Giovanni Sartori sobre los conceptos y el desafío de la metageografía para las relaciones internacionales

Jochen Kleinschmidt
Universidad del Rosario, Colombia

Giovanni Sartori sobre los conceptos y el desafío de la metageografía para las relaciones internacionales

Desafíos, vol. 30, núm. 1, 2018

Universidad del Rosario

El clásico ensayo de Giovanni Sartori (1970) sobre el papel de los conceptos en el estudio de la política comparada ha generado un impacto que va más allá del contexto al que iba dirigido originalmente. Se puede considerar que fue en ese entonces una apelación hecha en el marco de una disciplina dominada por la influencia de la reciente revolución conductista y la bipolaridad, todavía relevante, entre la teoría de la modernización y los enfoques marxistas al problema del desarrollo. La ciencia política se había emancipado de sus antiguos lazos con las disciplinas de la historia, el derecho y la filosofía, y encontraba nuevo material empírico en los países recientemente independientes del sur. Así, en el contexto dado, el artículo puede ser leído, por un lado, como una invitación a no comprometerse excesivamente con el “estiramiento conceptual” (Collier & Levitsky, 1997, p. 1034); —aquí cambié la coma por un punto y coma— es decir, a aplicar el vocabulario conceptual, todavía en gran parte derivado de la política y del derecho europeo del siglo XIX, a situaciones que podrían merecer innovación conceptual más que refinamiento metodológico o teórico. Se encontraron problemas equivalentes, entre otros, en la última gran ola de democratización, y en esa situación los investigadores aplicaron debidamente las reglas de Sartori para hacer frente a la complejidad empírica (Collier & Levitsky, 1997). Por otro lado, es también un llamado a no ignorar la importancia de la ontología en las batallas epistemológicas y metodológicas de la época.

Para las relaciones internacionales, académicas, contemporáneas propongo que probablemente nos encontramos también en una situación sartoriana, considerando lo siguiente: dentro de la disciplina, gran parte del interés en el refinamiento metodológico y en la gran teoría —las dos tendencias competidoras de los años noventa y 2000— ha disminuido de manera significativa. Por un lado, se argumenta que la utilidad marginal del uso de métodos cuantitativos refinados se está acercando a cero debido a, entre otras razones, la baja disponibilidad de datos numéricos de alta calidad inherentes a la mayoría de los objetos de estudio, y a la falta de interesantes preguntas de investigación para responder a la ausencia de inovaciones conceptuales (Mearsheimer & Walt, 2013, p. 429f). Por otro lado, un reducido énfasis en la teorización a veces se considera beneficioso supuestamente por permitir investigaciones menos ideológicamente rígidas y con mayor relevancia en el mundo real (Lake, 2013). Además, autores que sí valoran el trabajo teórico lamentan la circularidad del debate contemporáneo, que en muchos casos parece girar en torno a la cuestión de la permanencia o la desaparición de conflictos entre las grandes potencias, sin traer mucha innovación a la disciplina como tal (Heng, 2010). En el imaginario de Sartori (1970), quienes insisten en el refinamiento metodológico podrían ser descritos como “pensadores sobreconscientes”, mientras que aquellos que defienden la eterna regurgitación de debates entre teorías tradicionales deben ser ciertamente “pensadores inconscientes” (p. 1033).

Considerando este desencanto con el estado del debate en las relaciones internacionales, no es sorpresa que, al margen de este choque entre diferentes perspectivas disciplinarias, haya aparecido una nueva literatura enfocada, no en la construcción de grandes teorías ni en la aplicación de metodologías cada vez más sofisticadas, sino en el rol de los conceptos en la disciplina, la construcción de nuevos conceptos y el cuestionamiento de antiguas tradiciones conceptuales. En muchas de estas obras, el trabajo de Sartori figura como un importante punto de referencia (Berenskoetter, 2016, p. 12f). Así se hace hincapié en la necesidad de reflexionar continuamente sobre el uso de los conceptos como parte del diccionario compartido de los académicos de relaciones internacionales y como elemento clave de la herencia intelectual de Sartori (Guzzini, 2013, p. 536f). En algunos casos, la importancia relativa de la gran teoría y de los conceptos para la disciplina se ha invertido frente a la percepción tradicional. Para dar un ejemplo, en el contexto de los debates sobre la relevancia social de la investigación en relaciones internacionales, se ha argumentado que esta última tiene un impacto en los tomadores de decisión no tanto a través de la investigación que se refiere realmente a la política, sino a través de la construcción de conceptos que dan forma a su construcción de la realidad (Jahn, 2017, p. 66). En este sentido, los conceptos no servirían para la construcción de teorías académicas, sino que las teorías académicas serían la base para la elaboración de conceptos capaces de generar un impacto en la hermenéutica cotidiana del mundo social y político.

