Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

Reflexiones sobre el populismo y la polarización en América Latina y sus consecuencias para la democracia*

JENNIFER MCCOY

Reflexiones sobre el populismo y la polarización en América Latina y sus consecuencias para la democracia*

Desafíos, vol. 34, núm. 2, 2022

Universidad del Rosario

JENNIFER MCCOY *


Información adicional

Para citar este artículo: McCoy, J. (2022). Reflexiones sobre el populismo y la polarización en América Latina y sus consecuencias para la democracia. Desafíos, 34(2), 1-19. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.11307

En la última década, el populismo y la polarización han disparado las alarmas de las amenazas a la democracia en todo el mundo. Una literatura emergente considera que la hiperpolarización es un factor clave que contribuye a la erosión democrática y a la creciente autocratización (Carothers & O’Donahue, 2019; McCoy & Somer, 2018; Levitsky & Ziblatt, 2018; Haggard & Kaufman, 2021). En América Latina, el populismo de izquierda y de derecha ha sido un elemento básico del debate popular y académico durante, al menos, las dos últimas décadas, especialmente a partir de la elección de Hugo Chávez en 1998 y cuyo mandato empezó en 1999. Por el contrario, en Estados Unidos el debate académico se centró en la polarización política durante las últimas tres décadas, pero solo comenzó a incorporar el populismo con la elección de Donald Trump, en 2016. Incluso entonces, quienes estudian política comparada, a menudo latinoamericanistas, dominaron el análisis del populismo (Hawkins & Littvay, 2019; Weyland & Madrid, 2019; Inglehart & Norris, 2016; McCoy, 2016).

En realidad, los dos conceptos están íntimamente relacionados, ya que la ideación populista es fundamentalmente divisiva y polarizadora, y su forma particular de polarización es perjudicial para la democracia. Pero, incluso al margen de la polarización populista, las segundas vueltas en las elecciones presidenciales latinoamericanas de los últimos años han enfrentado a candidatos de la izquierda con candidatos de la derecha, y los candidatos centristas se han quedado cortos en países como Chile, Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil. Los principales candidatos en las elecciones de 2022 en Brasil indican que esta tendencia continúa. Esta polarización ideológica se suma a la explosión de protestas sociales que, en muchos casos, reflejan una antipatía hacia el establishment político en su conjunto. A su vez, el apoyo a la democracia está disminuyendo (Zechmeister & Lupu, 2019).

¿Está creciendo la polarización en América Latina y, de ser así, es peligrosa para la democracia? ¿Cómo encaja la experiencia latinoamericana con las tendencias globales? En este ensayo, reflexiono sobre estas preguntas discutiendo primero el concepto de polarización como un proceso de simplificación de la política hacia una división binaria de la sociedad, en lugar del tratamiento más convencional que la entiende como la distancia entre posiciones ideológicas o posturas políticas. Sitúo el populismo como un clivaje, de muchos posibles, que subyace a la polarización. Después, analizo las tendencias globales de polarización y democracia, y a América Latina como región, así como a los países individuales. Para cerrar, interpreto los desafíos contemporáneos en América Latina desde la perspectiva de esta conceptualización del proceso de polarización.

El cambiante concepto de polarización

Del otrora enfoque convencional, en la ciencia política, el concepto de polarización se ha transformado en la última década en una escala unidimensional de distancia entre posturas ideológicas o preferencias.

Algo típico consistía en pedir a los ciudadanos que se situaran a sí mismos, o a los partidos/líderes políticos, en una escala de izquierda-derecha. Esta escala usualmente se dejaba sin definir, pero surgía de la época de la Guerra Fría, centrada en las funciones económicas del gobierno: un enfoque liberal clásico más orientado al mercado versus un enfoque más intervencionista, orientado al Estado o socialista. En el análisis clásico de Sani y Sartori (1983), estos desplazamientos de las actitudes de los votantes hacia los extremos del espectro ideológico desestabilizarían la democracia y se correría el riesgo de llevar al desorden, a la violencia e, incluso, al colapso democrático. Hoy en día, esa polarización ideológica basada en clivajes de clase o socioeconómicos ha dado paso en muchos países a clivajes basados en preferencias culturales e identidad, ya sea racial, religiosa, étnica o de lugar (por ejemplo, nacionalista versus cosmopolita o urbano versus rural). En la literatura de política comparada surgió una conceptualización bidimensional de la polarización, la cual contempla una dimensión económica izquierda-derecha y una dimensión cultural, la cual suele ir desde un polo globalista/cosmopolita/posmaterial hasta el polo opuesto: nacionalista/étnico/religioso/tradicional.1

