Desafíos
ISSN:0124-4035 | eISSN:2145-5112

Populistas de izquierda en el gobierno: la experiencia de Venezuela

Margarita López Maya

Populistas de izquierda en el gobierno: la experiencia de Venezuela

Desafíos, vol. 34, núm. 2, 2022

Universidad del Rosario

Margarita López Maya

Universidad Central de Venezuela, Vanuatu


Información adicional

Para citar este artículo: López Maya, M. (2022). Populistas de izquierda en el gobierno: la experiencia de Venezuela. Desafíos, 34(2), 1-19. https://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.11223

En 1998, Hugo Chávez Frías ganó las elecciones presidenciales en Venezuela, y comenzó una nueva era en la historia política del país, moldeada por un fuerte discurso y ejercicio del poder de corte populista y de ideología de izquierda. Favorecido por el desencanto hacia la democracia representativa, un boom de los precios petroleros que dura diez años y un anhelo de los venezolanos de entonces por un cambio político que los sacara de la persistente crisis económica y político-institucional, los gobiernos de Chávez ponen en práctica políticas participativas innovativas en la esfera social, al mismo tiempo que socavan las instituciones y valores del sistema democrático liberal. En su segunda administración, que comenzó en 2007, el chavismo sustituye su proyecto político de democracia participativa y protagónica por un socialismo del siglo xxi, que fue extinguiendo dichas instituciones y valores. A partir de allí, el presidente hace prevalecer su carisma sobre la legalidad en el ejercicio del poder. Después de su muerte, en marzo de 2013, se cierra la etapa populista de la Venezuela reciente y la sociedad ve el orden político desplazarse hacia un régimen autoritario presidido por Nicolás Maduro. Este régimen es un derivado casi inevitable de la forma populista con que durante trece años practicó Chávez en el poder.

Para sustentar este argumento, se ha dividido este artículo en cinco partes. En la primera, caracterizamos la irrupción del fenómeno populista en la campaña electoral de 1998 y señalamos los desajustes socioeconómicos y políticos que propiciaron lo que se conoce como una ruptura populista. En la segunda parte, caracterizamos a Chávez desde sus inicios, quien hizo uso de un ejercicio populista del poder, implantando un discurso oficial polarizador y despreciativo de los principios e instituciones de la democracia representativa. En la tercera parte, analizamos la política comunicacional y la agenda social y sus repercusiones en la opinión de las mayorías. En la cuarta, presentamos las cifras de la prosperidad petrolera y su contribución en asegurar la aceptación popular del proyecto socialista de Chávez de 2007. En la quinta parte, como reflexión de cierre, explicamos cómo estos desarrollos permiten comprender que la actual dictadura de Nicolás Maduro es un legado del ejercicio populista del poder de Hugo Chávez.

Este artículo se nutre de una larga y continua investigación —que se inició en los años noventa— sobre el proceso sociopolítico venezolano y cuenta con numerosas publicaciones. Particularmente, en la trilogía de libros dedicados a comprender el fenómeno chavista, así como algunos artículos académicos, se encontrarán los abundantes soportes bibliográficos, hemerográficos, documentales y las entrevistas que a lo largo de casi tres décadas se han recopilado y analizado en torno a este dramático proceso.1 Por ello, en este ensayo, las referencias serán mínimas y remitiremos a ese corpus.

Hugo Chávez y la campaña electoral de 19982

La sociedad venezolana, desde fines de la década de los setenta, estuvo enmarcada por una crisis económica de carácter estructural, revelada abruptamente por el declive y la inestabilidad de los precios petroleros en el mercado mundial. A lo largo de los años ochenta, la sociedad y sus élites políticas y económicas no parecieron comprender o no lograron encontrar alternativas satisfactorias para retomar el crecimiento económico, una vez agotado, como lo señaló el VII Plan de la Nación de 1984, el modelo de sustitución de importaciones promovido por la renta petrolera (Gómez Calcaño & López Maya, 1990). Los indicadores económicos, así como los logros sociales y culturales alcanzados por la democracia representativa liberal durante varias décadas anteriores, entraron en franco retroceso. La continuación de estos desarreglos contribuyó en los años noventa a la crisis política del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993). Esta crisis fue incubada por el Caracazo de febrero de 1989, un estallido social virulento desencadenado por el alza de los precios de la gasolina como parte de un paquete de ajustes neoliberales que comenzó a aplicar el gobierno recién inaugurado. Siguió el golpe de Estado, promovido por un grupo de militares de rango medio liderados por Hugo Chávez, en febrero de 1992. En 1993, sin que se restableciera la estabilidad social y política rota por estos eventos, Pérez fue llevado a juicio bajo cargos de malversación de fondos públicos, lo que eventualmente provocó su impeachment y la designación por el Congreso de un presidente provisional para culminar el periodo presidencial. Para 1994, la democracia venezolana se encontraba herida y necesitaba una vigorosa terapia.