¿Cuál es entonces la causa de esta renovada pertinencia del debate conceptual? Más allá del mencionado desencanto ante la situación del debate teórico y metodológico, quisiera enfatizar ciertos paralelos entre la situación histórica de Sartori y de su disciplina, y el contexto internacional contemporáneo. Me refiero concretamente al percibido cambio ontológico de la metageografía de las relaciones internacionales. Metageografía —un término poco usado, pero pertinente para la descripción de ciertas dinámicas disciplinarias— se refiere a las suposiciones ontológicas, normalmente implícitas, hechas en la asignación de identidades espaciales discretas a países, regiones, grupos humanos y otras entidades que pueden necesitar ser designadas tanto en el discurso cotidiano como en el académico (Lewis & Wigen, 1997, p. IX). Disponer de un vocabulario metageográfico significa entonces poder tratar un concepto “como si fuera real” (Hay, 2014). La extensión física, la agencia, la voluntad colectiva y una serie de propiedades normalmente reservadas para los seres humanos pueden ahora ser atribuidas a conceptos aún vagamente definidos. Gran parte del impacto social atribuido a los conceptos académicos deriva en realidad de su acoplamiento a una metageografía atractiva —considérese, por ejemplo, la tesis del llamado ‘choque de civilizaciones’—. Cuando Sartori (1970) escribía su artículo clásico, como se mencionó anteriormente, estaba parcialmente motivado por la aparición de nuevos tipos de estructuras políticas en áreas hasta ese entonces dominadas políticamente por las potencias coloniales, de manera que un intento de observarlas con las categorías establecidas en contextos principalmente europeos habría sido, según él, una aproximación ilegítima para construir un universalismo falso (p. 1035). En otras palabras, por lo menos algunas de las preocupaciones de Sartori estaban dirigidas al uso de categorías metageográficas inadecuadas.

Según una importante obra de Buzan y Lawson (2015), la necesidad de reevaluar las bases metageográficas de diferentes disciplinas fue dada después de la Segunda Guerra Mundial debido al cambio estructural de una forma “occidental-colonial” de modernidad a una versión “occidental-global”. En la primera, algunos países —en su mayoría europeos— controlaban por la fuerza grandes partes del mundo directa o indirectamente, dominando no solo la política de poder, sino también los términos del intercambio económico y cultural. En la segunda, la metrópoli mundial todavía dominaba los aspectos económicos, intelectuales, tecnológicos y otros de la sociedad mundial, mientras que la simetría legal y a veces política entre los Estados occidentales y los no occidentales, generalmente fue respetada (p. 206). Sin embargo, un paralelismo general de las formas económicas, políticas, tecnológicas y otras formas de influencia social de las unidades dentro de la sociedad global sigue siendo un supuesto plausible bajo estas condiciones. Esta suposición implícita se puede observar en muchas obras teóricas de esa época, y estas obras aún hoy en día forman el núcleo del canon disciplinario en relaciones internacionales. Se puede encontrar, por ejemplo, en el realismo estructural de Kenneth Waltz (2000), en el que la principal condición para alcanzar el estatus de gran potencia radica tanto en el crecimiento económico como en la innovación tecnológica. En el otro lado del espectro teórico, la teoría de la dependencia y los enfoques inspirados por el marxismo insisten en la concentración no solo del capital, sino también del poder político en el “centro” del sistema económico mundial (Hidalgo-Capitán, 2012). Otros ejemplos son fáciles de encontrar. La asunción de la distribución paralela de las capacidades políticas, económicas, culturales, tecnológicas y otros tipos de agencia es uno de los principios metageográficos centrales de la teoría clásica de las relaciones internacionales.