El aumento en la toxicidad de la retórica y las relaciones políticas en el siglo xxI dieron lugar a un nuevo cuerpo de literatura que analiza el conflicto partidista como un conflicto intergrupal. La polarización afectiva se identificó, primero, en Estados Unidos, como una dimensión espacial cualitativamente diferente de la polarización entre los votantes (Iyengar et al., 2012; Mason, 2015). Basándose en la teoría de la identidad social y en la psicología social, los académicos analizaron las crecientes divisiones partidistas de las masas en términos de conflicto intergrupal: los individuos se vinculan con los miembros de su grupo y tienen opiniones favorables sobre ellos, mientras desconfían y estereotipan negativamente a los miembros del grupo externo (Tajfel & Turner, 1979). La psicología de la polarización se convierte en algo fundamental, ya que los mecanismos de deshumanización, despersonalización y estereotipación contribuyen a la aversión emocional, al miedo y a la desconfianza hacia los miembros del otro grupo. A medida que crece la polarización partidista afectiva, esta adquiere las características tribales del conflicto intergrupal, en el que los miembros se vuelven ferozmente leales a su “equipo”, puesto que quieren que este gane a toda costa, y con fuertes prejuicios contra el otro grupo (Green et al., 2002).

Los que estudian política comparada fueron pioneros en otro cambio en la conceptualización espacial de la polarización —ya sean las preferencias políticas o el afecto partidista— hacia un enfoque de proceso, para examinar cómo la simplificación de la política conduce a una división binaria de la sociedad en campos mutuamente antagónicos (Bermeo, 2011; McCoy et al., 2018). En este proceso, múltiples clivajes se refuerzan entre sí, en contraposición a los clivajes anteriormente transversales. Así, se avanza hacia una única frontera que divide a las poblaciones, tanto a las masas como a las élites políticas. Ken Roberts (2021) llamó recientemente a este enfoque la principal dimensión constitutiva de la polarización; mientras que la polarización espacial en función de los temas o las preferencias políticas de los votantes o de las élites partidistas es una dimensión secundaria. Mis coautores y yo ampliamos estos argumentos de Roberts para identificar la polarización como un proceso, un estado o condición y una estrategia política. Es un proceso de simplificación de la política en el que “[…] la multiplicidad normal de diferencias en una sociedad se alinea cada vez más en una sola dimensión y la gente percibe y describe cada vez más la política y la sociedad en términos de ‘Nosotros’ contra ‘Ellos’” (McCoy et al., 2018, p. 16).

Cuando la polarización llega a un estado de equilibrio, con una sociedad dividida en campos políticos binarios y mutuamente antagónicos y ninguna de las partes tiene un incentivo para pasar a una estrategia despolarizadora, tiene consecuencias perniciosas para la democracia: los partidos políticos se vuelven reacios a concertar, los votantes pierden la confianza en las instituciones públicas y el apoyo normativo a la democracia puede disminuir. En casos extremos, cada bando cuestiona la legitimidad moral de los otros, porque ven al bando contrario y sus políticas como una amenaza existencial para su forma de vida o para la nación en su conjunto. Llegan a percibir al “Otro” en términos tan negativos que un adversario político normal con el que se compite por el poder se transforma en un enemigo al que hay que desterrar. A esto lo llamamos polarización perniciosa.

Por último, las élites políticas también pueden utilizar instrumentalmente la polarización como estrategia para obtener y conservar el poder (Somer & McCoy, 2018). El juicio moralizador maniqueo, que identifica al grupo interno como bueno y al grupo externo como malo, es un aspecto particularmente nefasto de esta estrategia de polarización, que pretende desacreditar la propia legitimidad moral de una oposición.