Las crisis económica y política, vinculadas entre sí, eran el caldo de cultivo del descontento generado por la creciente desigualdad, el abrupto empobrecimiento de sectores sociales de capas medias y el cierre de las expectativas de ascenso social de los pobres. Estos desarrollos facilitaron la emergencia de un discurso polarizador, dicotómico y populista en la campaña presidencial de 1998: del pueblo bueno y sufrido explotado por unos poderosos corruptos, insensibles y apátridas. Las políticas de ajuste de naturaleza neoliberal de los gobiernos de Pérez-2 (1989-1993) y Caldera-2 (1994-1999) agravaron los indicadores de deterioro económico, pobreza y desigualdad social ya presentes, y con ello crearon una situación explosiva.

Hugo Chávez, un teniente coronel, jefe del golpe de Estado fallido de 1992, sobreseído de los cargos conspirativos por el presidente Caldera en 1994, salió de la cárcel, se lanzó al ruedo político y luego a la competencia electoral de 1998 utilizando el discurso populista.3 Chávez ofreció entonces a los disgustados venezolanos un nuevo comienzo de nuestra historia: buscaría desplazar del poder a los dirigentes y partidos responsables de la debacle, para poner en práctica un proyecto de futuro compartido que superaría la crisis estructural, castigaría la corrupción —causante de la crisis y el empobrecimiento— y profundizaría en la democracia.

El líder del llamado Movimiento Bolivariano abrazó en su campaña electoral las propuestas para Venezuela de una democracia más participativa. Estas venían discutiéndose desde la década de los ochenta entre actores de la sociedad civil y de la política opositora, así como en espacios institucionales, como la Comisión Presidencial de Reforma del Estado (Copre) y el Congreso Nacional, donde se habían aprobado incluso algunas reformas de descentralización y mecanismos de democracia directa (Gómez Calcaño & López Maya, 1990; Kornblith, 1989, 1994). Esto no pareció, sin embargo, satisfacer a los venezolanos castigados por el deterioro de su calidad de vida y por la creciente represión que aplicaron los dos segundos gobiernos, el de Pérez y el de Caldera, como manera de contener la creciente turbulencia sociopolítica (López Maya, 1998).

Sobre este explosivo escenario, Chávez echó mano de un agresivo discurso populista. Responsabilizó de la crisis y del empobrecimiento a los partidos políticos de la democracia, particularmente a los partidos Acción Democrática (ad) y Socialcristiano Copei (Copei), que se habían alternado en el Ejecutivo nacional entre 1958 y 1992. En esta narrativa emergente, la historia venezolana de los siglos xix y xx era en esencia la misma: una historia en la cual las masas populares fueron víctimas de las oligarquías, que en el siglo xx estaban representadas por los partidos. Oligarquías y partidos eran dos caras de la misma moneda, por lo que era precisa una “revolución” en Venezuela, comenzando desde cero (López Maya, 2005). A la ad en particular, el partido principal y de ideología socialdemócrata, Chávez lo fustigó con todo tipo de improperios. Entre sus frases famosas de la campaña estaba la de “hay que freír la cabeza de los adecos en aceite” y sus continuas alusiones al partido como “una plaga” (Antonnetti, 2019). La estrategia fue exitosa y ganó las elecciones presidenciales en diciembre de 1998, con el 56% de los votos válidos.

La ruptura populista se había producido. Las nuevas fuerzas políticas, con su líder carismático al frente, ofrecían un nuevo comienzo para el país: partir en dos la historia y llevarnos a una era de bienestar e inclusión. Cundió el entusiasmo y los venezolanos nos fuimos, como los hijos de la loca Luz Caraballo del poema de Andrés Eloy Blanco, que aludía al encanto trágico del caudillismo latinoamericano, “detrás de un hombre a caballo”.4

Chávez: el populismo como ejercicio del poder5

Los gobiernos de Chávez, que se inician a partir de 1999, además de hacer de la polarización un distintivo del discurso oficial y que trastocan el hasta entonces discurso de paz y armonía social característico de la era democrática (Coronil, 1997), buscan modificar las relaciones entre Estado y sociedad para hacerlas menos mediadas por organizaciones profesionales de la política y más directas entre el líder y sus bases. En el populismo de izquierda estas relaciones poseen una direccionalidad “desde arriba” y acusan rasgos personalistas, afectivos, paternalistas y mesiánicos. Simultáneamente, las tendencias autoritarias de este populismo se expresan, entre otros desarrollos de erosión institucional, en el adelanto de un sistema de control de los contenidos mediáticos y los medios de comunicación, y se crea una vasta red de organizaciones sociales que pasan por diferentes transformaciones. Al principio, muchas tuvieron una concepción democrática —de autonomía y empoderamiento desde abajo— para luego ser reajustadas al modelo estatista y autoritario del socialismo tipo soviético y cubano que se va imponiendo a partir de 2007.