Con el momento sartoriano contemporáneo me refiero a la idea que, con la llegada anticipada de una modernidad marcada por el globalismo descentrado (Buzan & Lawson, 2015, p. 275), una reevaluación de algunos de los conceptos centrales de la disciplina será necesaria, al igual que lo que Sartori diagnosticó en su momento. A menudo se asume que el principio estructural que parece dominar en la evolución hacia el globalismo descentrado es la “diferenciación funcional”, es decir, una independencia cada vez mayor de los sistemas funcionales globales específicos como la economía global, la política global, la ciencia global y el derecho transnacional, entre otros. Este principio como fundamento de la dinámica central de la sociedad global moderna se encuentra en la obra del sociólogo Niklas Luhmann (2006, p. 97) y, recientemente, ha comenzado a ser empleado en las relaciones internacionales (Albert, 2016). Por lo menos, tal perspectiva podría aclarar paradojas aparentes del desarrollo paralelo de estructuras políticas, económicas, científicas y legales, que son imposibles de encajar en una visión clásica. Por ejemplo, Rusia, que sin duda desempeña un papel importante como potencia militar, tiene una economía categóricamente periférica basada en la extracción. Lo mismo podría decirse de su sistema legal o de su sistema educativo o de su desarrollo humano en general (Hopf, 2016). Por su parte, China, que en muchos aspectos constituye un típico poder autoritario, está aparente y firmemente comprometida con el orden mundial liberal (Buzan & Lawson, 2015, p. 286), lo que dejaría atrás las hipótesis liberales clásicas sobre la sincronía de las estructuras económicas y políticas. Y en los Estados Unidos, un país que sin duda sigue siendo un poder político y económico de primer orden, varias regiones muestran características más parecidas a las de los países hasta ahora asociados a un “tercer mundo” periférico (Lewis & Wigen, 1997, p. 192).

Ejemplos similares abundan en el mundo de hoy. Un mundo territorial simple, compuesto de Estados como contenedores de sus respectivas sociedades y que las teorías realistas todavía suponen como real, se ha vuelto tan inverosímil como su contraparte marxista, la distinción de un centro global yuxtapuesto con su periferia. Muchos observadores del mundo contemporáneo todavía se aferran a tales certezas ontológicas tradicionales, como los que estaban aturdidos ante la elección de un presidente estadounidense que tenía más similitudes con los populistas del tercer mundo que con la mayoría de sus predecesores o aquellos que apenas podían creer que un Estado petrolero en declive como Rusia podría plantear un desafío geopolítico a la OTAN, una vez más. Los académicos de las relaciones internacionales deberían ver tal asombro como una oportunidad para proporcionar orientación intelectual a través del suministro de conceptos adecuados. El refinamiento metodológico o los debates interteóricos son, al menos en muchos casos, inútiles en tal situación. En este sentido, los argumentos presentados por Sartori en 1970 son sorprendentemente relevantes en el contexto contemporáneo de la disciplina.

Referencias

Albert, M. (2016). A theory of world politics. Cambridge University Press.

Berenskoetter, F. (2016). Unpacking concepts. En F. Berenskoetter (Ed.), Concepts in world politics (pp. 1-19). London: Sage.

Buzan, B., & Lawson, G. (2015). The global transformation: History, modernity and the making of international relations. Cambridge University Press.

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Guzzini, S. (2013). The ends of international relations theory: Stages of reflexivity and modes of theorizing. European Journal of International Relations, 19(3), 521-541.

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Hidalgo-Capitán, A. L. (2012). Economía política del desarrollo y el subdesarrollo: revisitando la teoría de la dependencia. Revista Iberoamericana de Estudios de Desarrollo, 1(1), 5-27.

Hopf, T. (2016). Russia becoming Russia: A semi-periphery in splendid isolation. En G. Hellmann & B. Herborth (Eds.), Uses of the west: Security and the politics of order (pp. 203-227). Cambridge University Press.

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Luhmann, N. (2006). La sociedad de la sociedad. México: Herder.

Lewis, M. W., & Wigen, K. E. (1997). The myth of continents: A critique of metageography. Berkeley: University of California Press.

Mearsheimer, J. J., & Walt, S. M. (2013). Leaving theory behind: Why simplistic hypothesis testing is bad for international relations. European Journal of International Relations, 19(3), 427-457.

Sartori, G. (1970). Concept misformation in comparative politics. American Political Science Review, 64(4), 1033-1053.

Waltz, K. N. (2000). Structural realism after the Cold War. International Security, 25(1), 5-41.