El populismo polarizador. El populismo es solo clivajes que pueden subyacer a la hiperpolarización, pero es una preocupación contemporánea de gran alcance, pues está asociado a la erosión democrática en el siglo XXI. Como idea política, el populismo es intrínsecamente polarizador, dado su enfoque en una élite nefasta que socava el interés del pueblo virtuoso (Hawkins et al., 2019). Los políticos populistas construyen un clivaje que es a la vez inclusivo del “pueblo”, tal y como ellos lo definen, y excluyente de la “élite o establecimiento” (Roberts, 2021; Urbinati, 2019). Lo hacen de varias formas: creando chivos expiatorios en algunos personajes de la élite para que la gente los culpe de sus agravios, a través del uso de una retórica divisiva del nosotros contra ellos, la cual crea identidades de grupo interno y externo, y mediante el uso de llamados emocionales (Hawkins et al., 2019; McCoy & Somer, 2019).

El populismo también es antipluralista. Aunque esto es un buen augurio para el aspecto mayoritario de la democracia, amenaza las protecciones liberales a las minorías políticas (o incluso étnicas) y las instituciones liberales de separación de poderes e integridad electoral (Team Populism, 2018). La retórica populista combinada con contextos de hiperpolarización en los que la identidad partidista se alinea con otras identidades sociales aumenta la relevancia de la identidad partidista del grupo y, a su vez, las percepciones de amenaza a ese estatus de grupo. A medida que los votantes se identifican cada vez más fuertemente a favor y en contra de un titular o partido populista y de los beneficios que aportan, pueden llegar a considerar al otro bando como una amenaza existencial para su modo de vida, los intereses de su grupo o la nación en su conjunto.

Tendencias globales de polarización y consecuencias para la democracia

Este tipo de polarización —de grupo interno/grupo externo o de nosotros contra ellos—se estudia principalmente en Estados Unidos y Europa Occidental, pero ¿se da también en América Latina? Hasta hace poco era muy difícil medir y comparar la polarización política perniciosa a través de diferentes países; en su lugar, predominaban los estudios comparativos cualitativos y las medidas indirectas en el análisis de sus mecanismos y efectos (McCoy & Somer, 2018, 2019; Carothers & O’Donahue, 2019; Haggard & Kaufman, 2021). Ahora bien, recientemente, el Instituto V-Dem ha desarrollado una nueva medida en sus encuestas de expertos sobre democracia, la cual permite realizar estudios empíricos transnacionales y longitudinales. La pregunta polarización política indaga “¿hasta qué punto está la sociedad dividida en campos mutuamente antagónicos en los que las diferencias políticas afectan las relaciones sociales más allá de las discusiones políticas?”. Esta medida utiliza una escala de 0 a 4, donde el 0 denota que los partidarios de “campos políticos opuestos generalmente interactúan de manera amistosa” y donde una puntuación de 4 indica que “los partidarios de campos políticos opuestos generalmente interactúan de manera hostil”.2 Reconociendo que la medida no es precisa, nos da una idea aproximada de las tendencias de polarización a lo largo del tiempo y entre países. En el análisis a continuación considero que las puntuaciones de 3 o más indican niveles perniciosos.3

Utilizando esta medida, podemos ver tendencias claras: la polarización nosotros contra ellos está aumentando en todo el mundo. Cuando se desglosa por regiones, todas las regiones, excepto Oceanía, han aumentado desde 2005, aunque dentro de Europa, la polarización en las subregiones occidental y nórdica sigue siendo bastante baja. Si comparamos solo América Latina con la media mundial y con Estados Unidos (figura 1), observamos: 1) América Latina como región ha seguido aproximadamente las tendencias mundiales, aunque la polarización ha aumentado allí más rápido que los promedios mundiales a partir de 2015, y 2) Estados Unidos se mantuvo por debajo de los promedios mundiales y latinoamericanos desde 1950 hasta que la polarización empezó a repuntar en 2004. En la actualidad, Estados Unidos tiene uno de los índices más altos del mundo en este indicador. Si analizamos estos indicadores habiendo ponderado por población, para América Latina y para el mundo (figura 2), vemos aumentos todavía más marcados en la polarización recientemente, debido a la alta polarización en los países más grandes.