Desde un inicio, las primeras acciones del gobierno de Chávez buscaron un cambio societal e institucional, tanto simbólico como real, a través de la convocatoria e instalación de una Asamblea Nacional Constituyente.6 La nueva Constitución que de ella emergió fue discutida apresuradamente y aprobada por un referendo popular en diciembre de 1999. Por insistencia de Chávez, se cambió el nombre de la república, que pasó a llamarse República Bolivariana de Venezuela, y el régimen representativo venezolano pasó a ser una democracia participativa y protagónica, término que buscaba darle al nuevo régimen político una denominación distinta al representativo liberal previo. No obstante, el texto constitucional no rompió con la matriz liberal de la Constitución de 1961 y se mantuvieron en ella los principios e instituciones de esta, aunque sí se introdujeron principios y una amplia gama de mecanismos de democracia participativa o directa, ya formuladas en propuestas de diversos actores sociopolíticos venezolanos desde al menos los años ochenta.7

Pese a que el régimen político emergente era un híbrido de representación y participación, el discurso oficial tendió a realzar los mecanismos de democracia directa y las instituciones participativas, en desmedro de valores e instituciones representativas que Chávez hacía ver como inferiores o antagónicas.8 Con base en esta idea de ampliar la participación sobre la representación, en los primeros años florecieron instituciones como las mesas técnicas de diverso propósito (agua, gas, telecomunicaciones, etc.), comités de tierra urbana, consorcios sociales, organizaciones comunitarias autogestionarias, cooperativas, fundos zamoranos y otras. Estas innovaciones, en que la participación de comunidades y grupos sociales organizados eran un aspecto medular para, en cogestión con funcionarios públicos, solucionar los graves problemas de servicios que aquejan a los sectores urbanos pobres, crearon una atmósfera de entusiasmo y movilización, especialmente entre grupos que se habían sentido excluidos o empobrecidos por las crisis o desde siempre. Igualmente, se aprobaron y practicaron algunos mecanismos de democracia directa,9 sobre todo mandatos revocatorios, como el revocatorio presidencial de agosto de 2004, en el cual Chávez obtuvo un triunfo claro.

Mientras el gobierno avanzaba en estas iniciativas que producían mejoras y esperanzas, Chávez al mismo tiempo descalificaba y socavaba aspectos clave de la democracia representativa, como la independencia de las ramas del poder público (particularmente la Judicial), la tolerancia política a las opiniones diferentes y derechos civiles y políticos de la ciudadanía como la libertad de expresión.10 El presidente ejercía el poder desde la polarización política y obtenía como respuesta, posiciones y acciones muy polarizadas por parte de fuerzas sociales y políticas que perdían sus posiciones hegemónicas y veían amenazados sus intereses. Ello desencadenó una atmósfera de confrontación y violencia casi permanente en el país.

El discurso político oficial estigmatizó como el polo de los malos, pitiyanquis, escuálidos, traidores de la patria, a los políticos y partidos opositores al gobierno; a los sindicatos adscritos a la tradicional Confederación de Trabajadores de Venezuela (ctv); a empresarios organizados en Fedecámaras y otras asociaciones; a profesionales, a técnicos y gerentes de la Petróleos de Venezuela S.A. (pdvsa), y a grupos de la sociedad civil, actores todos ellos constituidos en lo que Chávez acuñó con despreció como los años de la “cuarta república”.11

El polo de los “buenos” se conformó con organizaciones populares de base y sindicatos seguidores de Chávez y su partido, el Movimiento Quinta República (mvr), al igual que con partidos del polo patriótico, como el Partido Comunista de Venezuela (pcv) y el Partido Patria Para Todos (ppt). Posteriormente se hizo evidente que en este polo estaban también los militares, siempre que siguieran a Chávez.

