesos de perdón y reconciliación propuestos por la Fundación para la Reconciliación. Cinco ideas principales se pueden destacar:

Frente a un traumatismo, algunas mujeres víctimas tienden a encerrarse en sí mismas o con un número restringido de personas.

A la hora de vivir con sus traumatismos, algunas mujeres reproducen los esquemas culturales en los cuales aprendieron a moverse. Como lo sostiene la antropóloga Marcela Lagarde, el espacio público colombiano privilegia la presencia de los hombres, mientras que las mujeres se ven asignadas a las esferas domésticas. Este fenómeno conduce a las mujeres víctimas del conflicto armado a encerrar sus historias según el mismo modelo. Una gran parte de las mujeres que hemos conocido expresan un vínculo fuerte con su familia y en particular con sus hijos, y manifiestan una desconfianza para construir nuevas relaciones.

Respeto a la diferenciación de género en las consecuencias del conflicto armado, las mujeres víctimas se sienten reconocidas y logran expresarse en los espacios provistos por las Espere.

Nuestros dos grupos se caracterizan por la presencia únicamente de mujeres: esta particularidad nos permitió trabajar bajo un enfoque de género. En tiempos de guerra, el imaginario colectivo refuerza los estereotipos de vulnerabilidad de la mujer y virilidad del hombre, asignando a las mujeres una posición de debilidad y de sumisión. El contexto del conflicto interno representa otro factor de riesgo: la ONU reconoce que las mujeres “pueden encontrarse particularmente expuest[a]s” 15 y Rita Segato (2014) recuerda que la vulnerabilidad de las mujeres frente a la violencia ha aumentado con la aparición de nuevas formas de guerra.

Otorgar un lugar importante a las emociones permite a las mujeres víctimas empezar su proceso de reconstrucción.

El trabajo de transformación de las emociones iniciado por las mujeres se inscribe en un proceso de empoderamiento. Myriam Jimeno 16 sostiene que las emociones no son únicamente interiores, como lo plantea la teoría clásica, sino que lo que llama la “configuración emocional” se compone de elementos exteriores tales como las experiencias, la interpretación de los hechos, los recursos narrativos y las relaciones. Las Espere ofrecen un nuevo espacio de socialización en donde se dan relaciones profundas, ya que representan el vínculo con una vida exterior débil. Esta restauración emocional pasa por la intersubjetividad, es decir, el encuentro con el otro, que permite lograr la construcción de nuevas narrativas.

La reconciliación individual se desarrolla gracias a la intersubjetividad.

La historia de cada mujer transmite su individualidad y subjetividad. Compartir esta narrativa demuestra un primer paso significativo hacia el reconocimiento de los dolores y la voluntad de seguir adelante. El acto de contar supone la acción de dos personas: el que cuenta y el que escucha. La intersubjetividad es importante en esta perspectiva de cambio social. Dado que las imágenes mentales de venganza y reconciliación evolucionan, el reconocimiento del otro y de su historia conlleva la aceptación de que las verdades pueden ser diferentes. El objetivo de las Espere es construir una narrativa colectiva que sale del campo privado para inscribirse en un espacio público. Así, contar permite una dinámica de reconstrucción, y escuchar conlleva un proceso de humanización del otro. Esta visión la llamamos ‘bottom-up’, porque la acción de cada individuo contribuye en la construcción de un clima nacional pacificado.

Las Espere contribuyen a una sociedad menos violenta.

Son importantes las metodologías que se centran en la reparación de las afectaciones inmateriales del conflicto armado, es decir, las de tipo emocional. El gran desafío actual de Colombia, en cuanto a la reparación de las víctimas, es el reconocimiento de las heridas emo­cionales. Su sanación resulta esencial a la hora de pensar y construir la no repetición de la violencia. Las Espere proponen elementos vitales para que se logre este objetivo.

Recomendaciones

Cambiar las mentalidades patriarcales transforma el discurso sobre la guerra.

La pacificación de Colombia pasa por la deconstrucción del esquema tradicional que vincula los hombres con el espacio público y las mujeres con la esfera privada. Para que ellas logren expresar sus vivencias dolorosas, la sociedad tiene que legitimar su presencia en la escena pública, puesto que, históricamente, tuvieron muy poco acceso. Esta visión binaria tiene que cambiar para que se transformen los discursos: multiplicando la presencia pública de las mujeres, sus historias enriquecerán la construcción de una nueva sociedad.

Profundizar el vínculo entre emoción y cuerpo refuerza el acompañamiento psicosocial a las víctimas.

Como lo indica Aranguren, algunas experiencias son inenarrables e indecibles. Entonces, se puede utilizar el silencio para encontrar nuevas herramientas que exterioricen las emociones de la víctima. Por ejemplo, el arte es un método alternativo, permitiendo al individuo escuchar su ‘yo interior’ y expresarse gracias a un trabajo que pasa por el cuerpo: teatro, danza, pintura… Así, la víctima puede liberarse de sus ideas y sentimientos.

El trabajo de transformación de las emociones no es una homogeneización de los sentimientos.

Delphine Lecombe advierte contra los usos políticos de la figura de víctima, analizando que esta es esencial para todo proceso de paz, de perdón y reconciliación. Escribe que resulta “un trabajo de subordinación de las emociones bajo formas socialmente legítimas” con el fin de crear “buenas víctimas”, es decir, víctimas sin sentimientos de odio o venganza (2002, p. 508). Entonces, el riesgo es no considerar a las víctimas por lo que son, seres humanos destruidos por el conflicto armado, sino por lo que pueden aportar al posacuerdo. Más allá de sus experiencias personales, sus narrativas adquieren importancia para el interés general y casi se impone el marco en el que se debe ubicar su discurso. Esta obligación representa un riesgo porque las víctimas pasan de un aislamiento a otro sin reencontrarse a sí mismas. La homogeneización de las opiniones en un mismo grupo social no es deseable: la importancia es seguir complejizando el concepto de víctima, enriqueciéndolo de experiencias donde prevalece la subjetividad.