Polarización política en América Latina en relación con Estados Unidos y el resto del mundo
Figura 1
Polarización política en América Latina en relación con Estados Unidos y el resto del mundo


Fuente: V-Dem. Variable: Polarización política: ¿está la sociedad polarizada en campos políticos antagonistas? (0 = no, de ninguna manera; 4 = sí, en gran medida).

Polarización política ponderada por población
Figura 2
Polarización política ponderada por población


Fuente: V-Dem. Variable: Polarización política: ¿está la sociedad polarizada en campos políticos antagonistas? (0 = no, de ninguna manera; 4 = sí, en gran medida).

También podemos ver en estas líneas de tiempo que una mayor polarización está asociada con una menor democracia, como se muestra en la figura 3. América Latina experimentó una alta polarización desde los tumultuosos años de la década de 1950 hasta las dictaduras militares de la década de 1960-1970, y comenzó a despolarizarse en la década de 1980, con la restauración democrática. Solo en 2005, en promedio, comienza a aumentar de nuevo. En el siglo XXI, América Latina está sufriendo el mismo desafío que otros países en el mundo contemporáneo: el aumento de la polarización y la erosión democrática en el marco de la democracia.

 Democracia liberal y polarización política en América Latina con intervalos de confianza
Figura 3
Democracia liberal y polarización política en América Latina con intervalos de confianza


Fuente: V-Dem.

En investigaciones previas, mis coautores y yo mostramos que los niveles sostenidos de alta polarización, en particular, están asociados con la erosión democrática (Somer et al., 2021). Las razones son muchas y pueden variar según el país, pero el patrón general descrito, de falta de voluntad de concertar junto con la percepción de la otra parte como una amenaza existencial, puede alentar a los líderes a tomar medidas para afianzar su ventaja electoral, concentrar el poder en el ejecutivo y deslegitimar a los críticos y opositores (Haggard & Kaufman, 2021; McCoy & Somer, 2019a).

También podemos analizar los países individuales de América del Sur y México y ver algunos patrones (figura 4). Todos los países que hicieron la transición a la democracia desde un gobierno militar autoritario se despolarizaron enormemente, pero variaron en términos de cuánto tiempo pudieron mantenerla. Solo Uruguay ha logrado mantener una baja polarización desde su restauración democrática, aunque Chile mantuvo niveles bastante bajos hasta el precipitado aumento a partir de 2018. Colombia se despolarizó mucho después de la década de La Violencia y su posterior acuerdo nacional, pero luego se polarizó nuevamente, cruzando el umbral pernicioso (de 3 en la escala) más o menos cuando Álvaro Uribe Vélez estaba buscando tener un tercer mandato, y luego de nuevo con las negociaciones de paz de Juan Manuel Santos. México se despolarizó con el inicio de elecciones competitivas tras las reformas electorales de 1993-1994, pero se polarizó nuevamente y alcanzó niveles perniciosos tras la elección de Andrés López Obrador, en 2018.

Polarización según países
Figura 4
Polarización según países


Fuente: elaboración propia a partir de datos de V-Dem.

En general, los niveles más altos de polarización, aquellos que alcanzan niveles perniciosos de 3 y superiores, se produjeron principalmente bajo gobiernos populistas, lo que refleja la tendencia a la retórica populista divisiva y demonizadora y a una reacción antipopulista que suele responder con las mismas estrategias polarizantes. Las excepciones al patrón de polarización populista son los altos niveles de Brasil, en torno a la destitución de Dilma Rousseff, los escándalos de corrupción que afectan a toda la clase política y luego la elección del populista de extrema derecha Jair Bolsonaro; la polarización de Colombia, en torno al proceso de paz; en Chile, con la explosión de una división de clases largamente enmascarada y las protestas sociales de 2019-2020, e inestabilidad presidencial en Perú desde 2016.