En lo que podríamos denominar primera etapa de la era chavista, la sociedad protagonizó una feroz lucha por la hegemonía política entre estos dos bandos.12 La confrontación tuvo un periodo particularmente álgido de 2001 a 2005, cuando se dieron movilizaciones masivas y frecuentes a favor y en contra del presidente, que en ocasiones terminaron en violencia. El año 2002 fue el del golpe de Estado, cuando Chávez salió por unas horas del poder. Ese golpe fallido fue dirigido por la organización empresarial Fedecámaras, dueños de medios privados de comunicación, entre otros poderes fácticos. También ocurrió ese año un paro petrolero de pdvsa, organizado por la gerencia de la compañía estatal, que se alzó contra su propietario. Este paro comenzó en diciembre y se prolongó hasta febrero de 2003, cuando el gobierno logró volver a poner a funcionar la empresa y despidió a la mayoría de los cuadros de gerencia. También se desarrollaron las llamadas operaciones guarimbas, protagonizadas por ciudadanos de sectores medios en avenidas y espacios residenciales, así como otros episodios de tipo insurreccional.13 En todas estas confrontaciones violentas salió triunfante el gobierno, que fortaleció la legitimidad de Chávez y prácticamente debilitó toda oposición política y social.

Pese a las derrotas de las fuerzas opositoras en estos eventos, la confrontación continuó hasta 2004, cuando se logró, con la mediación de la Organización de Estados Americanos y el Centro Carter, que el gobierno aceptara llevar a cabo un referendo revocatorio presidencial, mecanismo de democracia directa contemplado en la nueva Constitución. Chávez triunfó en este nuevo e institucional proceso. Finalmente, en 2005, en las elecciones parlamentarias contempladas para ese año, Chávez y su alianza política capturaron la totalidad de curules de la Asamblea Nacional para el periodo 2006-2011, al retirarse los partidos opositores en la semana previa al acto de votación, en una estrategia que buscó, una vez más, crear las condiciones para una salida insurreccional.14

La confrontación y movilización permanente ante un adversario poderoso dotó de gran fortaleza al movimiento bolivariano emergente y le otorgó a Chávez mucho poder sin contrapesos institucionales. Hacia 2003, reconquistada la empresa pdvsa por el gobierno, gracias a la acción de militares, empleados jubilados y organizaciones de base, la nueva hegemonía política comenzó su consolidación, ya que ahora contaba con un control sin resistencias internas de pdvsa. En la nueva etapa que se abre, el proyecto se desplaza de manera sinuosa hacia otro modelo político y económico.

Hegemonía comunicacional y agenda social

Polarización, movilización, campañas electorales permanentes y con sesgo plebiscitario, violencia verbal son algunas de las características que revelan la profunda impronta populista del ejercicio del poder de Chávez. Otro aspecto fue la centralidad de su figura en el espacio mediático del país, tanto en la prensa escrita como en la comunicación audiovisual y radial. Desde los primeros años, el presidente logra que toda comunicación pública gire en torno a su persona, usando continuas cadenas presidenciales y un programa dominical que se hizo icónico, el Aló Presidente, donde interpelaba por horas a los televidentes, dando anuncios gubernamentales, repartiendo recursos para distintos proyectos y programas sociales, estigmatizando a sus opositores, cantando, bailando y regañando a sus ministros.

Hacia 2004 fue tomando cuerpo una política estatal comunicacional compleja, donde esa centralidad se reforzó con el control sobre el espacio mediático, con la compra de estaciones de radio y televisión y grandes inversiones para hacer que los medios y contenidos del llamado sistema de medios públicos cubriera y predominara en todo el territorio nacional. Los medios privados, incluida la prensa escrita, fueron reduciendo su ámbito de influencia, muchos comprados por empresarios emergentes afines al chavismo u otros quebrados por acciones del gobierno, como el férreo control del acceso a divisas para la compra de papel, equipos y otros insumos necesarios. Para su segundo mandato, la hegemonía comunicacional siguió ampliándose y consolidándose hasta minimizar el derecho a la libertad de expresión y el acceso a información independiente.

Otra dimensión de este ejercicio populista del poder fue el impulso dado a una agenda social que, desde sus inicios, se concibió directamente vinculada a la persona del líder carismático. Las políticas públicas dejaron de ser obra del Estado y pasaron a ser beneficios otorgados personalmente por el líder. El lanzamiento de las misiones sociales desde 2002 tuvieron el propósito de consolidar la popularidad de Chávez, al tiempo que buscaban resolver urgentes necesidades básicas de una población que había sido empobrecida y excluida por las crisis y políticas neoliberales de las últimas décadas del siglo xx, y por la crisis sociopolítica generada entre 2002 y 2005 por la lucha hegemónica. Las misiones sociales fueron programas sociales pensados inicialmente como temporales y dirigidos a paliar graves deficiencias sociales, como el analfabetismo, las deficiencias de la salud pública primaria y el alto costo de productos alimenticios, que llegaron a ser más de veinticinco al final de su segundo gobierno. Tuvieron gran impacto y efectividad, pues lograron en los primeros años revertir indicadores sociales de pobreza y educación, y con ello reforzaron el aura de Chávez como un líder capaz de remontar la crisis estructural de la sociedad y conducirla a una nueva etapa de prosperidad. Entre las misiones sociales más relevantes, por su impacto político o efectividad en el combate de la pobreza y diversas exclusiones, destacan: Misión Identidad (que reactivó la obtención de la partida de nacimiento y cédula de identidad), Misión Robinson (alfabetismo para adultos), Misión Mercal (distribución y mercadeo de alimentos subsidiados), Misión Barrio Adentro I (médicos cubanos ubicados en los barrios populares impartiendo medicina preventiva), Misión Milagro (apoyo para operarse de cataratas en los ojos), etc.