Pensar la reparación emocional como un mecanismo de resiliencia postraumatismo.

La reparación emocional de las mujeres constituye uno de los mecanismos de resiliencia principales, al igual que el derecho a la justicia, la memoria o la restitución de tierras. La subjetividad es central en la propuesta de la Fundación para la Reconciliación. Es importante resaltar las afectaciones individuales de cada mujer, entender sus características y orígenes para integrarla en el contexto actual de Colombia. La metodología de las Espere no aspira a crear individuos impecables, ya que cada vida tiene sus contradicciones propias y el proceso de sanación de las emociones también: este es también objeto de protestas, obstáculos e imposibilidades.

Referencias

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Notas

1 Entrevista con la coordinadora de la Maestría en Psicología Social y Violencia Sociopolítica, realizada por Viviana Gutiérrez para su tesis La intervención psicosocial en la justicia transicional: un abordaje desde las víctimas del desplazamiento forzado en la región de los Montes de María, Sucre - Colombia, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México, julio de 2015.

2 Todas las traducciones de este texto son personales.

3 Conjunto de las personas incluidas en el Registro Único de Víctimas al día 20 de septiembre de 2018.

4 El total de personas contabilizado en el Registro Único de Víctimas difiere de la suma de las mujeres y hombres víctimas debido a que algunas personas no quisieron revelar su género.

5 https://www.unidadvictimas.gov.co/es/registro-unico-de-victimas-ruv/37394, datos obtenidos el 20 de septiembre de 2018.

6 Por nuevas formas de guerra, Segato se refiere a un conflicto que no se caracteriza por la búsqueda de la paz, sino por un proyecto a largo plazo que no busca ni la victoria ni la derrota. Afirma que estos conflictos armados, de tipo no convencional, se vuelven nuevos modos de existencia.

7 La Fundación para la Reconciliación propone tres tipos de narrativas que cambian con la ofensa, en adelante llamadas las 3S: el significado de la vida se refiere a los principios guiadores para las acciones cotidianas. La sociabilidad es la capacidad del individuo para poder relacionarse con su entorno. Por fin, la seguridad en sí mismo corresponde a la autoestima de cada uno. Cada daño tiene como consecuencia heridas y rupturas en estas tres S: una ruptura sobre el significado de sí mismo, de los otros y de la vida.

8 Las Escuelas de Perdón y Reconciliación son una metodología pedagógica y lúdica presencial. Su propósito es la sanación de las heridas psicológicas, la transformación de la memoria ingrata y dolorosa, el fomento de nuevas prácticas restaurativas y la construcción de nuevas herramientas para reconstruir confianza. Las Espere se componen de ejercicios lúdicos, de lecturas y escrituras acerca del tema de la reconciliación.

9 Las mujeres de María La Baja se encuentran estigmatizadas como guerrilleras porque se organizan para empoderar a la comunidad y, por lo tanto, representan un contrapoder a los paramilitares presentes en la zona.

10 Debido a que en dicho mes se recibió la amenaza mientras se realizaba la Espere, se tuvo conocimiento de la situación y se brindó acompañamiento a la organización Narrar para Vivir. En esa oportunidad, desde las directivas de la organización, se nos autorizó sustentar este hecho en el presente artículo investigativo, como ejercicio de denuncia ante el amedrentamiento, así como ejercicio de visibilización de la situación de las lideresas sociales en el territorio.

11 Cambiamos los nombres para respetar la confidencialidad de las discusiones.

12 Datos empíricos recolectados y sistematizados por la Fundación para la Reconciliación.

13 Sitio web del Centro Nacional de Recursos Textuales y Lexicales: http://www.cnrtl.fr

14 Rolando Alecio, entrevista con el director de la implementación de las medidas del Programa Nacional de Resarcimiento (Guatemala, 23 de abril de 2015), en Gutiérrez, La intervención psicosocial en la justicia transicional: un abordaje desde las víctimas del desplazamiento forzado en la región de los Montes de María, Sucre - Colombia, p. 101.

15 Resolución 1888 de 2009 del Consejo de Seguridad.

16 Coloquio “Las emociones en las ciencias sociales”, conferencia de Myriam Jimeno “Las emociones como actos relacionales”, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, 29/08/2018.

Notas de autor

* Socióloga de la Université de Bordeaux (Francia) y Máster en Asuntos Internacionales y Desarrollo con profundización en Peace Studies de la Université Paris Dauphine (Francia). Voluntaria en la Unicef Francia enfocada en fomentar la participación de los jóvenes y adolescentes. Correo electrónico: leilapeltierbonneau@gmx.fr. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3618-8047

* Profesional en Ciencia Política y candidata al título de Magíster en Relaciones Internacionales: Nuevos Desafíos y Gestión de Crisis del Instituto de Estudios Políticos de Toulouse (Sciences Po Toulouse) (Francia). Consultora para el Instituto Internacional de Planificación de la Educación-Unesco en planificación sensible a los riesgos de conflictos y catástrofes. Correo electrónico: meline.szwarcberg@sciencespo-toulouse.net. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7883-2147