Interpretando la polarización y sus consecuencias en América Latina

En toda la región latinoamericana hemos visto en las últimas dos décadas un amplio patrón de crisis de representación y de partidos políticos insensibles o ineptos, lo que ha producido en muchos casos una alternativa populista y una concomitante reacción de las élites y, en otros, una fractura del sistema de partidos. En 2019, también vimos que las protestas sociales generalizadas se extendieron por muchos países. Estos amplios patrones reflejan una insatisfacción profundamente arraigada con los legados del consenso neoliberal de la década de 1990, incluida la obstinada desigualdad de ingresos, los fracasos de gobernanza y la corrupción generalizada, así como con las expectativas frustradas de una clase media emergente. Al desencanto se suman el resurgimiento de la inseguridad física con el aumento de la delincuencia, especialmente durante la pandemia, y en algunos países el persistente desafío del crimen organizado. ¿Están estos agravios relacionados con la creciente polarización identificada? Necesitamos mucha más investigación para determinar las causas, pero el análisis de los patrones en países individuales y la comparación con otras partes del mundo pueden darnos algunas pistas.

En Estados Unidos, Europa Central, India y Turquía —todos ellos países que experimentan una gran polarización y erosión democrática—, la polarización se centra en las divisiones socioculturales y de identidad en torno a la raza, el género, la religión y el nacionalismo. Esto puede ser el resultado de una estrategia deliberada de la élite para distraer la atención de una política económica que beneficia a las élites, como argumentan Hacker y Pierson (2020) para el caso de Estados Unidos, y Magyar (2016), para el de Hungría, pero las cuestiones de la inmigración, los derechos de los LGBTQ, los derechos de las mujeres y la Iglesia y el Estado han desplazado las cuestiones socioeconómicas como los temas fundamentales en el discurso partidista y en las encuestas de opinión pública.

En América Latina, en cambio, las divisiones parecen seguir siendo, en el fondo, sobre exclusión socioeconómica y, a veces, sociocultural (cuando esta incluye la marginación de las poblaciones indígenas y afro). Es un continente que aún no ha aceptado renovar el contrato social para eliminar las jerarquías del privilegio. Las consecuencias de esta terquedad no prometen nada bueno. Ya hemos visto cómo esta exclusión, aunada a los fallos de gobernanza y a la corrupción, ha producido fracasos espectaculares de sistemas de partidos enteros en varios países. Estos fracasos, a su vez, invitaron al surgimiento de outsiders populistas (de izquierda o de derecha), como ocurrió en Venezuela y Perú en la década de 1990, en Ecuador y Bolivia (aunque no un outsider) en la década de 2000 y en Brasil a finales de 2010. En Venezuela y Bolivia, los líderes que movilizaron a comunidades marginadas para acceder al poder por primera vez también generaron una reacción de las élites, que se sintieron desplazadas, y una profunda polarización subsiguiente, junto con una erosión democrática. En Perú, Ecuador y Brasil, Alberto Fujimori, Rafael Correa y Jair Bolsonaro, respectivamente, explotaron el desencanto general con el establecimiento político y el Congreso para aumentar los poderes del ejecutivo y, en el caso de Bolsonaro, un tipo de política de identidad xenófoba, anti-LGBTQ y misógina con cierto paralelo a lo visto en los partidos de la derecha radical en Europa y Estados Unidos.

Es en estos casos en los que la respuesta populista a las crisis de representación ha producido líderes autocratizantes en el gobierno, en que la polarización binaria constitutiva más peligrosa, aquella de nosotros contra ellos, puede identificarse mejor. Los ciudadanos se identifican con un partido o con un líder como grupo interno, manteniendo la lealtad hacia ellos, y la antipatía hacia el grupo externo, independientemente del comportamiento pro o antidemocrático de cualquiera de los dos. Esto crea un fuerte sentimiento de tribalismo político y es difícil de superar. En estos casos, los campos tribales suelen estar simplemente a favor y en contra del movimiento del líder. La polarización basada en la identidad es difícil de superar, porque los mecanismos psicológicos asociados (como el razonamiento motivado y la tendencia a exagerar las virtudes del grupo interno y los defectos del grupo externo) impiden la comunicación, la apertura a nueva información y la voluntad de negociar y llegar a un acuerdo. Estos mecanismos se ven reforzados en una época de creciente desinformación en redes sociales.