Hacia 2005, un Chávez fortalecido por sus triunfos anuncia un cambio de la democracia participativa a un régimen socialista, que terminará orientado en los años siguientes por las mismas fórmulas marxistas-leninistas propias de la ya derrumbada Unión Soviética y sus satélites. Las innovaciones participativas señaladas, que se impulsaron en los años iniciales del chavismo y que algunas fueron formas de organización y empoderamiento popular “desde abajo”, fueron crecientemente modificadas o sustituidas por formas organizativas desde arriba, bien directamente dependientes de la Presidencia o Vicepresidencia o vinculadas al Partido Socialista Unido de Venezuela (psuv), que Chávez fundó en 2007. Estos cambios drásticos en la concepción participativa revelaron la franca deriva autoritaria en lo popular organizativo que inspiraba al nuevo proyecto político. La nueva concepción estatista-centralista y orientada desde arriba —no presente en la Constitución— está en las leyes de los consejos comunales (2006 y 2009), la Ley Orgánica de las Comunas (2010) y en las llamadas leyes socialistas, aprobadas a partir de 2010. Las nuevas instituciones participativas se vinculan al Partido-Gobierno-Estado y cumplen funciones propias de brazos ejecutores de políticas centralizadas por el gobierno nacional. Estas organizaciones —o, más bien, los líderes o coordinadores comunitarios de ellas— también reciben recursos para proyectos comunitarios procedentes del ingreso fiscal petrolero, que Chávez dispensa personalmente, y donde la rendición de cuentas brilla por su ausencia. Adicionalmente, como en el modelo cubano, también por ley tienen tareas de control social dentro de sus comunidades y fuera de ellas como defensoras de la soberanía nacional.

Populismo con diez años de prosperidad petrolera

Una segunda fase de la era de Chávez corresponde a su segundo gobierno, que se inicia en 2007. Desde 2005, un presidente fortalecido en su legitimidad y sin adversarios con capacidad de enfrentarlo o controlar sus arbitrariedades anuncia su voluntad de superar el capitalismo y la tercera vía por un socialismo de nuevo cuño: el socialismo del siglo xxi .15 Pese a la retórica, con la que buscaba convencer sobre una propuesta inédita en su novedad, lo cierto fue que, en esos años de gobierno, el socialismo del proyecto chavista se mostró parecido a los modelos socialistas del siglo xx, particularmente al cubano. La propuesta socialista fue sometida a un referendo popular en diciembre de 2007, bajo la modalidad de reforma constitucional contemplada en la Carta Magna. Chávez cumplió con el procedimiento de introducir esta propuesta de reforma a una Asamblea Nacional que controlaba holgadamente y que la aprobó añadiendo algunos artículos más hasta sumar una propuesta de modificación de 69 de los 350 artículos. Explícitamente, Chávez argumentó la necesidad de adecuar la Carta Magna al modelo socialista y reconoció con ello que no estaba contemplado en ella. Entre los más destacados artículos que pretendía reformar se encontraba el de prolongar los periodos presidenciales a seis años y permitir la reelección indefinida del presidente. Otra fue el cambio de nombre de la Fuerza Armada. Pasaría a llamarse Fuerza Armada Bolivariana y se modificaba la concepción del cuerpo armado: “constituye un cuerpo esencialmente patriótico, popular y antiimperialista. Sus profesionales activos no tendrán militancia partidista”.16 El voto popular lo rechazó en diciembre. Sin embargo, y pese a reconocer su derrota, Chávez decidió imponer este cambio por otros caminos de dudosa legalidad o legitimidad. Para ello se apoyó en un Poder Judicial al que había logrado ya subordinar a sus intereses político-revolucionarios.

En los años de esta segunda administración, comienza en firme la deriva autoritaria del proyecto chavista. Rechazado por el voto popular, la propuesta hubo de avanzar recurriendo crecientemente a la legitimidad carismática de Chávez y al soporte económico proporcionado por los ingresos fiscales que recogía el Estado venezolano en el mercado mundial y que el gobierno de Chávez distribuía de manera creciente de forma discrecional, ya que los contrapesos institucionales se fueron desmantelando.

Desde 2003, año en que Chávez logró superar el paro de la industria petrolera fomentado por la gerencia de la empresa, el gobierno pudo administrar la principal fuente de ingresos del Estado y el principal dinamizador de la economía nacional sin que poder público, político o ciudadano pudiera controlarlo. Con dominio absoluto sobre el Legislativo desde 2005 y sobre la directiva de pdvsa desde 2003, no existieron restricciones a su poder ni rendición de cuenta que operara. Son los años cuando el ministro de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, es al mismo tiempo presidente de pdvsa, es decir, se desdibujan las fronteras entre los intereses del Estado y de la compañía, así como los de ambos con los intereses de Chávez y su coalición política. Y fueron años de un prolongado e histórico boom de los precios petroleros (tabla 1).

Tabla 1.
Precios de la cesta petrolera venezolana entre 2002 y 2015, promedio anual en dólares
Precios de la cesta petrolera venezolana entre 2002 y 2015, promedio anual en dólares


Fuente: Ministerio del Poder Popular de Petróleo y Minería (o su equivalente pues ha cambiado de nombre varias veces), varios años.

Enmarcado por este contexto, Chávez ordena desviar recursos del Plan de Inversiones de pdvsa para surtir los de varias misiones sociales. Incluso usa espacios y funcionarios de la empresa para acciones que nada tienen que ver con ella, como cuando redirige dependencias de la compañía y funcionarios hacia actividades como hacer carreteras o repartir alimentos. Esta manera de gobernar, que a lo largo de diez años no logra remontar los desequilibrios que ha padecido la economía venezolana desde los años ochenta, se va imponiendo en Venezuela y para algunos sectores incluso se le percibe como viable y exitoso (Guerra, 2013). Empresas estatales, misiones sociales y todo el andamiaje de organizaciones populares creadas se transforman en redes clientelares donde se emplea según la lealtad con Chávez y su proyecto. Fluyen con casi nula rendición de cuentas los dineros públicos para satisfacer necesidades y caprichos. El uso discrecional de los recursos de pdvsa y la suspensión o retardo en atender sus necesidades de mantenimiento, inversión y recursos para el entrenamiento a su personal la conducen a la bancarrota en tiempos de Nicolás Maduro.

Comentario final: la dictadura de Nicolás Maduro como legado de Chávez

Esta revisión somera de la era de Chávez ha puesto de relieve un conjunto de procesos que fueron sin prisa ni pausa erosionado los valores, los principios y las instituciones que dan forma al régimen democrático representativo moderno. Con Chávez en la Presidencia de la República durante trece años, la polarización política se instaló como discurso oficial y dividió a la sociedad en polos antagónicos e irreconciliables. El juego político se fue desarrollando dentro de la lógica amigo-enemigo. La respuesta de actores sociales y políticos opositores fue igualmente polarizadora, al punto que se dio una dinámica confrontacional y violenta que deterioró las ya en declive esferas de la vida económica, social, política e institucional del país. Luego de las elecciones parlamentarias de 2005, Chávez percibió que había salido triunfante sobre sus oponentes en un juego suma-cero. Fue entonces cuando las tensiones entre la dominación racional-legal de la democracia venezolana y la carismática que ejercía Chávez para acumular fuerzas en su objetivo de producir un cambio político se resolvieron a favor del carisma. El futuro se fue diseñando crecientemente de acuerdo con el pensamiento y los caprichos del líder mesiánico y por fuera de la institucionalidad.

El proyecto político inicial del llamado Movimiento Bolivariano fue confuso en sus líneas ideológicas y escaso en sus propuestas concretas, sobre todo en la esfera económica, para superar las crisis que asolaban a la sociedad desde fines del siglo xx. Chávez manipuló recursos simbólicos e históricos que presentaban su liderazgo con ribetes épicos y como continuidad de la gesta emancipadora del siglo xix venezolano. En el primer gobierno sí abrazó propuestas elaboradas previamente en espacios institucionales, políticos y de la sociedad civil venezolana. La democracia participativa que quedó como el nuevo régimen político de la Constitución recogía y profundizaba muchas demandas y aspiraciones presentes en debates y documentos de esas últimas décadas. El término protagónico encarnaba la idea de empoderar a la población para hacerla responsable de las decisiones que la afectaban.17

No obstante, el socialismo del siglo xxi que Chávez lanza para la campaña presidencial de su reelección en 2006 guarda pocas vinculaciones con la Carta Magna de 1999. La propuesta de reformar dicha Constitución para ajustarla a los paradigmas de este nuevo régimen así lo corrobora. Como no obtuvo el voto popular, desde entonces ha carecido de legitimidad democrática. Esa derrota de Chávez puede considerarse un momento de inflexión del proyecto chavista, que de allí en adelante se apoyó en la legitimidad carismática del líder para imponerla por encima de la legalidad, así como en los cuantiosos ingresos fiscales petroleros que se repartían a cambio de lealtades con el líder.