El tipo de polarización basada en la identidad, que supone más desafíos, es la que se forma en torno a una fractura originaria (formative rift, en inglés): un debate histórico no resuelto sobre ciudadanía o identidad nacional (Somer & McCoy, 2019). Estos debates incluyen cuestiones como: quién se considera un miembro de la comunidad (quien es ciudadano con plenos derechos) y quién le representa legítimamente, así como mitos sobre la fundación de la nación y lo que constituye el núcleo de su cultura e identidad. Algunos ejemplos de estos debates son: el legado de derechos de ciudadanía desiguales que se otorgaron a los afroamericanos, a los nativos americanos y a las mujeres durante la fundación de Estados Unidos; si la lengua y la etnia, o la religión, deben ser la base de la identidad nacional en Bangladesh, y si la nación húngara debe identificarse como una nación exclusivamente cristiana. Estas desavenencias tienden a ser particularmente divisivas porque:

[…] no pueden eliminarse sin reconfigurar fundamentalmente estos estados, y porque las personas suelen encontrarse en uno u otro lado de estas grietas por nacimiento. Como resultado, estas fracturas originarias pueden tener un poderoso impacto en los vínculos políticos cuando se activan. (Somer & McCoy, 2019, p. 15)

En Estados Unidos, los estadounidenses ampliaron periódicamente los derechos de ciudadanía desde la Guerra Civil, pero cada época de progreso se encontró con una contrarreacción, como la discriminación legal e informal contra los afroamericanos durante la era de Jim Crow de 1877-1964, en respuesta al florecimiento de la participación de los negros, tras la Ley de Emancipación de 1863 y el fin de la Guerra Civil. De hecho, a lo largo de la historia política de Estados Unidos, los afroamericanos han sido a menudo los perdedores en la resolución de las crisis democráticas (Mettler & Lieberman, 2020).

En América Latina, las antiguas divisiones en torno a la exclusión de las poblaciones indígenas, como en Bolivia y Guatemala, constituyen una fractura originaria de este tipo. De forma similar, los debates actuales sobre los derechos reproductivos y de propiedad de las mujeres en muchos países reflejan cada vez más las fracturas originarias. La creciente xenofobia, que ha visto su articulación en la política con el aumento de la inmigración procedente de Venezuela y de los centroamericanos que se desplazan hacia el norte, refleja también la activación de estas grietas para obtener beneficios políticos. Al estar vinculadas a la identidad social y nacional, así como a la percepción del estatus social, estos debates son fácilmente explotables para crear un miedo a la pérdida de estatus social, con su consiguiente poder político y económico, por parte de los grupos dominantes.

En contraste, cuando los países están polarizados en torno a agravios socioeconómicos, como en Chile y Perú; a cuestiones específicas, como la paz y la impunidad en torno a las violaciones de los derechos humanos como en Colombia, o la seguridad y los derechos humanos en México, la polarización puede ser más fácil de superar mediante la negociación y la concertación. En todos estos casos, la polarización política puede ser más fuerte entre las élites que en la sociedad, donde las protestas no estaban vinculadas a los partidos políticos o a los líderes, y todavía no son tribales. La experiencia histórica de Europa Occidental puede proporcionar un modelo de cómo canalizar de forma constructiva estas divisiones sociales.

Los sistemas de partidos en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial produjeron una política estable en una especie de polarización simétrica, en la que los partidos políticos no solo estaban definidos ideológicamente, sino que también estaban incrustados en organizaciones sociales, como la iglesia o los sindicatos, y en estructuras de partido organizadas territorialmente (Tarrow, 2022). Esto permitió la adaptación y el acomodamiento de las élites aun en medio de una fuerte polarización ideológica. Sin embargo, el debilitamiento de este anclaje social en el siglo XXI y la dilución de las ofertas ideológicas claras por parte de los partidos mayoritarios han visto el ascenso de la derecha radical y los partidos populistas en varios países de Europa Occidental (Berman & Kundnani, 2021).