El populismo se ha considerado un fenómeno histórico que se opone a la democracia liberal (Pappas, 2019). Se define en antagonismo con ella pero, de acuerdo con aquellos quienes la defienden como una democracia iliberal, se ubica a medio camino entre la democracia liberal y la autocracia, sin encontrar nunca equilibrio político ni estabilidad, por lo cual tiende a caer en algún otro lado del espectro, a veces hacia el liberalismo, otras veces hacia el autocratismo (Pappas, 2019). El populismo es democrático, porque reconoce que la soberanía reside en el pueblo y respeta la disputa electoral, mas juega a la polarización, y está dispuesta a torcer las normas para beneficiar la regla de la mayoría. En su iliberalismo acoge el liderazgo carismático, el moralismo político y la política clientelar. En 2007, el irrespeto a la voluntad popular por parte de Chávez, con relación a su propuesta de reformar la Constitución para ir a un régimen socialista, puso su movimiento político y su gobierno en el camino hacia la autocratización.

Después de ese año, Chávez continuó ganando procesos electorales, los cuales, a diferencia de procesos en regímenes representativos, eran conducidos con fuerte lógica plebiscitaria. Su caudal político fue disminuyendo, pero aún seguía siendo considerable. Pese a lo injustas y poco competitivas de dichas elecciones, la diferencia con sus contrincantes siempre superó un margen de diez puntos. Los cuantiosos recursos petroleros fueron su mayor palanca para persuadir de las bondades del poco claro socialismo que propugnaba. En este periodo se aceleraron las estatizaciones de empresas, las nacionalizaciones y las confiscaciones de tierras, muchas sin pago de indemnización a sus propietarios. También se expandieron formas de organización popular, como los consejos comunales, que carecían de pluralismo político y se vinculaban al gobierno o a su partido, pero que hacían trabajo comunitario y se movilizaban a favor del gobierno en coyunturas electorales. Acompañando el desmantelamiento de las instituciones democráticas liberales del país, estuvo además el sofisticado sistema de medios públicos, que construía una narrativa falsificadora de la realidad.

De esta manera, el chavismo desde 2007 revivió lo que un antropólogo venezolano ha llamado el Estado mágico (Coronil, 1997), un imaginario de Estado todopoderoso capaz de hacer prodigios, gracias a su casi infinito caudal de dinero procedente de una fuente rentística ubicada fuera de la economía nacional. Los venezolanos vivieron de nuevo los excesos delirantes de las élites cuando el mercado petrolero mundial hizo saltar una vez más los precios del oro negro.

La muerte oficial de Chávez, en marzo de 2013, precipita el fin del sueño mágico. Extinguido el carisma, al modelo socialista se le comenzaron a notar todas sus costuras. Casi en simultáneo con la desaparición del líder, vino la debacle de los precios petroleros en los mercados, y se repitió una vez más el ciclo del boom and bust de la economía venezolana, con la reaparición del lado oscuro del ciclo, tan bien descrito como la enfermedad holandesa. Desde 2013, año a año, al no aumentar los precios, fueron revirtiéndose logros sociales y económicos alcanzados hasta llegar a la crisis humanitaria compleja que asola a Venezuela desde 2016 (Washington Office on Latin America, 2020; Human Right Watch, 2019).

El legado de Chávez es el gobierno autoritario, con rasgos totalitarios y sultánicos, de Nicolás Maduro (López Maya, 2021). Su llegada al poder no puede considerarse el fruto de una elecciones competitivas o justas. Utilizando todos los resortes y recursos del Estado y manipulando las emociones en torno a los funerales del “comandante eterno” para su beneficio en las elecciones, la victoria de Maduro, ocurrida en abril de 2013, un mes después del fallecimiento del líder, frente al opositor Henrique Capriles Radonski, no llegó al 1,5% de diferencia en los votos. Por ello, para sostenerse, Maduro ha recurrido crecientemente a la represión, a una retórica de revolución radical, a la construcción de un país ficticio y a alianzas militares y delincuenciales de diverso tipo.