Las señales de alarma abundan incluso en los países divididos más en torno a temas que a la identidad. La tendencia de López Obrador a utilizar una retórica polarizadora y denigrante para deslegitimar a sus oponentes y desacreditar el proceso electoral, y los comienzos de esfuerzos por hacerse a más poder desde el ejecutivo, probablemente impulsen el avance del proceso de polarización perniciosa en México. Y en Perú, la fuerte polarización de las élites, la debilidad de los partidos políticos y la volatilidad de los votantes impiden las negociaciones en el Congreso para renovar el contrato social, y ello deja un vacío para que surja otro populista polarizador.

Aunque el proceso de paz fue un tema polarizador en las elecciones de 2014 y 2018, las elecciones de 2022 en Colombia presentan un nuevo panorama. El proceso de paz ya no es el clivaje polarizador dominante, el sistema de partidos y el Congreso recién elegido están fragmentados, y las primarias de marzo entre tres coaliciones (centroderecha, centro-izquierda e izquierda) sugerían que el candidato de la izquierda (Gustavo Petro) es el candidato que vencerá. En mayo, los colombianos eligieron a dos candidatos populistas (Petro y Rodolfo Hernández) para ir a una segunda vuelta polarizada.

Tal vez, Chile presenta el escenario más optimista, con protestas sociales desvinculadas de los partidos políticos y dando lugar a una asamblea constituyente llena de independientes, encargados de redactar una nueva constitución. Aunque el proceso electoral produjo una elección polarizada en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre de 2021 entre la izquierda y la derecha, la sorprendente y decisiva victoria del izquierdista Gabriel Boric y la rápida concesión del ultraderechista José Antonio Kast contrastaron con los intentos de Trump de anular su derrota y con el intento de Bolsonaro de deslegitimar las elecciones antes incluso de que se celebren, en octubre de 2022. La elección de Boric también significa que habrá más coincidencia entre el presidente y la probable constitución progresista que surja. Por lo tanto, es elevada la posibilidad de un contrato social renovado a través de este proceso.

De cara al futuro, América Latina se enfrenta a graves desafíos: tras una severa recesión económica en 2020, se prevé una recuperación muy anémica para 2022, junto con inflación y una creciente deuda. Por lo tanto, es probable que los agravios que dieron lugar a las protestas sociales de 2019 se profundicen, mientras que las respuestas de los gobiernos probablemente se vuelvan más duras y la seguridad más militarizada (Sahd et al., 2022). Si persiste el patrón de opciones extremadamente polarizadas para los electores, combinado con campañas llenas de desinformación, esta combinación es un mal presagio tanto para frenar a los populistas que buscan concentrar el poder para reducir la polarización. Si, por el contrario, las sociedades latinoamericanas comienzan a revisar sus contratos sociales y a abordar sus fracturas originarias, mejorarán las perspectivas de que haya democracias vibrantes.

Referencias

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Notas

* Agradezco a Ozlem Tuncel Gerlek por su trabajo como asistente de investigación. También a Sandra Botero y al par evaluador anónimo, por sus comentarios.

1 Véanse, por ejemplo: Kriesi et al. (2008); Bornschier (2010); Dalton (2018); Inglehart y Norris (2019); Dalton y Berning (2021).

2 Véase Coppedge et al. (2020).

3 El apéndice en línea incluye versiones de las gráficas con intervalos de confianza. La base de datos de V-Dem se apoya en encuestas a expertos, lo cual puede introducir algunos problemas de subjetividad, incluyendo sesgo retrospectivo, sesgos culturales, experiencias personales o ideología. Adicionalmente, dado que la polarización es un concepto latente (es decir, no lo podemos observar directamente, sino que lo inferimos), aumentan las preocupaciones en cuanto a la evaluación basada en encuestas de expertos. V-Dem adopta modelos de Teoría de Respuesta al Item (TRI) para manejar los problemas asociados a la fiabilidad entre quienes codifican. Al respecto, véanse Levick y Olivarria-Gambia (2015) y Pemstein et al. (2015).

Notas de autor

* Georgia State University (Atlanta, Estados Unidos)

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