A mediados de 2018, ante un contexto de alta conflictividad y fortaleza de las fuerzas políticas opositoras en control de la Asamblea Nacional desde 2016, Maduro convocó primero a una Asamblea Nacional Constituyente sin cumplir con los procedimientos constitucionales y, luego, a unas elecciones presidenciales anticipadas y plagadas también de irregularidades. Un Consejo Nacional Electoral plegado a sus intereses llevaron adelante estos procesos y le dieron el triunfo. Desde entonces, la dictadura es franca y el proyecto de país de la cúpula civil y militar pareciera reducirse a mantenerse a costa de lo que sea en el poder. Los costos de salida de esta élite son muy altos —por la rampante corrupción y sistemática violación de derechos humanos— y así se han cohesionado alrededor del dictador. En mucho, la capacidad que ha tenido Maduro y su gobierno para sostenerse ha sido posible gracias a la destrucción de las instituciones democráticas, al discurso de estigmatización de los principios y valores de la democracia representativa y al desprecio a la tolerancia de las diferencias y a las formas de vida civiles, que son legado directo del populismo de izquierda que practicó Chávez en el poder.

Referencias

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Notas

1 La trilogía son los libros de López Maya (2005, 2016 y 2021).

2 Esta parte se sostiene en resultados de investigación publicados en López Maya (2005).

3 Para un análisis del discurso populista de Chávez en la campaña y sus primeros años, véase López Maya y Panzarelli (2012).

4 El poema del venezolano Andrés Eloy Blanco puede verse en: https://www.sierranevadademerida.com/poemadelalocaluzcaraballo/

5 Esta parte se apoya en los resultados de investigación publicados en López Maya (2011, 2016 y 2021).

6 Véanse, entre otros, Viciano Pastor y Martínez Dalmau (2001); Combellas (1999).

7 Para un análisis de los principios, leyes e instituciones de democracia participativa, véase López Maya (2011). Desde los años ochenta, actores institucionales como la Copre o políticos como el partido La Causa R pugnaban por la incorporación de mecanismos de democracia directa. Sin embargo, la Constitución de 1999 conserva sus instituciones de democracia liberal.

8 Sobre mecanismos e instituciones de la democracia participativa venezolana, véase López Maya (2021).

9 Aquí usamos el término mecanismos de democracia directa, como lo señala Altman (2011), cuando implica sufragio universal, directo y secreto (plebiscitos, referendos, etc.).

10 Con los años mucho se ha publicado sobre el gradualismo que aplicó Chávez para socavar la autonomía de los poderes públicos. Véanse, entre otros, Corrales y Penfold (2011) y Brewer Carías (2021).

11 La cuarta república, según Chávez, comenzó con el desmembramiento de la Gran Colombia en tres países en 1830. Para el pensamiento chavista no había diferencia entre los sistemas caudillistas, oligárquicos, militaristas o democráticos de los siglos xix y xx. Todos obedecían a intereses ajenos a los del pueblo. Con él comienza una quinta república.

12 En López Maya (2005) se dedican varios capítulos a las confrontaciones polarizadas de los años del primer gobierno de Chávez.

13 Operaciones guarimbas son una forma de protesta de calle, consistentes en bloquear vías de tránsito con objetos diversos (basura, neumáticos, piedras, palos, fogatas, etc.). Al llegar los cuerpos represores, los que protagonizan la protesta se retraen a sus casas o a lugares seguros, donde no pueden ser alcanzados. Guarimba es un vocablo indígena venezolano, usado en un juego infantil, cuyo significado es de casa o lugar seguro, donde a uno no lo pueden atrapar o hacer daño. Algunas guarimbas se tornaban violentas. Su objetivo era crear una inestabilidad tal que obligara a los militares a intervenir y liderar un golpe de Estado contra Chávez.

14 Estos desarrollos y los que siguen a continuación pueden verse en detalle en López Maya (2016). Análisis más recientes sobre la oposición, sus errores y tendencias autoritarias puede verse en Jiménez (2021).

15 La tercera vía refería a un concepto acuñado por Anthony Giddens que contenía una propuesta de renovación de la socialdemocracia mediante un camino intermedio entre mercado y Estado, buscando productividad con justicia social.

16 El capítulo 7 de López Maya (2016) está íntegramente dedicado a los contenidos y procesos de la fallida reforma constitucional.

17 “El corazón de la democracia es la participación protagónica de la gente del pueblo en las decisiones que les afectan. Ahora solo tienen el voto, pero nosotros vamos a abrir todos los canales para que el pueblo sea protagónico” (entrevista realizada a José Rafael Núñez Tenorio, filósofo venezolano, el 18 de agosto de 1997, en su oficina en la calle Negrín).

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